por James Allen
Así como una planta brota de su semilla, y no podría
ser de otra manera, así cada acción de un hombre brota de las semillas
invisibles del pensamiento, y no podrían existir sin ellas.
Lo anterior es aplicable por igual a aquellos actos
considerados “espontáneos” y “no premeditados” como a aquellos que son
deliberadamente ejecutados.
Las acciones son brotes del pensamiento, y la dicha y el sufrimiento son sus frutos. De este modo el hombre cosecha los frutos dulces y amargos que él mismo siembra.
Los pensamientos en la mente nos hacen lo que somos.
Nos forjan y modelan. Si albergas en tu mente pensamientos inferiores, el dolor
te seguirá como sigue el arado al buey... Si en cambio tus pensamientos son
elevados, te seguirá la dicha como tu propia sombra, es un hecho.
El desarrollo del hombre está gobernado por leyes, no
por artificios, y la ley de causa y efecto es tan absoluta e inevitable en el
reino oculto de los pensamientos como lo es en el mundo de los objetos visibles
y materiales.
Un carácter admirable no es asunto de azar o de favor,
sino el resultado natural de un constante esfuerzo en albergar los pensamientos
correctos, el efecto de una muy larga y apreciada asociación con pensamientos
admirables.
Con la elección y aplicación de los pensamientos
correctos el hombre asciende a la perfección divina. Con la aplicación y el
abuso de los pensamientos incorrectos, desciende. Entre estos dos extremos
están todas las categorías del carácter, y el hombre es su maestro y hacedor.
De todas las maravillosas verdades del alma que han
sido recuperadas y redescubiertas en esta Era, ninguna más grandiosa y fecunda
de divina promesa y esperanza que esta – el hombre es el amo del pensamiento,
forjador del carácter, creador y modelador de condiciones, entorno y destino.
Como un ser de Poder, Inteligencia y Amor, y señor de
sus propios pensamientos, el hombre posee la llave de cada situación, y lleva
consigo la agencia de transformación y regeneración por la cual hace de sí
mismo lo que quiere.
El hombre es siempre el amo y señor, aún en su estado
de mayor debilidad y abandono. Cuando empieza a reflexionar acerca de su
condición, y a buscar diligentemente la Ley que lo llevó a ese estado, se
transforma en el amo sabio, canalizando inteligentemente su energía, y
elaborando pensamientos fructíferos. Ese es el amo sabio, y el hombre sólo
puede llegar a serlo descubriendo dentro de sí mismo las leyes del pensamiento.
“Aquel que busque encontrará; a aquel que toque la
puerta ésta se le abrirá”; sólo con paciencia, práctica, e impertinencia
incesante puede un hombre entrar por la Puerta del Templo del Conocimiento.
El Aforismo, “Como un hombre piensa en su corazón, así
es él”, no sólo abarca su ser, sino que llega a comprender cada condición y
circunstancia de su vida.
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