Por CONNIE ZWEIG
“…Las mujeres
se hacen, no nacen. No habiendo pasado por los fuegos de la individuación,
algunas continúan siendo niñas.
Despreocupadas
y quizá descuidadas, quedan ligadas a los ideales de la infancia, la promesa de
perfección, el sueño del potencial humano sin límites. Se quedan en la
superficie sin contacto con las profundidades, llenas de sonrisas optimistas
pero esencia femenina incapaces de soportar las cargas de la responsabilidad,
las tensiones del compromiso, la sobria realidad de la adultez.
Otras se
convierten en señoras. Pertrechadas con los símbolos y conductas de pareja de
la feminidad tradicional, se forman a sí mismas para proveer las necesidades de
otros. Conocidas en los círculos junguianos como mujeres “anima”,
voluntariamente (aunque tal vez sin saberlo) cargan con las proyecciones de los
hombres, adoptando las imágenes estereotipadas de belleza de la sociedad para
complacerles y permanecer en contacto con ellos.
Otras se
convierten en pseudo-hombres. Conocidas como mujeres “animus”, se forman a sí
mismas para ser independientes, productivas y voluntariosas. Llamadas
popularmente «hijas del padre», descartan las sendas de sus madres y se
identifican más con el mundo masculino.”
“Una amiga me
contó que, para esquivar la presencia constante y seductora de los hombres
hacia los quince años, neutralizó su apariencia deliberadamente y aprendió a
actuar bruscamente, como «un chaval». Hoy luce prendas de alta costura y tiene
un aire de rigidez intransigente. Las mujeres “animus” tienden a ser hábiles en la primavera sociedad, competentes y llenas de confianza, excepto, tal vez,
respecto a su propia feminidad, que no se expresa en formas típicamente
atractivas. Los hombres gustan de entablar amistad y hablar con ellas, pero se
van a otra parte a escoger compañeras románticas, lo cual puede dejarlas
sintiéndose abandonadas y perplejas.
Para muchas
mujeres, esta experiencia puede conducir a un doloroso conflicto interno entre
sentirse poderosa en el mundo y sentirse atractiva como mujer. Pero también
puede despertar a la mujer a su anhelo más profundo de ser auténticamente
femenina, experimentarse a sí misma plenamente como ser humano femenino y, a la
vez, ser un individuo fuerte e in- dependiente cuyo poder y autoridad brotan de
su propio interior.
Hoy nuestra
sociedad está tan estructurada que deja insatisfecho este anhelo. Como señalan
Polly Young-Eisendrath y Florence Wiedemann en su libro “Female Authority“, la
mujer no puede ser a la vez un adulto sano y una mujer ideal. Si adopta una
actitud categórica y competente se la considera demasiado «masculina» y deja de
ser atractiva para los hombres. O bien atrae hombres blandos e infantiles que
buscan en ella fuerza y claridad. Por otro lado, si ella elige un estilo
tradicional de feminidad, definido por los hombres y por una cultura masculina,
se vuelve dependiente, desamparada y sin opciones. En ambos casos, muchas
mujeres dicen sentirse profundamente insatisfechas como mujeres.
Por desgracia,
las imágenes arquetípicas de la psicología profunda que hemos 0-00-Afrodita
GoddessPamela Matthew (1)descrito más arriba no encajan con las necesidades más
profundas de la mujer. Desarrollar sólo “la puella” (niña eterna), la mujer
“anima” (Afrodita/amante) o la mujer “animus” (Atenea/amazona) significa dejar
nuestras almas femeninas incompletas y sin respuesta a nuestra cuestión
apremiante: ¿Qué significa ser mujer en un mundo de hombres para aquellas de
nosotras que no queremos quedarnos en casa y «volvernos como nuestras madres»
ni luchar agresivamente y «volvernos como los hombres»? ¿Qué ritos de paso nos
permitirán imaginar y personificar un tipo de feminidad elegido conscientemente
y que contenga los logros de nuestra independencia arduamente obtenida?
Durante los
años que estuve investigando para preparar mi libro “Ser mujer”, descubrí
pistas que apuntan a algunas respuestas.
Creo que, ante
nuestras oportunidades económicas, educativas y psicológicas sin precedentes,
estamos viendo emerger un nuevo arquetipo del desarrollo de la mujer-luz mujer.
Mientras Marion Woodman habla de feminidad consciente, yo he preferido llamarlo
«femenino consciente», designando el estatus femenino como principio
arquetípico. Hay muchos pórticos que llevan a lo femenino consciente. Se abren
de forma continua y simultánea para la mujer que trabaja su interior. Por
ejemplo, necesitamos explorar las raíces de nuestras heridas madre-hija. Los
sentimientos esenciales de cada niña acerca de sí misma, su cuerpo y sus relaciones
con otros se basan en su vínculo con su madre. Ella es nuestra fuente, y ella
es nuestro modelo de cómo ser mujer.
Como muchas
relaciones madre-hija carecen tremendamente de intimidad y/o independencia,
anhelamos la madre que nunca fue, y que nunca pudo ser. Por este motivo, como
adultas, podemos querer aprender a «re-madrarnos» encontrando, a través de
diversas opciones, medios para despertar en nosotras, esas cualidades
maternales que buscamos. Para ello podemos volver a conectar con la niña
interior, encontrar sustento y guía en una madre sustituta como una terapeuta o
amiga, experimentar la condición de madre tan conscientemente como podamos, o
recibir los dones de una abuela sabia.
Como escribe
Kathie Carlson en “In Her Image“, hemos de estar dispuestas a sufrir a mujeres
sanadoras nuestras madres en nosotras, ver las raíces de su conducta en
nosotras, y perdonarla y transformarla en nosotras. También podemos realizar
nuestra suerte común como mujeres, hallando en nuestra madre interior
respuestas a la impotencia, las perversiones del espíritu o los potenciales
distorsionados. Volvernos conscientes de los efectos negativos de nuestras
madres en nuestra vida no es suficiente. Carlson añade: «es como si debiéramos
aceptar a nuestras madres y llevarlas en nuestro interior psicológicamente,
como ellas nos llevaron en su día físicamente».
Además,
necesitamos explorar las raíces de nuestras heridas padre-hija. Estas raíces
son profundas e incluyen nuestras conexiones entrelazadas con nuestro padre
personal, otros hombres significativos, la cultura patriarcal en que vivimos y
el principio interior masculino (animus). Todos estos factores contribuyen a
yin-yan formar nuestras imágenes y expectativas de los hombres y del ámbito
masculino. Cuando empezamos a clarificar su dinámica oculta y nos hacemos
conscientes de ella, empezamos a «re-padrarnos». Igual que nuestras madres,
nuestros padres no pudieron satisfacer las necesidades sobrehumanas que cuando
éramos niñas proyectamos sobre ellos. A veces, por desgracia, tampoco pudieron
satisfacer las necesidades demasiado humanas, quizá debido a la insuficiencia
de sus propios padres.
Así, la mayoría
de las mujeres tienen sentimientos muy heridos en relación con sus padres, que
abarcan desde el odio intenso a la adoración idealizada. Para desarrollarnos
psicológicamente, necesitamos examinar cuidadosamente estos sentimientos y sus
efectos en nuestras vidas. Necesitamos mirar de cerca cómo nos hemos apropiado
de las cualidades de nuestros padres o las hemos rechazado, cómo nos hemos
identificado con nuestros padres y vuelto como ellos, cómo los hemos temido y
cómo nos hemos rebelado.
Por ejemplo,
una mujer me explicó que había adoptado a propósito algunos de los rasgos de su
padre y quiso ser tal como él la quería. Su hermana, por el contrario, se fue
en dirección opuesta para frustrar los deseos de su padre. En el primer caso, la
mujer intentó vivir la vida que él no había vivido; en el segundo, intentó huir
de su1-Francene Hart dancingeternity influencia. Sin embargo, desde el punto de
vista de la individuación, ambas están atrapadas en una dinámica determinada
por intensos sentimientos respecto a él y no por sus propias decisiones
adultas.
Nuestros padres
también tienen una gran influencia en cómo experimentamos nuestro poder y
belleza. El “anima” del padre (su imagen femenina interior) puede ser llevada
inconscientemente por la hija, dándole una sensación de dominio sobre él, pero
atrapándola en imágenes masculinas de la belleza y feminidad. Por otra parte,
el padre puede devaluar la feminidad de su hija, criticando su creciente
elegancia o sus maneras hombrunas y erosionando su naciente confianza en sí
misma. En ese momento, ella empieza a anhelar ser una mujer distinta de la que
es. Más tarde en la vida, cuando somos atraídas hacia amantes y parejas,
nuestros padres (ya plenamente interiorizados) continúan afectando nuestras
decisiones y comportamientos.
Las mujeres con
padres ausentes pueden proyectar sus ideales, imaginarios y perfectos, sobre
otros hombres, buscando siempre a «el que se fue» y que sabe hacer bien las
cosas. Otras buscan el opuesto de sus padres, las cualidades de su sombra,
decididas, aun sin saberlo, a no recrear la relación original padre-hija.
Por ejemplo,
entrevisté a una mujer cuyo padre continúa siendo una figura muy cariñosa y
entregada en su vida. Es muy simpático hablando, consiguió tener éxito en los
negocios y aprecia mucho el conocimiento de la política y la historia.
Durante vitalidad femenina años, esta mujer ha tenido relaciones íntimas con
hombres que, a diferencia de su padre, son poco mundanos y no tienen éxito en
las finanzas, y cuya prioridad es el desarrollo de sus capacidades emocionales
y psíquicas. Ella ha buscado el opuesto de su padre, casi como si un hombre así
fuera suficiente en su vida.
Por estas y
otras razones, es esencial empezar a clarificar las complejidades de esta
relación primaria. Tanto si nos identificamos abiertamente con nuestros padres
como si abiertamente les rechazamos, no seremos libres para crear una feminidad
propia hasta que detectemos esta mano invisible en nuestro destino.
El padre y
otras figuras paternas en la vida de la mujer son también la fuente de su (el elemento interior masculino). Así,
«re-padrarnos» implica despertar y aislar este elemento del inconsciente. Los
arquetipos de “animus” y “anima” son modelos universales que se hallan en la
psique humana. Jung empleó estos términos en relación con el latín “animare”,
que significa vivificar, porque consideró que actúan como espíritus
vivificadores en hombres y mujeres.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario