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21 de septiembre de 2020

El próximo Marx será tántrico

Alejandro Lodi 

Quizás necesitemos un tantra de la política y la economía.

Algo que religue el orden transpersonal con nuestra respuesta a las situaciones más cotidianas. Así como el tantra nos recuerda que en cada cópula se hace manifiesto el encuentro de diferencias que crea el universo, nos despierta a la conciencia del mágico acto del que participamos cada vez que amamos. La remembranza del sexo de la divinidad. Recordar y percibir nuestras relaciones económicas y políticas como formando parte de la dimensión sagrada. Ver los vínculos sociales reproduciendo un misterio de potencialidades inimaginadas. Ver el desafío de generar recursos en vínculo con los demás como una actividad del alma. La

organización política y económica como un reto espiritual. Sin confundir dimensiones, percibir su correspondencia. La correspondencia entre cómo nos organizamos socialmente y cómo percibimos a Dios.

Nuestras crisis personales de sin sentido existencial son portales a la percepción (no a la idea, no a la especulación intelectual) de órdenes transpersonales, de dimensiones de la realidad que transparentan un sentido trascendente. De igual modo, nuestras crisis sociales de vacío de sentido, de caos, de inseguridad y de desigualdad son portales del mismo orden.

El hambre en el mundo y el egoísmo personal se corresponden. No puede hacerse ningún movimiento en uno sin producir un movimiento en otro. Todo movimiento que se intente motivado en la voluntad personal o en decretos gubernamentales, aunque pueda parecer eficaz en lo inmediato, fatalmente conducirá a alguna forma de fracaso a largo plazo. La fe en la fuerza de voluntad participa del mismo egoísmo que genera el hambre mundial.

Curación es creatividad. Sufrimiento es repetición. Lo creativo emerge de la transformación, no de la confirmación. La creatividad transformadora no florece reprimiendo, negando o proyectando, sino incluyendo. Reconociéndose en el otro diferente, abriéndose a lo temido, amando lo que habrá de transformarme. Es tántrico.

El triunfo de la voluntad sobre el dolor personal o las injusticias sociales es el triunfo de la proyección de la sombra. Vencer a una adicción o al enemigo está sostenido en el hechizo de que aquello que ha sido derrotado “no está en mí”. Es una acción aparentemente exitosa que reproduce esa sombra a futuro (en general, con más carga y poder). Esa sombra sólo es disuelta en la medida que sea percibida presente en el propio corazón tanto como en la conducta de los demás.

Sabemos que intentar torcer una conducta adictiva desde la voluntad personal puede producir éxitos circunstanciales, pero oculta el fondo de la cuestión, reprimiéndolo y propiciando que siga reproduciéndose en el futuro con más carga aún. Del mismo modo, intentar solucionar las injusticias sociales tomando el poder y decretando entonces su extinción, impide hacer consciente el fondo de la cuestión y reproducirá aquellas injusticias con otra forma.

El agotamiento de una conducta adictiva personal y de las injusticias sociales del mundo tiene como clave a la conciencia. Son (también y fundamentalmente) asuntos del alma. Considerar conductas inapropiadas –personales o sociales- desde la dimensión psicológica es operar aparentemente “en otro lado” para que se disuelva “allí donde se manifiesta”. Y ese “otro lado” siempre es el corazón de la humanidad. Es una actividad que opera siempre en dos dimensiones: sobre los hechos y sobre la conciencia. El proceso de la conciencia y el de los hechos políticos y económicos son una misma dinámica. Diferentes planos de manifestación de una misma dinámica.

Consecuencias antipáticas del registro de correspondencias

Explorar las correspondencias entre el proceso de la conciencia individual y el de los hechos sociales implica aceptar evidencias antipáticas. Exige renunciar a inocencias y atreverse a dar respuestas maduras, no condescendientes con expectativas infantiles (que ya comenzarían a ser sentidas como patológicamente regresivas).

Un ejemplo. Cuando no se ha sabido, querido o podido generar materia, la sensualidad del apego material no ha tenido oportunidad de hacer debido proceso. Si no se ha experimentado la generación de recursos materiales (sus dificultades, su arte y sus encantos), la actitud de repudio al apego material tiene la cualidad de un prejuicio: una posición extrema acerca de algo que se desconoce. Aunque parezca obvio, es necesario recordar que no es posible vivenciar desapego si antes no se experimentó apego. Si no ha habido compromiso con Tauro, no se puede comprender Escorpio. La experiencia de Escorpio está condicionada por la vivencia de Tauro. Pretender saber cómo deberían distribuir sus posesiones aquellos que han sabido generarlas, sin haber comprometido acción alguna en la generación de materia (o habiendo fracasado en su intento), es juzgar desconociendo la complejidad de la excitante sensualidad del apego material. Esa dimensión –la sensualidad del apego- queda en sombra y se expresará con esa carga inconsciente y, en casos extremos, con distorsiones perversas (por ejemplo, enriquecerse expropiando a quien ha sabido enriquecerse). Es análogo a quien repudia la sexualidad, la juzga pecaminosa y sanciona distintas conductas sexuales, habiendo optado o viéndose obligado a la castidad (las perversiones del sexo expresándose desde la sombra son demasiado conocidas).


La constitución de una identidad personal con capacidad de generar lo necesario para satisfacer sus necesidades sustanciales y saber disfrutarlo es un paso necesario (momento Leo-Tauro). Un desafío para la conciencia. No obstante, en otro momento del viaje, la identificación exclusiva con la imagen individual y el apego a sus posesiones comenzará a generar conflicto vincular. El disfrute egoísta demandará cada vez mayor consumo de energía para asegurar el control de las relaciones, hasta terminar resultando insatisfactorio. Se hace así explícito que el agotamiento de la identidad apegada a lo sensual sólo se produce cuando se ha atravesado el encanto de la posesividad material, cuando la búsqueda de satisfacer su voracidad comienza a rozar el hartazgo. Cuando el control retentivo de “lo que me produce placer” se convierte en una pesadilla, habitar aquella identidad (replegada sobre sí misma) se hace imposible. Cuando prevalece el dolor en esa actitud apropiadora que antes daba disfrute, la conciencia enfrenta el desafío de transformación: muere la identidad apegada a lo sensual y se regenera bajo una forma dispuesta a la circulación en red (momento Escorpio-Acuario). No es por mandato, no es por logro de la voluntad, no es por imposición de leyes estatales, sino porque –sencilla y contundentemente- un hechizo ha caído. El dolor que genera controlar el goce a favor de la satisfacción propia y exclusiva se ha hecho evidente, la circulación se ha impuesto como una necesidad del alma.

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Elevadas percepciones y polarizaciones cotidianas

Quizás se haga cada vez más evidente la necesidad de atender a la clave psicológica de los procesos sociales. El orden social como representaciones de estados de conciencia. La clave del alma en la historia. El proceso de la conciencia individual y el del orden social participan de una misma dinámica. La dinámica del trabajo psíquico con la sombra personal se corresponde con la dinámica de cómo percibimos el mundo externo.

La división que percibimos en el mundo externo se corresponde con una división análoga en nuestro mundo interno. No podemos aplicar en el mundo lo que no nos consta vivencialmente en nuestra propia existencia. No podemos ver en nosotros algo distinto de lo que vemos en el mundo. Ver el mundo como conflicto y lucha entre entidades admirables y repudiables es una proyección de un mundo interno dividido entre una imagen virtuosa de sí mismo en lucha con contenidos oscuros, temidos, negados, reprimidos. La percepción de un mundo externo en batalla, en lucha permanente entre fuerzas del bien y del mal, reproduce cómo constelamos nuestra dualidad interna. Cualquier descubrimiento que permita reconocernos en -hasta ahora- desconocidos contenidos sombríos de nuestro psiquismo, alterará la realidad del mundo en la que creemos.

Toda revelación que se haga explícita a nuestra conciencia y que conmocione la imagen personal en la que hacemos identidad conmoverá también la imagen que nos describe el mundo “allí afuera”. Cada vez que dejemos de ser quien creemos ser, el mundo dejará de ser lo que creemos que es. Conciencia y vida cotidiana no están disociadas. Nuestra respuesta a los desafíos más inmediatos y de todos los días están afectados por (y afectan a) nuestra percepción de órdenes trascendentes. Nuestra astrología y nuestras actitudes con los demás son una sola cosa. “Dime cómo tratas tus diferencias con los demás y te diré qué astrología practicas. Dime qué respuesta das a las contradicciones de todos los días y te diré qué te consta de tus elevadas percepciones”. Ninguno de nosotros escapa a ello.

Sin embargo, creemos que una cosa son nuestras elevadas percepciones y otra el mundo de todos los días. Creemos tanto que esas dimensiones están separadas que las disociamos. Esa frontera está muy viva en nosotros. Casi parece real. Por eso, es necesario poner mucha atención en este punto. Observar que si creo haber participado de elevadas percepciones pero me descubro replegado en mi individualismo más separativo, entonces es bueno poner duda tales elevaciones perceptivas. O siendo más precisos, aquellas elevadas percepciones han dejado en evidencia -frente a los ojos de mi propia conciencia- a los complejos emocionales más regresivos de mi polarizada identidad.

Nuestras elevadas percepciones no son logros. No nos indican metas a las que debamos llegar, tan altas que –en un gesto de falsa humildad- permita que nos justifiquemos diciendo que “bueno, pero yo reconozco que todavía son muy humano, no soy tan superior…”. Nuestras elevadas percepciones no son objetivos con los que debo cumplir, sino ráfagas de conciencia que dejan al descubierto nuestras falsedades cotidianas. Lejos de servir para justificarnos, esas ráfagas de discernimiento consciente disuelven la autoindulgencia, no nos permiten seguir creyendo en nuestra orgullosa personalidad, en esa imagen que tratamos de reproducir en el mundo para mantener ocultas nuestras sombras (tan ocultas que ni siquiera sabemos que existen).

La revolución social ya no podrá ignorar la tradición oriental. La mirada budista del conflicto. Agotar deseos que hechizan la voluntad, antes que imponerlos o suprimirlos por prepotencia. Consumar procesos, antes que asaltar palacios. Pacientes, antes que temerarios. Valientes en la aceptación, antes que en la provocación. La mirada astrológica. La lógica mandálica de circulación, antes que la piramidal de concentración. La revolución de supuestos perceptivos que dominan la conciencia, antes que la imposición de ideas o credos. Una revolución que no será de Occidente o de Oriente, sino la necesaria revolución que brota del encuentro de ambas percepciones, del poderoso efecto incluyente del amor. Por evidencia vivencial, antes que por convencimiento intelectual.

Hacia 1861 Neptuno inició un ciclo zodiacal. Tiempos en los que el “Manifiesto Comunista” se diseminaba por el mundo y en Moravia nacía un niño llamado Sigmund. 2025 es el fin de ese ciclo y el comienzo de otro que se consumará en 2188.

El próximo Marx será tántrico. Y el próximo Freud. (Y algo de esto sospechaba Reich).

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