Este artículo fue redactado y avalado por la
psicóloga Valeria
Sabater
A veces no
estoy para nadie porque también yo me hago falta, también necesito escucharme,
remendar mis espacios rotos, limar mis esquinas afiladas. Por ello, si no
contesto los mensajes o si pongo en silencio mi teléfono durante unas horas o
unos días, no quiere decir que haya cerrado puertas al mundo, solo he ido de paseo conmigo mismo, con
ese alguien que había largamente descuidado.
Resulta curioso
cómo, casi sin darnos cuenta, acabamos dejándonos a nosotros mismos en la
bandeja de «spam». Nos relegamos al cajón de asuntos pendientes, a la última
página de nuestra agenda o a ese post-it amarillo fosforescente que
acaba perdiéndose en el ajetreo natural de nuestro escritorio porque siempre
hay una prioridad que lo adelanta y lo posterga.
«Hay tres cosas extremadamente duras: el acero, los
diamantes y el conocerse a uno mismo”
–Benjamin
Franklin-
Vivimos en una
sociedad tremendamente demandante y competitiva, lo sabemos. Hay muchas cosas
que hacer, y los días a veces pueden ser tan trepidantes como agotadores. Por
si no fuera suficiente, a ello se le añaden los nuevos sistemas de
comunicación, ahí donde el trato y las interacciones son constantes e
inmediatas.
Vivimos
organizados en diversos grupos de WhatsApp, siempre estamos localizables y en las pantallas
de nuestros móviles siempre hay un mensaje que responder, correo que atender,
fotos a la que poner un like y un etiquetado al que responder aunque
no nos apetezca.
Es como vivir
en un epicentro donde nuestra mirada hipermétrope es incapaz de ver aquello que
tiene más cerca. Nuestros ojos cansados pueden leer las necesidades ajenas
pero son incapaces ya de descifrar las propias… Todo parece borroso, todo se ha
hecho un ovillo que se enclava ahí, en nuestro corazón y nuestra mente como
si algo fallara, como si algo no fuera bien y no supiéramos qué es…
Has llegado al límite y todavía no lo sabes
Le haces falta
a muchas personas, lo sabes. Cada día tienes diez montañas que encumbrar y
decenas de obstáculos que sortear, y lo consigues, no hay duda. Sin embargo,
nadie te da medallas por ello, casi nadie reconoce tus esfuerzos, tu dedicación
o incluso todo lo que llegas a renunciar por quienes están a tu alrededor. Poco
a poco, las cosas pierden su significado y las personas su sabor. El mundo
ya no tiene música, ya no rima, ya no es ágil, y te acabas hundiendo en
tus propias responsabilidades como la piedra que cae en un pozo sin fondo.
Estar para
todos y para todo cada día y a cada instante, tiene una cuota de intereses
secretamente elevada. Las señales de este proceso de estrés continuado en
el tiempo puede muy bien derivar fácilmente en una depresión, por ello, debemos
estar muy atentos a los síntomas:
Fatiga, un cansancio
extremo que a veces no se recupera con el sueño o el descanso nocturno.
Dolores de
cabeza, migrañas.
Dolor de
espalda.
Malas
digestiones.
Sensación de
aburrimiento constante, la vida pierde casi todo nuestro interés.
Impaciencia e
irritabilidad.
Frustración,
comentarios cargados de cinismo, mal humor, apatía constante…
Por curioso que
parezca, vivir en un entorno híper-estimulado e híper-demandante nos acaba
narcortizando. Nos volvemos insensibles a las propias necesidades, extranjeros
del propio corazón y vagabundos perdidos en esa isla de Circe donde uno ha
olvidado por completo dónde está su hogar, dónde esa casa donde habita el
propio ser.
Hoy no estoy para nadie, hoy me hago falta
Decir en voz
alta «estos días no estoy para nadie, me hago falta a mí mismo» no es una falta
de respeto. No se hace daño a nadie, no se descuida nada, el mundo seguirá
girando y los ríos fluyendo. Sin embargo, acontecerá algo maravilloso: daremos
paso a la sanación emocional, nos regalaremos tiempo, atención y un espacio
propio donde refugiarnos.
Será como
introducirnos en el hueco de un árbol para tomar contacto con nuestras raíces,
ahí donde reencontrarnos casi en posición fetal, para nutrirnos y permitir que
nuestras hojas, nuestras ramas, crezcan altas y más libres para rozar el cielo.
A continuación,
te proponemos reflexionar en unas ideas que pueden ayudarte a lograrlo.
“Sólo nos convertimos en lo que somos a partir del
rechazo total y profundo de aquello que los otros han hecho de nosotros”
– Jean-Paul Sartre-
Claves para tomar el control, para atenderte cuando te
haces falta
En medio de
esta vasta rutina en la que acabamos cautivos de las obligaciones propias y
ajenas, debe quedar un espacio, un pequeño hueco confortable y especial que nos
pertenezca a nosotros solos. Es como una cápsula de salvamento, como un bote
salvavidas al que acudir cada vez que percibamos que hemos llegado al límite.
Cuando percibas
que las presiones externas te están impidiendo ser tu mismo, párate y visualiza
esa cápsula o ese bote salvavidas: súbete a él.
Es momento de
trazar un plan de salvamento. Benjamin
Franklin solía decir que «si en el día a día no tenemos un
plan de supervivencia estamos condenados a navegar eternamente a la deriva».
Ese plan de
supervivencia debe tener una meta y establecer qué es prioritario y qué
secundario (hoy mi objetivo es cumplir con mi jornada laboral, mi meta es
no estresarme y mi plan incluye tener dos horas para mí mismo. Quedar bien
con mis compañeros de trabajo o familiares es hoy secundario).
Debemos tener
muy claro por último, que habrá días en que la prioridad total y absoluta,
seamos nosotros mismos. Dejarlo claro a quienes conforman nuestro contexto más
próximo no es ningún acto de egoísmo.
Apagar el
móvil, salir a caminar, a respirar y a cobijarnos con nuestros propios
pensamientos es un acto de auténtica salud mental. Porque lo creamos o no, esos
días en que nos hacemos falta son muchos, y atenderlos, poner nuestro nombre
en la lista «prioridades», lejos de ser recomendable, es OBLIGATORIO.
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