Los médicos, durante la pandemia de 1918, encontraron que los pacientes afectados por una gripe severa y atendidos en espacios exteriores, tuvieron una mejor recuperación que aquellos tratados puertas adentro. El aire exterior es un desinfectante natural; igualmente, la luz solar es germicida y la evidencia actual indica que puede matar al virus de la gripe.
Cuando surgen enfermedades nuevas y virulentas, como el SARS y el Covid-19, se inicia la carrera por encontrar nuevas vacunas y tratamientos para las personas afectadas. A medida que se desarrolla la crisis actual, los gobiernos están reforzando la cuarentena y el aislamiento y se restringen las reuniones públicas. Las autoridades de salud implementaron la misma estrategia de hace 100 años, cuando la influenza se propagaba por todo el mundo. Los resultados fueron variables, pero los registros de la pandemia de 1918 indican que una cierta técnica para abordar la influenza fue efectiva, aunque muy poco conocida en la actualidad. Cierta experiencia de la más grande epidemia que registra la historia, obtenida bajo duras condiciones, podría ayudarnos en las próximas semanas y meses.
En términos simples, los médicos encontraron que los
pacientes afectados por una gripe severa y atendidos en espacios exteriores
tuvieron una mejor recuperación que aquellos tratados puertas adentro. La
combinación de aire fresco y luz solar parece haber prevenido muertes entre los
pacientes y las infecciones entre el personal médico.[1] Esto tiene un respaldo
científico. La investigación muestra que el aire exterior es un desinfectante
natural. El aire fresco puede matar el virus de la gripe y otros gérmenes
perjudiciales. Igualmente, la luz solar es germicida y la evidencia actual
indica que puede matar al virus de la gripe.
Tratamiento al ‘aire libre’ en 1918
Durante la gran pandemia, dos de los peores lugares
para estar eran los cuarteles militares y los barcos para transporte de tropas.
La sobrepoblación y la mala ventilación pusieron en gran riesgo a soldados y
marinos de contraer la influenza y otras infecciones que a menudo le siguieron.
[2,3] Al igual que con el brote actual de Covid-19, gran parte de las víctimas
de la llamada gripe española no murieron por influenza, murieron por neumonía y
otras complicaciones.
Cuando la pandemia de influenza alcanzó la costa este
de Estados Unidos en 1918, la ciudad de Boston fue golpeada con particular
fuerza, al punto que la Guardia Estatal instaló un hospital de emergencia.
Ingresaron los peores casos entre marineros de barcos en el muelle de Boston.
El director médico del hospital había observado que los marinos de mayor
gravedad habían estado en espacios mal ventilados, por lo cual les dio la mayor
cantidad de aire fresco posible colocándolos en carpas. Si había buen tiempo
eran sacados de las carpas para estar bajo el sol. En ese instante era una
práctica común llevar a los soldados enfermos a espacios abiertos. Esta terapia
al aire libre, tal como fue conocida, fue ampliamente utilizada en personal
dado de baja del Frente Occidental. Se convirtió en el tratamiento de elección
para otra infección respiratoria común y con frecuencia fatal en ese instante:
la tuberculosis. Los pacientes eran sacados en sus camillas para respirar aire
puro en el exterior, o bien eran atendidos en pabellones con ventilación
cruzada con las ventanas abiertas día y noche. Este sistema al aire libre
conservó su popularidad hasta que los antibióticos lo reemplazaron en la década
de 1950.
Los médicos que tenían la experiencia de primera mano
con la terapia al aire libre en el hospital de Boston estaban convencidos de la
efectividad del método, y se adoptó en otras partes. Si cierto informe es
correcto, disminuyó las muertes entre pacientes hospitalizados desde el 40% a
cerca del 13%. [4] De acuerdo al Cirujano General de la Guardia Estatal de
Massachusetts:
‘La eficacia del tratamiento al aire libre ha sido
absolutamente demostrada, y sólo es necesario probarlo para descubrir su
valor.’
El aire fresco es un desinfectante
Los pacientes tratados en espacios abiertos tuvieron
menor probabilidad de exponerse a gérmenes infecciosos que aquellos instalados
a menudo en pabellones hospitalarios convencionales. Estaban respirando aire
limpio en lo que debe haber sido un ambiente ampliamente estéril. Esto lo
sabemos porque en la década de 1960, científicos del Ministerio de Defensa
demostraron que el aire fresco es un desinfectante natural. [5] Algo en él, que
fue llamado Factor Aire Libre, es altamente nocivo para las
bacterias transportadas por el aire, y el virus de la influenza, respecto al
aire de espacios interiores. No pudieron identificar exactamente en qué
consiste ese Factor Aire Libre, pero encontraron que fue efectivo durante las
horas diurnas y nocturnas.
Su investigación reveló además que el poder
desinfectante del Factor Aire Libre se puede conservar en espacios cerrados si
las frecuencias de ventilación se mantienen suficientemente elevadas. Resulta
significativo que los porcentajes que identificaron son los mismos de los
pabellones hospitalarios con ventilación cruzada, con techos elevados y
ventanas grandes, diseñados para eso. [6] Pero en el instante en que los
científicos hacían sus descubrimientos, la terapia antibiótica había
reemplazado al tratamiento al aire libre. Desde entonces, los efectos
germicidas del aire fresco no han destacado en el control de infecciones o en
el diseño de hospitales, a pesar de que las bacterias nocivas se han vuelto
cada vez más resistentes a los antibióticos.
Luz solar e infección por influenza
El poner a los pacientes infectados bajo la luz del
sol podría haber ayudado ya que inactiva al virus de la influenza. [7] Además
mata bacterias que causan infecciones pulmonares y otras infecciones
hospitalarias. [8] Durante la Primera Guerra Mundial, los cirujanos militares
usaban habitualmente la luz solar para sanar las heridas infectadas. [9] Sabían
que era un desinfectante. Lo que no sabían es que una ventaja de colocar a los
pacientes al aire libre bajo el sol es que pueden sintetizar vitamina D en la
piel si la luz solar tiene la intensidad suficiente. Esto se descubrió después
de 1920. Los niveles de vitamina D bajos se relacionan hoy en día con infecciones
respiratorias y podrían elevar la susceptibilidad a la influenza. [10] Además,
los ritmos biológicos de nuestro cuerpo parecen influir en cómo resistimos a
las infecciones. [11] La investigación actual sugiere que pueden alterar
nuestra respuesta inflamatoria al virus de la gripe. [12] Al igual que con la
vitamina D, al momento de la pandemia de 1918, no se sabía la importancia que
tenía la luz solar en sincronizar estos ritmos.
Mascarillas faciales, coronavirus y gripe
Las mascarillas quirúrgicas tienen actualmente una
distribución limitada en China y en otras partes. Fueron utilizadas hace 100
años, durante la gran epidemia, para intentar detener la propagación del virus
de la influenza. Aunque las mascarillas quirúrgicas podrían ofrecer cierta
protección contra la infección, no pueden producir un sello alrededor del
rostro, por lo cual no pueden filtrar las pequeñas partículas presentes en el
aire. En 1918, toda persona del hospital de urgencias en Boston que había
tenido contacto con pacientes tenía que usar una mascarilla improvisada. Esto
incluía cinco capas de gasa ajustadas a un marco de alambre que cubría la nariz
y la boca. El marco se ajustaba para adaptarse al rostro del usuario e impedir
que el filtro de gasa tocara la boca y las fosas nasales. Las mascarillas eran
reemplazadas cada 2 horas, esterilizadas adecuadamente y vueltas a colocar con
gasa nueva. Fueron las precursoras de los respiradores N95 utilizados hoy en
los hospitales para proteger al personal médico contra infecciones transportadas
por el aire.
Hospitales provisorios
El personal hospitalario mantenía altos estándares de
higiene para trabajadores y medio ambiente. Sin duda que esto cumplió un rol
importante en los porcentajes informados de infección y muertes relativamente
bajos. El otro factor fue la velocidad con que se levantó el hospital y otras
instalaciones provisorias al aire libre para hacer frente a la escalada de
pacientes con neumonía. Hoy en día, muchos países no están preparados para una
pandemia severa de influenza. [13] Sus servicios de salud serán sobrepasados si
aparece alguna. Las vacunas y los fármacos antivirales podrían ayudar. Los
antibióticos podría ser efectivos para neumonía y otras complicaciones, pero
gran parte de la población mundial no tendrá acceso a ellos. Si aparece otro
1918, o la crisis del Covid-19 se agrava, la historia indica que podría ser
prudente tener tiendas de campaña y pabellones prefabricados listos para hacer
frente a una gran cantidad de enfermos graves. Mucho aire puro y un poco de luz
solar también podrían ayudar.
Dr. Richard Hobday.
El doctor Richard Hobday es un investigador
independiente que trabaja en las áreas de control de infecciones, salud pública
y diseño de edificios. Es el autor de The Healing Sun.
Referencias
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