por Alejandro Posada Beuth
Desde el momento mismo de la concepción se
desprendieron millones y millones de fotones, lo que nos permite reconocernos
verdaderamente como seres de luz.
Sin embargo, más allá de un fenómeno físico, la luz se
asocia a la claridad y la transparencia que nos permiten develar el misterio de
la vida.
¿Es la epífisis la que activa nuestra luz interior o
el camino es a la inversa?
Observamos desde nuestro propio prisma y por tanto
gran parte de lo que vemos está en relación con experiencias previas, reales o
no.
En palabras del filósofo Bertrand Russell: “el viajero
ve solo lo que le interesa y de una historia sólo es verdad aquello que se
cree”.
¿Existe una única realidad?
¿Cómo influye el punto de vista?
¿Podemos, desde la reflexión, salir de la
incertidumbre?
¿Qué hay detrás de la imagen que nos refleja el
espejo?
¿Quién es ese otro Yo?
¿Cómo comprender la historia de los complementarios?
¿Cómo recuperar el foco?
¿Puedo enriquecer mi propia imagen?
¿Cuál es su relación con el auto-reconocimiento y la
auto-confianza?
¿Por qué se distorsiona la imagen?
¿Quién soy verdaderamente?
Frecuentemente el observarnos frente al espejo nos
invita a un silencio elocuente que no es, ni mucho menos, un signo de cobardía
o pasividad.
Más bien nos conduce a la interiorización como parte
del Sendero del Sabio que no cae en la tentación generada desde el ego por
juzgar cada cosa que vemos, sino que nos permite contemplar amorosamente y con
compasión aquello que se refleja como esencia para poder transmitir todo
nuestro potencial y así aportar decididamente al Bien Mayor.
La realidad, en muchas ocasiones, se aleja de lo que
percibimos.
Pero cuando recuperamos el enfoque, cuando contactamos
de verdad, logramos ser uno con el Universo mismo y entonces… ¡somos lo que
somos!
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