Centro Holística Hayden

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30 de diciembre de 2017

Frente a nuestras narices

 PHILEAS 

En 1946, la 20th Century Fox llevó a la gran pantalla una novela de  W. Somerset Maugham titulada “El filo de la navaja”, la cual estaba inspirada en una frase de los Upanishads: “El camino de la salvación es tan difícil de recorrer como el filo de la navaja”.
De todas las escenas de la película hay una que siempre me ha fascinado: el momento en el que Larry (el protagonista) recibe la “llamada” en una oscura taberna acompañado de un singular borrachín llamado Kosti (ver escena). Según Joseph Campbell, la llamada es el momento precioso en el que aparece
una persona, un libro, una enseñanza, algo que nos impulsa a buscar, a abandonar la zona de confort y a explorar el sendero que lleva a la reintegración.
Lo interesante de esa escena memorable es que un hecho fortuito, supuestamente casual, con una persona vulgar y en el tugurio más abyecto, terminó convirtiéndose en un disparador, un chispazo de inspiración consciente que necesitaba el protagonista para encontrar su propósito existencial. ¿Y no es eso lo que nos dicen los alquimistas en sus obras? ¿Acaso no nos advierten una y otra vez que la piedra filosofal está en todos lados, especialmente en las cosas vulgares, incluso en las más repulsivas?
Donde no miramos, en las cosas intrascendentes que generalmente pasan desapercibidas y que terminamos descartando, ahí está la piedra. Por eso advierte Nicolás Flamel: “Hay una piedra oculta, escondida y sepultada profundamente bajo un manantial, ella es vil, pobre y sin ningún valor; y está cubierta de excrementos y de estiércol; a ella, siendo siempre la misma, le han sido dados muchos nombres diversos” (1)Jung, por su parte, al hablar de la materia prima sostenía que ésta “resulta barata y se encuentra en todos sitios, incluso entre la inmundicia más repugnante” (2).
Siddharta Gautama (el Buddha), después de haber disfrutado de una vida lujosa en el palacio y de una vida miserable con los ascetas del bosque, alcanzó la iluminación al escuchar una charla trivial en la que un pescador hablaba con su hijo de las cuerdas de un laúd y le decía: “Si las cuerdas están demasiado tensas, se rompen. Si están demasiado flojas, no suenan”. Con esta sencilla frase pronunciada al pasar por un transeúnte, el Buddha terminó descubriendo la “vía del medio”, el eje de toda su enseñanza.
En verdad, aquel que no está dispuesto a ver no podrá encontrar la Verdad ni en el monasterio más sagrado del Tibet, mientras que el buscador sincero podrá hallarla en los antros más viles, aún entre borrachines y delincuentes. Como dice el dicho: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Si sabemos mirar, descubriremos que todas las cosas que nos ocurren (las que llamamos “buenas” y “malas”) y todas las personas que llegan a nosotros son flechas indicadoras hacia la autorrealización. En otras palabras, si descartamos las circunstancias de la vida como una mera casualidad y las pasamos a concebirlas como necesidades del Alma(causalidad), los acontecimientos y las personas se convierten en llaves que abren puertas hacia una comprensión más profunda de la vida.
El camino iniciático no se aleja ni un solo centímetro de la vida cotidiana ni es extremadamente complicado, como piensan algunas personas. Por el contrario, es simple y se vive momento a momento, aquí y ahora.
La piedra filosofal se encuentra frente a nuestras narices. Por eso los orientales aseguran que el destino del camino espiritual no está muy lejos de nosotros sino que “la meta está en la plaza del mercado”, entre feriantes y verduleros.


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