Alejandro Lodi
(abril 2020)
Quizás con cada conjunción de Saturno y
Plutón en el cielo caigan mitos. Quizás cada una de esas fechas sea sincrónica
con la disolución de un supuesto inconsciente, de un imaginario que la
comunidad reproducía como una condición natural, y que impregnaba su respuesta
a los acontecimientos (y acaso su generación). Un mito que sostenía la
organización del poder (eso es Saturno-Plutón) que ahora entra en colapso y que
ya no es tolerado por el discernimiento colectivo. La caída de creencias
arraigadas, de ideas que replicamos sin cuestionar, de eslóganes (¿mantrams?)
que repetimos con la ciega fidelidad a mandatos bíblicos.
Incumbe a la humanidad. Pero nos
concentraremos en nuestra historia argentina. Dejo al lector curioso la tarea
de meditar sobre qué mitos cayeron con este hito astrológico en 1820, 1852,
1883 y 1914. Será suficiente aquí con atender a 1947 y, en particular, 1982 y el
presente.
.Las fuerzas armadas como reserva moral de
la nación
En 1982, la tragedia de la guerra de
Malvinas y las aberraciones de la represión clandestina del último gobierno
militar provocaron la caída de un poderoso mito vigente, al menos, desde finales
del siglo XIX y cristalizado desde 1930. El supuesto inconsciente de que las
fuerzas armadas simbolizaban la reserva moral de la nación. Desde ese
supuesto, nuestra comunidad naturalizó durante décadas la superioridad moral de
los hombres armas sobre la sociedad civil, no sólo con los golpes de Estado,
sino con la obligatoriedad del servicio militar como modo de grabar
argentinidad en la conciencia de los ciudadanos (varones) y con el
adoctrinamiento escolar en el culto a generales, coroneles y capitanes como
hacedores de la patria.
Las fuerzas armadas como reserva moral de
la nación es un imaginario desvanecido desde
1982, en correspondencia con la anterior conjunción de Saturno y Plutón. Nadie
que hoy lo sostuviera encontraría resonancia en la conciencia colectiva. Es un
hechizo conjurado. Un encanto infantil del que nos hemos liberado para asumir
un desafío de madurez. O, al menos, para confrontar con otros encantos (la
capacidad de producir imágenes fascinantes, por cierto, no es patrimonio exclusivo
de la niñez).
¿Qué mitos se mostrarían agotados en
sincronicidad con la actual conjunción de Saturno y Plutón en 2020? ¿Qué
persistentes creencias entrarían en crisis si somos capaces de hacer contacto
directo con nuestra realidad social tal como se muestra a nuestra percepción?
¿Qué hechizos podríamos conjurar a partir de reconocer la pobreza, la
violencia, la corrupción y las adicciones narcóticas vigentes y gestadas
desde 1982? Reconocer los fríos datos de la realidad exige resignar fantasías encantadas.
Como lo fueron los desaparecidos y los muertos de Malvinas, en 1982, para aquel
mito de la superioridad moral de la casta militar. Entre otros significados, la
conjunción de Saturno y Plutón ofrece la oportunidad de ver la sombra de
aquellos supuestos inconscientes en los que forjamos la construcción de nuestra
realidad. Y sólo viendo el horror nos mostramos dispuestos al sacrificio de “lo
que necesitamos creer” que es real.
Pobreza, violencia, corrupción y
narcotráfico se corresponden. Se afectan mutuamente. Tienen que ver con la
organización económica y sus imaginarios. Y esos imaginarios reproducen
cosmovisiones de la realidad, representaciones que traducen la complejidad de
las relaciones humanas en relatos coherentes y simples, verdades absolutas que
reducen el entramado inconsciente de la realidad vincular a la causalidad
unilateral de la voluntad personal: los acontecimientos responden a la decisión
de “alguien”, y ese “alguien” puede ser “bueno” o “malo”. Economía y creencias.
Convivencia social y valores humanos.
.
Los revolucionarios de izquierda como
reserva humanista de la nación
El respeto a los Derechos Humanos
como patrimonio exclusivo de la épica revolucionaria de los partidos políticos
de izquierda es un mito que un contacto sincero -intelectual y
sensible- con los hechos de nuestra historia invita a meditar.
La reducción de la dinámica de las
relaciones humanas a un perpetuo conflicto excluyente y a la lucha de facciones
por la supremacía absoluta (ya sean razas, clases sociales, credos religiosos,
etc.) necesariamente lleva una percepción de la justicia y la igualdad que
justifica la violencia. Es inevitable que tal visión derive en la guerra social
como condición para que emerja una sociedad más justa e igualitaria. El uso de
la fuerza para imponer las creencias. Una visión que necesita que un grupo
humano concentre “el mal” y otro “el bien”, y que la desaparición del otro (“el
exterminio del mal”) sea el motor de la acción. Así, los valores universales de
la humanidad resultan propiedad exclusiva de “la facción del bien”, lo que
implica que le serán negados a “la facción del mal”. A lo largo de la historia,
tal visión es característica de cualquier grupo humano que cede al encanto del
absoluto: una mirada de la realidad que se cristaliza en un polo y rechaza al
otro (es decir, que se polariza), y pierde entonces percepción del vínculo
entre ambos (es decir, de la dinámica de los polos). La visión de las
relaciones humanas como lucha excluyente entre “el bien y el mal” excita la
polarización. Y esa visión puede recrearse en posiciones políticas de derecha o
de izquierda, reaccionarias o revolucionarias, fieles a un dios o ateas. Los
extremos se tocan.
La justificación del asesinato político en
el contexto de guerra social o de liberación nacional entra en contradicción
con el respeto de los valores humanos. El sufrimiento del otro como modo de
justicia, la necesidad de confirmar la vida social como el campo de batalla de
bandos irreconciliables, la percepción de la diversidad humana, de sus visiones
e intereses contrapuestos, como una anomalía que deber ser reparada con la
imposición forzada de una visión única y hegemónica que no pueda ser
cuestionada, simboliza el cruce de un umbral ético: silenciar la voz de la
propia conciencia, quebrar un íntimo discernimiento que nos alerta desde lo
profundo del alma. Cuando los nobles ideales invocados entran en contradicción
con la acción manifiesta, cuando el valor de los fines se contrapone con los
medios empleados, se revela una patología en las conductas humanas. Se trata de
una disociación, de una pérdida de empatía con el otro y de contacto con la
realidad, que puede alcanzar extremos de psicosis. No sólo de ser indiferente
al padecimiento del otro, sino de justificar su exterminio. Y esa disociación,
también, puede recrearse en posiciones políticas de derecha o de izquierda,
reaccionarias o revolucionarias, fieles a un dios o ateas. Los extremos se
tocan.
Acaso, entonces, así como los militares no
son su reserva moral, los revolucionarios de izquierda no sean la reserva
humanista de la nación.
.
El peronismo como reserva de sensibilidad
social de la nación y el liberalismo como reserva del progreso de la nación
El otro mito sobre el que propongo meditar
es el del peronismo como reserva de sensibilidad social de la nación.
Y el de su mito contrapuesto: el liberalismo como reserva del progreso
de la nación.
La economía plantea dos temas cruciales:
la generación de la riqueza y la distribución de la
riqueza. Podríamos representarlo como “el yin-yang de la economía”: la
generación y la distribución como dos polos interpenetrados. Si no hay
generación, la distribución deriva en pauperización; si no hay distribución, la
generación deriva en explotación. Como ocurre con toda dinámica polar, también
puede distorsionarse en una polarización: “generación sin distribución” o
“distribución sin generación”. Más aún, en extremos patológicos, esta
polarización puede generar un encanto beligerante y convencernos de que “la
generación es enemiga de la distribución” o que “la distribución es enemiga de
la generación”.
En Argentina, el surgimiento del peronismo
tuvo la impronta de hacer visible a gran parte de la población que permanecía
ignorada, incluirla al sistema social y otorgarle una dignidad y poder hasta
ese momento negados. El peronismo es emergente de la caída del mito del liberalismo
como reserva de progreso de la nación. Redimió a las víctimas de un sistema
económico y político polarizado que naturalizaba la generación de recursos con
explotación de la mano de obra y la exclusión sistemática de la vida
institucional de gran parte de los argentinos. En sincronicidad con la
conjunción Saturno-Plutón de 1947, la clase trabajadora cobró identidad y se
incorporó de un modo formal a la economía, poniendo como prioridad el valor de
la distribución.
No obstante, desde su nacimiento, el
peronismo canonizó un mantram, los versos incluidos en una marcha militar
devenida en himno popular: saber conquistar a la gran masa del pueblo
combatiendo al capital… Esas palabras quedan grabadas como un
mandamiento en la memoria de quienes se sintieron rescatados por el líder
redentor. Sintetizan, además, una visión de la economía y de la justicia social
que se estructura en un dogma ideológico, en una creencia que es necesario
sostener y reproducir en nuevas generaciones. Una antinomia, que recorre toda
nuestra historia, queda sacralizada con el peronismo: pueblo versus capital.
Otro modo de distribución versus generación. O
de estado versus mercado.
Sabemos que en toda polarización se pierde
contacto con la polaridad. La cristalización en polos vela la
percepción de la dinámica entre polos. El antagonismo
excluyente bloquea la complementariedad incluyente. Y la
consecuencia de esta pérdida del vínculo entre polos a favor de la excitación
por la hegemonía absoluta de uno de ellos siempre es (auto) destructiva,
regresiva.
La fuerza redentora del peronismo en el
momento de su emergencia (sincrónica a la conjunción Saturno-Plutón de 1947) le
otorgó al mantram que reza saber conquistar a la gran masa del pueblo
combatiendo al capital un aura de verdad y de convicción. Hasta 1982
(momento de la siguiente conjunción), con el peronismo derrocado, proscripto y
con su líder en un exilio de casi 20 años, la situación política y social parecía
confirmarlo. ¿Puede tenerla hoy luego de las últimas cuatro décadas
transcurridas? ¿Resulta verdadera y convincente la antinomia entre generación y
distribución, entre capital y pueblo, entre mercado y estado? Quizás en los
últimos 37 años, la vida social y económica de la Argentina reprodujo y agravó
el encantamiento de una polarización histórica entre “conquistar a la gran masa
del pueblo combatiendo al capital” (pueblo sin capital) y “conquistar gran
capital combatiendo al pueblo” (capital sin pueblo). Un hechizo en el que se
pierde toda percepción de dinámica polar entre capital y pueblo, mercado y
estado, generación y distribución. Un “canto de sirena” que no permite apreciar
el yin-yang entre riqueza y pobreza: la pobreza no puede erradicarse sin generar
riqueza, la riqueza no puede disfrutarse sin reducir la pobreza.
Tomo en este punto de nuestra meditación
una referencia mitológica, con alguna licencia esotérica. En uno de sus
célebres doce trabajos, Hércules debe matar el león de Nemea. Se escondía en
una cueva con dos aberturas y cada vez que el héroe ingresaba por una de ellas
para enfrentarlo, el león lo evitaba saliendo por la otra. Cada abertura era
una salida y un ingreso, en un circuito cerrado y repetitivo. Sólo al bloquear
una de las salidas pudo forzarlo al encuentro y cumplir con su tarea. Una
metáfora de la dualidad como escape y de la necesidad de abstenerse de la
reacción de “escapar por un polo” y sostener así el incómodo desafío creativo
de enfrentar la realidad.
Quizás el mito económico liberal de que la
riqueza acumulada por algunos emprendedores derrama bienestar en el resto de la
comunidad y el mito económico social de que para garantizar distribución hay
que combatir al capital, representen “las dos aberturas de la cueva” por las
cuales repetimos “entradas y salidas” desde hace décadas, convencidos de haber
resuelto el problema. Ambos imaginarios económicos atrapados en una rueda de
repetición y que simbolizan las fantasías que necesitan ser disueltas, “las
salidas que deben ser bloqueadas”, para asumir la realidad y afrontar el reto
creativo del crecimiento y del progreso.
Con la perspectiva del tiempo (y gran
dosis de honestidad perceptiva), en el contexto de la actual conjunción de
Saturno y Plutón en 2020, podemos observar una particular paradoja del ciclo
que se inició en 1983: el propio peronismo supo liderar políticas de “estado
sin mercado” tanto como políticas de “mercado sin estado”. Arriesgó un ensayo
de “capital sin pueblo” en los 90 y de “pueblo sin capital” en los 2000,
sin resignificar aquellos versos de su himno fundacional. En ambos casos, llevó
a cabo esas políticas con la misma vehemencia, con la misma hegemonía y con
casi los mismos dirigentes. El resultado fue la ausencia de un crecimiento
económico sostenido, un estado de estancamiento y consecuentes crisis, lo que
implicó el incremento de la pobreza, la corrupción, la violencia social y el
narcotráfico.
Los índices de pobreza desde 1983 son
explícitos y contundentes. Los números pueden variar de acuerdo a los criterios
técnicos con los que se haya realizado la medición, pero no el diseño de la
curva. El porcentaje de habitantes bajo la línea de pobreza heredado en 1983
era algo superior al 20 %. En los primeros años de democracia descendió algunos
puntos, pero con la crisis hiperinflacionaria de 1989 se duplicó. La
estabilidad de mediados de los 90 logró reducirlo, aunque nunca por debajo del
20% de 1983, pero fue luego incrementándose hasta superar el 50 % con la crisis
del plan de convertibilidad en 2001-2002. Hubo una efectiva reducción en la
primera década del siglo, pero el descenso se detuvo alrededor de los 30
puntos. Osciló en esa cifra, hasta que la crisis de 2018 y 2019 lo disparó más
allá del 40 %. Falta registrar la incidencia en la economía, y en el índice de
pobreza, de la actual crisis sanitaria.
La curva de la pobreza desde 1983 indica
períodos de estabilidad, crisis con picos de alto incremento a los que le sigue
una recuperación que, no obstante, siempre se detiene en un nivel mayor al piso
anterior. Un patrón que se repite, pero con un progresivo deterioro. Sobre una
población de 25 millones de personas, aquel 20% de 1983 representaba 5 millones
de pobres. Sobre los estimados 45 millones de argentinos de la actualidad, el
40% de pobres representa, al menos, 18 millones de personas.
Desde 1983 hasta 2020, el peronismo
gobernó 24 de los 37 años transcurridos, sin proscripciones, sin golpes, ni
exilios. Durante ese período la pobreza, con coyunturas de crecimiento y de
reducción, se afirmo como estructural. Y del mismo modo la corrupción, la
violencia social y el narcotráfico. La sensibilidad sólo alcanzó a la
(necesaria pero insuficiente) asistencia social, hasta cristalizarse en
asistencialismo y convivir con el crecimiento de la marginalidad, los asentamientos
urbanos y la depreciación de la calidad de vida (deterioro de la educación
básica y de la sanidad). Asistir no es revertir. Y quizás lo más perverso
resulte la creación de una dirigencia política y social que depende del sistema
de asistencialismo (y, por lo tanto, de la pobreza) para mantener e incrementar
su poder.
En 2020, en tiempos de conjunción
Saturno-Plutón, el mito del peronismo como la reserva de sensibilidad
social de la nación y del liberalismo como reserva de progreso
y bienestar de la nación tienen la oportunidad de ser disueltos. Para
eso, la generación de riqueza y la distribución de
riqueza deben percibirse como una dinámica, como polos en
complementariedad. La posibilidad creativa es unir por la “y”, mientras que es
rasgo de nuestra decadencia persistir en la “o”. Disolver la polarización para
que emerja la dinámica de polaridad implica registrar que la empatía con los
que sufren pobreza exige compromiso con la generación de riqueza. El peronismo
no es suficiente para abordar la decadencia social y económica y las urgencias
del presente, ni tampoco, por sí solo, es garantía de su reversión. La voluntad
de contribuir a la erradicación de la pobreza, de la violencia social, de los
hábitos de corrupción y del tráfico de drogas, no requiere la adhesión a
determinada facción política o el culto a la personalidad de un líder. Si somos
auténticamente sensibles a nuestra realidad de espanto, no podemos prescindir
por motivos ideológicos de la voluntad y energía de ningún miembro de la comunidad
que desee contribuir a la solución. No es necesario ni suficiente proclamarse
liberal para plantearse cómo generar riqueza, ni peronista para reparar la
injusticia social.
Del mismo modo que en 1982 descubrimos que
el sentimiento patriótico no exige ser militarista, quizás hoy podamos asumir
que la sensibilidad social no exige ser peronista, ni el respeto a valores
humanos ser revolucionario de izquierda, ni el anhelo de crecimiento y
desarrollo económico ser liberal. Ninguna de esas categorías resulta necesaria
ni suficiente para resonar con la patria, la solidaridad, el humanismo y el
progreso. En verdad, se trata de una buena noticia: la patria, la solidaridad,
el humanismo y el progreso son vivencias universales que no necesitan ser
encasilladas en facciones separativas. Sin embargo, si hemos hecho identidad
política (y personal) en alguno de esos encajes ideológicos, defenderemos la
potestad exclusiva de esos sentimientos y nos negaremos a apreciar su
universalidad. Y acaso esa apropiación excluyente esté mostrando hoy su
disfuncionalidad, no solo para afrontar el desafío que plantea la pobreza, la
violencia, la corrupción y el narcotráfico, sino -y esto es lo más difícil-
para reconocer que contribuyen a agravar la situación.
Los militares no son la reserva moral de
la nación, los partidos políticos de izquierda no son la reserva humanista de
la nación, los liberales no son la reserva del progreso de la nación, los
peronistas no son la reserva de sensibilidad social de la nación. Quizás estos
sean los contenidos del nuestro imaginario fantástico que la zozobra del
presente invite a disolver, sin sentenciarlos sino comprendiéndolos, a partir
de meditar sobre la sombra de cada uno de estos mitos y sobre su incidencia en
los últimos 37 años de nuestra historia, el período de recuperación y
sostenimiento de las instituciones democráticas y republicanas.
Siendo inevitable la generación de mitos,
tenemos la oportunidad de liberar al que hoy estemos gestando, en esta
conjunción Saturno-Plutón de 2020, de los encantadores y trágicos fallidos del
pasado. La próxima chance sería 2053… (2086 queda medio lejos).
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