Hay un libro titulado “el clan del oso cavernario” que cuenta la
historia de una niña cuidada por una tribu neardhental en la época
prehistórica, una niña rubia, de ojos azules perteneciente a una tribu de
cromagnones. Vive con ellos sufriendo y superando situaciones de conflicto y
rechazo hasta hacerse mayor y es en ese momento cuando entiende que debe
emprender su camino y buscar su lugar en el mundo. Es una película muy
inspiradora y reconfortante, que os recomiendo.
El clan familiar, podemos compararlo, como ocurre
en la película, con una cueva calentita y segura, donde compartimos
experiencias con miembros de la familia con los que nos hemos criado y a los
que suponemos iguales a nosotros.
Abandonar esa cueva, que percibimos ligeramente al
principio como un lugar con el que no nos identificamos completamente, supone
correr el riesgo de pasar frío o que nos pueda suceder algún peligro.
Nuestro cerebro más primitivo nos dicta la orden de
obedecer cuando la amenaza es ser expulsado del clan familiar y en definitiva
poder morir como sucedería seguramente a nuestros antepasados prehistóricos,
por ello en muchas ocasiones retrasamos salir dándonos mil excusas y argumentos
para no tener que enfrentarnos con el miedo a la soledad, sin la protección de
nuestro clan y sus directrices, normas, lemas, tan diferentes a nosotros. No
digo ni mejores ni peores, digo diferentes.
Nos atrevemos a salir pero llamamos una y otra vez
para que el clan nos abra y poder volver a sentir ese calor que aunque no nos
reconforta realmente en nuestro interior si que nos es conocido y en un primer
momento para nosotros eso es suficiente. Pero pronto vuelve a aparecer la
contradicción entre no sentirnos miembros del clan y salir a buscar nuestro
lugar fuera, pero volvemos otra vez a excusarnos y volvemos a llamar para que
nos abran.
Intuimos que salir del territorio del clan familiar es
una deslealtad imperdonable y tenemos un miedo ancestral a no volver a ser
admitidos en el clan. Pero cada vez crece más el sentimiento de que no
cuadramos, que somos unos extraños y que funcionamos diferente a los patrones
que nuestra familia espera de nosotros.
El impulso es tan fuerte que cada vez nos vamos
atreviendo a salir más, a distanciarnos más de lo conocido y de lo que
suponemos seguro, y a descubrir, aunque no lo reconozcamos en un principio
conscientemente, que estamos fuera del clan y nuestro camino pasa por salir de
la cueva definitivamente y buscar nuestro lugar en el mundo.
¿Qué nos impide abandonar al clan familiar?
Muchas de las creencias que tenemos son ideas y/o
“contratos” que se nos han transmitido desde nuestros antepasados y que
intuimos que no podemos cuestionar. Estos contratos emocionales que
no están escritos, que son implícitos y sutiles nos atan con fuerza al pasado y
fomentan las relaciones basadas en la dependencia emocional.
Los contratos se cumplen por lealtad, pero también por
temor a las consecuencias.
Atreverse a disolver estos contratos es enfrentarse a
bloqueos sexuales, a sentimientos de culpa y/o a sentir ser merecedores de
castigos por “salirnos del tiesto” pero sobretodo es abrir al fin la puerta a
la libertad de amar y ser como queremos, abrir la puerta a la transformación,
que también asusta.
No quiero decir con estas reflexiones, que salir
suponga obligatoriamente romper con la familia o dejarnos de hablar, aunque en
ocasiones si sea necesaria una distancia geográfica y/o emocional para poder
poner en orden lo que sentimos y así poder acercarnos de nuevo a nuestra
familia sin obligaciones, ni vergüenzas, ni enfados si no con una libertad
meditada y amorosa.
Es un camino en muchas ocasiones complicado y
doloroso, pero el impulso de buscar y sentirnos plenos y realizados es tan
fuerte que la vida, nuestra fuerza interior no se como llamarlo, nos empuja y
lleva a la búsqueda.
Pasa el tiempo y cada vez se tiene más claro que no
sentirse miembro del clan familiar en el que se ha nacido no es ser mala
persona. Dejas de sentirte tan culpable y necesitado de reconocimiento,
sentimientos muy fuertes al principio. Simplemente entiendes que debes salir.
Comparto estas reflexiones, por que muchas veces saber
que lo que uno siente lo sienten otras personas crea una sensación de
tranquilidad y de que no estas solo, que tu búsqueda tiene sentido y te da
fuerzas para seguir.
Desde la infancia nos imponen destinos ajenos. Es
conveniente recordar que no estamos en el mundo para realizar los sueños de
nuestros padres, sino los propios.
“No hay alivio más grande que comenzar a ser lo que en
realidad somos” – Alejandro Jodorowsky
Fuente: altaducacion.org
Me parece un consejo acertado.
ResponderEliminarGracias por tu Presencia ♥
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