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1 de mayo de 2020

El supuesto de dios, padre y creador 2da parte


Alejandro Lodi
(Abril 2020)
Transcripción de la segunda parte de la conferencia “Cambios de paradigmas en astrología y perspectivas para el 2020” dictada en la Fundación Columbia, en Buenos Aires, el 9 de noviembre de 2019, como parte del ciclo “Círculos de reflexión y diálogo” coordinados por Ana María Llamazares y Flavia Valgiusti. Gracias Ana María por la invitación.

Parte II: El supuesto de un dios, padre y creador
El otro supuesto básico subyacente a nuestra percepción sobre el que les propongo meditar es el de Dios padre creador. Consiste en la creencia inconsciente de que hay un creador, un hombre anciano de barba que sabe cómo funcionan las cosas, que conoce la ley del universo, y solo resta adherir a sus mandatos y a su doctrina. Ese hombre viejo, ese anciano de barba, está “fuera del cuadro”, afuera y arriba.

Nuevamente, no se trata de un problema. Al decir dios, padre y creador es probable que pensemos en la  tradición judeo-cristiana. Pero, tenga yo el cuadro de un dios barbudo, o tenga el cuadro de Karl Marx, o tenga el cuadro de Sigmund Freud, en las tres imágenes aparecerá un varón  que “la tiene clara”, que sabe cómo son las cosas, y que tiene una barba canosa. Este último punto parece fundamental… (Risas). Si observamos el patrón, veremos que opera en la tradición religiosa, en el marxismo y en el psicoanálisis. De modo que es cuestión de descubrir cuál es el poster del barbudo que uno tiene colgado en la puerta de su ropero, porque si se trata de un supuesto básico subyacente a nuestra percepción, entonces es seguro que, sin saberlo, en mi descripción del mundo tenga colgado algún poster de un padre barbudo… (Risas). Más allá de la broma, lo que está atrás como diseño es el supuesto de que alguien sabe cómo son las cosas, cómo funcionan y sólo se trata de seguir con fidelidad sus instrucciones.
Estos dos supuestos, el que dice que la vida es lucha y el de la existencia de un dios, padre y creador, también opera en quienes nos dedicamos a la astrología. Nosotros podemos practicar la astrología, de un modo inconsciente, desde algunos de estos supuestos, o desde ambos. ¿Qué quiero decir con esto? Si yo uso la astrología e interpreto mi carta natal convencido de que existen fórmulas para que el destino coincida con lo que yo quiero, entonces separé el destino de lo que soy. Allí traduzco la vida como una lucha entre mis deseos y el destino: el destino intentará frustrar mis deseos y, gracias a la astrología, yo puedo lograr que ocurra lo que yo quiero.
Ojalá este supuesto estuviera disolviéndose en los astrólogos, pero todavía es una firme creencia. Podemos confiar en ser cada vez más conscientes de él, pero hoy, en forma inconsciente está muy presente. Por ejemplo, cada vez que digo: “¡Uhhh! ¡La conjunción Saturno-Plutón  se va a hacer justo sobre mi Saturno natal…!”. Ese “uhhh” delata que el supuesto separativo está vivo en mi respuesta a la realidad. Ese “uhhh” anuncia que me dispongo a pelear contra el tránsito, que voy a intentar que Saturno no me derrote. Y seguramente me tranquilice al ver que también Júpiter hará tránsito, porque “Júpiter es benéfico” y entonces resultará un aliado… Ya sabemos que ese tipo de interpretaciones están sujetas a sorprendentes paradojas.
La vida es lucha traduce los vínculos como batallas. Si los vínculos son batallas, entonces solo caben aliados o enemigos; el potencial creativo de nuestras relaciones, la riqueza vincular, se reduce a aliados o enemigos.
Podríamos evaluar si, en la experiencia de la humanidad y en la experiencia personal, la vivencia de “los vínculos como batallas” es fuente de estimulo para la evolución o de sufrimiento. A nivel individual, si hacemos un trabajo terapéutico con nosotros mismos o un trabajo desde la carta natal con una mirada terapéutica, quizás en algún momento descubramos que aquel daño que nos produjo un enemigo en el pasado, hoy, tantos años después, se ha convertido en una experiencia que agradecemos haberla vivido. No se trata de que “mi enemigo se convierta en mi amigo”, sino que el diseño “amigo-enemigo” no sirve para contener la riqueza de la experiencia que hemos vivido en ese vínculo. Si somos sinceros y reconocemos la percepción que hoy ha brotado de aquella experiencia del pasado, entonces debemos aceptar que el encuadre “amigo-enemigo” no resulta operativo. Se cae el “software” con el que tratábamos aquella experiencia y necesitamos ahora otro con mucha mayor capacidad sensible. Creo que, quién más quién menos, todos atravesamos esta situación en nuestra vida. Y también la contraria: que la persona que creíamos que había sido nuestra gran benefactora…

Participante: …Te detuvo en el camino y te impidió transformarte.

Alejandro Lodi: Exacto. Me descubro reprochándole a quien creía mi benefactor. En astrología puede ser muy común descubrir los beneficios de un tránsito de Saturno y las zancadillas de un tránsito de Jupiter. En realidad, si nos damos cuenta de esto, tendría que empezar a darnos un poco de vergüenza seguir hablando de “zancadillas” o de “beneficios” al momento de interpretar un tránsito planetario y aceptar que nuestro vocabulario tiene que ser otro. Si las palabras son símbolos, y palabras como “maléfico” o “benéfico”, “suerte” o “zancadilla” cargan con un significado que no puede acompañar esa nueva percepción que se abrió en nosotros, entonces, necesitamos usar otras palabras con otro potencial de significado.
Entonces, además de “la vida es lucha”, existe otro supuesto de que alguien creó todo esto, sabe cómo funciona, se lo dijo incluso a alguno de nosotros, que lo escribió en algún libro sagrado, sea la Bibliael CoránEl manifiesto comunista o La práctica de la astrología de Dane Rudhyar…
Muy de la mano con esto, ya introduciéndonos en el tema de la conjunción de Saturno y Plutón, tenemos también un supuesto perceptivo de que la historia es fruto de la acción de sujetos excepcionales. Ya no necesariamente un dios padre, pero sí sujetos excepcionales: héroes y heroínas excepcionales… Estamos en condiciones de observar que acaso esto sea proyección de ego. Que si somos sensibles a la complejidad de la vida, si nuestra sensibilidad perceptiva se abrió a la complejidad de la vida, quizás comencemos a ver qué procesos profundos tomaron como vehículos a personas excepcionales, que las personas excepcionales son vehículo de un proceso mucho más vasto. Creo que estamos en el momento de tolerar la posibilidad de ver a los hechos históricos y los hechos políticos cómo procesos espirituales, los acontecimientos de la humanidad cómo procesos del alma. Podemos perder pudor de usar ciertas palabras, podemos hablar del alma. Alma es psique. Un psicólogo, aún freudiano, es un estudioso del alma, no difiere en esto de un sacerdote. Un teólogo como Benedicto XVI no difiere de Freud… (Risas). Es una broma sólo para provocar… (Risas).

El alma como una dimensión de la vida que nos anima y que tiene sus propios propósitos, sus intenciones. Y en este punto, como Hércules en aquel trabajo en el que puso piedras en la salida de la caverna para no zafar de su misión, propongo obturar la salida rápida de asociar estas intenciones con “las intenciones de dios”, suspender la reacción de recurrir a “un dios, padre y creador”, y sostener la percepción del alma como una dimensión de la vida que nos anima que tiene sus propios propósitos e intenciones, de los cuales nuestra experiencia personal individual es expresión.
Esto todavía es esotérico. Es el diseño esotérico clásico de la conciencia humana como una articulación entre el ego -la experiencia separativa individual- y el alma. La conciencia articula la personalidad y el alma. Es necesario desarrollar una personalidad, una estructura psíquica personal, identificarnos con ella, generar deseos, aspiraciones, logros confirmatorios en el mundo. Y, al mismo tiempo, en el proceso de la conciencia también se habilita la percepción de que esa construcción egoica está en función de un proceso inconsciente. La conciencia personal es “la punta del iceberg”, diría Freud, y está en función de un proceso inconsciente que excede largamente aquello de lo que podemos dar cuenta, que se funde en el misterio. Como esto es intolerable, creamos religiones. La religión no es la imposición de algunas personas, sino una creación que surge de una necesidad humana. Porque la religión nos tranquiliza, nos dice que ese proceso inconsciente no es misterio. Sostener que estamos fundidos en el misterio y que eso implica que nunca podremos saber quiénes somos, ni controlar nuestras vidas, ni saber para qué nacimos,  antes que promover una sensación de paz, puede llevarnos a una sensación de incertidumbre intolerable.
Este es el juego entre Neptuno y Júpiter. Nuestro sistema psíquico cuenta con la función neptuniana: una sensibilidad perceptiva que hace contacto con el misterio. La función jupiteriana, en cambio, tiene que ver con la convicción de estar en contacto con la verdad, con un sentido trascendente que disipa la angustia de fundirme en la totalidad, de estar disperso y de ser nadie. Júpiter genera la tranquilidad de sentir que estamos en contacto con alguien que sabe cómo es el misterio. Es la fe en alguien a quien el misterio se le ha manifestado y que se ha tomado el trabajo de anotar todo. La creencia en un texto sagrado que devela el misterio. Claro, el problema es que en otra comunidad aparece otro que dice lo mismo…

Ana María Llamazares: O todo lo contrario… (Risas).

Alejandro Lodi:  Más grave. Otro humano que, con un relato opuesto, también dice: “Tranquilos.  Hace mucho tiempo, a nosotros nos habló alguien que hizo contacto con el misterio y escribió todo. No dice exactamente lo que cuenta la otra tribu, pero nos dijo que a nosotros nos dijo la verdad…”. Con lo cual, aparecen combinados los supuestos de la vida como lucha y de el dios padre y creador: la lucha por la verdad y por la palabra de dios.
Esta meditación sirve para comprender cómo no pueden solucionarse los conflictos religiosos más primitivos. “¿Cómo no pueden solucionar sus conflictos los judíos y los musulmanes? ¡Estamos en el siglo XXI! ¿Cómo no pueden solucionar ese problema..?”, nos preguntamos indignados mientras tomamos un cafecito sentados muy cómodos en La Giralda… (Risas). Bueno, acaso no puedan porque lo que está por detrás son estos diseños psíquicos inconscientes. No son “problemas que hay que solucionar”,  sino que son misterios, encantos perceptivos (en el mejor y en el peor sentido de la palabra) que es necesario agotar. No podemos saber cuáles son los tiempos propios del encanto. Cuándo se producirá ese agotamiento es algo que no puede ser mensurado. No podemos estar seguros de que en 35 ó 40 siglos vamos a disolver ese hechizo que nos hace sufrir. No podemos saberlo, tal como ocurre es con una adicción.
Dicho todo esto, prestemos atención a que estos supuestos están en lo profundo, de un modo inconsciente, de nuestro trabajo con astrología y de nuestro estudio de la astrología. Creo que el cambio de paradigma del que acaso estemos participando tiene un rasgo bien marcado: el de la astrología ya no al  servicio de los destinos personales, ni de orientar a  individuos a manejarse en su vida, ni de cartas natales individuales.
La astrología al servicio de la transformación personal fue el gran logro del reverdecer del conocimiento astrológico en el siglo XX, fruto del encuentro entre la tradición astrológica y la psicología (no solamente la transpersonal, sino desde Freud inclusive). La psicología permitió que la astrología rejuveneciera, que se resignificaran sus símbolos, que dejáramos de hablar, por ejemplo, de “posesiones demoniacas” y “enemigos ocultos” para significar a la casa XII y comenzáramos a hablar de encarnación de “arquetipos del inconsciente colectivo”, con sus encantos y hechizos; una cosa es reconocer que “la conciencia ha sido tomada por un arquetipo” y otra cosa es decir que “está poseída por un demonio”.
Eso mismo que ocurrió entre la astrología y la psicología en el siglo XX quizás esté ocurriendo hoy entre la astrología y las llamadas ciencias sociales (sociología, teoría política, economía, etc.). Y si así fuera, entonces será nuestra responsabilidad desarrollar ese encuentro. Los asuntos del mundo, los temas de la vida en comunidad, la historia de las sociedades, también responden a ciclos astrológicos que permiten encontrar un significado mucho más rico que el que surge de adjudicárselo a la voluntad de individuos excepcionales. El proceso histórico de las naciones, de las comunidades humanas, también es psíquico. La sociedad es un tema del alma y también responde a patrones astrológicos. Nuestro destino individual (en el que nos hicimos tan especialistas) está en sincronicidad con el destino de las comunidades en las que vivimos, y el destino de las comunidades está en sincronicidad con el destino del planeta, de la humanidad en sí misma.



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