Existe cierto temor de que si no lo hacéis, si entregáis todo, no os quedará nada para dar. De modo que solo damos en partes... mantenemos la zanahoria colgando... por eso nos contenemos. Mantenemos el misterio.
No permitís que la mujer entre en todo vuestro ser y lo conozca en su totalidad, porque en cuanto os conoce totalmente puede experimentar desinterés. Mantenéis algunos rincones distantes para que ella siga pensando: “¿Qué son esos rincones? ¿Qué más tienes para dar?”. Y busca y busca, y os persuade y os seduce... Y de la misma manera ella retiene y contiene mucho.
Existe cierta comprensión, una comprensión animal, de que una vez que se ha conocido el misterio, este desaparece. Amamos el misterio, amamos lo desconocido: cuando es conocido, cartografiado, medido, entonces se ha acabado. ¿Qué otra cosa queda? Vuestra mente aventurera empezará a pensar en otras mujeres y ella empezará a pensar en otros hombres. Eso es lo que les ha sucedido a miles, millones, de maridos y esposas: se han mirado totalmente... ¡y se han acabado! En ese momento el otro carece de alma, porque el misterio no está ahí... y el alma existe en el misterio.
Esta es la lógica que hay en ello. Pero cuando sois verdaderamente independientes y estáis entregados al dios del amor, entonces os podéis abrir por completo. Y en esa apertura os convertís en uno. Cuando dos personas están abiertas dejan de ser dos. Cuando los muros desaparecen, la habitación es una.
Y ahí es donde radica la realización.
Eso es lo que buscan todos los amantes, con lo que sueñan y lo que desean. Pero
si no lo entendéis correctamente, podéis buscar y buscar en la dirección
equivocada.
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