Estamos en medio del período de siete días de Sucot. Los kabbalistas nos dicen que el primer día fue el de Avraham. Se dice que Avraham estaba en el lugar en que muchos de nosotros estamos: aún dentro de los confines de la conciencia física limitada, donde le tememos a las cosas de este mundo, las vemos como problemas u oscuridad; desafortunadamente, verlas de ese modo es lo que hacen que existan para nosotros. Por eso dice que el Creador “sacó a Avraham”, es decir, el Creador sacó a Avraham de esa conciencia de creer en la oscuridad que veía. Así pues, este mismo regalo está disponible para nosotros durante Sucot.
Estamos en medio del
período de siete días de Sucot. Los kabbalistas nos dicen que el primer día fue
el de Avraham. Se dice que Avraham estaba en el lugar en que muchos de nosotros
estamos: aún dentro de los confines de la conciencia física limitada, donde le
tememos a las cosas de este mundo, las vemos como problemas u oscuridad;
desafortunadamente, verlas de ese modo es lo que hacen que existan para
nosotros. Por eso dice que el Creador “sacó a Avraham”, es decir, el Creador
sacó a Avraham de esa conciencia de creer en la oscuridad que veía. Así pues,
este mismo regalo está disponible para nosotros durante Sucot.
Hay una historia un
poco graciosa que expone hermosamente este poderoso concepto:
"Aunque veas
oscuridad, no tienes que creértela. No tiene que existir para ti”.
Había una vez un
leñador que vivió hace unos cientos de años en un bosque de Ucrania. Un día,
mientras cortaba leña, encontró un hermoso diamante. Él no sabía nada de
diamantes, pero pensó que seguramente valía algo. Así que fue al pueblo y le
mostró el diamante al comerciante de la localidad, este le dijo: “No tengo idea
de cuánto vale. Está por encima de mis conocimientos, pero debe valer bastante
dinero. Tienes que ir a Moscú, allí hay expertos que podrán evaluarlo”.
El leñador estaba muy
feliz. Había sido pobre toda su vida y finalmente encontró algo tan valioso que
nadie en su pueblo había visto algo así. No obstante, aún no tenía ni un
centavo en su bolsillo y necesitaba llegar a Moscú. No podía pagar, pero le
mostró la roca al conductor del carruaje. El conductor notó que valía bastante
dinero y le dijo: “Te llevaré gratis. Sé que me pagarás cuando regreses”.
Viajaron a Moscú, allí
el leñador se dirigió al gran comerciante de diamantes, quien lo vio y dijo:
“Nunca he visto algo como esto. La verdad es que debe valer mucho dinero, pero
no conozco a nadie aquí en Moscú que pueda calcular asertivamente su valor.
Tienes que ir a Londres, allí están los comerciantes de diamantes más
importantes, ellos podrán decirte su valor”.
Para viajar de Moscú a
Londres, el leñador necesitaba tomar un barco, pero no tenía dinero para pagar
el boleto. Se dirigió al capitán del barco y le mostró el diamante. El capitán
supo con solo verlo que debía valer mucho dinero, y dijo: “Confío en ti. Con el
dinero que obtendrás al vender este diamante definitivamente podrás pagarme”.
Cada día que pasó en el
barco, este simple leñador veía el diamante y sabía que su vida cambiaría por
completo gracias a él, que ahora sucedería todo lo que había deseado. Y todos
los días al desayunar ponía el diamante en la mesa solo para observarlo y
disfrutarlo; disfrutar todas las cosas que podría lograr para él, su familia y
el mundo. El segundo o tercer día lo puso en la mesa y, por alguna razón, lo
olvidó después de desayunar. El camarero fue a su habitación, tomó el mantel
donde estaba el diamante y lo sacudió por la ventana.
El leñador se dio
cuenta de que olvidó tomar su diamante después del desayuno y notó que el
camarero lo había tirado al agua. Pensó que todo había acabado; no solo había
perdido lo que tuvo, sino que también todos los sueños que tenía ya no se
cumplirían. Pero luego recordó que, durante un día de Sucot, cuando fue a la
sucá, los kabbalistas de su pueblo le dieron esta lección: “El regalo de Sucot
es que, aunque veas oscuridad, no tienes que creértela. No tiene que existir
para ti”.
Al recordar esta
lección, no actuó según sus instintos, que lo impulsaban a decirles a todos que
se lanzaran al agua para ayudarlo a buscar su diamante. Luego, unos minutos
después, cuando el capitán del barco fue a su habitación, su primer impulso fue
decirle sobre esta terrible oscuridad que se le presentaba. Sin embargo, el
leñador se detuvo nuevamente y se dijo a sí mismo: “No, no caeré en ella”.
Y entonces el capitán
le contó al leñador un secreto que jamás se había sentido cómodo para compartir
con alguien. Dijo: “Antes de convertirme en capitán de este barco, fui pirata.
Solía robarle a la gente. Y en todos estos años he temido que, si intento
vender lo que robé, me descubrirán. Pero puedo confiar en ti, tú que
ciertamente tendrás mucho dinero, para que te quedes con mis maravillosos
tesoros. Por eso, unos días después de que tengas el dinero de la venta de tu
diamante, iré a buscar mis tesoros. Juntos encontraremos un modo de venderlos”.
El capitán se fue y el hombre se dijo: “Bien, este no es mi dinero, pero al
menos lo tendré, así que lograré sobrevivir un día o dos en Londres. Luego veré
qué hacer”.
El leñador fue a un
hotel londinense que, de nuevo, no podía pagar. Pero, al mostrar los tesoros
que tenía, los encargados del hotel supieron que podría pagar una vez que
vendiera los tesoros. Pasó una semana y el capitán no regresó. Al final, uno de
los trabajadores del barco fue a hablar con él y le dijo que el capitán había
muerto. El leñador se dio cuenta de que nadie reclamaría los tesoros y que todo
lo que alguna vez fue del capitán ahora era suyo.
"La Luz del
Creador nos dio la fuerza para salir de la oscuridad”.
Cuando los kabbalistas
cuentan esta historia, explican que el diamante y todo el dinero que valía
nunca fue del leñador. ¿Por qué? Porque el único propósito del diamante era
llevarlo al barco, lugar donde estaba lo que verdaderamente le correspondía:
los tesoros del capitán. No obstante, la única manera en la que podía recibir
esas bendiciones era no creer en el problema o la oscuridad cuando perdió lo
que no era suyo. De habérselo creído y haberle dicho al capitán que había
perdido todo, el capitán no habría confiado en él ni le habría dado los
tesoros; de ese modo, el leñador no habría recibido lo que realmente le
correspondía.
De esto aprendemos dos
poderosas lecciones. La primera es que a menudo pensamos que algo es nuestra
bendición, pero verdaderamente no lo sabemos; podría serlo como podría no
serlo. Quizá nuestra bendición sea lo siguiente, o lo que pensamos que es
nuestra bendición solo existe con el propósito de llevarnos a nuestra verdadera
bendición. La segunda lección es que, si caemos en la conciencia de problemas y
oscuridad, creamos ese problema y oscuridad, nos cerramos a las bendiciones que
están destinadas a llegar a nosotros.
Lo que aprendemos de la
historia y lo que queremos recibir en Sucot es dejar esa oscuridad atrás. A lo
largo de este año, cuando tengamos un momento que parezca como una pequeña o
grande oscuridad, debemos recordar esta historia; recordar a Avraham y lo que
el Creador hizo por él y por nosotros en Sucot: nos dio la fuerza para salir de
la conciencia de oscuridad, la conciencia de un problema. Dado que, si no
vivimos en la conciencia de oscuridad, esta no existirá para nosotros.
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