Alejandro Lodi
(Diciembre 2017)
Viene de “Argentina
2017 (VIII): La polarización entre encanto y eficiencia”.
Si observamos el cielo
en las próximas elecciones presidenciales de 2019 vamos a encontrar algunas
claves sorprendentes. La fecha no está aún confirmada, pero sabemos que será en
octubre. Si desde la astrología pudiéramos recomendar una fecha, creo que el
domingo 20 sería preferible al 27. ¿Por qué? Bueno, el Sol estaría en 26° de
Libra, en conjunción casi partil al
Ascendente de Argentina; la Luna en Cáncer
entre los 13° y 19° durante la jornada electoral, en tránsito sobre la
oposición Sol-Luna natal de nuestro país; y el Nodo Norte en tránsito de
conjunción partil sobre Venus natal (regente del Ascendente). Puede ser solo
anécdota (¿lo es?), pero parece un día propicio.
Por supuesto, mucho
más importante resultan los tránsitos mayores de ese momento. Dos de ellos
también sobre Sol-Luna natal de Argentina: Plutón aun a 1° de la Luna y a
3° del Sol, y Saturno -sobretodo- a punto de completar el tercer paso (en
noviembre al Sol y en diciembre a la Luna) e ingresar definitivamente en la
casa IV natal.
Si, como vimos, las
elecciones del 2015 se dieron bajo un clima uraniano, las del 2019 se darán en
contexto saturnino. Aquello insólito, inesperado y sorpresivo que ocurre en
2015, encuentra en 2019 su tiempo de adquirir sentido de realidad y -de ocurrir
así- de afirmarse y establecerse con solidez. El trasfondo es el contexto de
transformación que los tránsitos de Plutón vienen indicando desde 2015 hasta
2019 (y que, incluyendo el de conjunción a Venus –regente del Ascendente-, se
extienden hasta 2012).
Así como los
tránsitos de Urano invitan a cambiar (que ocurra lo imprevisible y creativo) y
los de Plutón a transformar (que emerja lo oscuro y temido), los de Saturno
representan la oportunidad de madurar (frustrar fantasías y reconocer la
realidad).
Mi sensación es que
acaso el período 2015-2019 sea de transición y que la construcción de algo que
sintamos distinto y diferenciado del pasado cobre visibilidad entre 2019-2023.
De ser así, la actual presidencia no resultaría de fundación, sino de
transición: una particular interfase entre el pasado y el futuro en la que se
ponen de manifiesto (¿y se agotan?) prejuicios, condicionamientos,
cosmovisiones ideológicas destructivas, creencias cristalizadas y todas las
reacciones patológicas de la psique colectiva de nuestra comunidad que bloquean
la emergencia de respuestas creativas.
En el período
2015-2019, de la mano de los tránsitos de Plutón y Urano al Sol-Luna natales,
asistimos al “doble vínculo” entre la necesidad de responder a lo nuevo y la
adhesión a las sentencias del pasado. Como en todo conflicto de fidelidades, el
costo es emocional. No se trata de que triunfen ideas sino de sacrificar
emociones.
Sabemos que en
2018-2019 Urano transitará en oposición a Júpiter natal. Como ya dijimos,
momento propicio para actualizar y renovar las leyes de nuestra convivencia
democrática, evitando la concentración del poder y favoreciendo su circulación,
atenuando la uniformidad (una facción controlando a la totalidad) y estimulando
la diversidad (la alternancia de distintas miradas). Esto lo hemos desarrollado
en la quinta parte de esta serie: Argentina 2017 (V): La
revolución del acuerdo.
Pero, además, en 2019
se dará un tránsito fundamental. En verdad, es un “acorde de tránsitos” entre
2019 y 2020:
Neptuno en tránsito
de conjunción sobre Quirón natal.
Neptuno en tránsito
de cuadratura creciente a Neptuno natal.
Júpiter en tránsito
de conjunción sobre Neptuno natal.
Quirón, el arquetipo
del sanador herido, el símbolo de “la herida que nunca cierra” de
la cual brota el talento de curarla en otros, en 2019-2020 recibirá la
conjunción de Neptuno por tránsito. Un momento de hipersensibilización de la
herida que sentimos que nunca cierra en nuestra sociedad. Y para fortalecer más
el efecto de Neptuno, Júpiter -el habilitador, el que entusiasma, el que
enciende confianza- estará transitando en conjunción sobre Neptuno natal; o sea
que hay una amplificación de esa sensibilidad que va a estar operando sobre la
herida. Mi sensación es que la deuda de madurar el dolor que arrastramos
durante décadas (social, político) está en un momento de pasar del
anhelo de justicia a la sanación. Quiero decir, no es que una cosa sea
válida y la otra no. La justicia es necesaria para sentir que algo se hace
evidente, no se pone en discusión y se reconoce. Pero, para el trabajo profundo
con la herida, eso es insuficiente. Aunque es necesario, es insuficiente. Sanar
implica ir a una capa más profunda.
Y yo creo que una
gran dificultad para entrar en esa zona de sanación, son nuestras definiciones
ideológicas respecto a qué ocurrió en nuestra historia. La convicción y la
cristalización en nuestras creencias, en las ideas en las que configuramos la
historia vivida. Necesitamos que el pasado sea “eso” que creemos. Y esa
posición es la que nos impide el contacto con lo compasivo, con aceptar la
percepción nueva que se habilita y que desborda las ideas en las que hemos
hecho identidad.
El supuesto de que la
propiedad de la violencia, de ser indiferentes al dolor del otro para confirmar
el propio poder, sea exclusiva de una específica casta tradicional, clase
social o facción política tiene que empezar a hacernos ruido, porque no es
cierto. Si somos honestos, tenemos que aceptar que no es cierto que todo el mal
que registramos en nuestra comunidad sea “culpa del otro” y que “los nuestros”
sean ajenos a toda responsabilidad. Es necesario liberar a nuestra percepción
de la polarización política, porque en ella inevitablemente terminamos
justificando injusticias y crímenes. La polarización política es funcional a la
autoindulgencia, es efectiva para liberarnos de “la culpa del pecado” y
encontrar “los demonios afuera”, a preocuparnos por establecer quién empezó, a
quién le duele más, quién cometió mayores atrocidades. Con Neptuno en tránsito
sobre Quirón esas estrategias -defensivas, negadoras- se desvanecen, dejan de
importar, se muestran irrelevantes (o, al menos, tienen la oportunidad de
hacerlo).
Sentir que hemos sido
víctimas de la maldad del otro, comprometernos con un anhelo de justicia y de
que el otro pague por lo que nos hizo, es probable que se ajuste a hechos
concretos y que sea un sentimiento y un compromiso necesario de asumir. No
obstante, en algún momento del proceso de la herida, se revelarán
insuficientes. El recorte de los hechos que nos ubica en la posición de víctima
comienza a mostrarse como un filtro a una verdad más profunda, como una coraza
que impide el contacto con la sanación. El desprecio por la vida, la
justificación de la violencia, el deseo de exclusión del otro, el oscuro culto
de la muerte y del sacrificio purificador ¿es propiedad exclusiva de nuestro
victimario? ¿Es posible la sanación si permanezco en la convicción de que el
otro es el mal y yo soy el bien, de que el otro es el odio y yo soy el amor?
Respecto a la tradición violenta de nuestra historia y al horror de nuestro
pasado próximo, por temor a “la teoría de los dos demonios” quedamos atrapados
en “la certeza de un demonio”. Y si el demonio es el otro, yo soy el ángel
redentor. Y mi violencia no es violencia, sino justicia.
La sanación de la
herida implica la aceptación de una realidad más compleja que aquella que hemos
construido desde nuestro sistema de creencias. Disolver el encanto ideológico
para tomar responsabilidad perceptiva. Se trata de una tarea colectiva. No es
obra de voluntades individuales, sino de una percepción que alcanza la
necesaria masa crítica en la conciencia de la comunidad.
Todavía viven muchos
de aquellos que protagonizaron la violencia política de los `70. Quienes
tuvieron responsabilidades en la represión durante el gobierno militar cumplen
condenas, aunque, en su propia defensa, no han dicho la verdad. Quienes
formaron parte activa de la guerrilla y han sobrevivido, en favor de un relato
que los favorezca ante los ojos de la historia, tampoco han contado la verdad.
Quizás en ambos grupos pesen cargos de conciencia. Sabemos que no hay sanación
sin verdad, que sanación es mucho más que hacer justicia. Sanar es saber la
verdad, conocer los hechos, contar con toda la información posible acerca de lo
ocurrido. Sin embargo, la necesidad de castigar a los culpables provoca en
ellos la reacción de supervivencia de resguardarse en el silencio o la
negación; es decir, el anhelo de castigar a los culpables bloquea la sanación.
¿Cuál es la solución para este “callejón sin salida”, la respuesta creativa
para esta situación de “doble vínculo”?
El don de la sanación
requiere decirnos y escuchar toda la verdad, liberados de amenazas de castigo.
Privilegiar conocer toda la verdad antes que sentenciar culpables. Es la gracia
del perdón: recordar sin castigar. El perdón no tiene que ver con
legitimar injusticias, sino profundizar en la conciencia del dolor: que el
victimario reconozca sus actos, escuche y asuma el daño provocado, sin
necesidad de defenderse o negar ya que no será castigado por el otro. En el
perdón, el victimario asume ante los demás su responsabilidad sin ser
castigado, pero sin poder ya eludir la verdad, ni evitar -acaso lo más costoso-
los reclamos de su conciencia. Con el perdón, quien perdona queda liberado y el
perdonado contrae una deuda.
¿Cuánto podría
sanarse nuestra herida argentina si los protagonistas de la violenta década del
`70 que aún viven, a cambio de la gracia del perdón, quedarán comprometidos con
decir la verdad que silencian o niegan? Aún vive, por ejemplo, la presidente
Isabel Perón y muchos funcionarios relevantes de su gobierno ¿cuánta valiosa
información podrían brindarnos acerca de la violencia política y de la
actividad parapolicial de aquellos años? Todavía viven integrantes de los
grupos de tareas de la represión ilegal ¿cuánto podrían aportar acerca del
destino de los secuestrados desaparecidos? Están vivos muchos dirigentes de las
organizaciones armadas revolucionarias ¿cuánto podrían decir acerca de la
justificación del asesinato político, de sus operaciones violentas y de sus
víctimas? Sabemos que es mucho lo que cada uno de ellos tiene para decir… y
para escuchar. Hay mucha verdad para dar a conocer y para asumir. Es la
condición de la sanación. Y estamos a tiempo.
Sería
tremendo. Muy pesado…
Pesadísimo… También
descubriríamos que hay más dolor del que creíamos. Que hay muchos más
victimarios y más víctimas. Se revelaría la evidencia de que casi ninguna
familia de este país es ajena al dolor que nos infligimos aquellos años. La
violencia es un estigma compartido en nuestra comunidad. Quizás no nos toque en
nuestra historia estrictamente personal, pero si nos exponemos a la información
que circula a nuestro alrededor, seguramente descubriremos que alguien próximo
a nosotros carga con ese peso. Si la información circulara y nuestro
corazón se encontrara dispuesto, el dolor compartido llegaría a nosotros.
En este punto, quiero
compartir una experiencia personal.
Como gran parte de mi
generación, desperté a la conciencia política con los movimientos de derechos
humanos a principio de los `80. Mi mundo de relación estaba compuesto por
personas que compartían esa mirada y ese anhelo de recuperación moral de
nuestro país a partir de la necesidad de justicia para quienes habían sido
víctimas de los horrores de la dictadura militar. Con la práctica profesional
de la astrología, sobre todo con el trabajo de entrevistas, mi mundo de
relación se expandió. Comencé a tratar con personas que también habían padecido
la tragedia de los `70, pero desde un lugar que yo desconocía. En la
experiencia de consulta se hizo evidente que el contacto con el dolor de
esas personas abría una dimensión humana que desbordaba el sustrato ideológico
de mi percepción (del cual, no era consciente). Era una situación que exponía
la inoperancia de ensayar una devolución “políticamente correcta” y que, por lo
tanto, me obligaba a una respuesta más humana. La vivencia concreta era
ineludible: frente a mí, una persona de más de 40 años se quiebra de dolor al
recordar a su amiga de la infancia -ambas hijas de militares- que con 15 años
de edad muere víctima de un atentado explosivo en su casa familiar. Sentí que
la astrología me estaba convocando a un salto de sensibilidad, que el contacto
con esa persona implicaba la despedida de una visión del mundo. ¿Cómo podría
explicarle a ese ser humano, sin abrumarme de vergüenza, sin sentirme tosco y
brutal, que debía entender que “la dinámica de los procesos históricos incluye
momentos en donde los conflictos de intereses llegan a un extremo en el que la
violencia aparece justificada para propiciar cambios superadores”? ¿Cómo podría
sostener esa visión, sin sentir que de ese modo evadía la profundidad humana
que ese encuentro me proponía? En verdad, para que el encuentro con los demás
adquiera esta dimensión no hace falta ser astrólogo. Ocurre todo el tiempo, en
todos nuestros vínculos. Solo es necesario estar atentos y dispuestos a que se
quiebren las corazas de nuestro corazón.
Todavía quizá nos
importe demasiado qué pensaba el victimario o qué pensaba la víctima. Para dar
una respuesta al suceso trágico, antes que abrir el corazón, nos ocupamos en establecer
qué ideas tenía la víctima o qué ideas tenía el victimario. Valoramos más la
ideología que la compasión. Sin darnos cuenta (o sin que nos importe)
justificamos crímenes de acuerdo a “los contextos históricos” y a “los procesos
socio-políticos”. Hacer contacto con el dolor, sanar la herida, nos compromete
con una sensibilidad para la cual es absolutamente irrelevante las ideas de la
víctima o del victimario. La fascinación ideológica, el hechizo de la batalla
entre el bien y el mal, el encanto del arquetipo del enemigo, distorsionan la
sensibilidad amorosa y obstaculizan la emergencia de la compasión.
Celebro que tengamos
esta conversación. Creo que es algo necesario, pero es muy difícil encontrar
ámbitos donde sea posible compartir y meditar sobre estos temas. O quizás sí se
estén dando estas conversaciones en muchos otros espacios y yo esté atrapado en
un prejuicio.
Ambas
cosas pueden ser ciertas… (Risas).
Es lo más probable.
De hecho, hay tres libros muy recomendables orientados a esta meditación: “El
diálogo” de Héctor Leis y Graciela Fernández Meijide, “Eran humanos, no héroes”
de la propia Graciela, y “De la culpa al perdón” de Norma Morandini.
La
misma carta lo dice. Con Plutón asociado a Neptuno siempre narcotizamos,
siempre generamos fantasías..
Bueno, Neptuno-Plutón
puede ser velar el dolor, pero también ser sensibles al dolor.
Pero
nos vamos a los extremos: o nos hipersensibilizamos y hacemos un drama, o lo
tapamos y somos indiferentes…
También gastamos
mucho Neptuno en relatos épicos, en fantasías en las que todo parece
resolverse. Si hacemos contacto -real, concreto, vivencial- con lo que pasa,
vamos a registrar una distancia enorme entre el relato y lo real. En nuestros
relatos fantásticos y afectivizados hay un vacío de realidad. Falta Saturno.
Nuestra forma narcótica favorita es responsabilizar a una facción, no apreciar
que los hechos responden a la dinámica psíquica propia de la sociedad sino
adjudicárselos a la acción deliberada de una facción. Por supuesto que los
distintos actores políticos tienen su responsabilidad en los hechos, pero si
cargamos de culpabilidad absoluta a una facción entonces generamos un chivo
expiatorio: ellos son el mal y nosotros somos el bien, de modo que todo se
resolvería mágicamente si logramos que “ellos” no existan y solo quedamos
“nosotros”.
Tiene
que ver con nuestro Plutón en Piscis…
Sí, con aquel núcleo
que en nuestra primera nota -“Argentina 2017 (I): Afectivos,
ilustrados, fascinados”– definimos como la patria fascinada.
Hay un encanto por el
sacrificio. La fascinación de la entrega épica. Nuestro héroe nacional es “el
Santo de la Espada”. Y San Martín era Sol en Piscis en XII, un piscis al
cubo… (Risas). Ese recorte energético de la carta de Argentina
es “un productor cinematográfico” que, ante algo que le resulta conmovedor,
realiza una construcción de imágenes ideal que logra que los demás tomen por
real. Esa construcción de imágenes encantadoras cumple la función de hacernos
creer que somos sensibles a lo que está pasando, cuando, en realidad, es un
narcótico que evita hacer contacto con la profundidad –terrible, oscura y
amenazante- de lo que realmente ocurre.
Buscar
ídolos para después voltearlos…
Ídolos, modelos o -en
la actualidad diríamos- colectivos que encarnan un ideal
épico, salvacionista, redentor. Y esto siempre nos expone al riesgo de la
polarización, porque ese ídolo, ese modelo o ese colectivo encarna virtudes
absolutas que deben ser sostenidas y que están enfrentadas a las del enemigo
que representa todos los defectos. Es la lucha a muerte del bien con el mal.
Continúa en
“Argentina 2017 (X): La rodilla de Macri (29, 58, 87)” de próxima publicación.
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