Todo
noble caminante es -o debería ser- un signo de interrogación andante,
un buceador de las profundidades del ser, un sano preguntón intentando llenar
de sentido a su existencia.
En
rigor de verdad, las preguntas que se formula el hombre contemporáneo son las
mismas que se hicieron en el pasado los griegos, los indos, los aztecas y los
persas. Al desarrollarnos como civilización “hacia afuera” la ciencia y la
tecnología han avanzado a pasos agigantados aunque las cuestiones fundamentales
que inquietan al ser humano (las que nos llevan “hacia adentro”) no han
cambiado un ápice y seguimos preguntándonos:
¿Quiénes
somos?
¿De
dónde venimos? ¿A dónde vamos?
¿Existe
la vida después de la muerte?
¿Qué
es el bien? ¿Qué es el mal?
¿Existe
un Dios?
¿Qué
sentido tiene mi existencia?
¿Lo
que me ocurre es casual o causal?
¿Soy
libre? ¿Existe un destino fijo o tenemos libre albedrío?
¿Estamos
solos en el Universo?
¿En
qué consiste la felicidad?
¿Qué
es la Verdad?
Las tres preguntas de Kant
El
filósofo Emmanuel Kant resumió todas estas inquietudes
existenciales en tres grandes preguntas:
¿Qué
podemos saber?
¿Qué debemos hacer?
¿Qué nos cabe esperar?
¿Qué debemos hacer?
¿Qué nos cabe esperar?
Al
preguntarnos: “¿Qué podemos saber?” estamos tratando de determinar
el alcance de nuestra mente finita, hasta dónde nos puede llevar nuestro
pensamiento. Para los antiguos, la respuesta era muy sencilla y fue resumida en
el pórtico del antiguo oráculo de Apolo en Delfos de esta forma: “Conócete
a ti mismo”, con este corolario: “y de este modo conocerás al
Universo y a los dioses”. En otras palabras: el verdadero conocimiento
pasa por el auto-conocimiento.
La segunda
pregunta cuestiona nuestro accionar, nuestro estilo de vida en sociedad y,
sobre esto, Kant creía que la humanidad tenía que establecer un sistema
ético universal, válido para todos los seres humanos y para todas las
épocas, el cual estaría fundamentado en una “ética atemporal”, la cual podía
ser resumida en el siguiente enunciado: “Obra solo según una máxima tal
que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal”. Esta
es la famosa “regla de oro” que ha sido enunciada de muchas maneras: “Actúa
como quisieras que todas las demás personas actuaran”, “Trata al
prójimo del mismo modo en el que quisieras ser tratado”, o -como dijo Gandhi– “Sé
el cambio que quieres ver en el mundo”.
La
tercera pregunta de Kant: “¿Qué nos cabe esperar?” se refiere al destino y
hacia dónde nos dirigimos. En este punto, la Filosofía Iniciática, en
concordancia con la Tradición, sostiene que nuestros pasos se dirigen de nuevo
al punto de partida, a la Fuente, en un proceso de reintegración que dura
muchas vidas y que nos permite -paso a paso- ir recordando quiénes somos
verdaderamente.
Según
Kant, la primera es una pregunta metafísica, la segunda ética y la tercera
religiosa, y las tres nos llevan a una cuarta: “¿Qué es el ser humano?” o
bien “¿Quiénes somos?”, la cual llevada a cada uno de nosotros se podría
formular de un modo diferente: “¿Quién soy?”
La pregunta de las preguntas
“¿Quién soy?” es la pregunta de las preguntas, la
joya de la corona, la interrogante-clave que nos permite penetrar la corteza,
ir más allá de lo evidente. En la simpleza del “¿Quién soy?” radica su
dificultad porque nuestra mente está convencida de que conoce la respuesta y
cuando empieza a contestar enseguida queda desconcertada por su incapacidad de
dar una respuesta válida a esta sencilla pregunta.
Ramana Maharshi consideraba que la pregunta “¿Quién
soy?” es la clave del despertar
y del
autoconocimiento, proponiendo un método de autoindagación que llamó “Atma
Vichara”(Atma=Ser, Vichara=Indagación), una especie de juego que tiene como
descubrimiento lo que somos (nuestra verdadera identidad) para lo cual
necesitamos descartar lo que no somos.
Según
Ramana: “Lo que acontece cuando usted hace una búsqueda seria del Sí
mismo es que el pensamiento «yo» desaparece y algo proveniente de las
profundidades se apodera de usted, y eso no es el «yo» que comenzó la búsqueda.
[Este Algo] es el Sí mismo real, el significado de «yo». No es el ego. Es el
ser supremo mismo” (1).
El
Atma-vichara se sustenta en el procedimiento del “neti-neti” (“ni esto, ni lo
otro”), en descartar todo lo que no somos:
Tengo
una mano, pero si puedo observarla, no soy mi mano.
Tengo piernas, pero si puedo observarlas, no soy mis piernas.
Tengo un cuerpo físico, pero si puedo observarlo, no soy mi cuerpo.
Tengo pensamientos, pero si puedo observarlos, no soy mis pensamientos.
Tengo sentimientos, pero si puedo observarlos, no soy mis sentimientos.
Tengo piernas, pero si puedo observarlas, no soy mis piernas.
Tengo un cuerpo físico, pero si puedo observarlo, no soy mi cuerpo.
Tengo pensamientos, pero si puedo observarlos, no soy mis pensamientos.
Tengo sentimientos, pero si puedo observarlos, no soy mis sentimientos.
En
palabras de Antonio Blay: “Yo no soy ninguna de las cosas
que puedo ver o sentir o pensar. Yo no puedo ser nada que sea un objeto para mi
conciencia, porque yo estoy al otro extremo de la conciencia. Soy el sujeto que
ve. Soy el sujeto que vive. No soy el objeto percibido, sea externo o interno.
Yo soy el que no se mueve, soy un centro de conciencia inmóvil alrededor del cual
va desfilando todo; pero yo me confundo (me identifico) con cada cosa que
desfila” (2).
Al
iniciar la práctica del Atma-vichara, la mente comenzará respondiendo
obviedades:
¿Quién
soy? Primera respuesta: “Soy Fulano”. Pues no, Fulano. Ese es el nombre que te
dieron tus padres. Una etiqueta.
Vamos de nuevo: ¿Quién soy? “Soy un hombre”. No, Fulano, ese es tu sexo pero no eres tú.
Entonces: ¿Quién soy? “Soy ingeniero”. Esa es tu profesión, claro, pero no eres eso (3).
Vamos de nuevo: ¿Quién soy? “Soy un hombre”. No, Fulano, ese es tu sexo pero no eres tú.
Entonces: ¿Quién soy? “Soy ingeniero”. Esa es tu profesión, claro, pero no eres eso (3).
Con el
Atma-vichara se irán derrumbando todos argumentos de la mente y todo aquello
con lo que nos identificamos. Dirá que somos de tal nacionalidad, de tal clase
social, de tal raza, de tal religión, tratará de definirnos con todos los roles
posibles y como último recurso argumentará que “somos todo eso” ignorando el
sentido último de la pregunta.
Más
allá de las respuestas que vayan surgiendo, la pregunta seguirá haciendo mella
en nuestra conciencia y poco a poco el intelecto (incapaz de dar una respuesta
certera) tendrá que dejar lugar a la intuición.
Quienes
hayan leído bibliografía espiritual sabrán que la respuesta “correcta” a la
pregunta es “Yo soy” o “Yo soy eso” pero ese “Yo soy” mental
tampoco tiene mucha validez porque ese “Yo soy” necesita ser experimentado,
encarnado. Mientras no se viva plenamente este “Yo soy” será una respuesta más
de la mente y una muy hábil por cierto porque nos quiere convencer que hemos
llegado a la respuesta definitiva y que hemos “despertado”.
Pues
no, hay que seguir escarbando, preguntando e incluso cuestionarse: “¿Quién es
el que pregunta?” o “¿Desde dónde surge la pregunta?” ¿Acaso será la propia
mente que está jugando? El Vedanta Advaita dice que -de una forma paradójica-
“el buscador es lo buscado”, como un círculo que termina remitiéndonos al
verdadero “Yo” como punto de partida y punto de llegada, a esa identidad
secreta que ha sido llamada de muchas maneras: el Ser Interno, el Morador
Interno, el Maestro en el Corazón, el Yo Superior, el testigo silencioso, etc.
La
pregunta “¿Quién soy?” necesita ser formulada con profundidad, seriamente, con
serenidad, siguiendo el hilo de las respuestas que se vayan dando hasta el
final a fin de atravesar la corteza y vencer a Maya, la ilusión.
Despertadores y pellizcos
Pero,
¿cuántas veces por día tenemos que realizar el Atma-vichara? ¿Una, diez, cien,
mil?
El
escritor australiano Mouni Sadhu, al hablar sobre su propia
experiencia, decía: “Dondequiera que estuviese, el Vichara estaba
conmigo: andando por la calle, sentado en autobuses y trenes, durante todo el día
siempre que mi mente no estuviese ocupada inmediatamente en alguna actividad
necesaria. Durante los primeros meses conté el número de preguntas, poniendo un
número detrás de cada una. «¿Quién soy yo? (una), ¿Quién soy yo?» (Dos), y así
sucesivamente. Cuando las circunstancias me forzaban a interrumpir el trabajo,
anotaba el número en mi memoria, o si la interrupción tenía que ser más larga
lo anotaba en un trozo de papel que llevaba en mi bolsillo con ese fin. Durante
los primeros días la cifra más alta fue de 1.000. Posteriormente 7.000 y más
resultó una marca fácil. Cuando aprendí a llenar todo momento con Vichara,
excepto los de habla o de ocupación mental obligada, rechacé el proceso de
contar como innecesario, pues para entonces la mente había aprendido a recordar
el Vichara automáticamente. La parte importante no era repetir el Vichara con
la mente, sino saturar cada pregunta con un fuerte deseo (sin palabras) de
saber «¿Quién soy yo?» Entonces los resultados fueron la paz de la mente, y el
poder de usarla conforme a mi propia voluntad, como una fuerza aparte del «Yo»
individual” (4).
Más
allá de la cantidad de veces que debemos hacernos la pregunta capital lo
importante es trazar estrategias para la pregunta surja en varios momentos del
día. Con este objetivo, algunas escuelas espirituales han introducido
“despertadores” o “pellizcos” que consisten en la incorporación de algunos
elementos novedosos (y ciertamente absurdos) que irrumpan en nuestra rutina
diaria y que nos empujen a hacernos la pregunta capital: “¿Quién soy?”.
Esta
técnica de los “despertadores” consiste en hacer cosas ciertamente absurdas
como colocar un huevo de gallina en nuestro puesto de trabajo y cada vez que
alguien nos pregunte nos pregunte “¿qué es eso?”… ¡riiiiiiiiiiiiiiing!, suena
el despertador.
La
lista de despertadores sugeridos es casi infinita: colocarnos medias de
diferente color, pegar con cinta adhesiva una moneda en nuestro monitor,
atarnos con un hilo dos dedos de la mano, caminar con un ladrillo en la mano,
etc. La idea es que cada vez que nos sintamos “raros”, “absurdos” e incluso
“idiotas”…. riiiing, suena el despertador y nos haremos la pregunta: “¿Quién
soy?”
También
podemos ponernos alarmas en el teléfono celular o directamente pegar un cartel
en la heladera de nuestra casa con las iniciales Q.S. (¿Quién soy?). Además
podemos proponernos hacernos la pregunta en algunas circunstancias
particulares: cuando nos afeitamos, cuando entramos a la ducha, cuando
atravesamos la puerta de casa, cuando encendemos el coche, cuando damos un beso
a un ser querido, etc.
Las
posibilidades son miles y la práctica de los despertadores hace añicos la vieja
excusa de “no tengo tiempo”, la cual no tiene sentido cuando la práctica no
necesita un espacio determinado sino que es la vida misma.
Conclusiones
El
propósito fundamental de la Filosofía Iniciática es volver a la raíz, recordar,
convertirnos en lo que somos, por lo cual necesitamos descubrir lo que somos,
determinando primero que es lo que no somos.
No
somos el personaje, somos el actor que interpreta al personaje. Como explica
con lucidez Mónica Cavallé: “El yo particular es lo que
somos en el mundo, nuestra apariencia. El Yo universal es lo que somos en
esencia. El yo superficial no es lo que somos ni en apariencia ni en esencia,
sino «lo que creemos ser»” (5).
El
Atma-vichara nos permite orientar nuestra mirada a la fuente, a ese punto de
origen que hemos olvidado pero que -necesariamente- tenemos que recordar.
Antonio Blay afirmó que “el camino del conocimiento busca conocer la
verdad, pero no cualquier verdad, sino precisamente aquella que, una vez
conocida, permite conocer todas las demás cosas” (6), y este
conocimiento de la Verdad pasa -sí o sí- por el autoconocimiento.
Por
eso dicen los Upanishads: “Conoce en ti aquello que, conociéndolo,
todo se torna conocido” (7).
Notas del texto
(1)
Maharshi, Ramana: “Sea como usted es”
(2) Blay, Antonio: “Autorrealización, una trayectoria personal”
***
(2) Blay, Antonio: “Autorrealización, una trayectoria personal”
***
(3) El
Atma-vichara, planteado como juego, consta de cuatro preguntas. La primera es
“¿Quién soy?” y responder durante tres minutos todo lo que nos venga a la
mente. La segunda es “¿Quién soy?” pero la respuesta (también de tres minutos)
no puede estar vinculada a cualquier conclusión que nos brinde nuestra imagen
reflejada en un espejo, es decir que no vale decir “soy hombre”, “soy mujer”,
“soy de raza blanca”, “soy joven”, “soy viejo”, etc. La tercera pregunta
también es “¿Quién soy?” pero sin responder con datos biográficos, o sea
que no sirve decir “Soy Juan”, “Soy Elena”, “Soy militar”, “Soy de clase
media”, “Soy padre de familia”, “Soy gerente”, etc. Por último, la cuarta
pregunta “¿Quién soy?” no puede ser respondida con asociaciones, creencias o
pertenencias, es decir que no puedo decir “Soy republicano”, “Soy demócrata”,
“Soy católico”, “Soy judío”, etc. Este juego se puede realizar en grupos, sobre
un gran círculo dividido en cuatro partes donde está escrita la gran pregunta y
donde los participantes van pasando cada tres o cuatro minutos de cuadrante en
cuadrante y con los ojos cerrados a fin de responder el “¿Quién soy?” con las
condiciones ya estipuladas.
(4) Sadhu, Mouni: “En días de gran paz”
(5) Cavallé, Mónica: “La sabiduría recobrada”
(6) Blay, Antonio: “Maha Yoga”
(7) Mundaka Upanishad
(4) Sadhu, Mouni: “En días de gran paz”
(5) Cavallé, Mónica: “La sabiduría recobrada”
(6) Blay, Antonio: “Maha Yoga”
(7) Mundaka Upanishad
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