Fueron muchos los que pensaron que este nuevo tiempo
iba a ser la culminación de la civilización que nos ha traído hasta aquí, pero
este nuevo tiempo es nuevo y requiere una
nueva conciencia, un nuevo pensamiento y una nueva dirección. Este nuevo
tiempo, que muchos llaman la Edad Dorada, verá la transformación más grande que
la humanidad ha tenido desde su aparición en el planeta. El Maestro Djwahl Khul
cuenta que, en la antigua Lemuria, con la llegada de los ángeles solares, el
hombre animal fue fecundado con el principio pensante que produjo al individuo
que reconociéndose a sí mismo pudo decir “yo soy”. Llegará el momento – dice –
en que el Ángel Solar, el Alma, vuelva a fecundar al ser humano, pero esta vez
no será con el principio mente sino con el principio amor y entonces aparecerá
esa nueva conciencia que él llamó “Conciencia Grupal”.
Creo que estamos viviendo ese tiempo. Un tiempo de
profundos cambios que hacen estremecer las bases mismas de nuestra civilización
basada en la conciencia individual. Pienso que el Maestro Jesús nos vino
a preparar, nos dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y al
enseñarnos a orar nos dio la clave: “Padre Nuestro” – todos
somos hijos de Dios y añadió – “venga a nosotros tu Reino” –
que se manifieste, aquí en esta Tierra, para todos.
Nuestra alma es una partículas del Alma Universal que
se gestó cuando, en el principio de los tiempos, el Padre (el Espíritu) miró a
la Madre (la Sustancia) y la amó; la Madre miró al Padre y lo amó y entre los
dos se gestó un espacio magnético, producto de ese amor. Ese Espacio de
profunda neutralidad, lleno de significado, de conciencia, es el Alma
Universal, el Hijo que hereda la Voluntad de su Padre y la Inteligencia de su
Madre, pero su Naturaleza es el Amor. Por medio de ese Amor se hizo todo cuanto
existe. Ese Amor expresa la Síntesis de la Vida y es el trasfondo de todo lo
que existe en nuestro Universo.
Para que se produzca el nacimiento de esta nueva
conciencia en cada uno de nosotros busquemos crear en nuestra conciencia
individual un espacio como el que se formó entre el Padre y la Madre, de
profunda neutralidad capaz de unir los grandes opuestos de la Creación. Eso es
amar como ama Dios, sin discriminar, como el sol que da su luz y su calor a
todos por igual. Porque solo reconociendo lo que somos, una partícula del Alma
Universal, podemos entrar gloriosos al Nuevo Tiempo. De lo contrario, tratando
de buscar soluciones ahondamos cada día más en la conciencia individual y toda
su problemática y el nuevo tiempo requiere que iniciemos el sendero de la
fraternidad, de la conciencia colectiva, del amor – uniendo, sintetizando,
amando, sintiendo a cada ser humano como un hermano porque todos somos gotas de
una misma fuente, y en la fuente somos Uno.
Ante los conflictos que vemos día a día busquemos
crear un espacio de profunda neutralidad en nuestra conciencia capaz de
sintetizar por sola presencia. No es luchar en contra de nada, es hacer el
bien. El Amor es así. El de los verdaderos amadores, como el Cristo, es así.
“Ama a tu enemigo” nos dijo el Maestro del Amor y recién me doy cuenta de que
solo amando al enemigo lo puedo transformar. Un enemigo solo se elimina cuando
lo convierto en un amigo. Si lo mato, si busco eliminarlo, produzco muchos más.
Cuando respondo con más de lo mismo, termino agrandando el mal. Por eso es por
lo que las guerras nunca han solucionado nada, las soluciones, cuando
aparecieron, siempre surgieron en la mesa de negociaciones, siempre.
Pero no sólo hablo de las guerras que en este momento
se libran en varios lugares del planeta. Te hablo de la actitud de todos los
días, de los juicios, las intenciones, de cómo nos tratamos los unos a los
otros. La aparición de esta nueva conciencia es una cuestión de supervivencia,
porque ya el modelo de civilización que ahora tenemos se agotó, ya dio sus
frutos y ha comensado su fase destructora o de muerte. El mal de hoy es el bien
de ayer, que a su tiempo nos sirvió y hoy nos está matando. Ya no podemos
seguir con el individualismo, el materialismo, el consumismo, la búsqueda de la
satisfacción personal, las guerras, el triunfo del más fuerte. Ya no. No es el
tiempo. Ve a tu interior, la puerta está abierta, busca al Hijo Divino dentro
de ti, al Ungido, al Salvador, al Amador. Búscalo, llámalo, invócalo. Y
reconócete en su Luz, en su Paz, en su Amor.
Busquemos la fuerza en la oración y digamos
juntos: “OH Señor Maitreya, Señor de Vida y Amor, conmueve una vez más
mi corazón con tu amor, para que yo también pueda amar y dar.”
Que el amor reine en nuestras vidas,
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