Parte
I
Lemuria es el nombre de
la última parte del gran continente de Mu que existía en el Pacífico.
La verdadera destrucción de Mu y su subsiguiente hundimiento en el mar
empezaron 30.000 años antes de Cristo. Esta acción prosiguió durante muchos
miles de años hasta que la última parte del antiguo Mu, a la que se conoce con
el nombre de Lemuria, también quedó sumergida en una serie de nuevos desastres
que tuvieron fin entre 10.000 y 12.000 A.C. Esto sucedió justo antes de la
destrucción de Poseidonis, el último resto del continente atlántico, Atlantis.
El Señor Aramu-Muru (el Dios Mer) fue uno de los grandes sabios
lemurianos y el Guardián de los Rollos durante los últimos días de la
condenada Mu.
Los Maestros de Lemuria sabían muy bien que la
catástrofe final provocaría gigantescas mareas y enormes olas que sumergirían
la última parte de su tierra en las furiosas aguas y en el olvido. Aquellos que
trabajaban en la Senda de la Mano Siniestra proseguían
sus diabólicos experimentos y no prestaban atención a “lo que estaba escrito en
la pared”, así como
hoy, en la Tierra, millones de habitantes siguen
“comiendo, bebiendo y divirtiéndose”, aun cuando los fieles del Padre Infinito
disciernen claramente los signos de los tiempos.
Los Maestros y los Santos que trabajan
en la Senda de la Mano Diestra empezaron a
archivar las preciosas crónicas y documentos de las bibliotecas de Lemuria.
Cada Maestro fue elegido por el Concilio de la Gran
Jerarquía Blanca para que fuera a diferentes secciones del mundo,
donde, en seguridad, pudiera establecer una Escuela de la Antigua y
Arcana Sabiduría. Se hizo esto para conservar el conocimiento científico y el
espiritual del pasado. Al principio, durante muchos miles de años, esas
escuelas seguirían siendo un misterio para los habitantes del mundo; sus
enseñanzas y las reuniones debían ser secretas. De ahí que aún hoy día son
llamadas Escuelas de Misterio o Shan-Gri-Las
de la Tierra.
El Señor Muru, como uno de los maestros de
Lemuria, fue delegado por la Jerarquía para llevar los rollos
sagrados que estaban en su posesión junto con el enorme Disco Solar de Oro a la
zona montañosa de un lago recién formado en lo que ahora es la
América del Sur. Allí guardaría y mantendría el foco de la llama
iluminadora. El Disco Solar era guardado en el gran Templo de la Luz
Divina en Lemuria y no era un mero objeto ritual y de adoración, ni
tampoco sirvió posteriormente a este solo propósito al ser usado por los Sumos
Sacerdotes del Sol entre los Incas del Perú. Aramu-Muru partió hacia
la nueva tierra en uno de los plateados y ahusados navíos aéreos de aquella
época.
Mientras las últimas partes del antiguo continente
se despedazaban en el Océano Pacífico, terribles catástrofes tenían lugar en
toda la Tierra. La Cadena Andina de montañas surgió en aquella época,
y desfiguró la costa oeste de la América del Sur. La antigua ciudad
deTiahuanaco (Bolívia)
era en aquel tiempo un importante puerto de mar y una ciudad colonial del
Imperio Lemuriano de gran magnificencia e importancia para la Madre
Patria. Durante los subsiguientes cataclismos se elevó sobre el nivel del
mar y el clima polar de las altas mesetas eternamente barridas por el viento.
Antes que esto tuviera lugar, no existía el Lago Titicaca, el cual
es ahora el lago navegable más alto del mundo, por encima de los cuatro mil
metros.
Así, el Señor Muru, después de su
partida de la sumergida Lemuria, llegó al lago recientemente formado. Aquí, en
el lugar conocido ahora con el nombre de Lago Titicaca,
el Monasterio de la Hermandad de los Siete Rayos cobró
existencia, organizado y perpetuado por Aramu-Muru. Ese Monasterio, que fue la
sede de la Hermandad a lo largo de las edades de la Tierra,
estaba situado en un inmenso valle que tuvo su origen en la época del
nacimiento de los Andes, y era uno de esos extraños hijos de la Naturaleza a
los que su exacta situación y altitud le daban un clima suave, semitropical que
permitía que las frutas y nueces crecieran hasta alcanzar enorme tamaño. Aquí,
en lo más alto de las ruinas que otrora estuvieron al nivel del mar,
como la Ciudad de Tiahuanaco, el Señor Muru ordenó que se construyera
el Monasterio con gigantescos bloques de piedra cortados por la energía de la
fuerza lumínica primaria. Esta construcción ciclópea es igual hoy a lo que fue
otrora, y sigue siendo un repositorio de la ciencia, la cultura y el conocimiento
arcano de los lémures.
Los otros Maestros de Lemuria, el
Continente Perdido, se dirigieron a otras partes del mundo y establecieron
también Escuelas de Misterio, para que la humanidad pudiera tener en todo el
tiempo que pasase en la Tierra el conocimiento secreto que había sido
escondido, no perdido, sino escondido, hasta que los hijos de la
Tierra hubieran progresado espiritualmente lo suficiente para estudiar de
nuevo y emplear las Verdades Divinas.
La ciencia secreta de Adoma, Atlantis y
otras civilizaciones mundiales muy adelantadas se puede encontrar hoy en día en
las bibliotecas de dichas escuelas, porque esas civilizaciones enviaron
asimismo a hombres sabios para fundar Retiros Interiores y Santuarios a todo lo
largo y ancho del mundo. Dichos retiros estaban bajo la guía directa y al
cuidado de la Gran Hermandad Blanca, Jerarquía de los mentores
espirituales de la Tierra.
El valle del Monasterio de la
Hermandad de los Siete Rayos es conocido como el Valle
de la Luna Azul y está situado a buena altura al norte de los Andes,
en el costado peruano del Lago Titicaca. El Señor Muru no estableció
inmediatamente después de su llegada el Monasterio junto al Lago Titicaca, sino
que pasó varios años viajando, estudiando y ayunando en el desierto, donde se
reunió con otros hombres que habían escapado de la catástrofe. Lo acompañaba
originalmente su aspecto femenino, Arama-Mara (Diosa Meru), cuando
partió de Lemuria en la ahusada nave aérea. Esas no eran naves espaciales, sino
que eran empleadas por la Madre Patria para el comercio entre las
colonias.
La Hermandad de los Siete Rayos existía
desde tiempos inmemoriales y había vivido en la Tierra en la misma
época que la Raza de los Mayores, hará cosa de mil millones de años.
Empero, nunca había tenido antes un monasterio donde los estudiantes de vida,
altamente adelantados en la Gran Senda de la Iniciación podían
reunirse en armonía espiritual para mezclar el flujo de su corriente vital.
Cada estudiante cobraba existencia en uno de los Siete Grandes Rayos de Vida,
tal como lo hacemos todos, y esos Rayos debían ser mezclados por cada discípulo
que tejía su Rayo, como si fuera un hilo coloreado, en el tapiz que
simbolizaba la Vida Espiritual del Monasterio. Por lo tanto, era
llamada la Hermandad de los Siete Rayos, y se la conocía
asimismo como la Hermandad de la Iluminación.
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