El regreso al Tao
Las
corrientes filosóficas y espirituales de China, fuertemente enraizadas a la
Tradición Primordial, también se refieren en sus escritos a una idílica Edad de
Oro pretérita, vinculada a la Conciencia y la Virtud.
Los
textos taoístas resaltan la importancia capital de esta época luminosa y el
propio Lao Tsé advirtió que: “en los tiempos
primitivos, los hombres inteligentes
tenían una comprensión intuitivamente
penetrante de la realidad que no podría ser expresada en palabras” y
los seres humanos “se amaban sin saber que sentir el amor es
benevolencia; eran honrados y probos sin saber que esto es lealtad; se
prestaban mutuamente servicios y favores sin pensar que hacían o recibían un
regalo. De tal modo sus buenas acciones no dejaban huellas ni quedaban
registradas sus transacciones”.
En
función de esto, el taoísmo habla de un movimiento intrínseco al Tao llamado
“Fu” o “Fan” que significa simplemente “retorno” por el cual todas las cosas
deben retornar a su armonía original, recuperando su estado original.
Dice
el capítulo 16 del Tao-te King: “Todas las cosas que aparecen sobre la
escena del mundo retornan finalmente al vacío y la paz. Todos los seres
florecen y se multiplican con exuberancia, pero todos vuelven al origen común.
Volver al origen es entrar en la paz”.
El más
reconocido discípulo del Maestro Lao-tsé, el sabio Chuang-tsé postuló
que: “En la antigüedad, en conformidad con el Principio, lo primero que
se consideraba era el modo de obrar del Cielo y de la Tierra; de este binomio
se sacaban las nociones del deber y de la equidad, después las relativas a las
funciones públicas, consecuentemente las forma y los nombres. A continuación
venían las nociones referentes a las ocupaciones según la capacidad de cada
uno, la discriminación de lo justo y de lo injusto, finalmente las recompensas
y los castigos. Los sabios y los hombres comunes tenían deberes propios
particulares; el noble y el humilde ocupaban sus respectivos puestos en la
sociedad. Y estando los hombres cualificados y los mediocres, cada uno, llevado
de sus propias tendencias, fue necesario establecer una distinción entre las
capacidades, y adoptar una nomenclatura adecuada. Y por tal motivo fue escrito:
“Donde hay una forma, hay también un nombre”. De esta manera, los mejor
cualificados servían al Emperador asegurando la prosperidad de los súbditos, a
los que educaban con el ejemplo sin constricción alguna, obedeciendo el modo de
obrar del Cielo y de la Tierra. Tal era la edad de la paz absoluta, del
gobierno perfecto.
Los antiguos poseían en verdad las formas y los
nombres, pero no les daban la preeminencia; no se fantaseaba, no se discutía de
ello, como hacen los sofistas hodiernos. Era necesario atravesar cinco fases
para llegar a las formas y a los nombres, y superar otras cuatro para tratar de
las recompensas y de los castigos.
Se buscaban entonces todas las soluciones en las
raíces, en el origen, en el Principio que lo abarca todo. Y así, considerar las
cosas de lo alto constituía la superioridad de aquel gobierno; mientras que
pasar directamente a las formas y a los nombres equivale a perderse en las
particularidades –como hacen los sofistas contemporáneos–, es de nuevo ignorar
su origen”. (1)
Otro
sabio legendario de la antigua China, Lie-tsé (Lie Yukou), en
su “Tratado de la Perfecta Vacuidad” explicó que: “Por ese entonces
cundía la amabilidad y los hombres, sin peleas ni discusiones, vivían conforme
a los dictados de la naturaleza. Hombres y mujeres fornicaban libremente pues
no se estilaban los matrimonios. Sin manejar el arado ni levantar cosechas las
gentes se asentaban en las frescas orillas de los ríos, y dado que el aliento
de la Tierra era tibio no necesitaban tejer telas para vestirse. Se morían
recién a los cien años sin tener que padecer enfermedades crueles ni muertes
tempranas. Sin conocer la propiedad privada, todo era en ellos expansión y
regocijo. Felices sin tregua no había en sus cuerpos decadencia ni vejez, y no
los visitaban las tristezas, los sinsabores y las frustraciones”. (2)
Pero
este estado primordial de paz y armonía se acabó cuando el ser humano
se alejó del Tao, una idea que está emparentada con la “caída” que en
Occidente se vincula con la expulsión del Edén.
Para
el Taoísmo, en el Hombre Primigenio se manifestaban naturalmente y en armonía
las cinco virtudes, a saber: Bondad, Justicia, Sinceridad, Transparencia y
Sabiduría, que podían ser resumidas en una sola: Rectitud.
Confucio, por su parte, centró su prédica en la ética y
sostuvo que el hombre debía regresar a los buenos principios que regían el
principio de los tiempos, sintetizando este concepto en una sola frase:
“retornar a la Virtud”.
En los
textos confucianos, la Virtud se equipara a la Armonía, y en el texto clásico
“Tschung Yung” puede leerse que: “Cuando nuestro yo más íntimo y la armonía se
realizan, el universo se convierte en un cosmos (ordenado), y todas las cosas
alcanzan su pleno crecimiento y despliegue”.
Aunque
existan algunas diferencias filosóficas entre el taoísmo y el confucionismo,
existe un pilar fundamental de la filosofía china: un equilibrio armónico que
existía en un comienzo y al que debe aspirarse como fin último.
Los Yugas indos
La
concepción de un tiempo cíclico (no lineal) constituye un elemento central para
comprender la filosofía de los indos, en especial la doctrina de las cuatro
edades (“yugas”).
Como
hemos estudiado antes en el primer artículo de la serie
“Post Tenebras Lux”, la filosofía india habla de cuatro edades de
la humanidad que se suceden que –según los Puranas– mantienen una relación de duración
de 4-3-2-1.
Kalki derrotando a Kali
Satya Yuga –también conocida como Krita Yuga– se concibe
como la primera de las cuatro edades y en ella el hombre vivía en armonía con
los dioses. La principal fuente bibliográfica para conocer las concepciones
indas sobre los Yugas son los Puranas, aunque en toda la literatura de la India
aparecen referencias y descripciones de esta pretérita era de esplendor. La
cronología hindú ubica los sucesos del Ramayana durante el Treta Yuga (Edad de
Plata), los relatos del Mahabharata en el Dvapara Yuga (Edad de Bronce) y la
muerte de Krishna (3.102 a.C.) como el mojón que marca el comienzo del Kali
Yuga.
Según
las enseñanzas hindúes, en la Edad de Oro no existían las “varnas” (castas)
sino que había una sola “varna” denominada “Hamsa”, que estaba consolidada en
torno al centro primordial. Sin embargo, esta supra-casta no puede ser
considerada en sí misma una “varna” sino que era “ativarna”, es decir por
encima del color o sin color, es decir que “Hamsa” no es otra cosa que el
estado original del hombre, el cual debe ser recuperado por cada uno de
nosotros.
La
epopeya del Mahabharata describe el Satya Yuga destacando la armonía entre los
hombres: “No había pobres ni ricos; no había necesidad de mano de obra,
porque todo lo que los hombres requerían podía obtenerse por el poder de la
voluntad; la principal virtud fue el abandono de todos los deseos profanos. En
esta edad no existía la enfermedad; ni decrepitud; no había odio ni vanidad, ni
malos pensamientos; dolor o miedo. Todos los seres humanos podían alcanzar la
bienaventuranza suprema.”
El sikhismo hereda
del hinduismo la concepción de las cuatro edades o yugas, y en una de sus
composiciones tradicionales se recuerda que:
“Así nos dice Nanak:
Existe un carruaje y un conductor.
Existe un carruaje y un conductor.
En Satya-yuga el carruaje era el contento,
la piedad su conductor.
la piedad su conductor.
En Treta-yuga el carruaje era la castidad,
la fuerza su conductor.
la fuerza su conductor.
En Dwapara-yuga el carruaje era de austeridad
la verdad su conductor.
la verdad su conductor.
En Kali-yuga el carruaje es de fuego
y la falsedad es su conductor”. (3)
y la falsedad es su conductor”. (3)
Para
los sikhs, el alejamiento de la Realidad Suprema constituye la Edad Oscura de
la humanidad en esta tierra, por lo cual si el hombre se decide a caminar hacia
la virtud será posible recuperar la Edad de Oro para toda la humanidad.
El Hijo de Shamballa
El
Kali-Yuga o Edad Oscura toma su nombre del demonio Kali, que finalmente tendrá
que ser derrotado por el último avatara de Vishnú, llamado Kalki,
que nacerá en la simbólica ciudad axial de Shamballa (o
Shambhala):
“En la aldea de Shamballa, en el hogar de Vishnú
Iaśā, Kalki aparecerá. Viajando rápidamente, montando en su caballo
llamado Devadatta, el Señor del universo con su espada destruirá a los
infieles, dotado con las cualidades de sus ocho opulencias [riqueza, fuerza, fama,
inteligencia, belleza y renunciación] Recorriendo velozmente la Tierra, a
decenas de millones de ladrones (con aspecto de reyes) matará”. (4)
¿Dónde
está situada esta Tierra Pura de Shamballa? Aunque muchos investigadores han
intentado ubicar esta ciudad en algún lugar geográfico de los Himalayas o en el
desierto de Gobi, tal vez quienes más se han acercado a la verdadera acepción
del mítico paraje sean los ascetas tibetanos que –según Julius Evola–
aseguraban que esta ciudad “reside en el corazón” de cada uno
de nosotros. (5) Esta afirmación ha sido corroborada por el decimocuarto Dalai
Lama quien sostuvo que Shamballa “no es un lugar físico que
podamos encontrar en la realidad. Sólo puedo decir que es una tierra pura, una
tierra pura dentro del ámbito humano. Y a menos que uno tenga el mérito y la
asociación kármica real, uno no puede realmente llegar allí”. (6)
Otro
tibetano, Chögyam Trungpa, dice en su interesante obra “Shambhala”
que: “Muchos maestros del budismo tibetano existe una larga tradición
que considera el reino de Shambhala no como un lugar físico, sino como el
fundamento o raíz de la cordura y el estado vigílico que existen en forma
potencial en todo ser humano. Desde ese punto de vista no tiene entonces
importancia que se sepa con exactitud si el reino de Shambhala es realidad o
ficción. Lo que importa es que reconozcamos y emulemos el ideal que representa:
el de una sociedad iluminada”. (7)
Siendo
así, el nacimiento del Kalki Avatara no es un acontecimiento externo ni es
ajeno a nosotros, y en este sentido no hay medias tintas: o alineamos nuestra
vida a Kali y a todo lo que representa (oscuridad, sueño, inconsciencia,
materialismo, ignorancia), o bien conspiramos para que nazca en la Shamballa de
nuestro corazón el divino restaurador que traerá luz, vigilia, conciencia,
espiritualidad y sabiduría a un mundo que necesita una Paz Profunda.
La muerte de Krishna,
comienzo del Kali Yuga
Notas del texto
(1)
Chuang Tsé: “El influjo del cielo”
(2) Lie-tsé: “Tratado de la Perfecta Vacuidad”
(3) Citado en: Guerra, José Ignacio: “El evangelio de Gurú Nanak”
(4) Bhagavata Purana
(5) Véase: Evola, Julius: “Introduzione alla Magia”
(6) Alocución del Dalai Lama durante una iniciación Kalachakra en Bodhgaya (1985)
(7) Trungpa, Chögyam: “Shambhala: la senda sagrada del guerrero”
(2) Lie-tsé: “Tratado de la Perfecta Vacuidad”
(3) Citado en: Guerra, José Ignacio: “El evangelio de Gurú Nanak”
(4) Bhagavata Purana
(5) Véase: Evola, Julius: “Introduzione alla Magia”
(6) Alocución del Dalai Lama durante una iniciación Kalachakra en Bodhgaya (1985)
(7) Trungpa, Chögyam: “Shambhala: la senda sagrada del guerrero”
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