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24 de abril de 2020

1982-2020: la caída de mitos


Alejandro Lodi
(abril 2020)

Quizás con cada conjunción de Saturno y Plutón en el cielo caigan mitos. Quizás cada una de esas fechas sea sincrónica con la disolución de un supuesto inconsciente, de un imaginario que la comunidad reproducía como una condición natural, y que impregnaba su respuesta a los acontecimientos (y acaso su generación). Un mito que sostenía la organización del poder (eso es Saturno-Plutón) que ahora entra en colapso y que ya no es tolerado por el discernimiento colectivo. La caída de creencias arraigadas, de ideas que replicamos sin cuestionar, de eslóganes (¿mantrams?) que repetimos con la ciega fidelidad a mandatos bíblicos.

Incumbe a la humanidad. Pero nos concentraremos en nuestra historia argentina. Dejo al lector curioso la tarea de meditar sobre qué mitos cayeron con este hito astrológico en 1820, 1852, 1883 y 1914. Será suficiente aquí con atender a 1947 y, en particular, 1982 y el presente.


.Las fuerzas armadas como reserva moral de la nación
En 1982, la tragedia de la guerra de Malvinas y las aberraciones de la represión clandestina del último gobierno militar provocaron la caída de un poderoso mito vigente, al menos, desde finales del siglo XIX y cristalizado desde 1930. El supuesto inconsciente de que las fuerzas armadas simbolizaban la reserva moral de la nación. Desde ese supuesto, nuestra comunidad naturalizó durante décadas la superioridad moral de los hombres armas sobre la sociedad civil, no sólo con los golpes de Estado, sino con la obligatoriedad del servicio militar como modo de grabar argentinidad en la conciencia de los ciudadanos (varones) y con el adoctrinamiento escolar en el culto a generales, coroneles y capitanes como hacedores de la patria.
Las fuerzas armadas como reserva moral de la nación es un imaginario desvanecido desde 1982, en correspondencia con la anterior conjunción de Saturno y Plutón. Nadie que hoy lo sostuviera encontraría resonancia en la conciencia colectiva. Es un hechizo conjurado. Un encanto infantil del que nos hemos liberado para asumir un desafío de madurez. O, al menos, para confrontar con otros encantos (la capacidad de producir imágenes fascinantes, por cierto, no es patrimonio exclusivo de la niñez).
¿Qué mitos se mostrarían agotados en sincronicidad con la actual conjunción de Saturno y Plutón en 2020? ¿Qué persistentes creencias entrarían en crisis si somos capaces de hacer contacto directo con nuestra realidad social tal como se muestra a nuestra percepción? ¿Qué hechizos podríamos conjurar a partir de reconocer la pobreza, la violencia, la corrupción y las adicciones narcóticas vigentes y gestadas desde 1982? Reconocer los fríos datos de la realidad exige resignar fantasías encantadas. Como lo fueron los desaparecidos y los muertos de Malvinas, en 1982, para aquel mito de la superioridad moral de la casta militar. Entre otros significados, la conjunción de Saturno y Plutón ofrece la oportunidad de ver la sombra de aquellos supuestos inconscientes en los que forjamos la construcción de nuestra realidad. Y sólo viendo el horror nos mostramos dispuestos al sacrificio de “lo que necesitamos creer” que es real.
Pobreza, violencia, corrupción y narcotráfico se corresponden. Se afectan mutuamente. Tienen que ver con la organización económica y sus imaginarios. Y esos imaginarios reproducen cosmovisiones de la realidad, representaciones que traducen la complejidad de las relaciones humanas en relatos coherentes y simples, verdades absolutas que reducen el entramado inconsciente de la realidad vincular a la causalidad unilateral de la voluntad personal: los acontecimientos responden a la decisión de “alguien”, y ese “alguien” puede ser “bueno” o “malo”. Economía y creencias. Convivencia social y valores humanos.
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Los revolucionarios de izquierda como reserva humanista de la nación
El respeto a los Derechos Humanos como patrimonio exclusivo de la épica revolucionaria de los partidos políticos de izquierda es un mito que un contacto sincero -intelectual y sensible- con los hechos de nuestra historia invita a meditar.
La reducción de la dinámica de las relaciones humanas a un perpetuo conflicto excluyente y a la lucha de facciones por la supremacía absoluta (ya sean razas, clases sociales, credos religiosos, etc.) necesariamente lleva una percepción de la justicia y la igualdad que justifica la violencia. Es inevitable que tal visión derive en la guerra social como condición para que emerja una sociedad más justa e igualitaria. El uso de la fuerza para imponer las creencias. Una visión que necesita que un grupo humano concentre “el mal” y otro “el bien”, y que la desaparición del otro (“el exterminio del mal”) sea el motor de la acción. Así, los valores universales de la humanidad resultan propiedad exclusiva de “la facción del bien”, lo que implica que le serán negados a “la facción del mal”. A lo largo de la historia, tal visión es característica de cualquier grupo humano que cede al encanto del absoluto: una mirada de la realidad que se cristaliza en un polo y rechaza al otro (es decir, que se polariza), y pierde entonces percepción del vínculo entre ambos (es decir, de la dinámica de los polos). La visión de las relaciones humanas como lucha excluyente entre “el bien y el mal” excita la polarización. Y esa visión puede recrearse en posiciones políticas de derecha o de izquierda, reaccionarias o revolucionarias, fieles a un dios o ateas. Los extremos se tocan.
La justificación del asesinato político en el contexto de guerra social o de liberación nacional entra en contradicción con el respeto de los valores humanos. El sufrimiento del otro como modo de justicia, la necesidad de confirmar la vida social como el campo de batalla de bandos irreconciliables, la percepción de la diversidad humana, de sus visiones e intereses contrapuestos, como una anomalía que deber ser reparada con la imposición forzada de una visión única y hegemónica que no pueda ser cuestionada, simboliza el cruce de un umbral ético: silenciar la voz de la propia conciencia, quebrar un íntimo discernimiento que nos alerta desde lo profundo del alma. Cuando los nobles ideales invocados entran en contradicción con la acción manifiesta, cuando el valor de los fines se contrapone con los medios empleados, se revela una patología en las conductas humanas. Se trata de una disociación, de una pérdida de empatía con el otro y de contacto con la realidad, que puede alcanzar extremos de psicosis. No sólo de ser indiferente al padecimiento del otro, sino de justificar su exterminio. Y esa disociación, también, puede recrearse en posiciones políticas de derecha o de izquierda, reaccionarias o revolucionarias, fieles a un dios o ateas. Los extremos se tocan.
Acaso, entonces, así como los militares no son su reserva moral, los revolucionarios de izquierda no sean la reserva humanista de la nación.
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El peronismo como reserva de sensibilidad social de la nación y el liberalismo como reserva del progreso de la nación
El otro mito sobre el que propongo meditar es el del peronismo como reserva de sensibilidad social de la nación. Y el de su mito contrapuesto: el liberalismo como reserva del progreso de la nación.
La economía plantea dos temas cruciales: la generación de la riqueza y la distribución de la riqueza. Podríamos representarlo como “el yin-yang de la economía”: la generación y la distribución como dos polos interpenetrados. Si no hay generación, la distribución deriva en pauperización; si no hay distribución, la generación deriva en explotación. Como ocurre con toda dinámica polar, también puede distorsionarse en una polarización: “generación sin distribución” o “distribución sin generación”. Más aún, en extremos patológicos, esta polarización puede generar un encanto beligerante y convencernos de que “la generación es enemiga de la distribución” o que “la distribución es enemiga de la generación”.
En Argentina, el surgimiento del peronismo tuvo la impronta de hacer visible a gran parte de la población que permanecía ignorada, incluirla al sistema social y otorgarle una dignidad y poder hasta ese momento negados. El peronismo es emergente de la caída del mito del liberalismo como reserva de progreso de la nación. Redimió a las víctimas de un sistema económico y político polarizado que naturalizaba la generación de recursos con explotación de la mano de obra y la exclusión sistemática de la vida institucional de gran parte de los argentinos. En sincronicidad con la conjunción Saturno-Plutón de 1947, la clase trabajadora cobró identidad y se incorporó de un modo formal a la economía, poniendo como prioridad el valor de la distribución.
No obstante, desde su nacimiento, el peronismo canonizó un mantram, los versos incluidos en una marcha militar devenida en himno popular: saber conquistar a la gran masa del pueblo combatiendo al capital… Esas palabras quedan grabadas como un mandamiento en la memoria de quienes se sintieron rescatados por el líder redentor. Sintetizan, además, una visión de la economía y de la justicia social que se estructura en un dogma ideológico, en una creencia que es necesario sostener y reproducir en nuevas generaciones. Una antinomia, que recorre toda nuestra historia, queda sacralizada con el peronismo: pueblo versus capital. Otro modo de distribución versus generación. O de estado versus mercado.
Sabemos que en toda polarización se pierde contacto con la polaridad. La cristalización en polos vela la percepción de la dinámica entre polos. El antagonismo excluyente bloquea la complementariedad incluyente. Y la consecuencia de esta pérdida del vínculo entre polos a favor de la excitación por la hegemonía absoluta de uno de ellos siempre es (auto) destructiva, regresiva. 
La fuerza redentora del peronismo en el momento de su emergencia (sincrónica a la conjunción Saturno-Plutón de 1947) le otorgó al mantram que reza saber conquistar a la gran masa del pueblo combatiendo al capital un aura de verdad y de convicción. Hasta 1982 (momento de la siguiente conjunción), con el peronismo derrocado, proscripto y con su líder en un exilio de casi 20 años, la situación política y social parecía confirmarlo. ¿Puede tenerla hoy luego de las últimas cuatro décadas transcurridas? ¿Resulta verdadera y convincente la antinomia entre generación y distribución, entre capital y pueblo, entre mercado y estado? Quizás en los últimos 37 años, la vida social y económica de la Argentina reprodujo y agravó el encantamiento de una polarización histórica entre “conquistar a la gran masa del pueblo combatiendo al capital” (pueblo sin capital) y “conquistar gran capital combatiendo al pueblo” (capital sin pueblo). Un hechizo en el que se pierde toda percepción de dinámica polar entre capital y pueblo, mercado y estado, generación y distribución. Un “canto de sirena” que no permite apreciar el yin-yang entre riqueza y pobreza: la pobreza no puede erradicarse sin generar riqueza, la riqueza no puede disfrutarse sin reducir la pobreza.
Tomo en este punto de nuestra meditación una referencia mitológica, con alguna licencia esotérica. En uno de sus célebres doce trabajos, Hércules debe matar el león de Nemea. Se escondía en una cueva con dos aberturas y cada vez que el héroe ingresaba por una de ellas para enfrentarlo, el león lo evitaba saliendo por la otra. Cada abertura era una salida y un ingreso, en un circuito cerrado y repetitivo. Sólo al bloquear una de las salidas pudo forzarlo al encuentro y cumplir con su tarea. Una metáfora de la dualidad como escape y de la necesidad de abstenerse de la reacción de “escapar por un polo” y sostener así el incómodo desafío creativo de enfrentar la realidad.
Quizás el mito económico liberal de que la riqueza acumulada por algunos emprendedores derrama bienestar en el resto de la comunidad y el mito económico social de que para garantizar distribución hay que combatir al capital, representen “las dos aberturas de la cueva” por las cuales repetimos “entradas y salidas” desde hace décadas, convencidos de haber resuelto el problema. Ambos imaginarios económicos atrapados en una rueda de repetición y que simbolizan las fantasías que necesitan ser disueltas, “las salidas que deben ser bloqueadas”, para asumir la realidad y afrontar el reto creativo del crecimiento y del progreso.
Con la perspectiva del tiempo (y gran dosis de honestidad perceptiva), en el contexto de la actual conjunción de Saturno y Plutón en 2020, podemos observar una particular paradoja del ciclo que se inició en 1983: el propio peronismo supo liderar políticas de “estado sin mercado” tanto como políticas de “mercado sin estado”. Arriesgó un ensayo de “capital sin pueblo” en los 90 y de “pueblo sin capital” en los 2000, sin resignificar aquellos versos de su himno fundacional. En ambos casos, llevó a cabo esas políticas con la misma vehemencia, con la misma hegemonía y con casi los mismos dirigentes. El resultado fue la ausencia de un crecimiento económico sostenido, un estado de estancamiento y consecuentes crisis, lo que implicó el incremento de la pobreza, la corrupción, la violencia social y el narcotráfico.
Los índices de pobreza desde 1983 son explícitos y contundentes. Los números pueden variar de acuerdo a los criterios técnicos con los que se haya realizado la medición, pero no el diseño de la curva. El porcentaje de habitantes bajo la línea de pobreza heredado en 1983 era algo superior al 20 %. En los primeros años de democracia descendió algunos puntos, pero con la crisis hiperinflacionaria de 1989 se duplicó. La estabilidad de mediados de los 90 logró reducirlo, aunque nunca por debajo del 20% de 1983, pero fue luego incrementándose hasta superar el 50 % con la crisis del plan de convertibilidad en 2001-2002. Hubo una efectiva reducción en la primera década del siglo, pero el descenso se detuvo alrededor de los 30 puntos. Osciló en esa cifra, hasta que la crisis de 2018 y 2019 lo disparó más allá del 40 %. Falta registrar la incidencia en la economía, y en el índice de pobreza, de la actual crisis sanitaria.
La curva de la pobreza desde 1983 indica períodos de estabilidad, crisis con picos de alto incremento a los que le sigue una recuperación que, no obstante, siempre se detiene en un nivel mayor al piso anterior. Un patrón que se repite, pero con un progresivo deterioro. Sobre una población de 25 millones de personas, aquel 20% de 1983 representaba 5 millones de pobres. Sobre los estimados 45 millones de argentinos de la actualidad, el 40% de pobres representa, al menos, 18 millones de personas.
Desde 1983 hasta 2020, el peronismo gobernó 24 de los 37 años transcurridos, sin proscripciones, sin golpes, ni exilios. Durante ese período la pobreza, con coyunturas de crecimiento y de reducción, se afirmo como estructural. Y del mismo modo la corrupción, la violencia social y el narcotráfico. La sensibilidad sólo alcanzó a la (necesaria pero insuficiente) asistencia social, hasta cristalizarse en asistencialismo y convivir con el crecimiento de la marginalidad, los asentamientos urbanos y la depreciación de la calidad de vida (deterioro de la educación básica y de la sanidad). Asistir no es revertir. Y quizás lo más perverso resulte la creación de una dirigencia política y social que depende del sistema de asistencialismo (y, por lo tanto, de la pobreza) para mantener e incrementar su poder. 
En 2020, en tiempos de conjunción Saturno-Plutón, el mito del peronismo como la reserva de sensibilidad social de la nación y del liberalismo como reserva de progreso y bienestar de la nación tienen la oportunidad de ser disueltos. Para eso, la generación de riqueza y la distribución de riqueza deben percibirse como una dinámica, como polos en complementariedad. La posibilidad creativa es unir por la “y”, mientras que es rasgo de nuestra decadencia persistir en la “o”. Disolver la polarización para que emerja la dinámica de polaridad implica registrar que la empatía con los que sufren pobreza exige compromiso con la generación de riqueza. El peronismo no es suficiente para abordar la decadencia social y económica y las urgencias del presente, ni tampoco, por sí solo, es garantía de su reversión. La voluntad de contribuir a la erradicación de la pobreza, de la violencia social, de los hábitos de corrupción y del tráfico de drogas, no requiere la adhesión a determinada facción política o el culto a la personalidad de un líder. Si somos auténticamente sensibles a nuestra realidad de espanto, no podemos prescindir por motivos ideológicos de la voluntad y energía de ningún miembro de la comunidad que desee contribuir a la solución. No es necesario ni suficiente proclamarse liberal para plantearse cómo generar riqueza, ni peronista para reparar la injusticia social.
Del mismo modo que en 1982 descubrimos que el sentimiento patriótico no exige ser militarista, quizás hoy podamos asumir que la sensibilidad social no exige ser peronista, ni el respeto a valores humanos ser revolucionario de izquierda, ni el anhelo de crecimiento y desarrollo económico ser liberal. Ninguna de esas categorías resulta necesaria ni suficiente para resonar con la patria, la solidaridad, el humanismo y el progreso. En verdad, se trata de una buena noticia: la patria, la solidaridad, el humanismo y el progreso son vivencias universales que no necesitan ser encasilladas en facciones separativas. Sin embargo, si hemos hecho identidad política (y personal) en alguno de esos encajes ideológicos, defenderemos la potestad exclusiva de esos sentimientos y nos negaremos a apreciar su universalidad. Y acaso esa apropiación excluyente esté mostrando hoy su disfuncionalidad, no solo para afrontar el desafío que plantea la pobreza, la violencia, la corrupción y el narcotráfico, sino -y esto es lo más difícil- para reconocer que contribuyen a agravar la situación. 
Los militares no son la reserva moral de la nación, los partidos políticos de izquierda no son la reserva humanista de la nación, los liberales no son la reserva del progreso de la nación, los peronistas no son la reserva de sensibilidad social de la nación. Quizás estos sean los contenidos del nuestro imaginario fantástico que la zozobra del presente invite a disolver, sin sentenciarlos sino comprendiéndolos, a partir de meditar sobre la sombra de cada uno de estos mitos y sobre su incidencia en los últimos 37 años de nuestra historia, el período de recuperación y sostenimiento de las instituciones democráticas y republicanas.
Siendo inevitable la generación de mitos, tenemos la oportunidad de liberar al que hoy estemos gestando, en esta conjunción Saturno-Plutón de 2020, de los encantadores y trágicos fallidos del pasado. La próxima chance sería 2053… (2086 queda medio lejos).

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