Le gustaba aparentar que era un hombre muy religioso y envanecerse
de su rectitud moral. A
veces, para impresionar a los demás y alardear
de su espiritualidad,
declaraba:
—Daría veinte años de vida
por alcanzar la sabiduría definitiva.
Y cierto día pasó por allí un gran maestro al que todos consideraban tan avanzado espiritualmente que si uno de verdad seguía sus enseñanzas, podía hallar en esta vida la realización espiritual
definitiva. Llegó a sus oídos que un hombre de la localidad iba asegurando que daría veinte años de vida por alcanzar la liberación, por lo que le hizo llamar y le dijo:—Estoy deseando encontrar
alguna persona que de verdad quiera iluminarse y esté dispuesta a sacrificarse cuanto
sea para ello. He escuchado que darías veinte años de vida por alcanzar la
Sabiduría. Yo te aseguro, amigo mío, que puedo conseguir que la consigas, pero
¿de verdad estás dispuesto a dar veinte años de vida?
—Sí, por supuesto...
–afirmó sin pausa el devoto– de la vida de mi mujer.
Reflexión
Llenamos nuestras vidas de
buenas intenciones y toda clase de propósitos y proyectos, pero ¿adónde van a
dar?
Los dejamos sobre el abismo
y la mayoría de ellos no se materializan, porque hay que distinguir entre la
comprensión de superficie, que no es tal, y la verdadera comprensión, que es la
que impulsa a proceder en consecuencia. No basta con proponerse un objetivo,
sino que hay que poner los medios hábiles para hacerlo posible. Decimos querer
cambiar,
pero no hacemos nada eficiente
para lograrlo. No hay ningún caso de una persona que se acueste por la noche de
una manera y se levante de otra. El cambio interior sólo sobreviene mediante el
esfuerzo bien dirigido, la disciplina y el autoconocimiento. Para poder
conquistar la
paz interior, hay mucho que
perder: agitación, envidia, celos, rabia, enfoques incorrectos, avidez, odio...
Muere una parte de uno para que aflore la más fértil. Para liberarse, sí, hay
que dar a veces veinte años de la propia vida: veinte años de ejercitamiento
para liberar la mente de sus ataduras. Buda dio seis, Jesús otro tanto o más,
Mahavira también y lo mismo Pitágoras. La senda hacia la Liberación es gradual
y, como nadie puede recorrerla por uno, no existe otra posibilidad que hollarla
uno o seguir empantanado en el doloroso terreno de la ignorancia.
Ramiro A. Calle
Cincuenta Cuentos para Meditar y Regalar
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