Alejandro Lodi
Respirar es inevitable.
Respirar
es una actividad que indica que estamos relacionados. Respirar nos muestra
vinculados con el universo y disuelve la ilusión de la separatividad
“adentro-afuera”. Nosotros respiramos, el universo respira. Respirar es
natural. No tenemos que pensar en ello. Y ocurre aunque no lo deseemos. No
podemos decidir no hacerlo (o sólo es posible oponiéndole una fuerza mecánica
mayor a la de nuestros pulmones, acto que implicaría la muerte).
Y el ahogo es una patología del respirar.
Comunicar es inevitable.
Hablar
es vincularse. Es una actividad que nos revela que somos con los otros,
disolviendo la ilusión de la separatividad “adentro-afuera”. Nosotros nos
vinculamos, el universo (un otro) se vincula. Necesitamos comunicar. Hablar es
natural, en tanto expresamos lo que nos pasa. Nuestros gestos comunican.
Expresamos y decimos aunque no lo deseemos. No es posible decidir no hacerlo (o
sólo es posible aislándonos, repudiando toda vincularidad, sea con otros o con
la naturaleza, lo cual implicaría la muerte).
Y
gritar es un estado excitado del hablar.
La polaridad es inevitable.
Polaridad
es dinámica vital. Es una actividad que nos revela que somos polos en relación,
disolviendo la ilusión de la separatividad “adentro-afuera”. Sabemos del día
porque existe la noche, de la vida porque existe la muerte, del amor porque
existe el miedo. Somos polaridad. La polaridad es natural. Es una necesidad
vital, un ejercicio de inclusión con el universo. No es posible decidir no
vivir en polaridad (o sólo es posible cerrándose a un solo polo del pulso -por
ejemplo, a una absoluta expansión o retracción- lo cual implicaría la muerte).
Y
la polarización es una distorsión de la dinámica de polaridad.
Respiración,
habla y polaridad revelan
vinculo, encuentro y libre circulación. Ahogo, grito y polarización delatan
miedo, desconfianza e intento de control. Ahogarse y quedarse sin aire. Gritar
y quedarse sin voz. Polarizarse y quedarse sin otro. No se trata de que
ahogar/gritar/polarizar sean actividades que deban evitarse porque “están mal”.
Simplemente, el punto es observar y ser sensibles a percibir qué ocurre cuando
nuestra respiración deriva en ahogo, el habla se convierte en grito, y la
vivencia de la polaridad se tensa en polarización.
Reacción y respuesta
Toda
acción está inscripta en el juego de la polaridad. Pretender salirse de la
polaridad es un absurdo. Sería pretender días sin noches, luces sin sombras. Y
esa es, justamente la pretensión de la polarización: que sólo exista un polo,
manteniendo sometido y controlado al otro.
El
anhelo de excluir un polo o de disolver el conflicto entre polos, ambas son
expresiones distorsionadas de la dinámica de polaridad. Desconocer la polaridad
(el imaginario de un mundo sin conflicto) o transformarla en polarización (la
imposición absoluta de un polo) son distorsiones análogas de la dinámica polar.
Lo
creativo no es anular la polaridad, sino aprender a vivir en ella. Lo amoroso
no es cristalizarse en un polo, sino atreverse a incluir al otro.
El
compromiso de creatividad tiene que ver con cómo responder a la dinámica de
polaridad, con cómo participar de la circulación de diferencias polares. Y aquí
también vale la evidencia de que la reacción (muchas veces confundida con
espontaneidad) promueve expresiones ya conocidas, regresivas por reproducir el
pasado.
Reaccionar es distinto a responder.
Responder supone suspender la reacción automática. Responder requiere “respirar
hasta diez”. Responder implica dar espacio a un contacto con el presente, libre
del condicionamiento mecánico de la memoria y, por eso, capaz de incluir
creatividad.
Las
respuestas creativas son aquellas que permiten salirse de repeticiones y
habilitar una nueva dimensión arquetípica. Las respuestas creativas resignan la
pretensión de fijar la circulación en un polo desde el cual controlar el juego.
La
conciencia de polaridad sabe que el movimiento de circulación entre polos no se
detendrá nunca. La conciencia de polaridad no pretende lograr “la superación de
la polaridad”. Asume la polaridad y se desafía a sí misma a responder de modos
cada vez más incluyentes.
Conciencia de polaridad es distinto a
conciencia polarizada.
La
conciencia polarizada está fatalmente atrapada en la reacción. Es previsible,
mecánica y, por eso, anula la posibilidad de emergencia creativa. La conciencia
polarizada necesita separar y excluir. Se cierra sobre sí misma -identificada
en forma absoluta con lo que cree el polo luminoso o verdadero- y excluye todo
aquello que no la confirme. La conciencia polarizada se disocia del otro,
divide, desconfía de la vincularidad. Por eso, sólo puede reaccionar desde el
miedo, porque no tolera el riesgo de confiar en lo que está más allá de su
control.
Inevitablemente,
responder a lo creativo nos exige suspender la reacción polarizada. Y la
disposición a tal suspensión no puede brotar de un imperativo de la voluntad,
ni de la obediencia a una norma virtuosa, sino del agotamiento y consumación
del excitante hechizo de replegarnos en la encantadora imagen que tenemos de
nosotros mismos (la luz) y de repudiar todo aquello que no la confirme (la
sombra). No es por mérito espiritual, ni comprensión intelectual, sino por la
manifestación de un hastío existencial y una náusea vivencial ante el -hasta
ahora- fascinante orgullo de afirmarse en la propia identidad rechazando al otro.
Sospecha y vibración
La
conciencia de polaridad no es un concepto, ni una idea. Es un estado de
percepción, es una vibración. La conciencia de polaridad se percibe y no se
entiende ni se explica.
En
estado de polarización no escuchamos al otro. Evaluamos la comunicación del
otro midiendo si confirma nuestro sistemas de creencias. Si lo que el otro
comunica difiere de nuestra descripción de la realidad (interna o externa),
sospechamos de él. La polarización es paranoia. Mientras que el estado
perceptivo de la conciencia de polaridad propicia encuentro, la percepción
polarizada -al estar generada en el miedo y la desconfianza- promueve fantasía
persecutoria: “si no piensa (o siente) como nosotros, entonces debe
pensar (o sentir) como el enemigo…”. Y en esa paranoia, llegado a extremos
patológicos, se manipula la realidad a favor de confirmar la descripción del
mundo afectivizada: “si no piensa (o siente) como nosotros, necesitamos
que piense (o sienta) como el enemigo…”. No importa lo que el otro
comunica, sino lo que necesito confirmar.
En
el encantamiento de la conciencia polarizada, si lo que el otro muestra no
coincide con nuestro relato, sentimos el deber de ser sagaces y demostrar que
esas palabras encubren (y pretenden justificar) el relato del enemigo. La
polarización genera una realidad autoinducida que recrea “lo que
necesito creer…”. Cuando esa acción es inocente e inconsciente, es fabulación.
Cuando es deliberada y consciente, es manipulación. Cuando la
descripción de la realidad manipulada alcanza persuasión masiva, quedó montado
el escenario de la proyección colectiva: se generan chivos expiatorios, se
propician víctimas sacrificiales y se justifican caza de brujas… o brujos.
Posiciones dinámicas
Tomar
posición es natural e inevitable. Tomar posición es, además, saludable, en
tanto implica disponerse a la dinámica de polaridad. Tomar posición es mover
una pieza para que empiece el juego, o el cuerpo para proponer una danza.
Para
disolver la polarización no es necesario repudiar tomar posiciones. Disolver la
polarización no implica negar la polaridad.
El
hechizo de la polarización se conjura al darle flexibilidad a las posiciones
adoptadas, considerándolas parte de un proceso dinámico y asumiendo, por lo
tanto, su carácter circunstancial. La tensión de la polarización se desvanece
adoptando posiciones sin aferrarnos a ellas, mostrándonos dispuestos a
soltarlas allí cuando un súbito y contundente discernimiento consciente indique
que ya no son necesarias porque está ocurriendo algo nuevo.
No
es necesario polarizarse para tomar partido. Es posible adoptar posiciones sin
estar polarizado.
La
polarización es cristalizarse en posiciones absolutas, tomar partido de un modo
excluyente. Es decir, se puede definir una postura (vincular, familiar,
filosófica, política, astrológica, o lo que sea) sin fijarla en formatos
rígidos, sin ahogarse y sin levantar la voz. Se puede adoptar una postura
específica sin excluir a otros y sin negarnos a percibir lo que ocurre en el
presente. Tener una mirada acerca de la realidad no significa que se haya
elegido “la mejor” por oposición “a otras peores”.
Tomar
posición es, simplemente, dar cuenta de lo que se percibe. La
propia mirada no necesita demostrar ser la más sabia, la más bondadosa ni la
más justa. Se tiene una mirada porque ésta se impone a nuestra conciencia a
partir de lo que nuestra sensibilidad (cuerpo-mente-sentimiento) es capaz de
registrar. Si nuestra sensibilidad se expande o se repliega, entonces nuestra
mirada o posición sobre las cosas del mundo se modificará en relación a esa
expansión o a ese repliegue.
Las
posiciones fijas y cerradas congestionan la fluidez de esa dinámica de la
percepción. Las posiciones cristalizadas obligan a que lo percibido se ajuste a
un diseño preformateado (por bienintencionadas normativas religiosas o
ideológicas, espirituales o filosóficas) de lo que debe ser la realidad. Las
posiciones fijas reprimen la emergencia creativa: ponen en vereda, cortan la
respiración, paran a gritos…
Las
posiciones fijas cristalizan la espontaneidad perceptiva en preceptos
dogmáticos. “Aliados”, “enemigos” y “neutrales” son posiciones en la lógica de
la guerra. La visión bélica de la vida es la sustancia en la que se constituye
la polarización. En la lógica de la guerra no puede haber relación, sino el
triunfo de un polo y la derrota del otro. La polarización resulta inherente a
la guerra y testimonio de indiferencia por el otro. Antes que registrado, el
otro debe ser excluido. Y la guerra es vacío de amor. La dinámica de
polaridad, en cambio, no necesita traducir las relaciones en términos de
aliados-enemigos-neutrales. No necesita ni puede hacerlo. ¿Por qué? Porque la
dinámica de la polaridad implica ver ambos polos en vínculo y, por lo tanto, no
puede ejercer la indiferencia.
La
conciencia de polaridad obliga a expandir la visión, a ver más, no menos. Es
sentir ambos polos y apreciarlos como partes de un proceso, como momentos de un
movimiento, como posiciones en relación. Es ver ambos polos ligados, no
separados, y desistir de la excitación por identificarse con uno de ellos de un
modo absoluto. Es ser sensible a la información de la totalidad del proceso, no
a la perspectiva de un solo polo.
La
dinámica de polaridad es incluyente y, en ese sentido, sin espacio para
indiferencias. Es una percepción que vincula y que, por lo tanto, disuelve la
representación de “aliados”, “enemigos” y “neutrales”.
¿Qué
se gesta en una vincularidad humana sin indiferencias, sin neutralidades, sin
aliados, sin enemigos? ¿Qué percepción de la realidad se abre cuando cede el
ahogo, el grito y la polarización?
Y
como en la pampa no andamos con chiquitas, ahí está “el cepo de la amistad”
[1]: una terapia gaucha para resolver polarizaciones…
Sí,
es cierto. La intención es buena. Pero acaso extrema. Quizá se les fue la mano.
…
[1] “Cepo
de la amistad” San Luis, Argentina – 1890. “…Cuando dos individuos
habían tenido una divergencia, una riña o una disputa no demasiado importante
en cuanto la ley, se los ponía cruzados en este cepo, uno hacia el norte, otro
hacia el sur, mirándose y no se los liberaba mientras no se ponían de acuerdo.
De ahí el nombre: cepo de la amistad…” (Museo Rocsen, Nono
Traslasierra, Córdoba, Argentina). Fotografías: Fiona Mettini http://www.fionamettini.com …
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