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18 de julio de 2020

El verano, un barómetro emocional



El añorado verano, una de las estaciones más esperadas del año según la mayoría de la gente y que, sin embargo, psicólogos y terapeutas coinciden en afirmar que es una época que suele arrastrar muchas movidas emocionales.

Las estaciones en la naturaleza
El estudio de cómo nos afecta el clima, o los cambios estacionales está enmarcado en una de las ramas de la ciencia de la vida. Fue Wilhem Reich, gran investigador de la psique humana y contemporáneo de Freud, quien explica que los procesos climatológicos guardan una estrecha relación con los procesos personales.

El prana o Chi u Orgón, como lo identificó Reich está presente en todas las cosas, presente en todo el universo. Es una energía, que irradian desde los microbios, las plantas y animales, a todas las formas de vida. Sus  investigaciones entre los años 1936 y 1950 se centraron en encontrar una relación directa entre el comportamiento del ser humano, el de la naturaleza y el medio en el que vive. Observó que las causas de ciertos desequilibrios o trastornos del carácter no sólo pueden originarse en el subconsciente del individuo, sino que también se derivan de una inestabilidad Orgonómica, es decir, de la mala gestión y calidad de la energía vital que posee la persona y la naturaleza. Afirmaba, por ejemplo que así como la naturaleza crea corazas en las plantas que deben resistir en el desierto, el ser humano cuando es víctima de lo que él denomina desierto emocional,  se inhibe, se retrae y desconfía. Se vuelve inquieto, e irritable, acorazado y muestra agresividad y al igual que el cactus que pincha para protegerse. En un medio hostil, la savia de la vida se seca y las células pierden vitalidad, alterando así el sistema inmunológico.
Fue duramente juzgado por tales afirmaciones que resultaron ser absolutamente ciertas. Ahora los científicos se centran en estudios que demuestran que las consecuencias geobiológicas y ambientales de los efectos devastadores de los diferentes accidentes climáticos que asolan nuestro planeta están íntimamente relacionados con las perturbaciones de la gran mayoría de las poblaciones. También sabemos que el aumento de las erupciones solares está recalentando no sólo el planeta, sino también los ánimos. En un artículo anterior revisábamos los efectos positivos de las tormentas solares como posibilidades de expansión de la conciencia. Pero de lo que aquí se trata es de analizar cómo nos afectan las estaciones, que perturbaciones nos acarrean. Empezamos por la estación que nos ocupa, el verano en el hemisferio donde se manifiesta.

El verano, historia de un secuestro emocional
Un periodo radiactivo
El verano según los estudios de Reich es un periodo de carga y de plenitud emocional. Es una época de frutos rojos, dulces, repletos de energía solar. Por regla general se caracteriza por una expresión vital anímica, dinámica y por la exaltación de los sentidos la gente suele estar más receptiva y abierta emocionalmente. Aparenta ser una época de alegría y jovialidad. El prana u orgón se mueve hacia fuera llenando todo el espacio. El organismo está pletórico, con mucha energía.
La tradición astrológica nos dice que las personas nacidas en los primeros meses del verano suelen ser vivaces, con fuertes ambiciones, entusiastas, pasionales y con deseos impulsivos. Les gusta ser el centro de atención. Los nativos en la última etapa del verano son un poco más reservados, aunque muy activos, solidarios, más templados y demuestran más madurez.
Para la Cábala es un periodo HE, de inmersión emocional, de vida, y de densidad sentimental. Muchos procesos internos se llevan a cabo en verano aunque aparentemente todo sea mucho más exterior, pero la vida se elabora desde la emoción y la emoción se descontrola fácilmente.
Lo cierto es que no es oro todo lo que reluce. Anhelamos que llegue el verano, y el verano resulta ser un gran proceso y barómetro de experimentación emocional. Representa ese estadio en que muchas experiencias impulsivas salen a la superficie y, como el ser humano no suele estar muy docto en la materia de educación emocional, las consecuencias son a veces imprevisibles, con pérdidas frecuentes de control, o expulsión de rabias contenidas a lo largo de otros periodos del año. De esta forma, no es de extrañar la proliferación de separaciones que llega a haber a final del verano. Durante las vacaciones la convivencia es más intensa y la mala gestión de las emociones pasa factura.
En verano hay segmentos de la población más afectados que otros, emocionalmente desorientados y extenuados, como por ejemplo los que engrosan las filas de los “currantes full time”. En los países donde el turismo incrementa cuantitativamente la actividad profesional, son muchos los que “sufren el verano” y pasan por el secuestro emocional. Así es como esos trabajadores manifiestan un agotamiento altamente radioactivo.
Otro sector que puede “padecer” el verano aunque aparentemente sea lo contrario, son los niños, los jóvenes adolescentes desocupados a lo largo del periodo estival. Después de la férrea vigilancia a la que han estado sometidos con toda clase de actividades, soltar ese lastre de repente resulta desconcertante, y el relax frecuentemente no se gestiona demasiado bien.
Los hijos se descontrolan y a los padres, que están de vacaciones, les toca ejercer una autoridad que hasta ese momento compartían con los profesores, y ¿qué hacemos con los niños?
La solución no pasa por cargarnos el verano, sino por comprender qué ocurre durante este periodo tan intenso y pasional y a la vez agotador para nuestra experiencia emocional, y en el caso de que surja la crisis, aprender a negociar, aprovechar para crecer, evitando que una crispación crónica acabe con nuestros recursos y nuestra paz.
El autoconocimiento y el reconocimiento emocional son fundamentales para gestionar adecuadamente las emociones, no sólo las que generamos en verano, sino a lo largo de toda la existencia.
Los manuales de psicología, desde los más clásicos a los más modernos nos hablan de reconocimiento, conciencia y motivación emocional, claves para comprender qué somos y de qué estamos hechos y más concretamente para qué experimentamos. Esta es la gran asignatura de la humanidad y sigue pendiente de aprobación para la gran mayoría. Desde todos los ámbitos de estudio, se sabe que la causa de los conflictos proviene de la lucha entre razón y el corazón, es decir, cuando se rompe el equilibrio entre la mente emocional y la racional, y es cuando hablamos de secuestro emocional. En términos astrológicos diremos que es la lucha entre los elementos Agua, sentimientos y Aire, razón. En Cábala sería la transición entre He-Vav (Otoño). La emoción se enroca, se atasca en He y el puente Vav, no consigue transmitir, la razón no logra su propósito, generar expectativas lógicas en una situación de tensión.

El reconocimiento
El primer paso para comprender las emociones es reconocerlas. Hay emociones fácilmente identificables, la agresividad, la rabia, la tristeza, el desconcierto, o la felicidad, la ternura, la comprensión, la simpatía, entre muchas, pero hay otras que subyacen en el fondo de la psique y quedan disimuladas, latentes, ocultas bajo una espesa capa de justificaciones. La educación emocional es la piedra angular sobre la que se fundamenta la expresión más sana de la personalidad. Ser esclavos de los instintos, de aquellas emociones que se disparan y nos dejan sin control nos impide ser dueños de nuestra propia existencia. La adecuada proporción entre las sensaciones de bienestar o de malestar, es decir entre lo que identificamos entre lo positivo y lo negativo es lo que hace que la integridad emocional evolucione. Nadie permanece siempre risueño o perturbado, a menos que exista alguna patología. Nuestra psique, o el desarrollo de nuestros pensamientos o de nuestros sentimientos es constante, como una letanía, un murmullo que nos invade permanentemente, de ahí la importancia de la meditación, de la necesidad de ralentizar la actividad cerebral. Identificar los estados de ánimo que nos asaltan resulta fundamental para tomar conciencia de lo que debe modificarse.

La conciencia
La anatomía emocional es un mundo de complejo significado. La toma de conciencia de lo que hemos reconocido e identificado nos permite comprender cómo nos afectan las emociones, qué nos aportan, qué generan en nuestro interior y por ende en las relaciones exteriores. Se trata de ser capaces de canalizar la emoción adversa para que ésta no nos lleve a actos desmedidos y no suponga una aniquilación del capital positivo. Sofocar el impulso negativo y lograr dominar los actos más reprobables nos hace más productivos y preparados para vivir el éxito, la plenitud.
Teniendo en cuenta que el sistema nervioso autónomo (SNA) está dividido en dos partes: el Sistema Simpático (el acelerador), y el Sistema Parasimpático, (el freno), podemos imaginar que nuestro cuerpo es como un coche. Sólo podemos frenar cuando hemos acelerado, son funciones que se hacen separadamente, de forma coherente y equilibrada.  A nadie se le ocurre frenar y acelerar al mismo tiempo, el vehículo se rompería. Cuando nos enfrentamos a las situaciones cotidianas, estas dos funciones se alternan a menos que un problema nos descontrole y dejemos de manejar los mandos adecuadamente. Es cuando el cerebro presiente un peligro y sobre activa el sistema Simpático y esto provoca el desequilibrio o secuestro emocional, (a más velocidad, la frenada debe ser mucho más difícil y peligrosa). El centro de regulación de la razón, el neocórtex, que es el encargado de procesar los datos registrados por los sentidos, emite señales de alarma. La amígdala, (situada en el tallo encefálico, especializada en cuestiones emocionales), es la responsable de la descarga energética que segrega más cortisol a la sangre y el estallido de cólera explota. Este es, muy resumidamente, el proceso químico que se desarrolla en nuestro interior.
¿Pero cómo identificar todo este proceso neuronal que parece vivir a expensas de nuestra conciencia y tener vida propia?
Si los neurocientíficos nos dicen que la amígdala constituye el mejor centinela de nuestra psique porqué envía señales de alerta máxima a todos los centros cerebrales, ¿cómo se nos puede pasar por alto tales indicaciones? Pues por falta de comprensión, atención y conciencia de los procesos internos que se llevan a cabo cada microsegundo de nuestra existencia. No nos escuchamos ni aprendemos de las respuestas emocionales innatas, impulsivas, descontroladas que tenemos a lo largo del día cada día de nuestra vida.
No se trata de doctorarnos en anatomía o neurobiología, sino de analizar las respuestas de nuestro organismo en todo el abanico de posibilidades que nos ofrece. Escuchar y comprender que podemos romper la inercia de un secuestro emocional tomando buena nota de lo que supone a todos los niveles. La neurociencia nos es de gran ayuda. Nos dice y demuestra que los primeros milisegundos de cualquier percepción son decisivos porque podemos identificar lo que sucede, si aquello es bueno o no lo es para nosotros, pero el problema es que esta información pasa a nuestro inconsciente. Y, ¿cómo hacerlo consciente?, esta es la clave. La conciencia, igual que la voluntad, se estrena y se entrena. Estamos inmersos en una maraña de recuerdos emocionales que nos marca de cerca. Son patrones de comportamiento que codifican nuestra personalidad. Si ante un suceso, una discusión, nuestra respuesta emocional es de huída, toda repetición de una secuencia parecida dará la misma respuesta, a menos que tomemos conciencia y seamos capaces de romper este patrón de repetición. Este es el aprendizaje emocional.
Somos individuos de costumbres, de acciones secuenciales. Pongamos el ejemplo del reciente mundial de fútbol. Ante el chute de un penalty. El segundo portero avisa al otro de que en el supuesto de que el encargado de tirar la falta máxima sea un jugador determinado, le aconseja tirarse hacia la izquierda, porque dicho jugador siempre opera de la misma forma ante la misma situación. El resultado fue que el portero utilizó el consejo y se tiró a la izquierda parando el penalty. Si el que lanzaba el balón hubiese sido consciente, -inconscientemente ya lo sabía-,que repetía un patrón determinado de conducta, probablemente hubiese metido el gol por el lado contrario.
Son numerosas las conductas hostiles que encharcan el organismo de cortisol que no se metaboliza, es decir que no se canaliza adecuadamente. Una persona que se irrita siempre ante un problema determinado movilizará el patrón de conducta-respuesta que se ajuste a tal experiencia. No sólo las personas que convivan con esta persona percibirán su conducta como una agresión, lo más triste es que este comportamiento acaba siendo un autosabotaje. El enfado es un estado de ánimo muy corrosivo y persistente y se retroalimenta porque pone en jaque al complejo sistema químico del organismo. Los que están atrapados en unas emociones desbordadas sufren por su comportamiento albergando sentimientos muy destructivos, culpabilidad, vacío, impotencia, por no saber manejar las situaciones, se les escapan. Son esclavos de sus estados de ánimo. Cuando pierden el control entregan el mando de sus emociones a cualquiera, a la pareja, a los padres, a los hijos, a los jefes, los clientes, o cualquier otra persona que en un momento determinado son susceptibles, según su criterio, de cortocircuitarles. Otros se dejan vencer por la apatía ante la ausencia de respuesta emocional. Dejan pasar la vida sin inmiscuirse. Existen también otra categoría de impotencia emocional, los alexitímicos, (alex, palabra, thymos, expresión), que son los que no consiguen expresar lo que sienten, ni siquiera saben que sienten. Si no saben, no pueden, ignoran sus emociones. Esta ya es una patología.
Este no es el caso de los que en verano sufren del desbordamiento emocional, los que se sienten a merced de unas sensaciones internas, de unas emociones que no consiguen identificar a tiempo para darles una respuesta positiva, él que ante un cliente insistente se muestra tosco, desagradable o evasivo. Se trata de una protección, un instinto de supervivencia que tiene su origen en el desarrollo límbico más rudimentario, (instintos): lo que amenaza mi estabilidad, mi tranquilidad, mi vida, lo voy a mantener a raya, saco las uñas para defenderme. El lado oscuro de las emociones resulta realmente desconocido e imprevisible, a menos que tomemos conciencia de los patrones, de las alarmas, de lo que ya registró el inconsciente y seamos capaces de desligarnos de estas conductas de autosabotaje, para desplegar una gran autonomía emocional.

La motivación emocional
Entrenar nuestro sistema emocional para obtener respuestas satisfactorias nos hace la vida más fácil y placentera y nos permite también ayudar a otros a comprender y canalizar sus emociones. La empatía juega un papel decisivo en las relaciones humanas.
“Si sé que estás mal, que no logras superar tu estado de ánimo o cualquier adicción, no incrementaré tu sufrimiento con mis reproches, sino que trataré de aliviar tu impotencia con más comprensión”.
Esta sería una secuencia óptima para aplacar la cólera de otra persona. Desligarse de los estados emocionales no resulta nada fácil, ni de los propios, ni de los ajenos Es de vital importancia prevenir. Podemos paliar mucha rabia y desespero con una intervención efectiva y afectiva. Las personas que más aprenden a manejar estos mecanismos son las más valoradas hoy día en las relaciones profesionales, se las considera líderes.
Las emociones son inteligentes. Este es un término que podría resultar contradictorio si no fuese porque entendemos que cuando las emociones son inteligentes es cuando han conseguido pactar, se han aliado mente y corazón, o Agua y Aire, el puente He-Vav fluye y se derrama en el exterior, permitiendo que la dimensión de la felicidad pueda ser una respuesta emocional sana y productiva. Ser capaces de motivarnos emocionalmente es cortocircuitar cualquier proceso de enojo, rabia, etc… antes de que este estalle. Se trata de boicotear nuestro lado más salvaje, indomable y amansar, domesticar las emociones.
En una intervención en crisis, el primero de los bálsamos a aplicar es la de la comprensión. Si ante un insulto, una provocación, lo primero que pienso es que esa persona tiene un mal día o no llega a más, esto ayudará a enfriar la respuesta emocional que está en la parrilla de salida, (amígdala en tensión), si no se puede dialogar, el enfriamiento puede hacerse por otros canales: ni tú ni nadie me hace perder el control, me estropea un día tan hermoso, sin mediar palabra, se desactiva la señal de alarma, uno se da la vuelta y se aísla. Esto sirve tanto para el que asume la agresión, como para el que la lanza. No identificarse con una situación requiere un dominio y una madurez encomiable. Todo este proceso de motivación emocional se lleva a cabo con suma paciencia, porque si no se está debidamente entrenado, existe una ansiedad manifiesta frente a la represión del enfado: evito irritarme porque no es bueno para mi, justificaciones interminables, etc. Pero no logro deshacerme de la presión que esto supone. No haber saltado me genera ansiedad, porque los patrones conductivos me han enseñado a que la secuencia acción-reacción es un dispositivo de superioridad. ¿Qué hago?
Lo primero no infligirse un autocastigo por no haber conseguido llevar mejor la situación, el sentimiento de culpabilidad es altamente destructivo. Responsabilidad sí, culpa no. La empatía y la compasión con uno mismo es una herramienta muy valiosa. Si el niño nos sacó de quicio y le lanzamos un bofetón, y al momento siguiente nos mortificarnos, provocando la somatización de ese malestar, no conseguiremos nada bueno, al contrario, alimentaremos nuestro estado de insatisfacción. Dar un bofetón no es positivo, no resuelve nada, pero si ya está hecho, lo asumo como una parte de experiencia que no quiero volver a repetir. Entiendo mi rabia, la computo y me libero de ella para erradicarla de mi comportamiento. Identifico la respuesta, tomo conciencia y genero más motivación para superar este patrón.
Así la comprensión de los procesos emocionales nos lleva a ser más felices.
Volviendo al título del artículo, la radiación del verano puede ser curativa o destructiva, todo dependerá de lo que cada uno esté dispuesto a evaluar. Será curativa para los que, identificando sus patrones de comportamiento experimenten un crecimiento y mejoren sus expectativas, sus recursos, su calidad humana, su afectividad. Será destructiva para los que no consigan zafarse de las atenazadoras excitaciones que amenacen su estabilidad personal y colectiva, los que sigan con la creencia de que no hay mejor defensa que un buen ataque y los que utilicen las situaciones hostiles para seguir alimentando su irascibilidad, su farsa de poder. Estos también llegarán al a conocimiento, pero por el camino más largo y pedregoso. La elección es libre…..El sol puede calentar o quemar….. tú decides.

Este artículo está dedicado a todas las personas que me lo han inspirado. Amigos y allegados que desde hace años se sienten presos de la vorágine de una estación que suele definirse como de relax y placentera y que para muchos no lo es tanto. Llevo observando desde hace cierto tiempo su evolución y su secuestro emocional, que suele durar casi tres meses pero que deja estragos y patrones enquistados en su memoria celular mucho tiempo más. Para ellos va todo mi afecto y mi comprensión.


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