Centro Holística Hayden

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10 de agosto de 2022

La Llave que abre los Portales

Trigueirinho

Al venir al mundo material el hombre trae consigo, oculta, la llave de su origen cósmico. La historia de esta humanidad fue, y es, dolorosa porque esa llave interna quedó en el olvido, aunque siempre haya sido posible reencontrarla.

La fe, irrestricta e incondicional, en la existencia de una Inteligencia Suprema por encima de todas las cosas es uno de los medios para

descubrir dicha llave, pues abre el camino que conduce a la percepción de la inmortalidad. Esa fe es portadora de energías sutiles que introducen a la persona en una vida regida por leyes superiores a las materiales.

El karma se va transformando de a poco con el cambio de actitud del hombre. Sin embargo, lo que se puede llamar real transformación del karma se basa en esa fe, y es llevada a cabo por jerarquías que inspiran a la vida externa para cumplir designios cósmicos. Cuando esta transformación ocurre, el ser se libera relativamente de vínculos compulsivos físicos, emocionales y mentales, y puede encarnar con propósitos muy definidos, como por ejemplo, el de servir al plan evolutivo.

A medida que el ser humano crece en conciencia, su comprensión acerca de la ley del karma va cambiando. Deja de verla como mero instrumento para compensar errores cometidos en el pasado y reconoce que es un medio infalible y de extrema utilidad para realizar la meta superior de la vida. Comienza a descubrir esta meta cuando profundiza el desapego. Empieza a notar que la ley del karma está presente en diversos niveles de existencia y que actúa de diferentes formas; desde entonces coopera con ella de manera inteligente, sin resistirse a la transformación que propone la voluntad mayor. Ya no es sólo actor en el propio destino, sino colaborador efectivo de la evolución, un verdadero creador.

Basados en la fe, nuestra constitución material y psíquica puede cambiar por completo y reencontrar gradualmente la llave que abre los portales de nuestra realidad inmortal, donde ya no existen el ayer ni el mañana, tan sólo existe el eterno presente, sin karma. La fe es un faro que domina todo el trayecto por las tortuosas veredas de los mundos materiales, conduciéndonos siempre a leyes superiores a la del karma.

Un considerable número de almas se empeñaron en clarificar el karma durante varias encarnaciones y, en el momento actual, sus personalidades podrían estar regidas por leyes superiores; a pesar de eso, permanecen bajo la ley del karma debido a la inercia o a la falta de osadía para asumir un nuevo estado.

En general, se trata de seres que han madurado por la experiencia y que no se dejan llevar por la maldad que caracteriza a la mayoría (polarización), pero algunas conductas tradicionalmente aceptadas y consideradas como positivas que ellos adoptan, impiden que se sumerjan en lo desconocido. Para esos seres, las responsabilidades personales tienen tanto valor que relegan a segundo plano las obras de cuño espiritual y de alcance universal.

Aquellos que demoran en abandonar lo que ya no les corresponde, a veces son impulsados a salir del letargo a través de la pérdida compulsiva de bienes o de la ruptura inarmónica de ciertos lazos afectivos. Para la personalidad, estas privaciones pueden resultar un sufrimiento, pero para el yo interno, que tiene a la vista desenvolvimientos más profundos y libres, es una oportunidad esperada por mucho tiempo.

Los impulsos enviados desde lo Alto para esas separaciones nunca llegan prematuramente; aguardan que la personalidad tenga fuerzas suficientes para asumir la etapa que se abrirá, con el mínimo de posibilidades de retroceder. Cuando los seres superan el limbo de las vivencias repetidas, donde todo parece ya conocido, experimentan la plenitud que sólo la ausencia de vínculos personales puede proporcionar.

Disolver los lazos que atan la conciencia al ego, con sus hábitos y vicios, ir más allá de lo que es posible para la mayoría, renunciar a las propias ideas, opiniones y gustos, y despojarse de todo lo superfluo adquirido a lo largo de la vida, exige una voluntad férrea. Pero sólo así se consigue llegar a las leyes mayores, bajo las cuales el karma no existe.

En el Nuevo Testamento se dice que los llamados para seguir al Maestro eran exhortados a no perder tiempo mirando para atrás y a anunciar el reino de Dios. Los que son capaces de ejercer la voluntad al punto de hacer esto, experimentan una indescriptible levedad, y las tramas del karma ya no les impiden anunciar ese reino mediante obras de tenor trascendente.

Pasado el momento del acto de desapego, se puede reencontrar de manera inconcebiblemente más elevada y esencial lo que se dejó. Estamos unidos a una Conciencia que lo abarca todo. Entre los factores que nos impiden percibir esa unión real de todas las partes de un Todo está la costumbre de la convivencia en sentido común y los recuerdos de hechos del pasado. Todo esto puede continuar presentándose después del acto de desapego, en caso de no haber rechazado con decisión.

Las expansiones de conciencia y la adopción de metas universales reducen la influencia de la ley del karma; aunque, en realidad, desde un punto de vista estricto, ella sólo deja de actuar por completo cuando la conciencia se une con firmeza a la Fuente de la Vida donde todo se percibe dentro del Todo. En ese estado ya no hay separación entre transmisor y receptor, diferencia entre Creador y criatura. Es una condición muy interna, imposible de describir con palabras, y sólo se revela a los que tienen el coraje de emerger del comportamiento trivial de la mayoría.

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