Desde la noche de los tiempos, el ser humano ha otorgado un carácter
sagrado a los árboles, observando en su verticalidad una especie de puente
entre lo de arriba y lo de abajo, una conexión entre el Cielo y la Tierra.
En otras palabras, la estabilidad y la verticalidad del árbol lo
convierte en un evidente símbolo axial, donde se manifiesta una
verticalidad ascendente en función de un eje que se mantiene inmutable.
Esta inmutabilidad se hace más evidente en los árboles de hojas siempre
verdes (“semper virens”), aquellos que no cambian su follaje durante el
invierno como el pino y el abeto, que son los más representativos de las
navidades. De hecho, el color verde se asocia a la esperanza del renacimiento y
alude al flujo de la energía vital.
El abeto habita en la taiga y el bosque boreal, soportando los más
crudos inviernos nórdicos, donde otros árboles no tienen posibilidad de
sobrevivir. Teniendo en cuenta su cercanía con el polo norte, sede de la
tradicional Hiperbórea, este árbol se convierte en un símbolo polar.
Un conocido villancico alemán escrito por Ernst Anschütz en 1824 alaba
las virtudes de este árbol:
“¡Oh abeto, que fieles son tus hojas!
No están verdes solamente en verano
sino también en invierno, cuando nieva.
Tu follaje me quiere enseñar algo.
Tu esperanza y persistencia
dan consuelo y aliento”.
No están verdes solamente en verano
sino también en invierno, cuando nieva.
Tu follaje me quiere enseñar algo.
Tu esperanza y persistencia
dan consuelo y aliento”.
Símbolos del árbol navideño
La estrella que se coloca en la cima del árbol navideño
refuerza el simbolismo axial del árbol, ya que se trata de la estrella polar
(polaris, el ombligo del cielo) que señala de forma permanente el polo norte
celeste y que representa el centro inmutable del cielo conocido. En otras
palabras, esta estrella establece un eje inmóvil entre el cielo y la tierra,
mientras que los otros dos astros mayores del cielo (la luna y el sol) están
sujetos a ciclos.
Según Jean Chevalier, todo eje “liga mutuamente por
su centro los dominios o los estados jerarquizados. Puede tratarse de unir la
Tierra al Cielo, o para ser precisos el centro del mundo terrenal al centro
celestial, que se figura por la estrella polar. (…) Se trata también a veces de
unir los tres mundos: mundo subterráneo, tierra y cielo, o Tribhuvana: tierra,
atmósfera y cielo. Esta misma jerarquía corresponde simbólicamente a los
estados de la manifestación y a los estados del ser, como indican muy bien
las etapas del viaje axial de Dante. A lo largo del eje se eleva hacia los
estados superiores quien llega al centro, es decir, al estado edénico o
primordial”. (2)
Las ramas del abeto, dispuestas horizontalmente en
forma escalonada y otorgándole al árbol una silueta triangular, nos recuerdan
los diferentes planos del microcosmos y del macrocosmos. El ascenso desde las
raíces hasta la estrella también aluden a un viaje ascendente desde la
oscuridad hasta la luz que en Cábala aparece como un desplazamiento desde el
mundo físico o el reino (Malkhut) hasta la corona (Kether) (3).
Teniendo en cuenta esto, podemos entender a las guirnaldas como
conexiones entre niveles, caminos espiralados que actúan como medios de
comunicación entre los diferentes mundos. Su disposición en forma de espiralnos
remite justamente a este símbolo fundamental que“evoca la evolución de
una fuerza, de un estado [o bien] el carácter cíclico de la evolución”. (4)
En algunas representaciones del viaje del Alma, el espiral aparece como hilo
conductor, uniendo los planetas de la antigüedad desde el negro Saturno
(nigredo, plomo) al luminoso Sol (rubedo, sol), y esto nos recuerda la Menorah
hebrea de siete brazos, que representa al árbol de la vida y donde también hay
un recorrido por los siete planetas en un desplazamiento espiralado.
El símbolo de la espiral está íntimamente ligado con la escalera, pues “ambos
se refieren a las jerarquías de la existencia, los niveles del Conocimiento y
los grados de lectura de la realidad. Cada uno de sus peldaños representa un
distinto ‘cielo’, un estado del ser; y el escalarlos indica la ascensión
gradual del alma que busca la fusión con el espíritu único” (5).
De acuerdo a Federico González Frías: “La espiral es
[…] un símbolo de descenso-ascenso y un medio de comunicación entre los planos
subterráneos, el terrestre y los celestes, recorrido que se efectúa en
cualquier iniciación […] donde se debe morir a un estado para nacer a otro,
regenerando una vez más el proceso cósmico del que derivan los diferentes
procesos y de los que participan los astros, dioses de la tierra, y el
inframundo” (6).
Los chirimbolos o bolas brillantes, por su parte,
representan los frutos de cada nivel, es decir los logros espirituales de cada
uno de los integrantes de la familia. Por ello es importante que cada año se
agregue un chirimbolo nuevo a nuestro árbol, representando de este modo las
lecciones de la Escuela de la Vida que se han aprendido en el ciclo anual.
Y tal como los mundos superiores son los planos “causales”, es decir de
las causas cuyas consecuencias se manifestan en el plano físico, del mismo modo
al pie del árbol se suelen colocar los regalos navideños que
aparecen como bendiciones del cielo (7), en otras palabras como la
manifestación externa y visible cuyas causas son internas e invisibles.
El Cristo en el árbol
En el medioevo había una creencia interesante, según la cual la Cruz de
Cristo era el Árbol de la Vida, e incluso se llegó a aseverar que “el
Paraíso y el Calvario, la Cruz de Cristo y el Árbol de Adán se levantaban en el
mismo lugar” (8). Varios comentaristas cristianos reafirman esto,
como Atanasio Sinaíta al decir: “La Cruz
de Cristo es el árbol de la vida”(Christi est lignum vitae)”
o incluso Comodiano: “En el madero de la muerte busquemos
el árbol de la vida”.
Más recientemente, René Guénon retomó esta idea,
concluyendo que “se sabe que la misma cruz del Cristo se identifica
simbólicamente con el «Árbol de la Vida» (lignum vitae)”.(9)
Por esta razón no es raro encontrar representaciones artísticas donde el
Cristo no aparece en una cruz sino en un árbol, muchas veces ubicada en el
centro de la Jerusalén Celeste.
Y si la cruz del Gólgota es el árbol de la vida… ¿cuál sería el fruto de
este árbol? El Cristo, por supuesto, y entonces comiendo de ese fruto precioso
el ser humano podrá recuperar el estado adámico. Esto se hace patente en la
comunión católica donde los literalistas profanos creen ver un ritual de
antropofagia simbólica cuando en realidad el devoto está participando de la
magia de la transustanciación, a fin de entrar en comunión (en común unión) con
el Cristo.
En palabras de Karl von Eckhartshausen: “Así como
ocurrió de un modo completamente natural que el hombre inmortal se hizo mortal
por el goce de un fruto mortal [del árbol del bien y del mal], del mismo modo
sucedió, naturalmente, que el hombre mortal pudiera recuperar su dignidad
preferente por el goce de un fruto inmortal [del árbol de la vida]” (10).
Por lo tanto, la ingestión del fruto del Árbol de la Vida simboliza la
incineración de todo vestigio del Hombre Viejo (Adán) y, sobre sus cenizas, el
nacimiento de algo nuevo y mejor (Cristo, el Nuevo Adán). Disolver y coagular.
Palabras finales
Por todo lo anterior, el árbol navideño representa al árbol de la vida
plantado en el centro del Edén (Génesis 2:9) y que reaparece al final de las
escrituras “en medio del paraíso de Dios”(Apocalipsis 2:7) en la
Nueva Jerusalén con “doce frutos” (Apocalipsis 22:2). En otras
palabras, este árbol luminoso es un recordatorio de nuestro origen
divino y de nuestro propósito existencial de retornar a la “Casa del Padre” con
el Cristo como guía.
Aunque nuestra sociedad desacralizada ha intentado eliminar todo
contenido simbólico del árbol navideño y de las fiestas solsticiales, tratando
de transformarlas en una celebración aséptica y carente de contenido, el
símbolo arcaico del árbol de la vida sigue allí, recordándonos que después de
las tinieblas viene la Luz.
La noche oscura de la Edad del Hierro -tarde o temprano- tendrá que
terminar y el vínculo perdido será restaurado.
¡Feliz navidad y Paz Profunda para todos!
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