Por Borja Vilaseca
Todo lo
que hacemos en la vida lo hacemos por nosotros mismos. Eso sí, existe una
notable diferencia entre el “egoísmo egocéntrico”, el “egoísmo consciente” y el
“egoísmo altruista”.
Que nos tachen de “egoístas” es una de las peores etiquetas que nos pueden poner. En general lo asociamos con ser “mezquino”, “ruin” e incluso “mala persona”. Curiosamente, es difícil –por no decir imposible– encontrar a un ser humano que no sea egoísta. De hecho, cada vez que señalamos el egoísmo de otra persona, lo hacemos porque se ha
comportado de manera que no nos beneficia o directamente nos perjudica. Así, tildamos de “egoístas” a todos aquellos que piensan más en sus necesidades que en las nuestras.Etimológicamente,
la palabra “egoísmo” procede del latín “ego”, que significa “yo”. Lo cierto es
que ser egoístas no es bueno ni malo; es necesario. Necesitamos pensar en
nosotros mismos para sobrevivir física y emocionalmente. Por más que nos cueste
de reconocer, todo lo que hacemos en la vida lo hacemos por nosotros mismos.
¿Por qué nos emparejamos? ¿Por qué decidimos ser padres? ¿Por qué cultivamos
relaciones de amistad? ¿Por qué trabajamos? ¿Por qué ayudamos a los demás?
Al
analizar en profundidad las motivaciones que residen detrás de nuestras
decisiones y conductas, siempre encontramos una ganancia, por pequeña que sea,
que justifica que las hayamos llevado a cabo. Ahora bien, en función de cuál
sea nuestro nivel de consciencia, nuestro grado de comprensión y nuestro estado
de ánimo, este egoísmo puede vivirse de tres formas muy diferentes.
EL
EGOÍSMO EGOCÉNTRICO
“Un egoísta es aquel que se empeña en hablarte de sí mismo cuando tú te estás
muriendo de ganas de hablarle de ti.”
(Jean Cocteau)
El
primer tipo de egoísmo se denomina “egoísmo egocéntrico”. Es decir, aquel que
nos mueve a orientar nuestro comportamiento a saciar únicamente nuestro propio
interés. De ahí que nuestro vocabulario esté monopolizado por pronombres como
“yo”, “mi” o “mío”. Cegados por nuestros deseos, aspiraciones y expectativas,
vamos por la vida sin tener en cuenta la repercusión que nuestras palabras y
actos ocasionan sobre los demás. Paradójicamente, al esperar que el mundo gire
alrededor de nuestro ombligo, nuestra existencia suele estar marcada por la
lucha, el conflicto y el sufrimiento.
Tiranizados
por este egocentrismo, nos empachamos tanto de nosotros mismos que somos
incapaces de empatizar con las personas con las que interactuamos. Nuestro ego
ocupa tanto espacio que apenas dejamos sitio para los demás. El egoísmo
egocéntrico se nutre de nuestra sombra o lado oscuro, esto es, nuestras
carencias, frustraciones y miedos. Estas son las armas con las
que guerreamos contra nosotros mismos y, por ende, contra los demás.
Este
egoísmo egocéntrico es la raíz desde la que vamos construyendo una personalidad
victimista y reactiva, quejándonos y culpando siempre a algo o alguien externo
a nosotros cada vez que las cosas no salen como esperábamos. Y pone de
manifiesto nuestra permanente sensación de vacío e insatisfacción, que nos
lleva a buscar de forma obsesiva fuentes de evasión y narcotización las 24
horas al día. Irónicamente, cuanto más egocéntrica es nuestra visión del mundo,
más tachamos de egoístas a los demás.
EL
EGOÍSMO CONSCIENTE
“Nadie ni nada pueden hacerte feliz. Sólo tú puedes hacerte feliz a ti mismo.”
(Gerardo Schmedling)
Desde
el mismo día de nuestro nacimiento, cada uno de nosotros hemos ido perdiendo el
contacto con nuestra “esencia”, también conocida como “ser” o “yo verdadero”.
La esencia es el lugar en el que residen la felicidad, la paz
interior y el amor, tres cualidades de nuestra auténtica naturaleza, las cuales
no tienen ninguna causa externa; tan sólo la conexión profunda con lo que
verdaderamente somos. En la esencia también se encuentra nuestra vocación,
nuestro talento y, en definitiva, el inmenso potencial que todos podemos
desplegar al servicio de una vida útil, creativa y con sentido.
Eso
sí, para reconectar con nuestro bienestar perdido, necesitamos cultivar el
denominado “egoísmo consciente”. Es decir, aquel que nos permite resolver
nuestros conflictos internos por medio del autoconocimiento. Para llevar un
estilo de vida saludable es importante dedicarnos algo de tiempo cada día para
darnos lo que necesitamos y preservar así nuestro equilibrio emocional. Y es
que ¿cómo podemos estar bien con otras personas si no sabemos estar a gusto con
nosotros mismos?
En
este punto es cuando sentimos la necesidad de decir “no” a los demás. Y es que
a menos que aprendamos a ser felices por nosotros mismos, difícilmente podremos
ser cómplices de la felicidad de la gente que forma parte de nuestro entorno
familiar, social y laboral. Por medio de este egoísmo consciente sanamos
nuestra autoestima y fortalecemos la confianza en nosotros mismos.
EL
EGOÍSMO ALTRUISTA
“El amor beneficia más al que ama que al que es amado.”
(Anthony de Mello)
El
egoísmo consciente es el puente que nos permite evolucionar del egoísmo
egocéntrico al “egoísmo altruista”. Este deviene de forma natural cuando
reconectamos con nuestra esencia. Entonces disponemos de todo lo que
necesitamos para sentirnos completos, llenos y plenos por nosotros mismos.
Sabemos que estamos en contacto con nuestro yo verdadero cuando
independientemente de cómo sean nuestras circunstancias externas, a nivel
interno sentimos que todo está bien y que no nos falta de nada.
También
estamos en contacto con nuestra esencia cuando somos capaces de elegir nuestros
pensamientos, actitudes y comportamientos, cosechando resultados emocionales
satisfactorios de forma voluntaria. Cuando dejamos de perturbarnos a nosotros
mismos, haciendo interpretaciones de la realidad mucho más sabias, neutras y
objetivas. Cuando conseguimos ver el aprendizaje de todo cuanto nos sucede.
Cuando experimentamos una profunda alegría y gratitud por estar vivos. Cuando
confiamos en nosotros mismos y en la vida.
Por
medio de nuestra habilidad para aprender y evolucionar, los seres humanos
tenemos la capacidad de poner nuestro propio interés al servicio del bien común
de la sociedad. Es decir, hacer un bien al mundo y que, como
resultado, eso nos haga bien, tanto emocional como económicamente. Este egoísmo
altruista consiste en hacer algo que nos gusta hacer y que además reporta
beneficios para otras personas. El altruismo no es un acto moral. No lo hacemos
porque tengamos que hacerlo. Y no tiene nada que ver con la caridad.
Tampoco lo hacemos para ser buenas personas. Somos altruistas
simplemente porque hacer el bien nos hace sentir bien. Nos genera bien-estar.
Por todo ello, demonizar el egoísmo nos impide hacer un adecuado uso de él.
Saber diferenciar entre estos tres tipos de egoísmo es clave para disfrutar más
plenamente de nuestras relaciones.
Artículo
publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 7 de abril de
2013.
Seis
situaciones en las que ser egoísta está muy bien
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