Alejandro Lodi
Quizás
necesitemos un tantra de la política y la economía.
Algo que religue el orden transpersonal con nuestra respuesta a las situaciones más cotidianas. Así como el tantra nos recuerda que en cada cópula se hace manifiesto el encuentro de diferencias que crea el universo, nos despierta a la conciencia del mágico acto del que participamos cada vez que amamos. La remembranza del sexo de la divinidad. Recordar y percibir nuestras relaciones económicas y políticas como formando parte de la dimensión sagrada. Ver los vínculos sociales reproduciendo un misterio de potencialidades inimaginadas. Ver el desafío de generar recursos en vínculo con los demás como una actividad del alma. La
organización política y económica como un reto espiritual. Sin confundir dimensiones, percibir su correspondencia. La correspondencia entre cómo nos organizamos socialmente y cómo percibimos a Dios.Nuestras
crisis personales de sin sentido existencial son portales a la percepción (no a
la idea, no a la especulación intelectual) de órdenes transpersonales, de
dimensiones de la realidad que transparentan un sentido trascendente. De igual
modo, nuestras crisis sociales de vacío de sentido, de caos, de inseguridad y
de desigualdad son portales del mismo orden.
El hambre en
el mundo y el egoísmo personal se corresponden. No puede hacerse ningún
movimiento en uno sin producir un movimiento en otro. Todo movimiento que se
intente motivado en la voluntad personal o en decretos gubernamentales, aunque
pueda parecer eficaz en lo inmediato, fatalmente conducirá a alguna forma de
fracaso a largo plazo. La fe en la fuerza de voluntad participa del mismo
egoísmo que genera el hambre mundial.
Curación es
creatividad. Sufrimiento es repetición. Lo creativo emerge de la
transformación, no de la confirmación. La creatividad transformadora no florece
reprimiendo, negando o proyectando, sino incluyendo. Reconociéndose en el otro
diferente, abriéndose a lo temido, amando lo que habrá de transformarme. Es
tántrico.
El triunfo
de la voluntad sobre el dolor personal o las injusticias sociales es el triunfo
de la proyección de la sombra. Vencer a una adicción o al enemigo está
sostenido en el hechizo de que aquello que ha sido derrotado “no está en mí”.
Es una acción aparentemente exitosa que reproduce esa sombra a futuro (en
general, con más carga y poder). Esa sombra sólo es disuelta en la medida que
sea percibida presente en el propio corazón tanto como en la conducta de los
demás.
Sabemos que
intentar torcer una conducta adictiva desde la voluntad personal puede producir
éxitos circunstanciales, pero oculta el fondo de la cuestión, reprimiéndolo y
propiciando que siga reproduciéndose en el futuro con más carga aún. Del mismo
modo, intentar solucionar las injusticias sociales tomando el poder y
decretando entonces su extinción, impide hacer consciente el fondo de la
cuestión y reproducirá aquellas injusticias con otra forma.
El
agotamiento de una conducta adictiva personal y de las injusticias sociales del
mundo tiene como clave a la conciencia. Son (también y fundamentalmente)
asuntos del alma. Considerar conductas inapropiadas –personales o sociales-
desde la dimensión psicológica es operar aparentemente “en otro lado” para que
se disuelva “allí donde se manifiesta”. Y ese “otro lado” siempre es el corazón
de la humanidad. Es una actividad que opera siempre en dos dimensiones: sobre
los hechos y sobre la conciencia. El proceso de la conciencia y el de los
hechos políticos y económicos son una misma dinámica. Diferentes planos de
manifestación de una misma dinámica.
Consecuencias antipáticas del registro de correspondencias
Explorar las
correspondencias entre el proceso de la conciencia individual y el de los
hechos sociales implica aceptar evidencias antipáticas. Exige renunciar a
inocencias y atreverse a dar respuestas maduras, no condescendientes con
expectativas infantiles (que ya comenzarían a ser sentidas como patológicamente
regresivas).
Un ejemplo.
Cuando no se ha sabido, querido o podido generar materia, la sensualidad del
apego material no ha tenido oportunidad de hacer debido proceso. Si no se ha
experimentado la generación de recursos materiales (sus dificultades, su arte y
sus encantos), la actitud de repudio al apego material tiene la cualidad de un
prejuicio: una posición extrema acerca de algo que se desconoce. Aunque parezca
obvio, es necesario recordar que no es posible vivenciar desapego si antes no
se experimentó apego. Si no ha habido compromiso con Tauro, no se puede
comprender Escorpio. La experiencia de Escorpio está condicionada por la
vivencia de Tauro. Pretender saber cómo deberían distribuir sus posesiones
aquellos que han sabido generarlas, sin haber comprometido acción alguna en la
generación de materia (o habiendo fracasado en su intento), es juzgar
desconociendo la complejidad de la excitante sensualidad del apego material.
Esa dimensión –la sensualidad del apego- queda en sombra y se expresará con esa
carga inconsciente y, en casos extremos, con distorsiones perversas (por
ejemplo, enriquecerse expropiando a quien ha sabido enriquecerse). Es análogo a
quien repudia la sexualidad, la juzga pecaminosa y sanciona distintas conductas
sexuales, habiendo optado o viéndose obligado a la castidad (las perversiones
del sexo expresándose desde la sombra son demasiado conocidas).
La constitución de una identidad personal con capacidad de generar lo necesario para satisfacer sus necesidades sustanciales y saber disfrutarlo es un paso necesario (momento Leo-Tauro). Un desafío para la conciencia. No obstante, en otro momento del viaje, la identificación exclusiva con la imagen individual y el apego a sus posesiones comenzará a generar conflicto vincular. El disfrute egoísta demandará cada vez mayor consumo de energía para asegurar el control de las relaciones, hasta terminar resultando insatisfactorio. Se hace así explícito que el agotamiento de la identidad apegada a lo sensual sólo se produce cuando se ha atravesado el encanto de la posesividad material, cuando la búsqueda de satisfacer su voracidad comienza a rozar el hartazgo. Cuando el control retentivo de “lo que me produce placer” se convierte en una pesadilla, habitar aquella identidad (replegada sobre sí misma) se hace imposible. Cuando prevalece el dolor en esa actitud apropiadora que antes daba disfrute, la conciencia enfrenta el desafío de transformación: muere la identidad apegada a lo sensual y se regenera bajo una forma dispuesta a la circulación en red (momento Escorpio-Acuario). No es por mandato, no es por logro de la voluntad, no es por imposición de leyes estatales, sino porque –sencilla y contundentemente- un hechizo ha caído. El dolor que genera controlar el goce a favor de la satisfacción propia y exclusiva se ha hecho evidente, la circulación se ha impuesto como una necesidad del alma.
.
Elevadas
percepciones y polarizaciones cotidianas
Quizás se
haga cada vez más evidente la necesidad de atender a la clave psicológica de los
procesos sociales. El orden social como representaciones de estados de
conciencia. La clave del alma en la historia. El proceso de la conciencia
individual y el del orden social participan de una misma dinámica. La dinámica
del trabajo psíquico con la sombra personal se corresponde con la dinámica de
cómo percibimos el mundo externo.
La división
que percibimos en el mundo externo se corresponde con una división análoga en
nuestro mundo interno. No podemos aplicar en el mundo lo que no nos consta
vivencialmente en nuestra propia existencia. No podemos ver en nosotros algo
distinto de lo que vemos en el mundo. Ver el mundo como conflicto y lucha entre
entidades admirables y repudiables es una proyección de un mundo interno
dividido entre una imagen virtuosa de sí mismo en lucha con contenidos oscuros,
temidos, negados, reprimidos. La percepción de un mundo externo en batalla, en
lucha permanente entre fuerzas del bien y del mal, reproduce cómo constelamos
nuestra dualidad interna. Cualquier descubrimiento que permita reconocernos en
-hasta ahora- desconocidos contenidos sombríos de nuestro psiquismo, alterará
la realidad del mundo en la que creemos.
Toda
revelación que se haga explícita a nuestra conciencia y que conmocione la
imagen personal en la que hacemos identidad conmoverá también la imagen que nos
describe el mundo “allí afuera”. Cada vez que dejemos de ser quien creemos ser,
el mundo dejará de ser lo que creemos que es. Conciencia y vida cotidiana no
están disociadas. Nuestra respuesta a los desafíos más inmediatos y de todos
los días están afectados por (y afectan a) nuestra percepción de órdenes
trascendentes. Nuestra astrología y nuestras actitudes con los demás son una
sola cosa. “Dime cómo tratas tus diferencias con los demás y te diré qué astrología
practicas. Dime qué respuesta das a las contradicciones de todos los días y te
diré qué te consta de tus elevadas percepciones”. Ninguno de nosotros escapa a
ello.
Sin embargo,
creemos que una cosa son nuestras elevadas percepciones y otra el mundo de todos
los días. Creemos tanto que esas dimensiones están separadas que las
disociamos. Esa frontera está muy viva en nosotros. Casi parece real. Por eso,
es necesario poner mucha atención en este punto. Observar que si creo haber
participado de elevadas percepciones pero me descubro replegado en mi
individualismo más separativo, entonces es bueno poner duda tales elevaciones
perceptivas. O siendo más precisos, aquellas elevadas percepciones han dejado
en evidencia -frente a los ojos de mi propia conciencia- a los complejos
emocionales más regresivos de mi polarizada identidad.
Nuestras
elevadas percepciones no son logros. No nos indican metas a las que debamos
llegar, tan altas que –en un gesto de falsa humildad- permita que nos
justifiquemos diciendo que “bueno, pero yo reconozco que todavía son
muy humano, no soy tan superior…”. Nuestras elevadas percepciones no son
objetivos con los que debo cumplir, sino ráfagas de conciencia que dejan al
descubierto nuestras falsedades cotidianas. Lejos de servir para justificarnos,
esas ráfagas de discernimiento consciente disuelven la autoindulgencia, no nos
permiten seguir creyendo en nuestra orgullosa personalidad, en esa imagen que
tratamos de reproducir en el mundo para mantener ocultas nuestras sombras (tan
ocultas que ni siquiera sabemos que existen).
La
revolución social ya no podrá ignorar la tradición oriental. La mirada budista
del conflicto. Agotar deseos que hechizan la voluntad, antes que imponerlos o
suprimirlos por prepotencia. Consumar procesos, antes que asaltar palacios.
Pacientes, antes que temerarios. Valientes en la aceptación, antes que en la
provocación. La mirada astrológica. La lógica mandálica de circulación, antes
que la piramidal de concentración. La revolución de supuestos perceptivos que
dominan la conciencia, antes que la imposición de ideas o credos. Una
revolución que no será de Occidente o de Oriente, sino la necesaria revolución
que brota del encuentro de ambas percepciones, del poderoso efecto incluyente
del amor. Por evidencia vivencial, antes que
por convencimiento intelectual.
Hacia 1861
Neptuno inició un ciclo zodiacal. Tiempos en los que el “Manifiesto Comunista”
se diseminaba por el mundo y en Moravia nacía un niño llamado Sigmund. 2025 es
el fin de ese ciclo y el comienzo de otro que se consumará en 2188.
El próximo
Marx será tántrico. Y el próximo Freud. (Y algo de esto sospechaba Reich).
No hay comentarios:
Publicar un comentario