La naturaleza es el gran libro que hay que aprender a leer.
Es la gran reserva cósmica con la que tenemos que estar en comunicación. ¿Cómo establecer esta conexión? Es muy simple: se trata del secreto del amor. Si amamos la naturaleza, no para nuestro placer o distracción, sino porque ella es el gran Libro escrito por Dios, brota en nuestro interior un manantial que limpia todas nuestras impurezas, liberando los canales que están obstruidos y provocando un cambio, gracias al cual alcanzaremos la comprensión, el conocimiento. Cuando viene el amor, los seres y las cosas se abren como flores. Por eso, si amamos la naturaleza, ella hablará en nosotros, porque también nosotros formamos parte de ella.
A medida que cambian nuestras ideas sobre la naturaleza, modificamos nuestro destino.
Si pensamos que la naturaleza está muerta, disminuye la vida en nosotros; si pensamos que está viva, todo lo que contiene, piedras, plantas, animales, estrellas..., vivifica nuestro ser y aumenta la fuerza de nuestro espíritu.
La naturaleza se manifiesta de muchas maneras:
mediante el buen tiempo, la lluvia, la niebla, la nieve... La sucesión de
estaciones - primavera, verano, otoño e invierno - y los cambios que ello
comporta son como un lenguaje que hay que descifrar. Existe el día y la noche,
la actividad y el reposo, la vigilia y el sueño; en todos los niveles
encontramos las mismas alternancias. El día no representa otra cosa que la
actividad, y la noche el reposo. Evidentemente, durante la noche, cuando
dormimos, también realizamos un trabajo, pero se trata de un trabajo diferente
que no tiene lugar en el consciente, sino en otra región que llamamos
subconsciente.
Así pues, el día corresponde al consciente y la noche
al subconsciente. El primero es el despertar y la actividad, y la segunda,
el sueño y la pasividad. También podemos decir que el día representa el consumo
- pues con la actividad se sobreentiende que hay gasto -, y la noche la recuperación,
el restablecimiento. El consumo - o gasto de energía no dura mucho si no hay
una recuperación, es decir, si no restablecemos nuestras fuerzas y recargamos
nuestras baterías.
Ahora bien, para recargarse hay que limpiarse y,
precisamente, la actividad que realiza durante la noche el subconsciente
está ligada a otras muchas, siendo la primera de todas ellas la limpieza: ciertos
elementos perjudiciales y tóxicos desaparecen a fin de que la vías
respiratorias, circulatorias y eliminatorias se liberen y todos los
fluidos sanguíneos, nerviosos, etc..., puedan circular de nuevo.
El hombre realiza un gasto considerable de material y energía para estar activo, consciente y vigilante.
No podéis imaginaros la cantidad de energía que consume el cerebro para mantenerse consciente, así como para permanecer despierto, ¡la energía que precisa, es increíble! Si se agotan las fuerzas y los materiales que le permiten mantenerse despierto, el hombre suele dormirse durante el día para poder recuperar lo que le falta, y a veces le bastan dos o tres minutos para sentirse restablecido y con las baterías recargadas.
El día y la noche los encontramos en todas partes y
bajo diferentes formas. ¿Qué son la primavera y el verano? El día. ¿Y el
otoño y el invierno? La noche. De noche la naturaleza entra en reposo, acumulando
nuevas fuerzas para que la primavera y el verano den otra vez sus frutos.
Por este motivo en los árboles y las plantas la
actividad cambia segúnlas estaciones. Durante el otoño e invierno, el
trabajo tiene lugar en las raíces y no alcanza al tronco ni a las ramas: el
árbol no tiene hojas, flores, ni frutos. Corresponde al trabajo del
subconsciente. Mientras que durante la primavera y el verano, la actividad
cobra fuerzas y se sitúa más arriba, lo que corresponde al trabajo del
consciente. Luego, una vez más, la actividad vuelve a disminuir y así
sucesivamente.
Esta alternancia la encontramos en cada mes, en donde
también encontramos el día y la noche: durante catorce días la luna crece,
lo cual corresponde al día, y luego, durante los otros catorce días, la
luna mengua, lo cual corresponde a la noche. Cuando la luna está creciente,
la actividad se desplaza hacia lo alto, hacia el cerebro, y el hombre
puede permitirse el gastar y producir más, ser más activo y enérgico.
Cuando la luna está menguante, la actividad se desplaza hacia el vientre, el
estómago, y los órganos sexuales; en este momento el hombre ya no es tan poderoso
con su cerebro, pero si lo es con el subconsciente, es decir, es más sensual,
come más, duerme más...
Así pues, un mes consta de quince días de claridad y
quince de oscuridad. También en una jornada hay un día y una noche, e
incluso en una hora encontramos el día y la noche.
El día es la vigilia, la actividad y el consumo
de La alternancia del día y la noche nos enseña que el hombre debe vivir
en los dos mundos, es decir, desarrollar su intelecto y distinguir bien
los detalles en el plano físico, pero sin permanecer exclusivamente en
dicho plano, ya que entonces nunca llegaría a ser completo al faltarle
la inmensidad del corazón y del alma.
El hombre sabio sabe que debe comulgar con la
colectividad de las almas del universo y trabajar al mismo tiempo en el plano
físico. Vive en el plano divino y en el físico al mismo tiempo; así se
beneficia de la riqueza de ambos mundos.
En mi opinión un materialista no es un hombre
inteligente, porque no ha estudiado bien las cosas: ha contado sólo con su
intelecto, y como éste es el asesino de la realidad, la verdadera realidad se
le escapa.
Pero no me interpretéis mal, no quiero restarle importancia
al sol.
Nuestro sol está unido al sol espiritual, y a
través de él podemos comunicar con este sol espiritual. Del mismo modo, nuestro
sol, el intelecto, está unido al sol del plano causal, que es la sabiduría
universal, el conocimiento absoluto. Así pues, nuestro sol es una etapa,
una puerta, un grado. Sin embargo, no se os ocurra decir: «Si esto es así, ya
no iré al sol porque oculta la realidad». No la oculta, sólo lo hace para aquéllos
que no saben ir más allá.
Si el día pone de manifiesto la importancia de la
tierra, de los detalles, de lo pequeño, la noche pone de manifiesto su
insignificancia. ¿Tenéis problemas, inquietudes? Contemplad las estrellas por
la noche y sentiréis que, poco a poco, todo lo negativo empieza a desaparecer,
que os volvéis nobles, generosos, indulgentes y que incluso os reís de las
ofensas y vejaciones que os hacen. Cuando el hombre consigue desligarse de
esta ínfima realidad que es la tierra y se lanza a la inmensidad, se
convierte en algo grande y se fusiona con el Espíritu cósmico.
Pero, a continuación, tiene que regresar y reemprender
sus tareas, ya que no puede desaparecer del todo porque debe permanecer en
la tierra y cumplir con sus obligaciones.
Si no disponéis de tiempo para contemplar las
estrellas, cuanto menos, antes de dormiros, confiaros al Señor y decidle:
«Señor, haz que comprenda y que pueda visitar los esplendores de tu Creación».
Así, durante la noche iréis muy lejos y no permaneceréis estancados en la
tierra.
El hombre no está hecho para quedarse agazapado en la
tierra, sino para, viajar a otros planetas, a otras estrellas, pues para
el alma no hay obstáculos.
Evidentemente el cuerpo es demasiado denso y no
puede volar por el espacio, pero para el alma no hay impedimentos,
ni barreras. Para que pueda viajar sólo necesita que sus ataduras con el
cuerpo no sean muy fuertes.
El alma permanece prisionera y no puede emprender el
vuelo si los apetitos, los deseos y las ansias la retienen al cuerpo
físico.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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