por Prem Rawat
La vida es sencilla.
Esta existencia debería serlo. El verdadero amor es sencillo. Todo las cosas
buenas que hay en ti, acerca de ti y a tu alrededor, son sencillas. La paz
también lo es, pero si pregunto: “¿Qué es la paz para ti?”, cada persona dará
una respuesta diferente. Si pregunto: “¿Qué es Dios?”, la respuesta estará
basada en tu religión, en tu educación, en lo que te hayan contado tus padres,
en lo que te han dicho tus amigos y otras personas.
Siempre has querido
sentirte bien. Tu deseo de sentirte bien está ahí desde hace mucho tiempo. De
hecho, se remonta a cuando eras un bebé. Querías sentirte bien, eso era todo.
No tenías grandes planes. Cuando no te sentías bien, llorabas.
Esencialmente, ésa
es la forma en la que sigues comportándote. Cuando todo va bien… estupendo.
Cuando nada va bien: “¿Por qué has dejado esa puerta abierta? ¿Qué te pasa?
¿Por qué me miras? ¿Por qué me hablas?”. Hasta la mera existencia de otro ser
humano al que quizá amas te puede irritar, simplemente porque todo no está
bien. Cuando todo va bien, las cosas son muy sencillas, porque la vida es
sencilla. Algunos dicen: “No puedes decir que mi vida sea sencilla. Tengo
muchos problemas. Mi gato se ha ido, mi mujer me amenaza con dejarme, mis hijos
siguen mandándome sus facturas…”.
La complicación que
metemos en nuestras vidas –lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, el
amor y el odio, la duda– es lo que las hace tan complicadas. Todos queremos
sencillez. Nos llevamos bien con la alegría, y la sencillez tiene una manera
muy especial de traer alegría. La cuestión es cómo la conseguimos. Hay una
alegría que viene del exterior y otra que viene de nuestro interior. No estoy
pasando por alto la que viene de fuera. Pero hay una alegría que procede del
interior, y ésa sólo llega cuando hay sencillez en nuestra vida.
Es sencillo, porque
desde el día en que tomamos nuestro primer aliento, esa energía reside en
nosotros. Y durante todo este tiempo, aunque no lo sepamos, ha seguido estando
ahí. ¿No es de lo más sencillo?
La vida quiere estar
satisfecha, quiere ser feliz. Tú quieres ser feliz. Aquí pasa algo, ¿no? Puedes
moverte, hablar, pensar, sonreír, llorar. Aquí está sucediendo algo, y un día
dejará de suceder. ¿Qué es eso que está ocurriendo? ¿Son tus citas? ¿Tu
trabajo? ¿Todas las cosas que haces? ¿Todo lo que te gusta y lo que no te
gusta?
Hay algo que sigue
sucediendo tanto en mis días buenos como en mis días malos. Todas las cosas que
considero buenas o malas son irrelevantes ante el hecho de que hay algo más que
está sucediendo. El ir y venir de este aliento es automático y, debido a esa
cosa tan magnífica, estoy vivo. Todo lo complicado desaparecerá algún día. Y tú
también. Parece ser que el desafío es encontrar lo sencillo, aferrarte a ello y
no soltarlo mientras vivas.
¿Suena como un
desafío encontrar eso y aferrarte a ello durante el resto de tu vida? Es
posible. Tienes que honrar a la alegría que hay en ti. Tienes que honrar al
amor. Tienes que honrar al mayor de todos los regalos, al más sutil y hermoso:
este aliento. Reconoce su valor. Comprende eso que es lo más magnífico y, a la
vez, lo más sencillo de todas las cosas que hay en tu vida.
¿Qué ocurre cuando
honras a esta vida dentro de ti? La energía interior devuelve esos honores, y
el homenaje que se te rinde se llama paz. La paz es tu recompensa. También se
llama alegría, comprensión, claridad… Es así de sencillo.
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