Alejandro Lodi
(Abril 2018)
A los argentinos la astrología
nos habilita a creer que vivimos un tiempo crucial. Como en 1930, como en 1982.
En 1982 Plutón cruza el
Ascendente en Libra de la carta de Argentina por primera vez en la historia. El
dios de las profundidades infernales gana superficie. La potencia destructiva y
regeneradora, la sombra de la comunidad -lo negado, lo temido, lo reprimido, lo
proyectado, lo bloqueado- se hace visible y cobra protagonismo. La expresión del
poder, un modo de significarlo y de reproducirlo en las relaciones sociales,
inicia un ciclo de experiencia. Todos nuestros complejos -y nuestras
patologías- vinculares hacen elocuente síntoma o dramático brote. Los traumas
“con el otro” (ya sea interno o externo) ya no pueden ocultarse.
Plutón en tránsito muestra la
oscuridad. Aplicado a Luna y a casa IV, el lado oscuro de la Luna. En mundana,
el lado oscuro de la patria.
La imagen que tenemos de nosotros
mismos proyecta una sombra. Es la cara oculta de nuestro rostro visible.
El lado oscuro de nuestra máscara luminosa. La sombra es un contenido incómodo
que no vemos porque nos cuestiona, un rasgo desagradable que rechazamos porque
nos recuerda que no somos lo que creemos ser. La sombra de una comunidad es la
expresión de sus miserias, de sus injusticias acumuladas, de supuestos
imaginarios inconscientes que intoxican la conducta social. La sombra sólo es
reconocida como reflejo: proyectada en culpables (internos o externos) y
descargada en rituales de sacrificio (tragedias, guerras, persecuciones) con
sus correspondientes chivos expiatorios.
En parte existentes desde
siempre, en parte generados (o, al menos, agudizados) a partir del ciclo
histórico iniciado en 1982, estas pueden ser algunas de las elocuentes
manifestaciones de nuestra sombra:
La exclusión social creciente de
las últimas tres décadas. Los alarmantes índices de pobreza e indigencia, ya no
circunstanciales sino persistentes y sostenidas en el tiempo, sin que ninguna
opción política en el gobierno (de derecha o de izquierda, elitista o
populista) supiera revertir.
La corrupción establecida como
norma. La imposibilidad de hacer política sin participar de una red clandestina
de favores y compromisos en beneficio de particulares, o de hacer negocios con
el Estado o de administrar fondos públicos sin practicar desvíos a personas
privadas o a corporaciones (sean partidarias, empresarias, periodísticas,
culturales, deportivas, etc.).
La trama oculta de los servicios
de inteligencia que siguen operando, aparentemente, al margen del control de
los poderes del Estado.
La postergación de las
comunidades originarias. El progresivo deterioro de sus condiciones de vida y
la condena a su marginalidad.
El clientelismo político, el uso
de los sectores más necesitados de la sociedad con fines electorales y de
acumulación de poder personal.
La instalación y consolidación
del narcotráfico. La red de complicidad política, judicial y policial. Los
delitos y crímenes asociados al negocio del tráfico de sustancias. El asesinato
de las madres de víctimas del consumo que se animan a denunciar a los
proveedores.
Los hábitos de consumo de drogas
y alcohol instalados como cultura, con la consecuente tolerancia y promoción,
sin registro -ni atención debida- de las consecuencias.
La violencia de género. La
exclusión y subestimación de las mujeres. El abuso de menores. La trata sexual.
El maltrato doméstico. La
agresión y la prepotencia como modo de relación en el hogar, en las escuelas,
en el espacio público, en los espectáculos deportivos, en las manifestaciones
políticas.
Dolor oculto. Muertes no
registradas (o justificación de la muerte). Perversión sexual naturalizada.
Tráfico de personas. Corrupción estructural. Desatención de los más
vulnerables. Redes mafiosas al margen o dentro del Estado. ¿Cuántos
contundentes silencios conviven entre nosotros? ¿Cuánto vano griterío nos
distrae de la compasión más urgente? Quizás le damos excesiva importancia y
consumimos valiosa energía en insuperables tonterías, en adherir o rebelarnos a
increíbles relatos narcisistas, creyendo además que por eso somos mejores,
épicos, memorables. Orgullosos niños con pañales (sucios) que juegan a ser
superhéroes.
En este contexto, tres anuncios recientes
adquieren especial significado:
El debate sobre la
despenalización del aborto. Una sombra
de nuestra sociedad (Plutón) que atraviesa posiciones ideológicas, ya sean
políticas o religiosas, y que involucra en forma específica a las mujeres y a
la maternidad (Luna). Un sinceramiento colectivo que elude aprovechamientos
demagógicos, que expone nuestros límites éticos ante el respeto a la vida y
pone a prueba nuestra sensibilidad compasiva ante la cantidad de mujeres
(¿miles?) que, año tras año, mueren o se arriesgan a morir en la angustia de
embarazos no deseados. Frente a la pulsión de la vida y la muerte se impone la
dimensión de lo sagrado; se aquietan las certezas arrogantes y sentenciosas,
brotan los silencios de la conmovedora incertidumbre, se impone el encuentro
con la íntima zozobra de la condición humana.
La identificación de los restos
mortales de soldados argentinos sepultados como NN en Malvinas. Consecuencia de la guerra de 1982 (inicio del
ciclo de Plutón), la situación -hasta ahora casi ignorada- de quienes murieron
y permanecían en 88 tumbas sin nombre es asumida en forma oficial. Una forma de
darle entidad (fase IV) a la muerte y a la tragedia, de conocer la verdad y de
reparar la herida abierta de familiares y, en especial, madres. La contundencia
de un hecho absoluto que expone (e impone) lo humano y supera valoraciones
ideológicas y relatos nacionalistas. Una oportunidad de meditar y desarrollar
conciencia acerca del costo del chauvinismo, de las complejidades del
sentimiento de patria, y del valor de la vida y de la muerte.
La urbanización de villas de
emergencia y el proyecto de otorgar propiedad legal a sus habitantes. La propiedad de la tierra (casa IV) y el
reconocimiento de sus habitantes como ciudadanos, con la dignidad
de los derechos y obligaciones que esa condición supone. Un sentido de
pertenencia validado por las instituciones del Estado. La posibilidad de que
gran parte de la población (más de 3 millones de personas) acceda a servicios
esenciales y que sus condiciones de vida superen la miseria. Un desafío de
integración e inclusión capaz de quebrar los estigmas de la indiferencia y de
la exclusión, de liberarse del resentimiento de ser marginados y utilizados por
lo más oscuro del poder político.
Cada uno de estos posibles
significados del actual tránsito de Plutón simboliza una prueba de sanación y
un riesgo de patológica regresión. Pueden representar la ocasión de disolver un
circuito repetitivo que nos cristaliza en el dolor. O pueden malograrse
capturados por la excitación de mantenernos polarizados en posiciones fijas que
necesitan que el futuro reproduzca el pasado. Si somos nuestra memoria, la
creatividad del porvenir nos atemoriza. Transformar el sufrimiento conocido en
potencialidades desconocidas requiere el coraje de percibir por nosotros
mismos, de resignar el encanto de sentirnos protegidos por lo que otros
creyeron, pensaron y actuaron en otro tiempo. Honrar la memoria no es repetir
el pasado, sino ser fiel al futuro.
Tiempos de Plutón en tránsito al
Sol y a la Luna. La sombra interroga a la luz. Reconocer lo sombrío anuncia la
inevitable y urgente transformación de aquello que estamos convencidos que
somos y de los hábitos que lo reproducen en lo cotidiano. Un trago amargo bajo
promesa de dones. Como todo lo que cura.
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