Si te consideras una persona normal, que hace cosas normales, seguramente seas hiperactivo en el peor y más lamentable sentido de la palabra. Tu agenda diaria rebosa de actividades y planes, muchos de los cuales llevas a cabo para escapar de ti mismo. Para empezar, trabajas unas ocho horas al día. También consumes otras muchas yéndote de compras. Y en cuanto a tus momentos de ocio, los dedicas en gran parte a sentarte pasivamente delante de una pantalla, ya sea viendo la tele,
chateando por las redes sociales o navegando a la deriva por Internet. El resto del tiempo lo pasas rodeado de gente que, como tú, habla sin parar. ¿Te has fijado qué ocurre cuando conversas con otra persona? Te es imposible no vomitar todos los pensamientos que deambulan como zombis por tu mente. No escuchas. Y nadie te escucha. Llamas «conversación» a la sucesión compulsiva de dos monólogos llenos de palabras vacías que no dicen nada. Los etíopes se refieren a esta disfunción comunicativa como «mnámnan», que literalmente quiere decir «bla, bla, bla…» Utilizas el ruido para evitar conectar con el insoportable vacío que sientes en tu interior. Tu acelerada forma de malvivir pone de manifiesto que te aterra quedarte a solas contigo mismo, en silencio y sin hacer algo. Pero no importa cuanto huyas. Tu dolor te acompañará siempre, vayas donde vayas.*Fragmento
extraído del libro “El Prozac de Séneca. Claves para afrontar problemas
existenciales con sabiduría”, escrito con mi pseudónimo Clay Newman.
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