Centro Holística Hayden

Escuela de Autoconocimiento personal y espiritual

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20 de julio de 2020

El signo de Leo


El 22/23 de julio el Sol entra en el Sigo de Leo

De la conciencia colectiva a la conciencia individual
En Cáncer, estuvimos ocupándonos de nuestros orígenes y de nuestra pertenencia al colectivo, a la familia y a la fuente primordial de vida. Ahora, en Leo, nos percibimos por vez primera como algo individual y diferenciado de los demás. La conciencia de la masa o conciencia colectiva de Cáncer se convierte en conciencia individual en Leo.
Los signos de fuego tienen que ver con la transformación y el desarrollo del yo. En Leo, el individuo se libera de su pertenencia al colectivo (una pertenencia protectora pero también indiferenciada) y
se convierte en un ser individual autosuficiente. Se hace cada vez más consciente de su identidad y está deseoso de tener oportunidades de expresión individual. Crea su propio espacio vital y sale al mundo en busca de experiencias. Aprende a llevar a cabo cada vez mejor la presentación y la realización de su propio yo.
Leo es el punto central del espacio vital que él mismo ha creado. El mundo gira a su alrededor y él funciona como una unidad de actuación y de mando que, con su irradiación personal, dirige y conduce a los demás. En esta actitud, Leo se siente solo y por eso desarrolla el poder y la fuerza interior de una unidad integrada y encerrada en sí. Su lema es: «El fuerte es más poderoso solo». Esta actitud continúa desarrollándose y lo conduce a una conciencia marcadamente egocéntrica. Llevado por la ambición, Leo exige cada vez más poder, influencia, prestigio, rango y posición hasta que llega a un punto en que, en su solitaria altura, se siente aislado y excluido de la corriente de la vida. Entonces comienza la conversión interior. A partir de ese momento, anhela con tanta intensidad el contacto, el amor y la comprensión de los demás que no le queda otra alternativa que derribar los muros que él mismo ha erigido entre él y sus semejantes. Su foco de conciencia se dirige cada vez más hacia sus semejantes y hacia el grupo hasta que, finalmente, deja de sentirse como una unidad aislada en el centro y pasa a sentirse parte del Todo. Entonces está bajo la influencia de la conciencia de grupo de Acuario, el signo opuesto. La responsabilidad, la comprensión y la sensibilidad conducen a Leo a ese estado de autoconciencia inclusiva en el que sabe que es uno con el Todo.
Ésta es, de forma resumida, la meta que Leo debe alcanzar utilizando las fuerzas transformadoras de su verdadero yo.

El elemento fuego
El fuego tiene una conexión oculta con el yo interior. En la filosofía hindú recibe el nombre de Fohat, la chispa divina del corazón que estimula el desarrollo del ser humano hacia la autoconciencia. Y en el signo Leo, como en todos los signos del mismo elemento, el fuego actúa como un impulso dinámico hacia el desarrollo.
Este fuego de la conciencia fluye a través de los tres signos de fuego. En Aries tiene que ver con la construcción del yo, en Leo con la autoexperimentación y en Sagitario con el desarrollo de la conciencia individual. Cada una de estas cualidades de fuego produce un efecto en el proceso de llegar a ser uno mismo y purifica o transforma la conciencia hasta que se convierte en portadora del verdadero yo interno que expresa los tres aspectos creativos de la personalidad: el espíritu en Aries, el alma en Leo y el cuerpo en Sagitario. En Aries es el fuego cósmico, en Sagitario el fuego planetario y en Leo el fuego solar. Ésta es la base científica del desarrollo del yo en el ser humano por la que consigue ser un reflejo perfecto de los tres tipos de manifestación divina en estos tres mundos.

La prueba del yo
Leo debe aprender a conocerse a sí mismo mediante el desarrollo de una correcta autopercepción. Sólo así podrá llegar a conocer su verdadero yo y también el de sus semejantes. Para conseguirlo debe liberarse de las ataduras del colectivo y debe salir al mundo a probar su yo. Es un proceso aventurado que le ocasiona enredos y fricciones con su entorno y que también le proporciona sensaciones egoícas de altos vuelos. Leo se percibe como el motivo y la causa de todo lo que se mueve a su alrededor y, en ocasiones, esto lo conduce a exigir el reconocimiento y la estima de sus semejantes, sobrevalorando su propia importancia. En cambio, otras veces le ocasiona sentimientos de desaliento y auto desprecio.
En Leo debemos descubrir lo que es la verdadera autoconciencia. Muchas personas están convencidas de que son autoconscientes cuando, en realidad, sólo están movidas por el deseo y creen con total convicción que tienen derecho a que sus deseos sean respetados y satisfechos.

La verdadera autoconciencia
La verdadera autoconciencia se muestra cuando una persona es consciente de su fuerza interna y de su propio potencial creativo, cuando conoce el significado y el propósito de su vida y cuando tiene una vida autodirigida y un programa de vida desarrollado y definido. Por esta razón es esencial comprobar constantemente si se está viviendo sólo para uno mismo o también se hace algo para los demás, es decir, si se muestra interés por los demás, dedicándose a ellos y proporcionándoles parte de la propia fuerza interior.
Una autoconciencia desarrollada supone la existencia de inteligencia, de percepción mental y de un cierto grado de integración. Alguien que se mueve exclusivamente por emociones y deseos egoístas se encuentra lejos de la verdadera autoconciencia. Pero, cuando Leo es alimentado y motivado por su ser interior, entonces irradia una alegría de vivir auténtica y benefactora, sobre todo en entornos que lo necesiten y en los que su fuerza y asistencia sean requeridas y apreciadas. Entonces se gana el corazón de sus semejantes mediante su interés por el destino de los demás y mediante su disposición amistosa y generosa, lo cual, por otra parte, produce un efecto favorable en el entorno y en su propio crecimiento. Como un sol, Leo puede dirigir el fuego solar o las fuerzas solares que fluyen a través de él hacia los demás, alentarlos y consolarlos con palabras llenas de amor, y despertar en ellos ánimo y fe en las propias fuerzas y posibilidades. Así como el Sol mantiene a los planetas en sus órbitas, Leo puede atraer a sus semejantes, dirigirlos y guiarlos de forma magnética, regalándoles su calor, su alegría de vivir y su fuerza.

El planeta regente 
El Sol rige a Leo en los tres planos: físico, emocional y mental. Los individuos Leo que han avanzado considerablemente en su proceso de desarrollo son portadores de luz y la irradian a su entorno. El calor de sus corazones llega a sus semejantes. El Sol (el regente) es la fuerza que trabaja desde su interior hacia el exterior y les permite saber qué es lo importante y lo esencial en la vida. Esto se pone de manifiesto en la conocida reserva de Leo, que contiene sus fuerzas internas hasta que puedan ser empleadas con toda su potencia en el momento apropiado. Es asombroso lo que pueden lograr cuando utilizan toda esa reserva acumulada de fuerzas en la consecución de un objetivo. Su impresionante capacidad de actuar en los momentos decisivos y su fuerza de voluntad integrada y llena de propósito les permite alcanzar sus metas y conseguir una buena posición en la vida. No se permiten distracciones con cuestiones secundarias, sino que concentran todas sus fuerzas en la meta. Cuando Leo ha madurado, da siempre en la diana porque sólo dispara cuando tiene la certeza de alcanzar su objetivo.

Etapas y peligros del proceso de llegar a ser uno mismo
Pero antes de alcanzar este punto, Leo debe pasar por diferentes fases dentro del proceso de llegar a ser uno mismo. Y en este proceso hay muchas variaciones y muchas etapas. Una de ellas es la fase en la que se comporta como si ya hubiera alcanzado la verdadera autoconciencia y se identifica con roles y máscaras con las que quiere impresionar a los demás. Pero la identificación excesiva con su rol y el «pavoneo» acaban provocando una constante lucha con sus propios sentimientos de autoestima, puesto que lo que está presentando al entorno no se corresponde con su yo ideal. Si su orgullo gana la partida, Leo hace todo lo posible por mantener ese yo aparente y entonces se engaña a sí mismo, engaña a los demás e intenta salvar su imagen por todos los medios. Pero con eso sólo consigue alejarse cada vez más de su verdadero yo. Está convencido de que debe presentar ante los demás una determinada imagen de sí mismo (pero esa imagen sólo es una forma que no deja salir su verdadero yo). Su comportamiento ya no está en sintonía con el núcleo central de su ser, sino que sólo se ajusta a los requerimientos de la situación existente y a las expectativas de los demás. Se comporta de una forma completamente diferente a como realmente es. Las consecuencias de esto no son sólo un comportamiento erróneo sino también un miedo y un sentimiento de culpabilidad crecientes. Intenta ser lo que no es y lo único que consigue es separarse cada vez más de su verdadero yo.
Además, existe un peligro adicional: puede suceder que, estando identificado con los roles que se ha visto obligado a interpretar durante tanto tiempo, Leo no encuentre el camino de vuelta hacia sí mismo. En ese caso, al no existir conexión con los valores originales de su propio ser interno, todo lo que consigue y hace con sus habilidades y talentos resulta falto de autenticidad y distorsionado. Tarde o temprano, esta situación conduce a un naufragio.
Por lo tanto, para Leo, lo más importante es conseguir clarificar la diferencia entre lo que verdaderamente es en su profundo interior y lo que ha hecho de sí mismo debido a las exigencias del mundo exterior: ¿Dónde empieza mi adaptación, dónde empieza el rol que debo interpretar en función de mis objetivos y qué quiero realmente?
Los disfraces no son fáciles de reconocer y los egos ilusorios no son sencillos de desmantelar. Muchas personas usan gran parte de su energía anímica en mantener por todos los medios esas máscaras porque tienen miedo de que alguien pueda mirar en su interior y descubrir la verdad.
Todos conocemos el miedo que tenemos de abrirnos cuando no tenemos la seguridad de que los demás nos comprendan o cuando existe el riesgo de resultar heridos. Estas corazas de protección se forman normalmente en la niñez. En su infancia, el yo necesita protección y ayuda (tanto interior como exterior) para que el efecto de la influencia del entorno no sea demasiado intenso. Así pues, construimos determinados mecanismos de defensa para nuestra propia protección. Esto es necesario en la niñez, pero, si al convertirnos en adultos permitimos que esas corazas de protección se endurezcan y se conviertan en barreras impenetrables simplemente porque creemos que aún debemos continuar escondiéndonos detrás de las mismas, los efectos pueden ser funestos. Cuando ya no podemos encontrar la salida de esta prisión, entonces nos sentamos en soledad entre sus muros. Vivir en una fortaleza vacía guardando una falsa autoimagen no tiene ningún sentido. Es un autoengaño que, por lo general, está relacionado con la negativa a enfrentarse con la auténtica vida y a experimentarse a uno mismo. Al final sólo vemos y oímos aquello que sirve a nuestra autoconfirmación y a nuestro amor propio, desaprovechando así las oportunidades para nuestro desarrollo.

El corazón de Leo y la experiencia del amor
Leo está dispuesto a afrontar el riesgo de la autoexperiencia y a dinamitar sus barreras restrictivas con la fuerza solar interna de su corazón. Experimenta su propio yo en el encuentro con los demás, participando en grupos o en relaciones de amor auténticas, y en ese proceso sufre profundas transformaciones interiores ocasionadas por el amor. El corazón está regido por Leo y, precisamente, el centro del corazón es lo que debe desarrollarse. Cuando Leo despierta al verdadero y auténtico amor es capaz de mantener relaciones humanas en las que no persigue la posesión ni el poder ni la utilización sexual del otro, sino que pretende dar y tomar al mismo tiempo (lo mismo que hace el corazón al latir). Más allá de la vanidosa autoadmiración o del temeroso encerrarse dentro de sí mismo, Leo puede darse cuenta de cómo es en realidad a través de sus propias reacciones en las relaciones con los demás y mediante la auténtica experiencia del amor. Pero para eso debe afrontar el riesgo del amor: el amor necesario para toda transformación o auténtica autoexperiencia.
Por lo tanto, la tarea más importante de Leo consiste en desarrollar la capacidad de reacción sensible de su corazón y cultivar el auténtico amor. De esta forma, desde el centro de su pequeño universo, es sensible a los impulsos del exterior y a las necesidades de los demás, a quienes dedica su corazón y abre su conciencia.
El símbolo del Sol está formado por un punto focal situado en el centro de un círculo que lo encierra. De la misma forma, el yo (la autoconciencia) debe estar preparado para irradiar desde este punto focal hacia su entorno, expandiendo continuamente su radio de acción.
Leo es dos cosas simultáneamente: núcleo interno y entorno. A través de la experiencia consciente de su propio yo, Leo desarrolla una sensibilidad espiritual que lo capacita para percibir y entrar en contacto con el verdadero yo de los demás. En todo el universo, la conciencia, la capacidad sensible del alma o la fuerza del amor es el agente que subyace en la base del Plan de la creación y que mantiene el desarrollo y la evolución en marcha. La meta de toda la evolución humana es la autoconciencia, de ahí que el Sol (símbolo de la autoconciencia) sea el regente tanto exotérico como esotérico del signo de Leo.
Cuando Leo «tiene el corazón en su sitio» (como se dice en lenguaje popular) no se encierra en sí mismo con falso orgullo, sino que está dispuesto a dar y a recibir. Como sabemos, a veces Leo es demasiado orgulloso para aceptar algo o para dejarse ayudar en caso de necesidad. Cree que puede hacerlo todo por sí sólo, pero con esta actitud lo único que consigue es que su yo se endurezca y que la fuerza de irradiación del corazón se extinga. En este punto, Leo sólo se ve a sí mismo y no piensa en los demás. Por eso es tan importante que Leo expanda continuamente su conciencia y sus sentimientos hacia los demás, en un constante ritmo de dar y tomar. No debe perder el contacto con los demás, quedándose sentado en su trono, solo y aislado.
Como ya hemos visto, Leo debe desarrollar la sensibilidad no sólo hacia su propio yo superior sino también hacia el de sus semejantes. Esta refinada sensibilidad debe expandirse hasta que sea consciente de la unidad de todas las almas en el sentido de la frase: «Todos los hijos de los hombres son uno en el corazón» o, como se expresa en sánscrito: «Tat wam asi» («Yo soy ése y, ése soy yo»).

La polaridad Leo–Acuario Eje de relaciones
En el plano mental encontramos la correspondencia en la relación con Acuario. Desde el punto de vista esotérico, Acuario es el reflejo del centro del corazón en la cabeza. En este signo, la inteligencia se une con el amor y se convierte en la voz interior, la razón pura o en la sabiduría que nos guía y que debemos seguir incondicionalmente. Esta voz interior también es conocida como la «voz del silencio», la luz de la cabeza, iluminación o intuición y hace referencia a esas verdaderas ráfagas de inspiración que irrumpen en la conciencia y que, por lo general, desaparecen rápidamente. En meditación, a menudo experimentamos cómo nos toca un soplo de eternidad y, de repente, nos damos cuenta de cosas que antes desconocíamos. Por eso es importante registrar inmediatamente todo lo visto con esa luz espiritual para que no se pierda: por ejemplo, escribiéndolo. Aquí, el papel del pensamiento racional consiste en indicar, formular y comunicar al cerebro lo que el yo espiritual, el corazón o el alma sabe, ve y comprende.
Si la cabeza y el corazón están unidos, estas intuiciones llegan cada vez con mayor frecuencia. La meditación es una gran ayuda en este proceso porque nos pone en contacto con nuestro verdadero yo. De esta forma, el amor hacia todo lo viviente crece en la misma medida que el amor hacia nosotros mismos, en el sentido de la frase bíblica: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». El deseo de servir y de hacer algo para mejorar las condiciones del mundo se intensifica. Empezamos a hacernos más útiles, a preocuparnos por nuestros semejantes con un corazón comprensivo, dirigiendo nuestro amor a todas las cosas que entran en nuestra conciencia y expandiendo nuestros horizontes. Nos interesamos más por los problemas del Todo y menos por la satisfacción de nuestros pequeños deseos personales. Ponemos en marcha nuestra inteligencia para encontrar soluciones a los problemas de la humanidad, convirtiéndonos al final en servidores de la humanidad porque sabemos que somos uno con todas las cosas y nos reconocemos como parte del Todo. Este es el proceso de desarrollo de una persona nacida en Leo, una vez que ha unificado en su conciencia la tensión polar Leo–Acuario, o el corazón y la cabeza.

La luz del alma
La luz del alma es la que proporciona la verdadera autoconciencia y la elevada sensibilidad. Éste es un reconocimiento importante y su relación con el signo Leo es clara. El real signo del corazón nos permite ser conscientes de la vida superior en nuestro interior: una vida a la que podemos consagrarnos, llenos de confianza y veneración. La luz del alma nos confiere la capacidad de percibir la vida interior o el ser interior con todos los sentidos, de crearle un espacio dentro de nosotros y de dejarla hacer (y seguirla).
El factor más decisivo no es necesariamente si una persona ha hecho el bien o el mal sino su capacidad de percepción del ser interno. Mientras el halo de lo divino nos rodee y la veneración y la dedicación permanezcan vivas en nuestro corazón, y mientras subordinemos los objetivos materiales a nuestros ideales y valores internos, seremos capaces de continuar nuestro crecimiento y nuestro desarrollo espiritual. Como dijo un maestro tibetano: «Sólo podemos alcanzar una dimensión superior de conciencia a través de la fuerza mágica del corazón».
La sensibilidad superior que puede desarrollarse de forma especial en el mes de Leo nos permite ver a través de la forma y penetrar en la realidad interna subjetiva, ocultada por las envolturas objetivas. Esta visión del centro vital que habita en nuestro corazón es más que mera comprensión, simpatía o entendimiento. Es la habilidad de penetrar a través de todas las formas y llegar a lo que realmente son (a la vida misma que pulsa en nuestros corazones y nos une a todos).

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