Después de años de peregrinación, llegó a una localidad de la India y sus habitantes le pidieron que les impartiese algunas enseñanzas espirituales.
Aunque el hombre no era dado a discursos, para no desairar a esas buenas gentes, consintió. Al anochecer todos se reunieron en la plaza pública y el asceta errante habló sobre el impulso sagrado y la búsqueda espiritual. Una vez hubo impartido enseñanzas, guardó silencio por si alguno de los presentes quería formular cualquier pregunta. Se adelantó la mujer más rica de la localidad y dijo:
—Sabio asceta, todo lo que has predicado me ha parecido muy
interesante, pero hay algo que de verdad siempre me ha preocupado: ¿qué será lo
que comen los santos en el cielo?
Entonces el asceta clavó sus profundos ojos de fuego en los de
la dama y exclamó:
—¡Oh necia! De manera que te preocupas por lo que comen los
santos en el cielo y ni se te ocurre preguntarte si yo tengo o no algo para
alimentarme.
Reflexión
La mente del ser humano tiene una crónica tendencia a
extraviarse en cuestiones inútiles y no atajar lo inmediato y necesario. Hay
que reeducarla para que aprenda a encauzarse en las circunstancias que se
requieren en el momento y frenar así su propensión a enredarse con supuestos y
presuposiciones, conjeturas y elucubraciones que le merman parte de su
vitalidad y descarrían la atención.
Ramiro
A. Calle
Cincuenta
Cuentos para Meditar y Regalar
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