Por : S. Raynaud de la Ferrière
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Desde los inicios de la Biblia se
designan los símbolos a fin de tener a la disposición las fórmulas para
interpretar correctamente los textos, que fueron compuestos sobre bases esotéricas
y según la manera de escribir de los antiguos Iniciados.
El Génesis (recopilación del
Bereschith de Moisés) es el nombre de toda la primera parte del Sepher en el
cual Moisés expuso los principios teogónicos. Sus diez primeros capítulos son
de un alcance profundo en lo que concierne a la Cosmogonía, la cual se encuentra
establecida como sigue:
2do Capítulo: el de la
distinción, donde el Principio pasa de la potencia al acto.
3er Capítulo: el de la
extracción, en el cual tiene lugar una gran oposición.
4to Capítulo: la multiplicación
divisional, que aparece cuando se divide el Todo en partes.
5to Capítulo: la comprensión
facultativa.
6to Capítulo: la medida
proporcional.
7mo Capítulo: la consumación de
las cosas y ruptura del equilibrio; es el Universo renovable.
8vo Capítulo: acumulamiento de
las especies, las cosas divididas regresan a su Principio.
9no Capítulo: la restauración
cimentada cuando nace un nuevo movimiento.
10mo Capítulo: es el del poder
agregativo y formador: son las Fuerzas que se despliegan actuando.
El Bereschith, que es en realidad
una colección del Zohar, es el “Génesis” y puede dar lugar a numerosas
interpretaciones, como casi todos los textos sagrados antiguos entre los que ignoran
cómo fueron compuestos por los Antiguos Sabios.
Se sabe que primitivamente la
Escritura entera no formaba más que un solo bloque, un solo versículo
ininterrumpido, sin puntuación ni diferenciación, ya que en cierto modo todas
las frases no formaban más que una sola palabra. Así se afirmaba simbólicamente
la Unidad indivisible de la Ley y el flotar constante del Logos. En el capítulo
sobre Filosofía Científica Propósito Psicológico
No III) hemos examinado ya la cuestión del Origen a la luz del texto original
de la Biblia: Bereschith bara Elohim eth ha-Schamaim v’eth ha-Aretz, que ha
sido traducido incorrectamente por: “Al comienzo Dios creó el Cielo y la
tierra”. Debería enunciarse: “En el Principio emanó del Dios de dioses el
elemento de arriba y el elemento de abajo”, aunque para poder asir todo el alcance
de esta frase se requiere todavía un estudio.
La palabra Bereschith (el
Principio) puede ser separada y formar bara-schith que significa “Él creó Seis”
(seis zonas, seis planos, seis regiones, seis dominios) y el Zohar (en la
sección Bereschith) atestigua que Elohim constituye el Séptimo Palacio, es decir,
la síntesis de las otras seis esferas de la Naturaleza. La palabra Bereschith
con que comienza la Sagrada Escritura está escrita con una Beth mayúscula, lo
cual indica ya una relación esotérica, pero también puede ser comprendida como
Bereschith, que significa entonces: “por el segundo…” (Beth) “…comienzo”
(reschith). La traducción sería entonces “por el segundo comienzo Elohim operó
la Obra de la creación”, como está indicado en el Zohar, libro que sin embargo
los primeros compiladores de la Biblia no creyeron tener que consultar previamente.
La significación de Be-reschith
sería, pues, que hubo dos comienzos, unidos, juntos, ya que como el Zohar lo
explica (I Fol. 1 y 15): son dos puntos, uno oculto y el otro visible y
conocido.
Como no existe separación entre
ellos, se hace mención del singular: “reschith”. Recordemos que “bara” puede
significar “creó” en lenguaje corriente, pero con un alcance mucho más profundo
cuando se analiza la creación bajo el ángulo del Sello de
Salomón. El Zohar indica que la
creación estaba primeramente cerrada por la palabra “bara” y fue abierta y
fecundada por la palabra “Eber”, principio sagrado sobre el cual reposa el
mundo.
“Bar” es hablar o explicar, de
manera que la palabra “bara” hace alusión sobre todo a la acción de romper el
silencio y significa formar, moldear, dar una nueva forma utilizando un elemento
pre-existente. Como se remiten a la traducción de la Versión de Los Setenta
donde el término “bara” se traduce como “epoiese”, que significa “Él hizo”, los
intérpretes modernos le han dado el sentido de creación ex nihilo.
A la luz científica actual,
podemos comprender que del estado de equilibrio primitivo (Absoluto), ha debido
surgir un elemento que ha resplandecido rompiendo ese equilibrio. En seguida,
en un proceso determinado por ciertas necesidades ineluctables, como la
propagación de una onda que se expande en olas concéntricas, el aflujo divino,
la Shekina, se trasmite al organismo universal como a través de arterias, por
intermedio de los sephiroths (los chakras en el sistema Yoga). El término “Bar”
es equivalente a enseñanza (“Naschqov-bar” significa: abrazar la enseñanza) y
es igualmente sinónimo de Sabiduría. En arameo “Bar” es “hijo”. Así, Bar-Abbás
quiere decir Hijo de Dios, en el sentido de “dedicado a Dios”, como
Brahmacharya, en sánscrito.
Es sobre todo en el simbolismo
expresado en gráficas que se encuentran reunidos los valores esotéricos, como,
por ejemplo, en uno de los más célebres Sellos situado en la base de todo el ocultismo:
el Sello de Salomón, o llamado también la Estrella de David que está formada
por dos triángulos entrelazados, uno apuntando hacia arriba y el otro hacia
abajo (el Principio de arriba y el Principio de abajo: el Cielo y la Tierra:
Ha-Shamaim y Ha- Aretz). Es la estrella de seis ramas que representa el
Universo y sus dos ternarios:
3 Planos: divino, astral,
material.
3 Cuerpos: físico, alma,
Espíritu.
Estos son: el elemento de
Involución del Macrocosmo (triángulo con la punta hacia abajo) y el principio
de Evolución del Microcosmo (triángulo con la punta hacia arriba), por medio de
los cuales la Esencia Divina se desata de su Fuente para recorrer un ciclo
antes de reintegrarse en el Absoluto. Ese emblema explica las palabras de
Hermes en la Tabla de Esmeralda, cuando dice: “Él sube de la tierra al Cielo y,
de inmediato, desciende a la tierra y recibe la fuerza de las cosas superiores
e inferiores”.
Ese símbolo representa también
las virtudes de poder y gloria asperjadas en los círculos generadores: son los
Eons (en griego, “los siglos de los siglos”) del versículo oculto del PATER de San
Juan que recitan los Sacerdotes Ortodoxos. Es, en cierta forma, la perfección
del Universo en la obra mística de los SEIS días explicada desde el comienzo de
la Biblia, mientras que la palabra “bara” quiere decir SEIS al mismo tiempo que
CREAR, lo cual es muy significativo. De ese modo, toda la creación, tanto mental
como material, está ya mencionada por el Sello. Por otra parte, se asigna al
mundo (siempre en el primer versículo del Génesis) el Alto y el bajo, aquello
que fue erróneamente traducido por el “Cielo” y la “tierra”.
Jeroglífico del mundo, en el Sello
de Salomón se descubren las 7 luces y el misterio de los 7 días, ya que los
seis puntos de la estrella representan los seis días de la actividad divina,
mientras que su centro, donde se mantiene el elemento iniciático, representa la
7ma etapa, la etapa del reposo de la Naturaleza, y que Dios ha escogido para
santificar su Nombre Adorable. Es como un yentram, una especie de mandala, un
objeto de concentración usado frecuentemente en Magia ceremonial, así como en
la confección de talismanes y Pántaclos. Muchos israelitas continúan usándolo,
fijado a una cadenita alrededor del cuello; es el Shadai, que se encuentra
también en numerosas estancias judías.
El Shadai (que debería escribirse
cabalísticamente “SaDaI”, a fin de resaltar las letras claves) equivale a los
tres nombres compuestos por el nombre divino. Es un poco como los Shem-Ham-Phorasch,
que corresponden a los 3 sephiroths principales (Kether-Hochmah-Binah). Ese
Gran Nombre, como dicen los cabalistas, se compone de 3 palabras:
“Ieve-Eloenou-Ieve”. Los Shem-Ham-Phorasch son los 72 nombres de Dios que
fueron extraídos del “Éxodo” y que corresponden a las nueve Jerarquías celestes
(9 x 8). Son así semejantes a los 72 atributos de Dios, que fueron extraídos
del Libro de los “Salmos” y con el mismo procedimiento con el que se componen
los nombres de los 72 Ángeles que ocupan los 72 grados de la escala de Jacob.
Es el emblema de la fuerza, de la plenitud y de la universalidad del Fuego
Celeste o de la Luz increada que anima y fecunda todo el espacio, en griego
será el: “ebdomekontadyogrammaton”.
Shem Ham Phorasch significa: “la
palabra está bien pronunciada”, y era la respuesta que daban los asistentes una
vez que el Sacerdote Judío había enunciado correctamente el nombre divino de
Ieve, es decir, según las reglas de la Santa Qabbalah.
Es en ese mismo orden de ideas
que la Iglesia Católica anima a sus fieles a usar el escapulario. Ese pequeño
retazo de tela representa los vestidos del religioso que son reducidos y destinados
a los laicos que se han afiliado a una orden religiosa, pero que continúan
viviendo en la mundanidad. Más tarde su uso se ha vulgarizado para todas las
personas. Esos dos pedacitos de tela, unidos por pequeños cordones pasados
alrededor del cuello, reposan, uno sobre el pecho y el otro sobre la espalda,
en la misma forma que los talismanes o los Sellos con los cuales se arman los
oficiantes de Magia contra posibles “choques de regreso” durante sus
operaciones.
Al mismo título que la Estrella
de David llevada al cuello por los judíos, o los amuletos de ciertas tribus o
los fetiches de los brujos, el uso de medallas y escapularios se debe a razones
profundas que los Dignatarios de la Iglesia no ignoran. El culto a las
reliquias e imágenes entró en uso en el 788. En fin, todo ello se relaciona con
el viejo totemismo, del cual hemos tenido ya la ocasión de constatar su valor
particular y su alto interés.
Esas representaciones
talismánicas tienen el poder de concentrar los efluvios divinos, como un imán
de la Shekina (palabra hebrea a menudo traducida por estancia, pero que en realidad
es la Gracia). La Shekina designa a la divinidad como asistente de los hombres
por su gracia y su presencia saludable “I’ Schem ihoud god’ sho b’riq ou
Shekinthe” (Por la unidad del Santo bendito y de Su Shekina).
Esa esencia divina es el
equivalente del Deva de los
Hindúes; la Shekina es el soplo,
el espíritu, la inmanencia de Dios en el Universo, y muchos la consideran
incluso como una entidad.
A veces se le llama Fuente de
Vida, ya que es por medio de ese canal que el hombre se mantiene en contacto
con el mundo divino. La Shekina es el lazo (qescher) vivificador que se
presenta en los cuatro mundos (Atziluth-Briah-Ietzirah-Assiah). Es el vestido precioso
y resplandeciente que se manifiesta por los Sephiroths.
Un poco como la Shakti en la
Yoga, que debe recorrer las seis etapas (los 6 planos del árbol sefirótico en
Qabbalah simbolizados por los chakras en Yoga) que son los seis grados
iniciáticos antes de alcanzar la Maestría (el 7mo grado).
Ese Magisterio es obtenido por
los Avatares (esos Espíritus Superiores o Emanaciones directas de Dios), por
los Budas (Seres Supremos que han alcanzado la conciencia Buddhica), por los Cristos
(Iluminados e impregnados por la Gracia) y por todos los Grandes Instructores
que han llegado al estado de realización de la Conciencia Universal. Ese estado
de Hijo de Dios les es posible a todos los hombres que puedan contemplar la
Verdadera Luz (“A todos los que creen, ella les ha dado el poder de convertirse
en niños de Dios”. Juan I-12). De ahí, esa expresión Lumen de Lumine que San
Juan señala en su primer capítulo (versículos 4 al 10) en la traducción latina
del texto griego: To phos to alethinon.
Es la verdadera Luz que anima
todo, una especie de Luz Elemental, la misma Luz de la cual se hace mención al
principio del Génesis (I-3) y que es como la primera manifestación divina, el nombre
mismo del Todo-Poderoso que se materializa: “La vida era la Luz de los hombres”
(E zoé en to phos tón anthropon).
Esta Vida (esencia del Verbo,
extracto del Logos) será la Luz que da acceso a la Vía (una existencia más
elevada). Es la realización de la Shekina de los hebreos, el ascenso del
Kundalini de los hindúes, el
Tao de los chinos, el Camino
Iniciático en general.
La única verdad está ahí, al comienzo,
en el Origen, en la Fuente; todo el resto es ilusión (maya de los yoghis,
scheqer de los cabalistas). El padre de la Mentira es S’Chitan, el cual se debe
aproximar al Ouroboros de los egipcios, y que gracias a “En to pan” podrá ser
ligado a la Verdad, de la misma manera que el mundo del espejismo, scheqer, es
ligado a Dios por el “lazo” qescher. Este lazo “qescher”, es el anagrama de
scheqer, el mundo de la diferencia y de la multiplicidad, aquel del error.
A pesar de todo nuestro progreso
científico, siempre en crecimiento, jamás será posible captar el conjunto del
Universo por métodos puramente físicos: es preciso recurrir a un sistema de
realización supra-normal.
El Universo no es, por otra
parte, sino una creación mental del TODO. Se ha calculado su extensión, la cual
se valúa en 10.000’000.000 de años-luz. Según Alberto Einstein, con un Rayo de
un mínimo igual a 150’000.000 de años-luz el Universo se ha revelado
experimentalmente curvo. La forma esférica de nuestro cosmos deriva del
principio de inercia de la mecánica generalizada, descubierto por ese gran
sabio, principio que muestra la necesidad del movimiento circular. Así, la
misma luz que creíamos se propagaba en línea recta, se arquea. La causa de la
curvatura universal es inherente a la materia: la gravitación, que es
específicamente lo propio del mundo material. La curva gravitacional debe
ejercerse desde los orígenes y es el proceso que ha sido puesto en evidencia
por Einstein en la siguiente teoría: cuando en un punto del espacio se manifiesta
el embrión de una existencia o sea en el momento en que el tensor material difiere
de cero, es decir cuando un elemento discontinuo apunta en el Continuum
Universal, la gravitación aparece en realidad.
Es preciso señalar que esa teoría
había sido ya elaborada por los Iniciados de antaño. Se había dicho ya, en
efecto, que lo que nosotros percibimos es el tsimsum del Ain-Soph, y que el espíritu
no puede asir sino la mercabah de lo Invisible. Dicho de otra manera, no
tenemos consciencia del Absoluto sino por su manifestación, así como no tenemos
noción de la fuerza sino por la materia. El tsimsum (en hebreo: condensación)
es la materialización de una concentración de energía (un grano de energía,
como se ha calificado al átomo).
Dios es Absoluto (Ain-Soph) en el
sentido de Nada, “Él es la Nada (ain)”, la negación incluye la afirmación, es
decir que es al mismo tiempo Ser Absoluto y No Ser, y al condensarse (Tsimtsum)
se muestra a nuestros sentidos. Esa materialización se debe a una contracción
(sim-sum) del Supremo, destinada a poner una diferenciación en lo
Indiferenciado: un elemento discontinuo en el Contenido Primordial. El comienzo
comprensible de la existencia se encuentra en el misterio del punto Supremo;
ahora bien, como ese punto es el comienzo de todas las cosas, en el sentido de Principio
o Bereschith, se le llama Mahascheba (Pensamiento). Del incomprensible
Ain-Soph, el espíritu no puede asir sino la mercabah (la envoltura); sin
embargo, el hecho de “realizar”, de darse cuenta, pertenece ya al dominio de la
Conciencia Universal (como el Samadhi de los Yoghis, esa experiencia de la
visión del TODO).
Esa teoría de los sabios modernos
sobre la forma esférica de nuestro cosmos, había sido expresada ya, hace mucho
tiempo, a través de un círculo que simboliza el Universo manifestado. Dios en
su manifestación era representado con una circunferencia y su nombre con el
número 22, de ahí que la Santa Qabbalah es la Ciencia de los Veintidós.
Así, para encontrar el conjunto
de la manifestación (para evaluar la superficie de un círculo) se necesita una
llave (la fórmula PI de la geometría) la cual es Elohim (que no es Dios, sino
la fórmula para encontrar a Ieve). Ese término Elohim, empleado desde los
inicios del Génesis, cuando no se ha mencionado a Ieve, ha sido pues
impropiamente traducido como Dios. Dios es Yod-He-Vaw-He, y si los textos lo
hubieran indicado, al menos lo habrían mencionado como Jehovah.
En fin, el número 22 es semejante
en su simbología a la circunferencia (curvatura del espacio) y también puede
ser asimilado al nombre divino en su materialización, como los 22 arcanos que
son su expresión, caracterizada por las 22 láminas mayores del Tarot. Con ayuda
de los 10 Sephiroths (que marcan los 10 primeros números) y según sus 7 esferas
(que son también los 7 planetas), el universo manifestado (el círculo) puede
ser comprendido e interpretado (encontrar su superficie) con la ayuda de una
fórmula: Elohim (la ecuación de PI). De ese modo la realización de Elohim da
lugar a la comprensión de Dios, lo que en el lenguaje matemático se expresa por
la fórmula “PI” (Elohim) que da la superficie (la comprensión) del círculo
(Universo manifestado). De manera que Elohim (valor: 3,14...) es la “llave” para
encontrar la superficie de un círculo que representa a Dios en su
manifestación. Todo lo cual aclara el problema del Génesis, tanto
simbólicamente por la filosofía, como científicamente.
Esta expresión es pues la
fracción: 22/7 que da
3,1428571... el antiguo dato
transmitido por Euclides.
Para regresar a nuestra idea del
Universo, digamos que si bien la línea recta no pertenece al mundo del fenómeno
(incluso mental), ella figura como una realidad “in abstracto” y nosotros la vemos
como una relación del centro (punto inicial de la esfera cósmica) a la
periferia. Esa relación determinada por el valor “PI”, no interviene solamente
cuando se manifiesta la esfera, sino que es siempre UNA con ella. Como está
escrito (Deut. IV-39): “reconoce en este día, y que este pensamiento permanezca
siempre grabado en tu corazón, que Jehovah (deformación de Ieve) y la relación
(fórmula universal de PI), es Elohim, cuyo valor numérico es precisamente:
3,1415”. De manera que estamos ya muy lejos de la traducción: “Al comienzo Dios
creó el Cielo y la Tierra”, ya que la primera frase del Génesis: “Bereschith
bara
Elohim eth ha shamaim v’eth
ha-aretz” debería explicarse como:
“Un segundo Principio permitió, por la
emanación de una fórmula-clave (Elohim, Dios de dioses o PI o 3,14...),
encontrar el elemento de arriba y el elemento de abajo”. Conocer la Qabbalah en
su conjunto (comprendiendo su emanación más allá del árbol sefirótico, es
decir, Elohim) es contemplar el Ain-Soph (lo Absoluto, Dios), de la misma
manera que poseer la “llave” geométrica, fórmula de “PI”, es poder encontrar la
superficie de un círculo.
Habría sido preciso explicar que
hubo dos “comienzos”, uno mental y otro material y, sobre todo, que
primeramente fue establecido un principio a manera de un enunciado o un sistema
y no en el sentido latino de “principio” que puede traducirse por comienzo. Sin
embargo, el problema de ese primer versículo del Génesis va todavía más lejos,
ya que se trata de una explicación esotérica, no solamente de la cuestión de la
cuarta dimensión, sino de las seis direcciones fenomenales (bara-shith), que
dan a entender los sentidos que el hombre puede perfeccionar hasta desarrollar
la 7ma facultad que lo convierte en divino y le permite su reintegración final
a la Fuente. Ese estado de completo perfeccionamiento le es dado a los
Avatares, venidos voluntariamente una última vez para ayudar a la Humanidad.
Son los Mesías que han escogido instruir a sus hermanos, más bien que regresar
al plano divino.
El arahan (o arahat) es ese ideal
Budista que consiste en renunciar a la inteligencia innata y ofrecer la vida
para salvar a otros “buscadores de la Paz”. El culto arahan (o arahat) consiste
en revelar a los otros la Vía, pues una vez que el devoto se ha salvado
(Savaka-Bodhi), trata de liberar a otro igualmente.
Después de los Sopatannas, que
han encontrado el camino de la santidad, están los Sakadagamis, que no
regresarán a la tierra más de una sola vez; los Anagamis, que ya no regresarán,
y los Arhat, que son aquellos considerados verdaderamente como santos según las
cuatro clases de creyentes entre los udistas.
El título de Arhat requiere la
calidad de Boddhisattva (que no necesariamente debe ser budista). Se dice que
los Arhats se sientan en el Aghartha, así como en el Consejo de Ancianos mencionado
en la Biblia. Los Arhats son los Maestros de Sabiduría que están mencionados en
el Apocalipsis como los Ancianos de
Vestiduras Blancas “delante de
sus tronos se encuentran las siete lámparas, que son los siete espíritus de
Dios” (Apocalipsis IV, versículos 4 y 5). En esa Revelación se agrega (en los
versículos 7 y 8) que en el centro y alrededor del trono (es decir, en ese
“Universo” alrededor de ese
Consejo) están las 4 entidades:
Taurus (Toro), Leo (León),
Scorpius (Escorpión, bajo el símbolo del águila) y Acuarius (el Aguador, con su
rostro de hombre). En el capítulo I de Ezequiel, y también en el capítulo IX
(versículo 14 en particular), se describen los 4 signos zodiacales y los 7
planetas. Se comprende de inmediato que esos símbolos obedecen a razones muy
profundas y acerca de las cuales sería bueno meditar largamente para encontrar
todas las aplicaciones místicas.
El ideal Arahan (o arahat) de los
Sabios Arhats, nos hace pensar en el Ararat, esa montaña donde el Arca de Noé
se habría detenido! Sin embargo, Ararat no parece una región geográfica, sino
un estado (el grado del l7mo renovamiento lunar para el establecimiento de la
thebah). Existe también Aztlán, ese lugar de felicidad y abundancia de la
mitología mexicana.
Aztlán significa “blancura” y se
ha dicho que en medio de ese lugar, en el centro del agua, se alza una montaña
llamada Culhuacán. Ese nombre, que no es especialmente de composición mexicana,
sería, para las tribus Aztecas, la tierra de donde han venido; podría tratarse
de un lugar simbólico, como el Asgard de los Escandinavos. Algunos nombres, aun
cuando de veras designen un lugar preciso, pueden tener al mismo tiempo un
valor oculto, como Aram-Naharam, uno de los antiguos nombres de Mesopotamia,
que incluso puede ser asimilado al término sagrado INRI.
Ese Aztlán, donde habría nacido
el primer hombre según los Aztecas, puede ser comparado al Adamah de los
cristianos.
Azteca es, sin duda, el nombre de
los hombres del Aztlán (limo o tierra pura), del mismo modo que la cultura
judeocristiana hace salir a Adán (primer hombre) del Adamah (Tierra Santa).
Adán, que literalmente significa rojo, es derivado de Adamah que en hebreo
significa el limo, pero que se puede sobrentender como la sangre (dam). Ese
término podría incluso relacionarse con “edom” (rojo); la Biblia le da a Esaú el sobrenombre
de Edom cuyos descendientes son llamados Edomitas. Sin embargo, notemos que el
nombre de “Adam” está compuesto de “Aleph”, soplo o alma, y de “Dam”, la sangre
o el cuerpo, que son los dos primeros elementos de la vida humana materializada
(cuerpo físico y Alma).
Pero, ante todo, hay que entender
por Adán, no solamente al “hombre” en el sentido de “homo”, sino al género
humano, o mejor aún, al reino hominal.
Después de la primera creación de
la especie (animal perfeccionado), la cual no estaba hecha sino de un cuerpo material
y de un alma colectiva (Génesis I-26), Dios hizo una segunda creación (Génesis
II-7). Ante todo, como ya lo hemos explicado, Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza, es decir, “macho y hembra” (andrógino) y cuando dice: “hagamos…” ese
plural implica justamente una especie no sexuada; por otra parte, Él insiste:
“a nuestra semejanza...” es decir, una operación por dos esencias divinas. Es
la creación del verdadero Adam, después de lo cual Dios reposó (7ma etapa, fin
del ciclo emanativo). Así, mientras que toda la obra concluye en el primer
capítulo del Génesis, he aquí que en el segundo capitulo los textos de Moisés registran
los detalles de los orígenes humanos en particular. Las Escrituras hablan un
lenguaje simbólico para definir esa formación del hombre y la mujer. “El Dios
Eterno formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en su nariz un soplo de
vida y el hombre se convirtió en un ser viviente”. Esta vez es la chispa divina
(el Espíritu, el Logos) quien penetra la materia. La conciencia individual ha
nacido ahora verdaderamente.
Pero, la cuestión de llamar
“mujer” a un elemento que fue extraído del “hombre” (“se le llamará mujer
porque ha sido tomada del hombre” en: Génesis, capítulo II, versículo 23), no
se comprende muy bien por qué. Digamos de inmediato que el texto original
menciona a “Adán” como primera manifestación de un reino hominal, pero que
individualmente el hombre es llamado “Isch”, nombre del que se hará “Ischa”
para la mujer que ha sido extraída de él. “Isch” es la constitución del hombre
con su evolución.
Esa raíz hebraica está ligada a
toda idea de manifestación principal (su valor 38 es idéntico al término “Meh” que
es la chispa generatriz, un símbolo de movilidad) y se la encuentra, junto con
“Evah”, entre los valores importantes de la Biblia.
Recordemos que el paso de “Meh” a
“Mi” es la indicación de un proceso de encarnación. “Mi” es la palabra que
habría creado el mundo, como lo hemos explicado en el Propósito Psicológico No
III.).
Ya hemos visto que por un
mecanismo esotérico Adán puede ser asimilado a la letra Yod, mientras que Eva
(He-Vaw-He) hace su complemento de principio para simbolizar el nombre de Dios:
Yod-He-Vaw-He (Adán+Eva). De manera que Adán y Eva deben encararse como la
construcción mental de Dios (Ieve), mientras que Isch e Ischa serían la
manifestación divina materializada en la naturaleza.
Hemos citado el Arca de Noé y nos
apresuramos a recordar que la palabra “arca” es una muy mala traducción del término
“Thebah”, que significa el bajel, el recipiente, lo que contiene y, por
extensión, el universo entero como una reserva astral, pero siempre en el
sentido de una matriz espiritual y no de una simple barca o un barco de
construcción humana.
Si se la relaciona con la palabra
griega “arche”, la palabra Arca podría querer decir “comienzo”. Se ha dicho que
las aguas se retiraron y se reunieron en un solo lugar. En efecto, ellas se contrajeron
en un solo plano espiritual y los “Justos,” no siendo más que UNO con ella,
sobrevivieron (habiendo sido salvados de las aguas, salvados de la destrucción
de las formas). Todos los que no estaban santificados “desaparecieron de la
tierra…”, es decir, que no hubo lugar para ellos en el Arca que debía salvarlos
del
“diluvio Universal”; pero las
mismas Almas son creadas de nuevo (Tú las haces nuevas todos los días...
Lamentaciones III-23) permitiendo así el proceso de la evolución.
La Leyenda de ese diluvio bíblico
se encuentra en casi todas las culturas. El período de Chalchiuhtlicue termina
también por una catástrofe del mismo género que tuvo lugar hace unos millares
de años en la antigua América. Verdaderamente las aguas han recubierto la
tierra un poco en todo el mundo en diferentes ocasiones, pero a menudo se trata
también de señales simbólicas de fin de Edades, sea por diluvios parciales, o,
a veces, por signos universales que se materializan más específicamente.
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