Para la astrología el orden del cielo refleja en los asuntos en la Tierra. El orden de los ciclos de los planetas se corresponde con el orden de la naturaleza y, por lo tanto, de la vida de los humanos. Como el día y la noche, o como las estaciones del año. Cómo percibimos y construimos la realidad del mundo y de nuestras existencias individuales está en sintonía, más armónica o más distorsionada, con cómo interpretamos y traducimos ese clima celeste, con cómo nos representamos el orden simbólico de los planetas en el cielo y respondemos (o reaccionamos) a él.
Entre todos
los ciclos planetarios hay uno que adquiere relevancia en este específico
contexto histórico: el ciclo de Neptuno. Su recorrido zodiacal demanda 165 años
y desde 2011 está en tránsito por el signo de Piscis, agotando la última
estación de un viaje que comenzó en 1861, para dar inicio a un nuevo periplo en
2025 cuando ingrese en el signo de Aries.
¿Qué
simboliza Neptuno y qué representa su ciclo en la experiencia de la humanidad?
Neptuno es el planeta de la sensibilidad al misterio. Nuestra capacidad
perceptiva para registrar lo que está más allá de lo que puede ser entendido o
explicado por la razón. Nuestro don sensible místico y espiritual. Es el
símbolo del inconsciente profundo y de sus imágenes, del mundo onírico y
artístico. Representa nuestra capacidad de contacto con un orden sagrado y de
resonar con la dimensión del alma. Simboliza el sentimiento de empatía
universal, de compasión, de sentir como propio el padecer de todo ser vivo, más
allá de toda diferencia particular. Neptuno es el gran disolvente de toda
frontera que nos separa y disocia de la corriente general de la vida.
Con cada
ciclo de Neptuno, la humanidad desarrolla una experiencia de su capacidad de
dar cuenta del misterio trascendente, de empatizar con los demás, de aliviar el
sufrimiento del mundo y contribuir al bienestar global. La vivencia de una
visión redentora, que disuelva el dolor y promueva la felicidad. El compromiso
con causas de salvación, que nos rescaten del espanto, de las injusticias y del
mal, y nos acerquen a lo bello, lo justo y lo bueno.
Hacia 1861,
al menos en Occidente, pueden distinguirse tres visiones trascendentes y
salvadoras que comenzaron a gestarse, casi “tres grandes religiones” que
provocaron suficiente empatía y convicción acerca de “la realidad del mundo” en
la enorme mayoría de las comunidades humanas y que afectaría a la totalidad del
planeta durante todo el siglo XX hasta hoy.
Por un lado,
la visión republicana para la organización de las sociedades y
de los estados nacionales, sostenida en el sistema democrático y en el modo de
producción capitalista y del libre mercado. Promovió un fabuloso incremento del
desarrollo tecnológico y científico que redundó en la creencia en el progreso
constante y positivo que inevitablemente terminaría con todos los males del
mundo.
En
contraposición, con la obra de Karl Marx, surge también la visión del
comunismo, reparadora de las injusticias generada por la desigualdad social
que provoca el sistema capitalista y democrático, y que organiza las
comunidades desde un poder central y estatal que aspira al ideal de una
sociedad sin clases, con el costo del sacrificio de la libertad.
Más allá de
lo político, otro efecto de aquél comienzo de ciclo neptuniano es el
surgimiento de la visión psicológica de la condición
humana. Es el tiempo en el que nacía Sigmund Freud y en el que la ciencia
médica comienza a explorar lo que hasta ese momento fue propiedad exclusiva de
filósofos, artistas y sacerdotes: el misterio del alma y del sufrimiento
emocional. La existencia del inconsciente, de una dimensión onírica, plagada de
imágenes y sensaciones vitales, que desborda la razón, y que ya no se reduce a
la categoría de fuerzas demoníacas o angelicales, propia de las descripciones
religiosas tradicionales.
Capitalismo,
comunismo y psicología. Visiones trascendentes de la realidad, redentoras del
padecimiento humano, que, generadas en Occidente, alcanzaron carácter universal
a lo largo de los últimos 165 años y que ahora parecen estar en crisis de
agotamiento y disolución. La oportunidad creativa de un nuevo comienzo de
ciclo, de nuevas visiones integradoras del misterio de la vida humana… para los
próximos 165 años.
Por último,
dos fenómenos gestados a mitad del siglo XIX de los que Neptuno nos destaca su
trascendencia. En 1863 en Inglaterra se crea el football. Una
actividad deportiva que se despliega a escala universal, hasta convertirse en
el principal ritual colectivo de la humanidad, de competencia y encuentro de
las diferencias nacionales que, al mismo tiempo, despierta (y nos expone) a las
pasiones y riesgos del sentimiento nacionalista y gregario vivo en lo profundo
del alma humana. Y también en aquellos años, con el daguerrotipo, comienza el
desarrollo de la fotografía, que pronto dará paso al cine, a la televisión y
que terminará por plasmarse en “el mundo de imágenes en pantalla” que hoy
habitamos como sustancia de nuestra realidad cotidiana. Una realidad virtual
que desplegará potencialidades humanas que exceden nuestra imaginación a lo
largo del ciclo de Neptuno que se avecina.
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