La humanidad busca desesperadamente como salir de
las crisis que hoy enfrenta entre la salud y una economía basada en principios
falsos que ha llevado a la humanidad a la crisis ecológica que estamos
viviendo. Crisis que muy bien puede ser causa de la actual pandemia. ¿Virus
natural provenientes de murciélagos? ¿Virus modificado en laboratorio? ¿Virus
como arma futura de guerra biológica? Nunca lo sabremos. Pero lo que si es
cierto es que hemos manejado mal el sentido profundo que tiene la economía
mundial en sus varios aspectos. Las soluciones y premisas han estado dentro del
marco de unos principios falsos basados en el materialismo, una creencia muy
arraigada en la conciencia de la humanidad que es creer que lo más
importante en la vida son las posesiones materiales. Como
consecuencia de esta
creencia, la tenencia es lo que importa y la ganancia material
es la que rige y gobierna las decisiones en la mayoría de los casos. Esta
creencia no tiene sustento en ninguna parte del Universo. La Naturaleza no la
contempla, es un principio falso de toda falsedad. La posesión es un
espejismo. Y la muerte nos sigue diciendo una y otra vez: “Tú única
posesión es tu conciencia.”
Hay dos vertientes muy peligrosas que ha tomado la
conducta humana. La guerra y la destrucción del medio ambiente. Detrás de las
dos, como su trasfondo, está siempre la ganancia personal. Hemos anhelado la
paz, sin embargo, sembramos las semillas de la guerra al aceptar, por años y
años, sin protestar, las medidas económicas que no contemplaron el derecho de
comer de los menos afortunados porque no nos afectaban directamente y nunca nos
preguntamos si nuestro estilo de vida y su confort esta sostenido por el hambre
de muchos. Y seguimos quejándonos sin reconocer que los principios que le han
dado forma a los sistemas por los cuales regimos nuestras vida son falsos y son
la base de los males que hoy nos aquejan, que la marea de la vida ahora nos
acerca.
La fraternidad, que es la garantía de la paz, se
asienta en la Unidad de toda Vida. Todos los hombres somos hermanos, todos,
incluyendo a aquellos que piensan diferente a nosotros. Todos tenemos los
mismos derechos. Y cuando nos dividimos entre buenos y malos, cultos e
incultos, ricos y pobres, desarrollados y subdesarrollados, proyectamos futuras
guerras.
La humanidad es una unidad de autoconciencia en
posesión de las herramientas que le dan forma al destino. El Maestro Saint
Germain nos señala que estamos, hoy, ante dos grandes fuerzas opuestas que
están ocasionando la crisis actual.
1. Las fuerzas de la luz que
provienen del alma de la humanidad (que se sabe una con todos) a
medida que busca su crecimiento espiritual y su desarrollo, y
2. Las fuerzas del materialismo, del
yo separado, a medida que cada uno busca su propia ganancia en el mundo de las
apariencias. (nuestro mundo material)
Cada individuo, cada grupo de individuos, o las
naciones, deben decidir entre estas dos grandes fuerzas. La elección que cada
uno haga determinará el sendero de desarrollo por varias encarnaciones; y la
decisión de la mayoría determinará el sendero que la humanidad tomará durante
los próximos 2,500 años. ¿Desarrollará la humanidad su carácter
espiritual o acentuará el aspecto forma de su naturaleza? Ése es el punto. ¿En
qué dirección moveremos nuestro foco de autoconciencia? Hacia el manejo de la
forma como almas conscientes encarnadas o a nuestro encarcelamiento en la forma
como egos separados. ¿Cuál será nuestro ideal central?
Y el Maestro nos señala que no es la primera vez en
la historia que hemos estado ante una decisión así. En la cumbre de la
civilización Atlante, la humanidad tuvo un interludio cíclico similar.
Escogimos la ganancia personal por encima del crecimiento espiritual, iniciando
así una historia de ascensos y caídas de una civilización tras otra porque
nosotros, la humanidad, construimos nuestra vida y asuntos sobre un fundamento
falso. La historia es testigo. No sólo entorpecimos y retrasamos, en aquel
entonces, nuestro crecimiento espiritual, sino que elegimos un camino que nos condujo
a la caída del lugar elevado que habíamos alcanzado.
Nuevamente hoy la humanidad enfrenta una crisis de
oportunidad ¿Habremos aprendido la lección? Cada uno de nosotros tiene ante sí
un reto. ¿Qué escogeremos? ¿La ganancia personal o el crecimiento espiritual?
La personalidad es el instrumento perfecto para que
el alma pueda expresarse y vivir en este mundo. A través de ella
evolucionamos (nosotros, el alma). Por su intermedio entramos
en contacto con las tres frecuencias menores de la materia vibrante del cuerpo
planetario, la etérica-física, la emocional y la mental. Hemos llegado a la
cúspide del desarrollo personal como egos separados. El próximo paso requiere
la identificación con los planes del alma, con su voluntad superior. El Orden
Divino para esta nueva etapa humana se fundamenta en la hermandad, desarrollada
sobre la base de la buena voluntad, el amor y el servicio. Deben
predominar sobre la ambición, ya sea personal, familiar o nacional si queremos
corregir los errores de la Atlántida.
Los ideales de la personalidad tienen que ser
sustituidos por los ideales del alma. Este ideal
sublime cobra vida en el Cristo. Es un ideal que la humanidad no tiene que
crear, porque ha sido creado por la Divinidad y ha sido impreso en la sustancia
como la meta hacia donde se encamina toda evolución. Por Amor, el
Espíritu (el Padre) impregnó la Sustancia (la Madre) de
Sí mismo y dio nacimiento al Alma (el Hijo) y esta Alma es el
principio morador que llamamos el Cristo. Este principio que mora tanto en la
conciencia como en la sustancia de los cuerpos asegura y guía el desarrollo
evolutivo de la humanidad hacia su destino divino. El libre albedrío de la humanidad
nos permite escoger la forma en la que vamos a evolucionar, ya sea a través del
dolor y la pérdida, o a través del gozo y el entendimiento, pero
evolucionaremos, no hay salida; y eventualmente manifestaremos la naturaleza
del alma.
Jesús apareció en el mundo presagiando el próximo
evento en la conciencia de la humanidad. Interpretó no sólo lo que cada ser
humano es en realidad, sino que también mostró el sendero evolutivo para lograr
esa meta. Cristo nos enseñó con su vida, el Plan Divino para la entrante
nueva era. El verdadero significado de su victoria sobre la muerte, después del
sacrificio final del yo personal, se ha perdido sepultado en la forma que tomó
el evento, pero este final de la historia del Cristo es nuestro destino, la
liberación de la prisión de la forma y su transformación, haciéndola brillar
con la luz del alma.
Si queremos dar el próximo paso evolutivo, tenemos
que diseñar los sistemas por medio de los cuales organizamos nuestra vida con
este principio como base, como fundamento, reconociendo el verdadero principio
del amor que conduce a la correcta acción. La competencia debe ceder a la
cooperación, la buena voluntad debe regir cada decisión humana, ya sea
personal, grupal o nacional. Hay que rediseñar la economía de manera que incluya
en sus cómputos el factor ecológico y humano de modo que la ganancia material
no sea la rectora. En otras palabras, ir superando el materialismo salvaje en
el que nos hemos metido, sustituyéndolo por el amor que nos enseñó el Cristo.
Impregnemos la vida de ese amor. Está inscrito en
nuestro corazón. Es la Ley de este Universo.
Obra consultada: Creative Thinking, L. Cedercrans
No hay comentarios:
Publicar un comentario