Alejandro Lodi
La oscuridad. Las tenebrosas profundidades del alma
humana. Cuando “mi sueño es tu pesadilla”. Un sentimiento adherido a tinieblas.
El más próximo al rencor, al resentimiento, a la venganza, a la impiedad. El
más lejano al amor.
El peor pecado de nuestro comportamiento vincular es
la provocación del miedo y la justificación del odio. La satanización del otro
para indultar propias culpas.
En lo colectivo, la generación de facciones cerradas en su credo (religioso, político, ideológico, deportivo o lo que fuera) excita la oscuridad. Clanes luminosos, abroquelados en su dogma de fe, que se sienten convocados a despejar todas las falsedades del mundo. En posesión de una verdad incuestionable, crean una realidad que no puede ser relativizada por los hechos. Comportamientos radicalizados,
conductas extremas que, bajo la fascinada convicción de encarnar los más altos valores humanos, no pueden ser juzgados por nadie. El cinismo autoindulgente elevado a suprema virtud. La sacralización del narcisismo. El éxtasis de la omnipotencia.La oscuridad de las creencias, la sombra de la fe: a
una verdad absoluta le corresponde hechos relativos. La realidad es lo que
nuestras creencias indiquen que sea; y si los hechos no coinciden con ellas,
pues habrá que negarlos. La realidad será ideológica o no será. La realidad
como logro de la militancia del creyente.
Esto concluye en una evidencia contundente y
pavorosa: si creo no percibo. En posesión de la certeza, lo percibido necesariamente debe
subordinarse a ella. No es necesario percibir, porque el dogma me dice como es
todo “allá afuera”. Es la miseria de las creencias. El credo evita que asumamos
el reto máximo de la conciencia: la responsabilidad de nuestra percepción.
En verdad, aceptar el desafío de percibir implica
suspender nuestras creencias, a riesgo de que ya no sea posible luego volver a
ellas. Por cierto, nuestras creencias siempre resultarán un filtro a lo que
percibimos. No se trata, entonces, de “no tener creencias para poder así
percibir”, sino de la disposición consciente a no refugiarnos en ellas si el
impacto perceptivo indica que esas creencias, ideas o visiones acerca de la
realidad han sido desbordadas por la experiencia -concreta, inmediata y
reiterada- de los hechos.
En fin, no debería extrañarnos (al menos a los
astrólogos) que emerja tanta oscuridad en tiempos del tránsito de Plutón a Luna
y Sol de Argentina. El dios de las profundidades de espanto operando su arte
doloroso y transformador, abriendo nuestros ojos a los íntimos complejos del
pueblo y a los perversos secretos de los gobernantes, dejando en evidencia el
vínculo entre esos complejos y esas perversiones.
La buena noticia es que no hay a quien echarle la
culpa (a menos que reproduzcamos nuestra adolescencia encantada).
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