(Charla en CONSIDERAL)
Alejandro
Lodi
(Octubre
2019)
(Viene de
“El ciclo mundano de Saturno y Plutón” https://alejandrolodi.wordpress.com/2019/03/30/el-ciclo-mundano-de-saturno-y-pluton-charla-en-consideral/ ).
Hemos
meditado acerca del ciclo mundano
Saturno-Plutón a lo largo del siglo XX en
referencia a los acontecimientos mundiales. Observemos ahora cómo respondió
nuestra comunidad argentina a ese clima mundial, cómo organizamos la
circulación del poder y estructuramos
nuestra potencia transformadora
(recordemos que de eso se trata el ciclo Saturno-Plutón) a lo largo de los
últimos 100 años. Quizás esa reflexión nos permita ampliar nuestra percepción
acerca del significado simbólico de la próxima conjunción en el 2020, ser
sensibles a lo que está en juego y responder a favor de intuiciones creativas,
antes que reaccionar desde patrones inconscientes de conducta colectiva que nos
condicionan a la repetición mecánica del pasado. El tesoro de los símbolos de
la astrología y de la recurrencia de sus ciclos es hacer explícito lo
previsible para, entonces, permitir la innovación. Y esto es aplicable a la
vida de los individuos y de las sociedades.
Recordemos
las fechas y las posiciones zodiacales en las que se produjeron las últimas
tres conjunciones Saturno-Plutón. También agregamos las oposiciones:
1914 en
2º de Cáncer (oposición en 1931).
1947 en
13º de Leo (oposición en 1965).
1982 en
27º de Libra (oposición en 2001).
Y la
próxima será:
2020 en
22º de Capricornio.
Estas
fechas se corresponden con hitos históricos. En el contexto de 1914, se
implanta en la Argentina la ley Sáenz Peña -que habilita el voto universal,
secreto y obligatorio- y en las elecciones generales de 1916 se rompe la
hegemonía del partido de élite y triunfa, por primera vez en la historia, la
Unión Cívica Radical, el partido de “la clase media”. Hipólito Yrigoyen asume
la presidencia. Sabemos que en 1930 (momento de oposición del ciclo) un golpe
militar altera la continuidad institucional sostenida desde la sanción de la Constitución
de 1853. La estructuración del poder, con la ampliación democrática inaugurada
en 1916, se lesiona y se frustra. De hecho, muchos historiadores coinciden en
reconocer ese acontecimiento como el inicio de un deterioro y decadencia de
nuestra sociedad.
En 1947,
Juan Domingo Perón recorre el segundo año de la presidencia obtenida en las
elecciones de 1946. Gesta un movimiento político con su nombre propio como
referencia: el peronismo. La democracia liberal clásica es
desplazada por una democracia de masas, en la que prevalecen las corporaciones
(empresaria, sindical, militar, eclesiástica…) por sobre los partidos
políticos, y el liderazgo carismático por sobre el debate de ideas y la
alternancia en el gobierno. Derrocado Perón en 1955, hacia el momento de la
oposición del ciclo en 1965 comienza a gestarse un clima político que propicia
su regreso, de la mano de una efervescencia juvenil revolucionaria que
encuentra cauce en su liderazgo al mismo tiempo que lo cuestiona. Esta tensión
se desarrolla en un clima de violencia extrema y su desenlace habrá de generar
una de las mayores tragedia políticas en la historia de nuestro país.
Por su
parte, en 1982 ocurre un hecho inédito. Indica el fin del último gobierno
militar. Desde 1930, la crisis políticas se habían resuelto invocando a las
Fuerzas Armadas. Esto había generado un largo periodo de inestabilidad política
y social, sostenido en un supuesto instalado en nuestra tradición nacional: “la
casta militar es la reserva moral de la nación”. La vigencia de esa creencia en
la conciencia colectiva se disuelve en modo irreversible con los crímenes que
la represión ilegal, el terrorismo de Estado y la Guerra de Malvinas.
Pero en
el contexto de la conjunción de Saturno y Plutón de 1982 habría de darse otro
hecho novedoso. Por primera vez en la historia el peronismo pierde en
elecciones libres. Aquí comienza un ciclo democrático diferente a los
anteriores que, precisamente, atraviesa hoy un momento de agotamiento que dará
paso a uno nuevo en 2020.
Pero,
desde el momento de oposición en 2001, se genera en el inconsciente colectivo
la convicción de que si el gobierno elegido con el voto no es capaz de arreglar
la economía, entonces “el pueblo en la calle” lo saca. La reserva moral ya no
son “los militares” sino “el pueblo en la calle”. El pueblo, como un
significante un tanto amplio e impreciso, se reduce a suficiente cantidad de
gente movilizada que manifiesta en el espacio público y hace que “el presidente
elegido que nos decepcionó se vaya en helicóptero de la Casa Rosada”. Es un
mismo diseño que se replica, ya sea en términos de derecha o izquierda, o de
una visión más elitista u otra más populista. Ambos modos coinciden en
relativizar el valor del sistema democrático. El sistema republicano
democrático, de este modo, no resulta un valor absoluto. El ejercicio de los
gobernantes que elegimos por elecciones libres (el valor de la democracia que
hemos construido desde 1982), si bien no puede ser interrumpido por un golpe
militar, si puede cesar por aclamación popular.
Esto es
una evidencia de que la valoración del sistema republicano todavía no está
garantizada. El aparato institucional basado en la división de poderes no es
sólido. La democracia no ha sido confirmada.
Haciendo
foco fino, la conjunción Saturno-Plutón en 1982 fue muy particular. No se dio
en cualquier lugar de la carta, sino en un punto muy sensible: sobre el
Ascendente a 25° de Libra. Es decir con la guerra de Malvinas, la caída del
mito de la casta militar redentora y la apertura de la democracia, comienza en
nuestro país tanto un ciclo saturnino como plutoniano. Sabemos que cada vez que
un planeta cruza el Ascendente se inicia un ciclo. Saturno y Plutón, al cruzar
el Ascendente en simultáneo, están iniciando un proceso institucional (Saturno)
y nuevas formas de organizar las relaciones de poder (Plutón).
La
próxima conjunción Saturno-Plutón en 2020 se dará en 22° de Capricornio, en la
casa IV y en cuadratura al Ascendente de la carta de Argentina. Doblemente
importante. Más allá de los temas asociados a la casa IV, en un ciclo
representa un momento de forma. Es decir, la experiencia del poder
con modos democráticos que iniciamos en 1982 está en tiempo de definir forma
hacia el 2020. Aquella democracia no desarrolló solidez y confiabilidad
suficientes, y se acerca a un tiempo que da la posibilidad de hacerlo.
Nos
acercamos a un tiempo que ofrece un nuevo modo de estructurar la circulación
del poder. Se trata de un tiempo de fundación, como lo fue 1914, 1947 y 1982.
Un tiempo propicio para reformar las leyes, los acuerdos básicos, incluso la
constitución nacional. Y aquí se plantea la disyuntiva. Una posible reforma de
la constitución ¿reflejará el espíritu de la democracia o la voluntad de
líderes autocráticos? ¿establecerá que la aclamación popular otorga legitimidad
a las decisiones de figuras providenciales o proclamará el valor de la cultura
democrática y republicana, con división de poderes y alternancia en el
ejercicio de los mismos? Podría ser el desafío de una constitución que
incluyera la visión de una democracia propia del siglo XXI, o el repliegue en
formas -no necesariamente democráticas, o incluso pre-democráticas-
características del siglo XX o del XIX.
Estamos
en un tiempo en el que, a nivel colectivo, debemos decidir qué tipo de
democracia queremos. Esta perspectiva permite ver que el periodo de gobierno de
2015 al 2019, en verdad, fue una transición hacia un periodo mucho más
determinante que será de 2019 a 2023.
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