Por Julio Andrés Pagano
Cuentan que la curiosidad
hizo que un niño descubriese la vital importancia de ayudar a crear entornos de
paz, amor, luz y consciencia tejiendo sabiamente con los colores del alma.
“Abuelo, ¿puedo preguntarle por qué cada tarde lo veo
sentado en este banco de la plaza sonriendo en dirección al Sol?”, preguntó
tímidamente el niño mientras se mantenía a unos pasos de distancia, ya que no
sabía qué tipo de respuesta obtendría.
El anciano inclinó lentamente su cabeza, hizo una
breve pausa, lo miró con gran ternura y con mucha paz le respondió: “Estoy
tejiendo”.
El niño sonrió. “¿Cómo que está tejiendo abuelo -le
dijo-, si no veo que tenga lanas de colores ni tampoco grandes agujas?”.
“Tejo realidades”, mencionó el anciano.
“Puede que parezca que aquí sentado no hago nada
-continuó-, sin embargo permaneciendo en calma hago que mi corazón cree un
entorno armónico. También bendigo con mis pensamientos e intenciones a todos
los que pasan por esta plaza para que tengan el mejor de sus días. Así es como
voy tejiendo. Siempre los saludo con amor, les sonrío con franqueza, y si los
veo medio caídos levanto mi bastón y les digo: `vamos qué se puede´. También le
pido a los pájaros que me ayuden a darles fuerzas cantando, porque sus
maravillosos sonidos revitalizan y sanan”.
El niño estaba absolutamente asombrado. No podía creer
lo que escuchaba, estaba acostumbrado a oír insistentemente que cuando uno se
vuelve viejo ya no sirve para nada.
“En esta luminosa tarea de ayudar a crear entornos
armónicos no estoy solo”, remarcó el anciano. Y extendiendo de par en par sus
brazos exclamó: “Mirá la belleza que irradian los árboles, olé el maravilloso
perfume que sin pedirnos nada a cambio nos comparten las flores. Contemplá el
incansable trabajo de esas abejas, observá con cuánta libertad juegan los
perros. Sentí cómo te acaricia el viento. La existencia, a su modo, también
está tejiendo. En mi caso disfruto tejer con hebras de luz, por eso cada tarde
abro mi corazón para que los rayos del Sol entren, me acaricien y se anclen en
el suelo junto con mis sentimientos más puros, de manera que la Madre Tierra
sienta cuánto la amo”.
Por último el anciano destacó: “Sin importar la edad
que se tenga, todos podemos ayudar a tejer el entramado de un mundo más
consciente, sensible, solidario y humano haciendo que nuestras mejores
intenciones viajen más allá de las frontera. También podemos irradiar mucho
amor para que las heridas se cierren, los corazones se abran y que cada uno alcance
su máximo potencial descubriendo el poder transformador de las cosas simples”.
Los ojos del niño comenzaron a brillar. El anciano se
acercó, le pidió permiso a través de una sonrisa y le dio un cálido abrazo.
Cuentan que el Sol alumbró aún más fuerte para sumarse
al encuentro. Y en ese instante, a modo de agradecimiento, el niño le susurró:
“Me voy a casa abuelo. Tengo que ir a contarle todo esto a mi mamá, porque
ella, que es de las personas a quien más quiero en este mundo, todavía teje
usando lanas y agujas”.
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