En 1946, la 20th Century Fox llevó a la gran pantalla una novela de W. Somerset Maugham titulada “El filo de la navaja”, la cual estaba inspirada en una frase de los Upanishads: “El camino de la salvación es tan difícil de recorrer como el filo de la navaja”.
De todas las escenas de la película hay una que
siempre me ha fascinado: el momento en el que Larry (el protagonista) recibe la
“llamada” en una oscura taberna acompañado de un singular borrachín llamado
Kosti (ver escena).
Según Joseph Campbell, la llamada es el momento precioso en el
que aparece
una persona, un libro, una enseñanza, algo que nos impulsa a
buscar, a abandonar la zona de confort y a explorar el sendero que lleva a la
reintegración.
Lo interesante de esa escena memorable es que un
hecho fortuito, supuestamente casual, con una persona vulgar y en el tugurio
más abyecto, terminó convirtiéndose en un disparador, un chispazo de
inspiración consciente que necesitaba el protagonista para encontrar su
propósito existencial. ¿Y no es eso lo que nos dicen los alquimistas en sus
obras? ¿Acaso no nos advierten una y otra vez que la piedra filosofal está en
todos lados, especialmente en las cosas vulgares, incluso en las más repulsivas?
Donde no miramos, en las cosas intrascendentes que
generalmente pasan desapercibidas y que terminamos descartando, ahí está la
piedra. Por eso advierte Nicolás Flamel: “Hay una piedra
oculta, escondida y sepultada profundamente bajo un manantial, ella es
vil, pobre y sin ningún valor; y está cubierta de
excrementos y de estiércol; a ella, siendo siempre la misma, le han sido
dados muchos nombres diversos” (1). Jung, por su parte, al
hablar de la materia prima sostenía que ésta “resulta barata y se encuentra
en todos sitios, incluso entre la inmundicia más repugnante” (2).
Siddharta Gautama (el Buddha), después de haber
disfrutado de una vida lujosa en el palacio y de una vida miserable con los
ascetas del bosque, alcanzó la iluminación al escuchar una charla trivial en la
que un pescador hablaba con su hijo de las cuerdas de un laúd y le
decía: “Si las cuerdas están demasiado tensas, se rompen. Si están
demasiado flojas, no suenan”. Con esta sencilla frase pronunciada al
pasar por un transeúnte, el Buddha terminó descubriendo la “vía del medio”, el
eje de toda su enseñanza.
En verdad, aquel que no está dispuesto a ver no
podrá encontrar la Verdad ni en el monasterio más sagrado del Tibet, mientras
que el buscador sincero podrá hallarla en los antros más viles, aún entre
borrachines y delincuentes. Como dice el dicho: “no hay peor ciego que
el que no quiere ver”. Si sabemos mirar, descubriremos que todas las
cosas que nos ocurren (las que llamamos “buenas” y “malas”) y todas las
personas que llegan a nosotros son flechas indicadoras hacia la
autorrealización. En otras palabras, si descartamos las circunstancias
de la vida como una mera casualidad y las pasamos a concebirlas como necesidades
del Alma(causalidad), los acontecimientos y las personas se convierten en
llaves que abren puertas hacia una comprensión más profunda de la vida.
El camino iniciático no se aleja ni un solo
centímetro de la vida cotidiana ni es extremadamente complicado, como piensan
algunas personas. Por el contrario, es simple y se vive momento a momento, aquí
y ahora.
La piedra filosofal se encuentra frente a nuestras
narices. Por eso los orientales aseguran que el destino del camino espiritual
no está muy lejos de nosotros sino que “la meta está en la plaza del
mercado”, entre feriantes y verduleros.
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