por Liliana Arias
Cinco semanas de silencio
después de que el Buddha lograra la iluminación sentado bajo el Árbol Bodhi en
Bodhgaya, India, dió la primera enseñanza a sus cinco principales discípulos.
Este primer giro de la rueda del Dharma ocurrió en el Parque de los Ciervos, en
Sarnath –cerca de Benarés, lo que hoy en día se conoce como Varanasi– y la
enseñanza se denomina Las cuatro nobles verdades –o, en pali, el Dhammacakkappavattana Sutta–.
Estas constituyen la base de las enseñanzas budistas y describen
objetivamente –desde la perspectiva de la iluminación– qué somos, la realidad que habitamos y cómo lograr la perfecta libertad, paz y felicidad.Podríamos utilizar la siguiente
analogía que utilizan muchos maestros para entender su significado. Si una
persona está enferma, para obtener su cura primero debe reconocer que está
enferma, luego acudir al médico, quien determinará la causa de su enfermedad,
le asignará un tratamiento y, finalmente, el paciente se curará.
Si queremos encontrar la
verdadera felicidad o liberación debemos reconocer nuestro sufrimiento (dukkha).
Entonces, la primera y la segunda nobles verdades nos muestran la causa y el
resultado de la existencia no iluminada –samsara o existencia
cíclica, el ciclo repetitivo e incontrolado de nacimiento y muerte– como
la enfermedad y su causa. La tercera y cuarta nobles verdades, la cesación y el
camino, son la causa y el resultado de la existencia iluminada –nirvana– como
el tratamiento y la curación. En samsara partimos ignorantes de la
verdad última, y nirvana es la realización de ella. La cuarta noble
verdad del noble óctuple sendero es el método que el Buddha nos legó
para encontrar la liberación.
Las
cuatro nobles verdades
El sufrimiento del sufrimiento
El sufrimiento de la existencia condicionada
1.
La verdad del sufrimiento
El sufrimiento existe y se
manifiesta a tres niveles en todas las formas de existencia condicionada,
desde el más burdo al más sutil.
a) El sufrimiento del
sufrimiento
Este es el sufrimiento que
todos podemos reconocer, desde los animales más pequeños hasta los seres
humanos. Todos queremos evitar el dolor, es la consecuencia inamovible de un
nacimiento.
Sufrimos porque no queremos
experimentar el dolor que surge del sufrimiento físico y mental. Por un lado,
deseamos estar cerca de nuestros seres queridos y de condiciones agradables; y,
por otro, apartarnos de situaciones y personas desagradables. Este nivel de
sufrimiento es fácil de reconocer, lo experimentamos muy frecuentemente y, en
general, podemos lidiar con él.
b)
El sufrimiento del cambio
El segundo tipo de sufrimiento
es a un nivel sutil. Vivimos en un mundo donde la impermanencia es
prevalente; claramente se expresa como nacimiento, vejez,
enfermedad y muerte. Las cosas cambian, y aun así nos aferramos a ellas
dándoles una etiqueta y una característica –les asignamos una expectativa–.
Pensamos que nunca cambiarán; y cuando desaparece la imagen de aquello que
habíamos etiquetado, sufrimos. Lo que al principio era causa de nuestra
felicidad, luego se convierte en sufrimiento.
Debemos reconocer que todas las
cosas tienen una naturaleza transitoria –primero están y luego no– y que son
impermanentes, están cambiando todo el tiempo. Por lo tanto, no hay una base
real para cristalizar una expectativa.
c)
El sufrimiento de la existencia condicionada
Este sufrimiento es el más sutil:
se basa en la creencia de un yo independiente al cual le atribuimos un carácter
permanente. Es la idea de que hay un “yo y lo mío”, y fuera de eso están los
demás. Debido a esta ignorancia fundamental generamos apego por los seres
queridos y lo que nos gusta, así como aversión por aquellas personas y lo que
nos desagrada, e indiferencia por lo que no conocemos. En esas condiciones no
hay una posibilidad de felicidad estable y se debe a una existencia no
iluminada.
Este es el sufrimiento que, en
realidad, más nos afecta y del que nos debemos liberar. Estamos tan
obsesionados con todo aquello que nos genera placer, que somos manipulados por
nuestras sensaciones y emociones, no somos dueños de nuestras propias
decisiones, vivimos inmersos en una ilusión por aquello que no nos lleva a
nada. Somos capaces de generar muchos problemas –desde un pequeño enfado o
malestar, incluso manifestar agresividad o violencia– si las cosas no se
corresponden con nuestro dogma personal.
La razón de nuestra existencia condicionada
es nuestra ignorancia fundamental. Es esa falsa creencia de que hay un yo
independiente separado de los demás, y el desconocimiento de la ley de la
causalidad.
Cada fenómeno es un agregado de
partes y está en dependencia de otros fenómenos. En realidad, lo que vemos como
entidades o eventos separados corresponden a una gran red de
interdependencias. Nada existe independientemente de cómo pensamos, las cosas
allá afuera no son como las percibimos; existen, pero no como las vemos.
2.
El origen del sufrimiento
El origen del sufrimiento tiene
dos causas: el karma y las emociones aflictivas que creamos por
pensar que el “yo” existe de manera independiente; este “yo” es el reflejo de
una visión egocentrista.
Las emociones
aflictivas afectan a la mente, a la salud y a la relación con las
personas. Todas las malas acciones son una expresión de ellas.
Hemos entrado en el juego de
las causas y condiciones por esta visión egocéntrica y estamos experimentando
el samsara. Esa es la base. Por el momento y debido a nuestra ignorancia,
estamos obligados a jugar, no hay otra salida. En este juego todas las acciones
egoístas o negativas tendrán sus resultados correspondientes, lo mismo que las
acciones virtuosas o positivas.
La creencia del “yo y lo mío”
nos alejan de la verdad –que es nuestra naturaleza luminosa–. Así, hemos creado
las bases para generar malas condiciones, que se arraigan más y más por el
poder de los hábitos y las tendencias.
3.
La cesación del sufrimiento
Desde nuestro punto de vista
dualista concebimos los objetos y los fenómenos dotándolos de una existencia
inherente, pero los fenómenos existen por su designación y función, no surgen
de manera independiente como creemos. Esto nos cuesta aceptarlo.
El problema de asignar una
naturaleza inherente a las cosas es la razón por la que nos apegamos a ellas.
El apego es el combustible directo para las emociones aflictivas que detonan
las malas acciones; luego creamos karma, y el sufrimiento es su resultado.
Si podemos aceptar que los
fenómenos no tienen una naturaleza inherente, veremos que aquello a lo que nos
apegamos es tan solo una idea, no existe como algo sólido, independiente, sino
más bien como un agregado de partes que surgen de manera dependiente debido a
ciertas causas y condiciones, no hay una realidad objetiva detrás. Veremos que
todos nuestros conflictos son tan solo una mera ilusión, podríamos decir que
estamos peleando contra un espejismo. Si podemos aceptar las cosas así,
debilitaremos nuestras emociones aflictivas.
Al desmantelar nuestra creencia
de una realidad objetiva de las cosas nos estaremos acercando a la cesación del
Samsara.
4.
El noble óctuple sendero
Al aceptar la existencia del
sufrimiento y de que estamos bajo el control de las emociones aflictivas y el
karma, damos el primer paso que es la renuncia. Comprendemos que todos estamos
experimentando el mismo sufrimiento y entonces, queremos la liberación para uno
mismo y para todos. Es ahí cuando surge la compasión y la empatía por los
demás.
Al renunciar, no negamos ni rechazamos
las cosas, más bien nos hacemos más eficientes, empleamos los recursos con
mayor simplicidad. Lo complejo viene de la creencia de la existencia objetiva
de los fenómenos, a la cual hemos cargado nuestra visión errónea de la
realidad.
La simplicidad contrarresta las
emociones aflictivas. Podemos decir que comienza el proceso de desapego, ya que
–como hemos visto–, en realidad, no hay nada a qué apegarse; y así también
debilitamos nuestra visión errónea de manera natural.
El Buddha señaló el camino de
la liberación con El noble óctuple sendero:
La visión correcta
La intención correcta
El lenguaje correcto
La acción correcta
El medio de vida correcto
El esfuerzo correcto
La atención correcta
La concentración correcta
a)
La sabiduría
Las dos primeras categorías –la
visión y la intención correctas– corresponden a la sabiduría (prajña).
La visión correcta es
aceptar la realidad última que, de alguna manera, podría ser descrita como el
cuento de El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, donde el vanidoso emperador gustaba
vestir las galas más lujosas y costosas, y el nuevo costurero le vendió el
traje más novedoso y caro –el traje invisible–. El emperador podría ponerse
furioso por no ver en el traje las finas sedas, el hilo de oro y los accesorios
de piedras preciosas; o aceptar el nuevo traje invisible, que podía ser tan
bueno como los otros trajes. Esto es vencer nuestros preconceptos. Podemos
aceptar que las cosas tienen variadas formas de ser y que estamos cómodos con
la situación que se presente. No arrancamos en cólera o nos sentimos
defraudados por no tener “aquello que esperamos debido a nuestros conceptos o a
lo que las personas puedan decir”.
La intención correcta es
la que está alineada con la verdad; y la verdad es que existe la impermanencia,
por lo tanto, no debemos apegarnos a nada. Debe prevalecer la ecuanimidad.
Yo y todos los demás no somos diferentes, dependemos los unos de los otros. Existe
la ley del karma: todas nuestras acciones tienen consecuencias, y sus
resultados madurarán con las condiciones. Acciones virtuosas madurarán con
resultados positivos; acciones egoístas madurarán con resultados negativos.
Con la visión correcta y la
intención correcta, nuestras acciones de cuerpo, palabra y mente estarán
imbuidas de sabiduría.
b)
La conducta
Las categorías 3, 4 y 5 –el
lenguaje, la acción y el medio de vida correctos– corresponden a la ética (shila) y a la
conducta. Tenemos tres puertas por las que creamos karma: el cuerpo,
la palabra y la mente.
El lenguaje y las
acciones son expresiones directas de la mente. Si la mente está
distorsionada por nuestras emociones aflictivas, es seguro que a través de
nuestras palabras y acciones vamos a ocasionar daño.
Si no creamos el hábito de
cultivar la recolección –mindfulness–, no tendremos control sobre la mente,
seremos víctimas de nuestras aflicciones y del karma. Si la cultivamos
practicando y acostumbrándonos a la virtud, lograremos “el lenguaje correcto y
las acciones correctas”.
El medio de vida
correcto nos asegura que estamos haciendo las cosas bien; con un medio de
vida incorrecto es difícil practicar la virtud.
c)
El entrenamiento mental
Finalmente las categorías 6, 7
y 8 –el esfuerzo, la atención y la concentración correctos– corresponden al
entrenamiento mental. Podemos tener la buena intención de cultivar la
recolección, pero si, a propósito, no tomamos un tiempo para entrenar la mente
diariamente, no lograremos ningún cambio.
El esfuerzo correcto es el
combustible para nuestra práctica. Es la conciencia de que lo que estamos
realizando nos permitirá un cambio trascendental.
La atención correcta es la
aplicación de la recolección –mindfulness– y la atención vigilante
–introspección–, que son los ingredientes indispensables para lograr…
La meditación o la
concentración correcta –samadhi–. Debemos desarrollar primero la
recolección y la atención vigilante que nos permitirán acceder a una
concentración unipuntual. Con esta base podremos embarcarnos para ir al
encuentro de nuestra verdadera naturaleza. Finalmente, seremos capaces de
experimentar directamente la realización de la realidad última a través de la
meditación de la visión penetrante. Así, alcanzaremos la paz definitiva, el
nirvana.
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