Puede que la
Regla de Oro no sea una regla, sino un secreto oculto para la felicidad.
La porción de
Ajarei Mot-Kedoshim de esta semana es tan poderosa que la leemos dos veces al
año: una en Yom Kipur y otra en Shabat en el mes de Iyar (Tauro). Hay una
infinidad de lecciones que podemos aprender de esta historia e innumerables
beneficios que obtener por escuchar su lectura. Una de las más importantes es
la enseñanza espiritual que es el propósito de la existencia de todos los
preceptos, debido a que en esta porción encontramos la Regla de Oro: Ama a tu
prójimo como a ti mismo.
Para muchas
personas, este precepto es muy complicado. ¿Cómo puedo amar a mi prójimo como a
mí mismo si yo no me amo? Es más, ¿cómo puedo amarme si no me conozco?
Usemos el
entendimiento espiritual para que nos ayude a revelar la esencia más profunda y
oculta de esta frase y sus aspectos complejos.
En lo que se
refiere a conocerse, algunas personas pasan toda una vida tratando de hacerlo.
La verdad es que estamos destinados a evolucionar, cambiar y crecer
constantemente. La persona que éramos hace diez años por supuesto no es la
misma que somos hoy, así pues, conocerse es más un viaje que un objetivo final.
Asimismo, amarnos
realmente es entender que somos seres divinos. El amor propio más fuerte es una
admiración y respeto absolutos por el hecho de que llevamos en nuestro interior
una chispa del Creador que nunca puede ser menospreciada, desprestigiada ni
destruida. Es con un profundo respeto por la Luz dentro de nosotros y dentro de
los demás que podemos comenzar a amar.
Aún más importante,
en mi caso, los momentos en los que más he aprendido sobre mí no fueron los
momentos de introspección ni meditación. Descubro mucho más cuando dejo de
concentrarme tanto en mí y comienzo a fijar mi atención en cómo puedo compartir
mi Luz con los demás. La mente puede saturarse tanto de preocupaciones, dudas y
ansiedad, que a veces puede parecer imposible vencer los pensamientos
negativos. Sin embargo, cuando me ocupo en amar al prójimo —encontrar maneras
genuinas de compartir más, cuidar más, esforzarme más de lo habitual—, entonces
salgo por completo de mi marco mental. Los dolores de cabeza se disipan. Las
preocupaciones desaparecen. La oscuridad en nuestra propia vida es expulsada
por la Luz que encendemos por los demás. Al compartir, y por ende amar, a
nuestro prójimo, estamos compartiendo y amándonos a nosotros mismos de la
manera más profunda.
De este modo,
podemos ver que el Creador no nos dio una regla en absoluto, sino un circuito
con el cual obtener la mayor cantidad de felicidad en nuestra vida. Fíjate en
la estructura de la frase, la primera parte nos insta a amar a los demás,
mientras que la segunda nos sugiere hacerlo tanto como a nosotros mismos.
Al amar a
nuestro prójimo descubrimos nuestra propia divinidad y, a su vez, nuestra conexión
con la Luz. Ama a tu prójimo como a ti mismo es la llave que abre el mejor
de los tesoros: la abundancia de plenitud que el Creador solamente busca
otorgarnos.
Hay una energía
en el cosmos esta semana que puede ayudarnos a que hagamos del precepto más sagrado
nuestra prioridad. Para cumplir con el precepto de ama a tu prójimo como a ti
mismo y beneficiarnos de una conexión más profunda con la Luz, toma en cuenta
dos cosas a diario:
1) Toma un
momento para reconocer la Luz divina que está en tu interior.
2) Encuentra
una manera de compartir esa Luz con los demás.
Como verás, es
mucho menos complicado de lo que creemos. Eso porque la Luz siempre es simple.
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