Hermanos, que avancemos raudamente hacia estados
superiores de consciencia, saturándonos de Comprensión, Compasión, Perdón y
Misericordia. Y que esa misericordia y ese perdón comiencen por nosotros
mismos. En estos días de confusión, de contradicciones, de malentendidos, donde
pareciera que no podemos siquiera escuchar al que opina, cree o siente de modo
diferente al de nosotros, creo que debemos seriamente volver al simple mensaje
de los Grandes de Espíritu, de los seres que como San Francisco nos enseñaron
el mejor modo de vivir nuestra vida en la tierra con palabras simples y
conceptos claros. “….que no busque ser consolado sino consolar”
Hoy, que el Cristo de la Tierra, el bendito
Maitreya nos llama como no nos ha llamado jamás, es hora de que nos preguntemos
en las pequeñas acciones de todos los días si estamos dispuestos a comprender y
a consolar y a perdonar, en primer lugar, es decir sin esperar a que el otro
primero lo haga.
El Cristo nos llama en esta hora a ser “la Voz
de los que no tienen voz” la voz de los que no saben qué pedir, porque su
consciencia no les alcanza para darse cuenta de lo que les está faltando.
Yo quiero pedir perdón comprensión y consuelo
para nosotros mismos, porque este es el único modo en que vamos a ser capaces
de comprender, perdonar y consolar a los que están, de algún modo, a nuestro
cargo.
¿Quiénes son los que están a nuestro cargo? En
primer lugar están a nuestro cargo “los que llegan”, los que están
naciendo, los que estrenan encarnación en estos tiempos. Ellos tienen que ser,
no solo recibidos, sino los bienvenidos. Cada mañana al levantarte manda un
pensamiento de bienvenida a todos los seres que están naciendo, en especial a
todos los bebés humanos y dales la bienvenida. Si en tu vida hay niños y bebés
cercanos que se sientan nutridos con tu sonrisa, en un expreso acto de
bienvenida diles cuanto te importan. Si podés un poco más, compartí con ellos y
con los que lo tienen a cargo tus bienes, tu comida, tu ropa, tu
bienestar.
¡Cuántos niños desamparados, cuantos jóvenes
abandonados a su propia suerte! Oremos para que nunca más un adulto le diga a
un joven o a un niño que no sabe qué hacer con él. Si un adulto no sabe qué
hacer con él, que puede hacer ese niño o ese joven sino entrar en desolación,
pensando: Si los mayores, los que saben, los que pueden, no saben qué hacer
conmigo ¿Qué podré yo sólo hacer?
No caigamos en el desamparo y recibamos a los niños
que llegan, a los jóvenes en los lugares de estudio, a los enfermos en los
lugares de curación, a los humanos en nuestra casa, que es en definitiva
nuestro corazón. Es mi sincera plegaria
Marta N. Paillet
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