Alejandro Lodi
(Abril 2020)
Transcripción
de la segunda parte de la conferencia “Cambios de paradigmas en astrología
y perspectivas para el 2020” dictada en la Fundación Columbia, en Buenos
Aires, el 9 de noviembre de 2019, como parte del ciclo “Círculos de reflexión y
diálogo” coordinados por Ana María Llamazares y Flavia Valgiusti. Gracias Ana María por la invitación.
Parte II: El
supuesto de un dios, padre y creador
El otro
supuesto básico subyacente a nuestra percepción sobre el que les propongo
meditar es el de Dios padre creador. Consiste en la creencia
inconsciente de que hay un creador, un hombre anciano de barba que sabe cómo
funcionan las cosas, que conoce la ley del universo, y solo resta adherir a sus
mandatos y a su doctrina. Ese hombre viejo, ese anciano de barba, está
“fuera del cuadro”, afuera y arriba.
Nuevamente, no
se trata de un problema. Al decir dios, padre y creador es
probable que pensemos en la tradición judeo-cristiana. Pero, tenga
yo el cuadro de un dios barbudo, o tenga el cuadro de Karl Marx, o tenga el
cuadro de Sigmund Freud, en las tres imágenes aparecerá un varón que
“la tiene clara”, que sabe cómo son las cosas, y que tiene una barba canosa.
Este último punto parece fundamental… (Risas). Si observamos el
patrón, veremos que opera en la tradición religiosa, en el marxismo y en el
psicoanálisis. De modo que es cuestión de descubrir cuál es el poster del
barbudo que uno tiene colgado en la puerta de su ropero, porque si se trata de
un supuesto básico subyacente a nuestra percepción, entonces es seguro que, sin
saberlo, en mi descripción del mundo tenga colgado algún poster de un padre
barbudo… (Risas). Más allá de la broma, lo que está atrás como diseño
es el supuesto de que alguien sabe cómo son las cosas, cómo funcionan y sólo se
trata de seguir con fidelidad sus instrucciones.
Estos dos
supuestos, el que dice que la vida es lucha y el de la
existencia de un dios, padre y creador, también opera en quienes
nos dedicamos a la astrología. Nosotros podemos practicar la astrología, de un
modo inconsciente, desde algunos de estos supuestos, o desde ambos. ¿Qué quiero
decir con esto? Si yo uso la astrología e interpreto mi carta natal convencido
de que existen fórmulas para que el destino coincida con lo que yo quiero,
entonces separé el destino de lo que soy. Allí traduzco la vida como una lucha
entre mis deseos y el destino: el destino intentará frustrar mis deseos y,
gracias a la astrología, yo puedo lograr que ocurra lo que yo quiero.
Ojalá este
supuesto estuviera disolviéndose en los astrólogos, pero todavía es una firme
creencia. Podemos confiar en ser cada vez más conscientes de él, pero hoy, en
forma inconsciente está muy presente. Por ejemplo, cada vez que digo: “¡Uhhh!
¡La conjunción Saturno-Plutón se va a hacer justo sobre mi Saturno
natal…!”. Ese “uhhh” delata que el supuesto separativo está vivo en mi
respuesta a la realidad. Ese “uhhh” anuncia que me dispongo a pelear contra el
tránsito, que voy a intentar que Saturno no me derrote. Y seguramente me
tranquilice al ver que también Júpiter hará tránsito, porque “Júpiter es
benéfico” y entonces resultará un aliado… Ya sabemos que ese tipo de
interpretaciones están sujetas a sorprendentes paradojas.
La vida es
lucha traduce los vínculos como
batallas. Si los vínculos son batallas, entonces solo caben aliados o enemigos;
el potencial creativo de nuestras relaciones, la riqueza vincular, se reduce a
aliados o enemigos.
Podríamos
evaluar si, en la experiencia de la humanidad y en la experiencia personal, la
vivencia de “los vínculos como batallas” es fuente de estimulo para la
evolución o de sufrimiento. A nivel individual, si hacemos un trabajo
terapéutico con nosotros mismos o un trabajo desde la carta natal con una
mirada terapéutica, quizás en algún momento descubramos que aquel daño que nos
produjo un enemigo en el pasado, hoy, tantos años después, se ha convertido en
una experiencia que agradecemos haberla vivido. No se trata de que “mi enemigo
se convierta en mi amigo”, sino que el diseño “amigo-enemigo” no sirve para
contener la riqueza de la experiencia que hemos vivido en ese vínculo. Si somos
sinceros y reconocemos la percepción que hoy ha brotado de aquella experiencia
del pasado, entonces debemos aceptar que el encuadre “amigo-enemigo” no resulta
operativo. Se cae el “software” con el que tratábamos aquella experiencia y
necesitamos ahora otro con mucha mayor capacidad sensible. Creo que, quién más
quién menos, todos atravesamos esta situación en nuestra vida. Y también la
contraria: que la persona que creíamos que había sido nuestra gran benefactora…
Participante:
…Te detuvo en el camino y te impidió transformarte.
Alejandro Lodi:
Exacto. Me descubro reprochándole a quien creía mi benefactor. En astrología
puede ser muy común descubrir los beneficios de un tránsito de Saturno y las
zancadillas de un tránsito de Jupiter. En realidad, si nos damos cuenta de
esto, tendría que empezar a darnos un poco de vergüenza seguir hablando de
“zancadillas” o de “beneficios” al momento de interpretar un tránsito
planetario y aceptar que nuestro vocabulario tiene que ser otro. Si las
palabras son símbolos, y palabras como “maléfico” o “benéfico”, “suerte” o
“zancadilla” cargan con un significado que no puede acompañar esa nueva
percepción que se abrió en nosotros, entonces, necesitamos usar otras palabras
con otro potencial de significado.
Entonces,
además de “la vida es lucha”, existe otro supuesto de que alguien creó todo
esto, sabe cómo funciona, se lo dijo incluso a alguno de nosotros, que lo
escribió en algún libro sagrado, sea la Biblia, el Corán, El
manifiesto comunista o La práctica de la astrología de
Dane Rudhyar…
Muy de la mano
con esto, ya introduciéndonos en el tema de la conjunción de Saturno y Plutón,
tenemos también un supuesto perceptivo de que la historia es fruto de
la acción de sujetos excepcionales. Ya no necesariamente un dios padre,
pero sí sujetos excepcionales: héroes y heroínas excepcionales… Estamos en
condiciones de observar que acaso esto sea proyección de ego. Que si somos
sensibles a la complejidad de la vida, si nuestra sensibilidad perceptiva se
abrió a la complejidad de la vida, quizás comencemos a ver qué procesos
profundos tomaron como vehículos a personas excepcionales, que las personas
excepcionales son vehículo de un proceso mucho más vasto. Creo que estamos en
el momento de tolerar la posibilidad de ver a los hechos históricos y
los hechos políticos cómo procesos espirituales, los acontecimientos de la
humanidad cómo procesos del alma. Podemos perder pudor de usar ciertas
palabras, podemos hablar del alma. Alma es psique. Un psicólogo, aún freudiano,
es un estudioso del alma, no difiere en esto de un sacerdote. Un teólogo como
Benedicto XVI no difiere de Freud… (Risas). Es una broma sólo para provocar… (Risas).
El alma como
una dimensión de la vida que nos anima y que tiene sus propios propósitos, sus
intenciones. Y en este punto, como Hércules en aquel trabajo en el que puso
piedras en la salida de la caverna para no zafar de su misión, propongo obturar
la salida rápida de asociar estas intenciones con “las intenciones de dios”,
suspender la reacción de recurrir a “un dios, padre y creador”, y sostener la
percepción del alma como una dimensión de la vida que nos anima que tiene sus
propios propósitos e intenciones, de los cuales nuestra experiencia personal
individual es expresión.
Esto todavía es
esotérico. Es el diseño esotérico clásico de la conciencia humana como una
articulación entre el ego -la experiencia separativa individual- y el alma. La
conciencia articula la personalidad y el alma. Es necesario desarrollar una
personalidad, una estructura psíquica personal, identificarnos con ella,
generar deseos, aspiraciones, logros confirmatorios en el mundo. Y, al mismo tiempo,
en el proceso de la conciencia también se habilita la percepción de que esa
construcción egoica está en función de un proceso inconsciente. La conciencia
personal es “la punta del iceberg”, diría Freud, y está en función de un
proceso inconsciente que excede largamente aquello de lo que podemos dar
cuenta, que se funde en el misterio. Como esto es intolerable, creamos
religiones. La religión no es la imposición de algunas personas, sino una
creación que surge de una necesidad humana. Porque la religión nos tranquiliza,
nos dice que ese proceso inconsciente no es misterio. Sostener que estamos
fundidos en el misterio y que eso implica que nunca podremos saber quiénes
somos, ni controlar nuestras vidas, ni saber para qué nacimos, antes
que promover una sensación de paz, puede llevarnos a una sensación de
incertidumbre intolerable.
Este es el
juego entre Neptuno y Júpiter. Nuestro sistema psíquico cuenta con la función
neptuniana: una sensibilidad perceptiva que hace contacto con el misterio. La
función jupiteriana, en cambio, tiene que ver con la convicción de estar en
contacto con la verdad, con un sentido trascendente que disipa la angustia de
fundirme en la totalidad, de estar disperso y de ser nadie. Júpiter genera la
tranquilidad de sentir que estamos en contacto con alguien que sabe cómo es el
misterio. Es la fe en alguien a quien el misterio se le ha manifestado y que se
ha tomado el trabajo de anotar todo. La creencia en un texto sagrado que devela
el misterio. Claro, el problema es que en otra comunidad aparece otro que dice
lo mismo…
Ana María
Llamazares: O todo lo contrario… (Risas).
Alejandro
Lodi: Más grave. Otro humano que, con un relato opuesto, también
dice: “Tranquilos. Hace mucho tiempo, a nosotros nos habló
alguien que hizo contacto con el misterio y escribió todo. No dice exactamente
lo que cuenta la otra tribu, pero nos dijo que a nosotros nos dijo la verdad…”. Con
lo cual, aparecen combinados los supuestos de la vida como lucha y
de el dios padre y creador: la lucha por la verdad y por la palabra
de dios.
Esta meditación
sirve para comprender cómo no pueden solucionarse los conflictos religiosos más
primitivos. “¿Cómo no pueden solucionar sus conflictos los judíos y los
musulmanes? ¡Estamos en el siglo XXI! ¿Cómo no pueden solucionar ese
problema..?”, nos preguntamos indignados mientras tomamos un cafecito
sentados muy cómodos en La Giralda… (Risas). Bueno, acaso no
puedan porque lo que está por detrás son estos diseños psíquicos inconscientes.
No son “problemas que hay que solucionar”, sino que son misterios,
encantos perceptivos (en el mejor y en el peor sentido de la palabra) que es
necesario agotar. No podemos saber cuáles son los tiempos propios del encanto.
Cuándo se producirá ese agotamiento es algo que no puede ser mensurado. No
podemos estar seguros de que en 35 ó 40 siglos vamos a disolver ese hechizo que
nos hace sufrir. No podemos saberlo, tal como ocurre es con una adicción.
Dicho todo
esto, prestemos atención a que estos supuestos están en lo profundo, de un modo
inconsciente, de nuestro trabajo con astrología y de nuestro estudio de la
astrología. Creo que el cambio de paradigma del que acaso estemos participando
tiene un rasgo bien marcado: el de la astrología ya no al servicio
de los destinos personales, ni de orientar a individuos a manejarse
en su vida, ni de cartas natales individuales.
La astrología
al servicio de la transformación personal fue el gran logro del reverdecer del
conocimiento astrológico en el siglo XX, fruto del encuentro entre la tradición
astrológica y la psicología (no solamente la transpersonal, sino desde Freud
inclusive). La psicología permitió que la astrología rejuveneciera, que se
resignificaran sus símbolos, que dejáramos de hablar, por ejemplo, de
“posesiones demoniacas” y “enemigos ocultos” para significar a la casa XII y
comenzáramos a hablar de encarnación de “arquetipos del inconsciente
colectivo”, con sus encantos y hechizos; una cosa es reconocer que “la
conciencia ha sido tomada por un arquetipo” y otra cosa es decir que “está poseída
por un demonio”.
Eso mismo que
ocurrió entre la astrología y la psicología en el siglo XX quizás esté
ocurriendo hoy entre la astrología y las llamadas ciencias sociales
(sociología, teoría política, economía, etc.). Y si así fuera, entonces será nuestra
responsabilidad desarrollar ese encuentro. Los asuntos del mundo, los temas de
la vida en comunidad, la historia de las sociedades, también responden a ciclos
astrológicos que permiten encontrar un significado mucho más rico que el que
surge de adjudicárselo a la voluntad de individuos excepcionales. El proceso
histórico de las naciones, de las comunidades humanas, también es psíquico. La
sociedad es un tema del alma y también responde a patrones astrológicos.
Nuestro destino individual (en el que nos hicimos tan especialistas) está en
sincronicidad con el destino de las comunidades en las que vivimos, y el
destino de las comunidades está en sincronicidad con el destino del planeta, de
la humanidad en sí misma.
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