Alejandro Lodi
(Abril 2020)
Transcripción
de la primera parte de la conferencia “Cambios de paradigmas en astrología
y perspectivas para el 2020” dictada en la Fundación Columbia, en Buenos
Aires, el 9 de noviembre de 2019, como parte del ciclo “Círculos de reflexión y
diálogo” coordinados por Ana María Llamazares y Flavia Valgiusti. Gracias Ana
María por la invitación.
Parte I: El
supuesto de la vida como lucha
Mi intención
aquí es presentar algunas provocaciones (en el mejor sentido de la palabra),
estímulos que nos permitan meditar acerca de “lo que hacemos cuando hacemos
astrología” y de cómo esto puede estar mutando, cómo esto puede estar cambiando
en este momento. Cómo comenzamos a descubrir que aquello que aprendimos que era
la astrología, quizás, también es otra cosa.
Lo que me
parece importante, como cada vez que alguna palabra empieza a usarse mucho, es
ponernos de acuerdo sobre qué entendemos o cómo vamos a significar la
palabra «paradigma». Cuento con el perjuicio de no ser académico, con lo cual
voy a cometer muchos fallidos en el intento de definir la palabra
paradigma; pero vamos a verlo como el beneficio de intentarlo desde una
experiencia vivencial, antes que académica.
Un «paradigma»
sería un conjunto de creencias, de ideas, de valores, de supuestos
básicos subyacentes a la conciencia que compartimos, de manera inconsciente, no
sólo con ciertos individuos, sino con toda la humanidad en determinado momento
de la historia. Cada tiempo histórico presupone una percepción de la
realidad que, aunque esté sostenida en ideas, en realidad está sostenida en
supuestos inconscientes que, en cierto momento, entran en crisis. En esas
crisis los humanos ya no podemos seguir creyendo en lo que estábamos creyendo o
se hacen evidentes, brotan a la superficie, los supuestos que hasta ese momento
eran subyacentes a la conciencia colectiva. El más clásico ejemplo es cuando la
humanidad descubre -y tiene que hacerse responsable- de que no es cierto que el
Sol gira alrededor de la Tierra, sino que es la Tierra la que gira alrededor
del Sol. Eso implicó una crisis de paradigmas que exigió reformular todo: la
ciencia, los dogmas religiosos, las instituciones políticas, el concepto de
individuo, etc.
Si
tenemos una percepción y una valoración demasiado amplia y generosa de los
paradigmas, vamos a ver que hay una crisis de paradigmas “cada cinco minutos”;
y, si nos ponemos exigentes, vamos a decir que nunca hubo tal crisis y que los
paradigmas nunca cambiaron. Se trata de una zona de meditación un tanto
subjetiva. Pero, quizás aquí nos sirva valernos de la astrología: los ciclos
astrológicos marcan tiempos que perfectamente pueden estar en sincronicidad con
cambios de paradigmas globales o que, al menos, ocurren en cierta área
específica de la experiencia humana.
Hoy también
vamos a hablar de la crisis que supone la conjunción de Saturno y
Plutón en el próximo año 2020. Es un fenómeno que ocurre cada treinta y
pico de años y que tiene que ver con algo especifico. Cuando dos planetas hacen
conjunción convocan a una experiencia que tiene que ver con lo que simbolizan.
En este caso tiene que ver con estructura y pulsión,
con sistema y poder. La conjunción de Saturno y
Plutón tiene mucho que ver con una reestructuración, una nueva forma de
estructurar el poder en la humanidad, no sólo en la escala individual.
Esto se vincula
con una crisis política de la humanidad. «Política» es otro concepto muy amplio
sobre el que vale la pena acordar significado. Aquí vamos a decir que refiere
al arreglo de los diferentes intereses entre los seres humanos, en relaciones
de poder que definen estructuras vinculares que se traducen en leyes, normas,
hábitos y costumbres.
Pero, antes de
concentrarnos en el clima de la actual conjunción Saturno-Plutón, quiero
compartir algunos de estos supuestos básicos subyacentes, de estas creencias
que no somos conscientes que tenemos, y que me parece interesante poner en la
superficie para meditar sobre ellos, no para resolverlos, porque no son
problemas para resolver.
El primero que
les voy a presentar creo que viene desde la época de las cavernas y que se
perpetuará por tres millones de años más o menos… (Risas). Es un
supuesto muy convincente, una creencia arraigada, una forma de organizar la
percepción que tenemos naturalizada. Es el paradigma que dice: la vida
es lucha. Por cierto, no digo esto para que lo anoten y repliquen sin
meditarlo. Es un supuesto que merece y necesita una meditación compartida.
Nuestro sistema
de creencias configura un mundo externo y un mundo interno. Si yo creo que la
vida es lucha, entonces se configura un mundo externo y un mundo interno que,
acordes a ese supuesto, están en conflicto, en fricción, en batalla.
Quizás lo
primero que tengamos que revisar (y acaso la humanidad lo esté haciendo desde
la época de las cavernas y prosiga por tres millones de años) es la idea de que
esta entidad consciente que percibe y se comunica (y que llamamos “yo”) está
separada del medio externo. La separatividad entre este individuo “aquí
adentro” y el mundo externo “allá afuera” es, en verdad, ilusoria. Esto todavía
es esotérico. Aunque esta percepción haya llegado a la ciencia y haya comenzado
a cuestionar la separatividad, aun estamos convencidos que “yo no tengo nada
que ver de lo que pasa afuera”… Esta es la ventaja de no ser académico y poder
decir cosas medio brutales… (Risas). Ese es un supuesto perceptivo básico: la
separatividad.
El desarrollo
de conciencia inevitablemente lleva a un momento donde este supuesto va a ser
cuestionado, dónde me daré cuenta que “lo que ocurre afuera” está en
correspondencia con “lo que ocurre adentro”. Esto no es algo nuevo (o no
debería serlo) para los astrólogos. Y usé la palabra «correspondencia», que
remite a un principio hermético que tiene más de cuatro mil años de antigüedad.
Ya hace cuatro mil años, en algún lugar del planeta un grupo de humanos
percibió el principio en el que se basa la astrología: el orden del cielo está
en relación con el orden de la tierra. El principio de correspondencia dice que
“como es arriba, es abajo”. Más provocativamente hoy podríamos decir que lo que
veo afuera (y creo objetivo) se corresponde con una organización interna (que
creo subjetiva). Si se modifica la organización interna se modifica el
significado del suceso externo. El hecho sigue siendo el mismo pero cambia
su significado. En los mismos hechos emerge otra realidad.
Un ejemplo
clásico es lo que nos pasa con las películas. Vemos una película a los 20 años
y creemos ver “una película”, pero volvemos a verla a los 50 años y vemos “otra
película”. En aquél momento nos conmovió y ahora nos resulta un bodrio, o
viceversa. Claramente, la película es la misma y, a su vez, claramente ya no es
la misma. En lo fáctico, la película no se modificó, entonces ¿que cambió?: la
sensibilidad perceptiva y la capacidad para organizar significados. Una alteración
de la organización interna genera (o, mejor, se corresponde con) otra
organización externa en el mismo hecho.
Pero no quiero
soslayar el supuesto que quería proponerles observar: la vida es lucha.
No digo que sea falso ni verdadero, sino que, siendo astrólogas y astrólogos,
sabemos que si defino que “la vida es lucha” habrá otro supuesto opuesto y
complementario. La vida es lucha sugiere una percepción
ariana de la realidad, de modo que el supuesto perceptivo complementario
revelaría una percepción libriana: la vida es cooperación. Esto es
polaridad. Si afirmo que la vida es lucha, y me consta la
polaridad, entonces también diría que la vida es cooperación.
Decir esto no
cuesta nada. De hecho, lo acabo de decir yo, sin la menor perturbación. Sin
embargo, en lo cotidiano, parece imposible de vivenciar. Nuestro hábito es
convencernos de que “yo soy del bando de los que dicen que la vida es lucha, y
estoy opuesto a los que dicen que la vida es cooperación”. Más aún, voy a creer
que los que dicen que la vida es cooperación son “la pesadilla de la humanidad”
y que por culpa de ellos no podemos finalmente derrotar la ignorancia. En el
encanto del supuesto de que la vida es lucha, solo cabe derrotar
posiciones.
Por supuesto,
bajo el condicionamiento perceptivo de que la vida es lucha, la
percepción de que la vida es cooperación todavía resulta un
supuesto hippie. Y es probable que a los 15 minutos de vivir en una comunidad
hippie se ponga en evidencia que la vida es lucha… (Risas). Dentro
de una cultura condicionada por el paradigma de que la vida es lucha,
la percepción de que la vida es cooperación se presenta
todavía como una ilusión, como una aspiración ideal. Y meditar sobre paradigmas
perceptivos no es un tema de idealismos. No se trata de rechazar un paradigma
para idealizar otro. Luchar por un ideal de cooperación entre los seres humanos
reproduce el paradigma de que la vida es lucha.
La vida es
lucha es un supuesto perceptivo muy
capcioso. Hasta podría dar una sensación de firme certeza. Pero, cuando descubrimos
que, de un modo inconsciente, hemos comprado ese supuesto y que la creencia de
que la vida es lucha ha condicionado nuestro registro de la realidad, el
desarrollo de nuestra conciencia y la construcción de nuestro mundo, entonces
acaso sobrevenga un momento de náusea.
Yo creo que la
adhesión a un sistema de creencias es una adicción, y que la terapéutica es la
misma que con las adicciones: hasta que no se llega a la experiencia límite que
nos hace decir “dejo de tomar esta creencia, dejo de consumir esta visión de la
realidad, no porque esté bien o mal, sino porque genera sufrimiento en mi
vida”, hasta que no se llega al umbral de sufrimiento, no se altera un habito
adictivo de creencias o de ideas.
Muchas
veces la humanidad creyó haber llegado a la experiencia limite, al extremo de
pesadilla respecto a sostener que la vida es lucha. Luego de
grandes crisis mundiales, por ejemplo, se generaron movimientos hacia la
cooperación. El ritual colectivo de llevar al extremo el imaginario de
que la vida es lucha habilitó el surgimiento de las Naciones
Unidas, la Declaración de los Derechos del Hombre, la puesta en valor el
reconocimiento institucional de los Derechos Humanos… Sin embargo, cómo en la
comunidad hippie, “a los 15 minutos” volvió a recrudecer el excitante creencia
de que la vida es lucha.
Si vemos esto
como un problema a resolver, si juzgamos que este supuesto está mal y
pretendemos corregirlo o, peor aun, lo condenamos, entonces quedaremos
atrapados en una pesadilla. Como ocurre en el viaje de la conciencia, la clave
no es modificar, mejorar o lograr, sino sostener una percepción inédita que nos
hace entrar en contradicción con aquella a la que estamos habituados. Confiar
en la experiencia incómoda de un doble vínculo: permanecer en un
diseño de repetición y, al mismo tiempo, sostener la conciencia del sufrimiento
que genera. Si sostenemos la intensidad de esa situación contradictoria -sin
querer mejorar, solucionar o corregir-, entonces podrá ocurrir algo distinto.
Sostener la tensión de esas dos posiciones en conflicto, mantener ambas “en
pantalla” sin excluir a ninguna de ellas, es lo que permite que emerja lo
creativo, lo innovador. Por cierto, es un buen deseo la pretensión de
solucionar aquello que vemos como un problema; pero, en realidad, tal deseo nos
hará tropezar con fallidos. Como ocurre con las adicciones, los supuestos
inconscientes de nuestras creencias no representan problemas que hay que
solucionar, sino encantamientos que deben agotarse en las experiencias de
nuestra vida.
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