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15 de agosto de 2022

Las cuatro nobles verdades

por Liliana Arias  

Cinco semanas de silencio después de que el Buddha lograra la iluminación sentado bajo el Árbol Bodhi en Bodhgaya, India, dió la primera enseñanza a sus cinco principales discípulos. Este primer giro de la rueda del Dharma ocurrió en el Parque de los Ciervos, en Sarnath –cerca de Benarés, lo que hoy en día se conoce como Varanasi– y la enseñanza se denomina Las cuatro nobles verdades –o, en pali, el Dhammacakkappavattana Sutta–.

Estas constituyen la base de las enseñanzas budistas y describen

objetivamente –desde la perspectiva de la iluminación– qué somos, la realidad que habitamos y cómo lograr la perfecta libertad, paz y felicidad.

Podríamos utilizar la siguiente analogía que utilizan muchos maestros para entender su significado. Si una persona está enferma, para obtener su cura primero debe reconocer que está enferma, luego acudir al médico, quien determinará la causa de su enfermedad, le asignará un tratamiento y, finalmente, el paciente se curará.

Si queremos encontrar la verdadera felicidad o liberación debemos reconocer nuestro sufrimiento (dukkha). Entonces, la primera y la segunda nobles verdades nos muestran la causa y el resultado de la existencia no iluminada –samsara o existencia cíclica, el ciclo repetitivo e incontrolado de nacimiento y muerte– como la enfermedad y su causa. La tercera y cuarta nobles verdades, la cesación y el camino, son la causa y el resultado de la existencia iluminada –nirvana– como el tratamiento y la curación. En samsara partimos ignorantes de la verdad última, y nirvana es la realización de ella. La cuarta noble verdad del noble óctuple sendero es el método que el Buddha nos legó para encontrar la liberación.

Las cuatro nobles verdades

La verdad del sufrimiento

El sufrimiento del sufrimiento

El sufrimiento del cambio

El sufrimiento de la existencia condicionada

El origen del sufrimiento

La cesación del sufrimiento

El noble óctuple sendero

La sabiduría

La conducta

El entrenamiento mental

1.  La verdad del sufrimiento

El sufrimiento existe y se manifiesta a tres niveles en todas las formas de existencia condicionada, desde el más burdo al más sutil.

a)  El sufrimiento del sufrimiento

Este es el sufrimiento que todos podemos reconocer, desde los animales más pequeños hasta los seres humanos. Todos queremos evitar el dolor, es la consecuencia inamovible de un nacimiento.

Sufrimos porque no queremos experimentar el dolor que surge del sufrimiento físico y mental. Por un lado, deseamos estar cerca de nuestros seres queridos y de condiciones agradables; y, por otro, apartarnos de situaciones y personas desagradables. Este nivel de sufrimiento es fácil de reconocer, lo experimentamos muy frecuentemente y, en general, podemos lidiar con él.

b)  El sufrimiento del cambio

El segundo tipo de sufrimiento es a un nivel sutil. Vivimos en un mundo donde la impermanencia es prevalenteclaramente se expresa como nacimiento, vejez, enfermedad y muerte. Las cosas cambian, y aun así nos aferramos a ellas dándoles una etiqueta y una característica –les asignamos una expectativa–. Pensamos que nunca cambiarán; y cuando desaparece la imagen de aquello que habíamos etiquetado, sufrimos. Lo que al principio era causa de nuestra felicidad, luego se convierte en sufrimiento.

Debemos reconocer que todas las cosas tienen una naturaleza transitoria –primero están y luego no– y que son impermanentes, están cambiando todo el tiempo. Por lo tanto, no hay una base real para cristalizar una expectativa.

c)  El sufrimiento de la existencia condicionada

Este sufrimiento es el más sutil: se basa en la creencia de un yo independiente al cual le atribuimos un carácter permanente. Es la idea de que hay un “yo y lo mío”, y fuera de eso están los demás. Debido a esta ignorancia fundamental generamos apego por los seres queridos y lo que nos gusta, así como aversión por aquellas personas y lo que nos desagrada, e indiferencia por lo que no conocemos. En esas condiciones no hay una posibilidad de felicidad estable y se debe a una existencia no iluminada.

Este es el sufrimiento que, en realidad, más nos afecta y del que nos debemos liberar. Estamos tan obsesionados con todo aquello que nos genera placer, que somos manipulados por nuestras sensaciones y emociones, no somos dueños de nuestras propias decisiones, vivimos inmersos en una ilusión por aquello que no nos lleva a nada. Somos capaces de generar muchos problemas –desde un pequeño enfado o malestar, incluso manifestar agresividad o violencia– si las cosas no se corresponden con nuestro dogma personal.

La razón de nuestra existencia condicionada es nuestra ignorancia fundamental. Es esa falsa creencia de que hay un yo independiente separado de los demás, y el desconocimiento de la ley de la causalidad.

Cada fenómeno es un agregado de partes y está en dependencia de otros fenómenos. En realidad, lo que vemos como entidades o eventos separados corresponden a una gran red de interdependencias. Nada existe independientemente de cómo pensamos, las cosas allá afuera no son como las percibimos; existen, pero no como las vemos.

2.  El origen del sufrimiento

El origen del sufrimiento tiene dos causas: el karma y las emociones aflictivas que creamos por pensar que el “yo” existe de manera independiente; este “yo” es el reflejo de una visión egocentrista. 

Las emociones aflictivas afectan a la mente, a la salud y a la relación con las personas. Todas las malas acciones son una expresión de ellas.

Hemos entrado en el juego de las causas y condiciones por esta visión egocéntrica y estamos experimentando el samsara. Esa es la base. Por el momento y debido a nuestra ignorancia, estamos obligados a jugar, no hay otra salida. En este juego todas las acciones egoístas o negativas tendrán sus resultados correspondientes, lo mismo que las acciones virtuosas o positivas.

La creencia del “yo y lo mío” nos alejan de la verdad –que es nuestra naturaleza luminosa–. Así, hemos creado las bases para generar malas condiciones, que se arraigan más y más por el poder de los hábitos y las tendencias. 

3.  La cesación del sufrimiento

Desde nuestro punto de vista dualista concebimos los objetos y los fenómenos dotándolos de una existencia inherente, pero los fenómenos existen por su designación y función, no surgen de manera independiente como creemos. Esto nos cuesta aceptarlo.

El problema de asignar una naturaleza inherente a las cosas es la razón por la que nos apegamos a ellas. El apego es el combustible directo para las emociones aflictivas que detonan las malas acciones; luego creamos karma, y el sufrimiento es su resultado.

Si podemos aceptar que los fenómenos no tienen una naturaleza inherente, veremos que aquello a lo que nos apegamos es tan solo una idea, no existe como algo sólido, independiente, sino más bien como un agregado de partes que surgen de manera dependiente debido a ciertas causas y condiciones, no hay una realidad objetiva detrás. Veremos que todos nuestros conflictos son tan solo una mera ilusión, podríamos decir que estamos peleando contra un espejismo. Si podemos aceptar las cosas así, debilitaremos nuestras emociones aflictivas.

Al desmantelar nuestra creencia de una realidad objetiva de las cosas nos estaremos acercando a la cesación del Samsara.

4.  El noble óctuple sendero

Al aceptar la existencia del sufrimiento y de que estamos bajo el control de las emociones aflictivas y el karma, damos el primer paso que es la renuncia. Comprendemos que todos estamos experimentando el mismo sufrimiento y entonces, queremos la liberación para uno mismo y para todos. Es ahí cuando surge la compasión y la empatía por los demás.

Al renunciar, no negamos ni rechazamos las cosas, más bien nos hacemos más eficientes, empleamos los recursos con mayor simplicidad. Lo complejo viene de la creencia de la existencia objetiva de los fenómenos, a la cual hemos cargado nuestra visión errónea de la realidad.

La simplicidad contrarresta las emociones aflictivas. Podemos decir que comienza el proceso de desapego, ya que –como hemos visto–, en realidad, no hay nada a qué apegarse; y así también debilitamos nuestra visión errónea de manera natural.

El Buddha señaló el camino de la liberación con El noble óctuple sendero:

La visión correcta 

La intención correcta

El lenguaje correcto

La acción correcta

El medio de vida correcto

El esfuerzo correcto

La atención correcta

La concentración correcta

a)  La sabiduría

Las dos primeras categorías –la visión y la intención correctas– corresponden a la sabiduría (prajña).

La visión correcta es aceptar la realidad última que, de alguna manera, podría ser descrita como el cuento de El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, donde el vanidoso emperador gustaba vestir las galas más lujosas y costosas, y el nuevo costurero le vendió el traje más novedoso y caro –el traje invisible–. El emperador podría ponerse furioso por no ver en el traje las finas sedas, el hilo de oro y los accesorios de piedras preciosas; o aceptar el nuevo traje invisible, que podía ser tan bueno como los otros trajes. Esto es vencer nuestros preconceptos. Podemos aceptar que las cosas tienen variadas formas de ser y que estamos cómodos con la situación que se presente. No arrancamos en cólera o nos sentimos defraudados por no tener “aquello que esperamos debido a nuestros conceptos o a lo que las personas puedan decir”.

La intención correcta es la que está alineada con la verdad; y la verdad es que existe la impermanencia, por lo tanto, no debemos apegarnos a nada. Debe prevalecer la ecuanimidad. Yo y todos los demás no somos diferentes, dependemos los unos de los otros. Existe la ley del karma: todas nuestras acciones tienen consecuencias, y sus resultados madurarán con las condiciones. Acciones virtuosas madurarán con resultados positivos; acciones egoístas madurarán con resultados negativos.

Con la visión correcta y la intención correcta, nuestras acciones de cuerpo, palabra y mente estarán imbuidas de sabiduría.

b)  La conducta

Las categorías 3, 4 y 5 –el lenguaje, la acción y el medio de vida correctos– corresponden a la ética (shila) y a la conducta. Tenemos tres puertas por las que creamos karma:  el cuerpo, la palabra y la mente. 

El lenguaje y las acciones son expresiones directas de la mente. Si la mente está distorsionada por nuestras emociones aflictivas, es seguro que a través de nuestras palabras y acciones vamos a ocasionar daño.

Si no creamos el hábito de cultivar la recolección –mindfulness–, no tendremos control sobre la mente, seremos víctimas de nuestras aflicciones y del karma. Si la cultivamos practicando y acostumbrándonos a la virtud, lograremos “el lenguaje correcto y las acciones correctas”.

El medio de vida correcto nos asegura que estamos haciendo las cosas bien; con un medio de vida incorrecto es difícil practicar la virtud.

c)  El entrenamiento mental

Finalmente las categorías 6, 7 y 8 –el esfuerzo, la atención y la concentración correctos– corresponden al entrenamiento mental. Podemos tener la buena intención de cultivar la recolección, pero si, a propósito, no tomamos un tiempo para entrenar la mente diariamente, no lograremos ningún cambio. 

El esfuerzo correcto es el combustible para nuestra práctica. Es la conciencia de que lo que estamos realizando nos permitirá un cambio trascendental.

La atención correcta es la aplicación de la recolección –mindfulness– y la atención vigilante –introspección–, que son los ingredientes indispensables para lograr… 

La meditación o la concentración correcta –samadhi–. Debemos desarrollar primero la recolección y la atención vigilante que nos permitirán acceder a una concentración unipuntual. Con esta base podremos embarcarnos para ir al encuentro de nuestra verdadera naturaleza. Finalmente, seremos capaces de experimentar directamente la realización de la realidad última a través de la meditación de la visión penetrante. Así, alcanzaremos la paz definitiva, el nirvana.

 


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