“- Pues bien, la patria nuestra es aquella de la que partimos, y nuestro
Padre está allá.
-¿Y qué viaje es ése? ¿Qué huida es ésa?
-No hay que realizarla a pie: los pies nos llevan siempre de una tierra a otra. Tampoco debes aprestarte un carruaje de caballos o una embarcación, sino que debes prescindir de todos esos medios y no poner la mirada en ellos, antes bien, como cerrando los ojos, debes trocar esta vista por otra y despertar la que todos tienen pero pocos usan.
-¿Y qué es lo que ve aquella vista interior?-¿Y qué viaje es ése? ¿Qué huida es ésa?
-No hay que realizarla a pie: los pies nos llevan siempre de una tierra a otra. Tampoco debes aprestarte un carruaje de caballos o una embarcación, sino que debes prescindir de todos esos medios y no poner la mirada en ellos, antes bien, como cerrando los ojos, debes trocar esta vista por otra y despertar la que todos tienen pero pocos usan.
– Recién despierta, no puede mirar del todo las cosas brillantes. Hay que acostumbrar, pues, al alma a mirar por sí misma”
(Plotino: “Sobre el bien y la belleza”)
En muchas ocasiones, los esoteristas hablan de un “tercer ojo” que
no es otra cosa que una forma de referirse a una facultad superior que nos
permite entrar en contacto con una realidad que se encuentra más allá de las
apariencias. A veces denominamos “intuición” a esta facultad, en otras la
ligamos con la imaginación, pero siempre estamos hablando de lo mismo: de
la posibilidad de acceder a una realidad suprafísica.
Como todas nuestras facultades superiores, la intuición es innata.
Nacemos con ella. Sin embargo, como consecuencia de la “caída” o del
alejamiento de la fuente, el tercer ojo se cerró, quedó atrofiado o “cubierto
de telarañas”.
Esta última expresión latina es bastante elocuente y es recogida por la
Real Academia: “Tener alguien telarañas en los ojos: No percibir bien
la realidad; tener el ánimo ofuscado o mal prevenido para juzgar un asunto”.
El ojo cortado de Buñuel
Los artistas del surrealismo también se refirieron a esta “otra visión”
y en ocasiones llegaron a hablar de “matar el ojo de la carne” para
que el “otro ojo” pudiera ver. Esto se hace evidente en una de las escenas más
impactantes de la historia del cine: una navaja secciona el ojo de una muchacha
en el comienzo de la película de Luis Buñuel “El perro
andaluz” (que primeramente iba a llamarse “Es peligroso asomarse al interior”).
Victoria Cirlot explicaba la motivación de los artistas
surrealistas diciendo que ésto buscaban “el sacrificio del ojo exterior
en aras del nacimiento del interior” (1), es decir que sólamente
cegando la mirada convencional es posible que surja una mirada profunda.
El propio Buñuel explicó la escena del citado film, argumentando
que “para sumergir al espectador en un estado que permitiese la libre
asociación de ideas era necesario producirle un choque traumático en el mismo
comienzo del filme; por eso empezamos con el plano del ojo seccionado, muy
eficaz”. (2)
Al parecer, esta corriente basaba esta idea nada menos que en Leonardo
Da Vinci, que en su “Tratado de la pintura” recomendaba a sus alumnos que
miraran fijamente las manchas de los muros por un rato para que de éstas
emergieran formas dignas de ser pintadas. En otras palabras, hasta las manchas
de humedad podían ser una fuente de inspiración válida para el artista pues le
permitían entrar en contacto con realidades que se encuentran más allá de lo
evidente.
Los tres ojos
La noción de un “tercer ojo” implica, obviamente, la existencia de un
primer ojo y un segundo ojo. De acuerdo a los victorinos, el hombre
primordial (es decir, el ser humano ligado a la divinidad, el Adán para el
judeo-cristianismo) tenía “tres ojos”, a saber:
1) Oculus Carni (ojo del cuerpo, los sentidos)
2) Oculus Rationis (ojo racional, la razón)
3) Oculus Fidei (ojo de contemplación, la intuición)
Cada uno de estos ojos nos conecta con realidades diferentes. El primero
sirve para percibir el mundo espacial, los objetos y la realidad física
circundante. El segundo nos permite razonar, filosofar, realizar silogismos.
El tercero nos brinda acceso a una realidad diferente, metafísica. Eso
significa que necesitamos sí o sí de esos tres ojos. No podemos prescindir de
ninguno de ellos.
Buenaventura, por su parte, sostenía que todo conocimiento es
una forma de iluminación (illuminatio) y hablaba de varios tipos de
conocimiento, íntimamente relacionados con los tres ojos postulados por
Saint-Victor:
a) el lumen exterius o lumen artis mechanicae, “el cual ilumina la mente
con respecto a las figuras de artificio”, con referencia a las artes
mecánicas.
b) el lumen inferius o lumen cognitionis sensitivae, “el cual nos
ilumina con respecto a las formas naturales”, es decir el mundo sensorial.
c) el lumen interius o “lumen cognitionis philosophical, “el cual ilumina
para la investigación de las verdades inteligibles”, o sea que permite el
acceso a la reflexión filosófica.
d) el lumen superius o lumen sacrae Scripturae, “el cual ilumina para
conocer la verdad salvadora”, es decir que nos conecta con el mundo trascendente,
de naturaleza supra-sensorial y supra-racional.
Raimon Panikkar afirmó que “cuando este tercer ojo
funciona por su cuenta aparecen los misticismos negadores del mundo y de la
vida humana. Cuando esta visión no se divorcia de los sentidos corporales
ni del sentido intelectual, esto es, cuando los tres ojos están despiertos, la
interpretación descubre la irreductibilidad de la realidad tanto a la sola
materia como al solo intelecto”. (3) ¿Qué significa esto? Que no
podemos prescindir de ninguno de estos “ojos” y que “eliminando
cualquiera de estos ojos la humanidad se vuelve estrábica cuando no tuerta”. (4)
Dos formas de contemplar el mundo
En cierta forma, este tercer ojo es una metáfora, una forma de
referirnos a una visión que está por encima de toda dualidad y que permite la
conexión entre la materia y el espíritu, logrando así la “coincidentia
oppositorum”. Dicho de otro modo, representa una tercera vía integradora,
la contemplación de una unidad trascendente de todas las cosas y de todos los
seres por encima de toda dicotomía, a fin de poder reunir lo disperso y
entendiendo que todo está animado, que todo está vinculado y que toda
separatividad es una ilusión.
Gustav Theodor Fechner, en su obra “Die Tagesansicht gegenüber der
Nachtansicht” (1879) habló de dos formas de contemplar el mundo: la “visión de
noche” (un mundo muerto de cosas separadas en el tiempo y el espacio) y la
“visión de día” (un mundo lleno de vida y de cosas vinculadas sutilmente). Lo
interesante es que Fechner se quedó ciego a la edad de 39 años y que -después
de vivir muchos años en la oscuridad, abatido y melancólico- “una
mañana al amanecer descubrió que era capaz de resistir la luz y que incluso la
anhelaba, y a partir de ahí se curó” (5).
A partir de ese momento, el ateo Fechner se dio cuenta que podía ver la
luz interior de todas las cosas, transformando radicalmente su vida y su visión
del mundo. En primer lugar, cambió su cátedra en Física por otra en Filosofía y
empezó a investigar campos nuevos, concluyendo que “el mundo diurno era
el reino de la luz, del espíritu, de Dios y de la belleza; el mundo nocturno
era el reino de los problemas, del pesimismo, del secularismo ateo”. (6)
Sobre esto, Oskar Adler dijo: “No podría ser
más grotesco el abismo abierto entre esta “visión nocturna” del materialismo,
que, por cierto, ganó para sí un mundo “objetivo” a cambio de la pérdida del
Alma, y la visión del mundo dada por la ciencia oculta (…). Un escritor
materialista, autor de obras de divulgación científica, expresó la frase
siguiente para explicar el triunfo del pensamiento moderno: “Antes se creía que
el sol era de naturaleza divina; ahora se sabe que es una bola de gas incandescente.”
¿No se podría decir con el mismo derecho que antes se creía que las sinfonías
de Beethoven eran excelsas obras de arte y que ahora se sabe que no son más que
masas de aire que vibran? O lo siguiente: “ayer creía que tú, ¡oh escritor que
escribiste las palabras arriba mencionadas, eras un ser pensante; en cambio
ahora sé que no eres más que una combinación química de hidrógeno, oxígeno,
carbono, nitrógeno y algunas otras sales minerales!” ¿No se podría decir esto
con el mismo derecho?”. (7)
Conclusiones
El hombre profano es aquel que se contenta con una mirada superficial y
que cree ingenuamente que “lo que vemos es lo que es”, que la
realidad puede ser percibida por los órganos de los sentidos. ¡Cuánta razón
tiene Panikkar cuando afirma que “la epidemia más grande del mundo
moderno es la superficialidad”! ¡Cuánta razón tiene Mónica Cavallé al
hablar de una “anemia espiritual” del hombre moderno!
Sin esta visión profunda, el profano no puede penetrar en el mundo de
las maravillas y tiene que resignarse a seguir empantanado en las ciénagas de
la materia.
En palabras de Ana María Schlüter, cristiana y maestra zen: “Si
no se cultiva el tercer ojo, éste permanecerá ciego. Estar fuera del paraíso es
no percibir ya la Presencia, carecer del órgano capaz de experimentar, de ver a
Yahveh, al que-es, al que-está-con. (…) La cultura occidental, que ha desarrollado
preponderantemente el ojo de la razón, sufre ahora esta ceguera de un modo
especial”. (8)
Esta idea no es nueva. El mismo Platón la propuso en varias de sus
obras, como en la República, cuando habla de la necesidad de elevar “al
ojo del alma, que está sumergido en el bárbaro lodazal” (9).
¿Qué necesitamos para transitar la Vía Lucis? Un cambio de percepción,
una revolución en la mirada, una conversión. En otras palabras: una Metanoia.
Y esto se logra entrenando al ojo del corazón e intentando descubrir esa “otra
realidad” que está escondida… frente a nuestras propias narices.
Concordancia
“El ojo es un magnífico instrumento del cuerpo. ¡Ojalá pudiera verse a
sí mismo como ve todo lo demás! Esto se le ha concedido al ojo interior, pero
si, como los ojos exteriores, se descuida de sí mismo y se entrega a las cosas
externas, al querer acaparar mucho será incapaz de volver a su interior.
Dedícate a ti mismo, porque en tu interior tienes materia suficiente de
solicitud. Deja ya de ver con tus ojos exteriores lo que perdiste la costumbre
de mirar, y con los ojos interiores lo que dejaste de amar, porque nada revive
con más fuerza que el amor, sobre todo en los espíritus más delicados y
jóvenes”. (Guillermo de Saint-Thierry)
Escena fuerte de “El perro andaluz” donde se sacrifica el ojo para que
éste pueda “ver”
Notas del texto
(1) Cirlot, Victoria: “La visión abierta. Del mito del Grial al
surrealismo”
(2) Citado por Aranda, J. Francisco: “Luis Buñuel: biografía crítica”
(3) Panikkar, Raimon: “Espiritualidad hindú”
(4) Panikkar, Raimon: “Antropofanía Intercultural”
(5) Hillman, James: “El sueño y el inframundo” en “Arquetipos y símbolos colectivos: Círculo Eranos I”
(6) Hillman: op. cit.
(7) Adler, Oskar: “La astrología como ciencia oculta”
(8) Schlüter, Ana María: “Introducción a La nube del no-saber”
(9) Platón: “La República”. La traducción de Gredos traduce el “bárbaro lodazal” (βορβόρῳ βαρβαρικῷ) por “fango de la ignorancia” pero la palabra “bárbaro” sería más adecuada para destacar nuestra condición de extranjeros en este mundo material.
(2) Citado por Aranda, J. Francisco: “Luis Buñuel: biografía crítica”
(3) Panikkar, Raimon: “Espiritualidad hindú”
(4) Panikkar, Raimon: “Antropofanía Intercultural”
(5) Hillman, James: “El sueño y el inframundo” en “Arquetipos y símbolos colectivos: Círculo Eranos I”
(6) Hillman: op. cit.
(7) Adler, Oskar: “La astrología como ciencia oculta”
(8) Schlüter, Ana María: “Introducción a La nube del no-saber”
(9) Platón: “La República”. La traducción de Gredos traduce el “bárbaro lodazal” (βορβόρῳ βαρβαρικῷ) por “fango de la ignorancia” pero la palabra “bárbaro” sería más adecuada para destacar nuestra condición de extranjeros en este mundo material.
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