Alejandro Lodi
(Diciembre 2017)
Hemos visto que el
tránsito de Urano sobre el Ascendente de Argentina en 1974 es sincrónico con
hechos históricos (con el ritual colectivo del 1ro de mayo en la Plaza de mayo
como símbolo) que marcan el surgimiento de una visión revolucionaria, su
impacto en la vida política y la reacción conservadora.
El presente tránsito
por el Descendente (la cúspide de casa VII) desde 2017 permite evaluar la mitad
del ciclo que dio inicio en aquellos hechos. ¿Qué evolución tuvo aquel espíritu
revolucionario del comienzo de los `70 en nuestra comunidad?
Incluso, considerando
que no fue solo un fenómeno local sino mundial, podríamos evaluar el recorrido
que tuvo esa corriente de cambio en otras sociedades. En ese ejercicio quizás
apreciemos que en Argentina la conciencia colectiva de esa generación
-astrológicamente, la generación Plutón en Leo (1939-1956)- ha quedado
fascinada con aquella épica revolucionaria, acaso sin profundizar en la
tragedia arquetípica Urano-Saturno (el padre devorando a sus hijos, los hijos
castrando a su padre), permaneciendo en la interpretación ideológica sin hacer
contacto con la trama psíquica. Cristalizados en el encanto de un relato
mítico, se resiste la evidencia de los hechos concretos. Replicando la visión del
mundo que dio sentido a aquel idealismo juvenil, se evita dar cuenta de los
cambios producidos en las sociedades o se persiste en traducirlos con
categorías conceptuales anacrónicas.
El tránsito de Urano
por el Descendente de Argentina -posterior al que en 2015 hiciera al Sol y a la
Luna natales, en tiempos de las últimas elecciones presidenciales- representa
un buen momento para preguntarse, por ejemplo, qué significa políticamente hoy
definirse progresista o conservador, o que
se entiende por izquierda o derecha. En 1974 parecía
muy claro lo que esas categorías significaban y la suficiente masa crítica de
la sociedad tomó posición.
Hoy, en cambio,
suenan a categorías fuera de época, forzadas, fantasmales, incapaces de
registrar y contener de un modo significativo la conformación actual de la
sociedad y los desafíos que se le presentan. Ante nuevos problemas y una
situación mundial diferente, han surgido visiones que no encajan en aquellos
modelos ideológicos. Nuestra sociedad del siglo XXI requiere organizarse con
otras categorías y, sobre todo, con otras percepciones -renovadas, creativas-
de la realidad.
Quiero proponerles
que meditemos sobre la validez de la polaridad progresista-conservador
(incluso, revolucionario-reaccionario) para dar cuenta de este momento
histórico. Mi percepción es que esa polaridad ha perdido vigencia, no se
corresponde con la realidad o, al menos, necesita ser resignificada: qué es hoy
ser progresista o conservador, qué visión resulta revolucionaria o
reaccionaria.
Quizás hoy -esa es mi
hipótesis- esté en vigencia una nueva polaridad: encanto-eficiencia.
Por cierto, como en
toda polaridad, su vivencia puede traducirse en una tensión excluyente en la
que cada polo tiende a negar al otro. Es decir, la polaridad encanto-eficiencia
también puede polarizarse: que el encanto implique la negación de la eficiencia
y que la eficiencia implique la negación del encanto.
Desde mi punto de
vista, creo que en 2015 se cierra un período histórico sostenido en un potente
encanto, pero que termina mostrando una baja eficiencia. Y a partir del 2015
estamos en el proceso inverso: la pretensión de eficiencia con bajo encanto. Me
parece muy visible la necesidad de ver encanto y eficiencia como
una dinámica de polaridad antes que como polarización. En polaridad, el encanto
necesita de eficiencia y la eficiencia necesita de encanto. Me parece que
durante el ciclo político anterior se subestimó la eficiencia y que en el
actual se subestima el encanto. Se trata de la polaridad Virgo-Piscis y de su
polarización: que la épica encantadora no renuncie a la eficiencia, que el
anhelo de eficiencia no renuncie a la épica. La épica eficiente, antes que la
justificación de que “por épicos no resultamos eficientes”. La eficiencia
épica, antes que la justificación de que “por eficientes desistimos de todo
encanto”.
Pero,
la eficiencia es opuesta al encanto…
Bueno, esa es la
percepción polarizada. Pero creo que es evidente que se trata de dos polos en
relación. No existe encanto sin eficiencia, ni eficiencia sin encanto. Quiero
decir, cuando la visión del encanto es poco eficiente pierde su encanto y es
muy difícil que subsista; del mismo modo, si la pretensión de eficiencia
resulta absolutamente desencantadora pierde eficiencia y no tiene chances de
sostenerse.
De
acuerdo con la carta de Argentina, nos gusta mucho más el encanto que
laeficiencia…
Es posible. Pero
tengamos en cuenta el sentido positivo del encanto. Podemos trasladarlo a una
relación amorosa. Un vínculo de pareja tiene que tener cierto encanto y
eficiencia. Si es puro encanto, no sobrevive al primer fin de semana
juntos… (Risas).
Pero si es sólo
sentido de realidad eficiente no hay posibilidades de atracción ni de deseo.
Por supuesto, la
polaridad progresismo-conservadurismo es inherente no solo a las visiones
políticas, sino a toda manifestación de la vida. El punto es si esas visiones
evolucionan o se cristalizan, si la necesidad de sostener creencias (porque
hice identidad personal en ellas) prevalece sobre la percepción de los hechos.
Ya sea desde el
progresismo o el conservadurismo, cuando una percepción de la realidad se
organiza en ideas que permanecen cristalizadas se torna inoperante. Desde la
rigidez del dogma, las ideas congestionan la circulación perceptiva,
obstaculizan la capacidad de la conciencia colectiva para adaptarse de un modo
creativo a nuevas circunstancias históricas, ya sean económicas, sociales o
culturales. Desde el encanto del dogma no se ve la realidad, no se responde a
los hechos sino que se reacciona a ellos forzándolos a que coincidan con las
categorías que impone el relato convertido en verdad absoluta. El dogma
-ideológico, religioso, espiritual- se apropia de la realidad y distorsiona la
percepción. Y esto ocurre desde visiones progresistas o conservadoras, de
izquierda o de derecha.
Visto de este modo,
lo patológico no es propiedad de la posición progresista o conservadora, de
izquierda o de derecha. La patología es la cristalización, la rigidez de las
posiciones. Y en esa patología toda posición se torna reaccionaria. Se puede
ser reaccionario de izquierda o de derecha, reaccionario progresista o conservador.
La pesadilla no está en lo que dicen las ideas, sino en su dogmatización.
Progresismo y conservadurismo, izquierda y derecha, son polos de una dinámica
vital, virtuosa, creativa y necesaria. Esos polos no encarnan valores morales
absolutos, sino que simbolizan relación: posiciones en vínculo. No
puede existir uno sin el otro, la existencia de uno da entidad al otro. La
polarización es, en verdad, una ilusión. La conciencia de dinámica de polaridad
disuelve la fantasía de polarización. La verdad no es propiedad de un polo. La
verdad no se fija en una posición. La verdad circula incesante y nunca termina
de darse a conocer.
No podemos reducir la
realidad que el presente abre a nuestra percepción al diseño ideológico del
mundo que creíamos eficiente hace 50 años. En ese intento generamos distorsión
de los hechos actuales y generamos una reacción patológica: negamos los hechos
porque no coinciden con nuestro dogma encantador, necesitamos ver una realidad
antes que responder a ella, creamos una realidad lesionando lo que percibimos.
Ya sea desde la posición progresista o conservadora, nuestras acciones
cristalizadas en los diseños ideológicos del pasado resultan reaccionarias
antes que creativas. El dogma -progresista o conservador- apresa nuestra
percepción, condiciona lo que vemos, inhibe nuestra libertad perceptiva (de un
modo inconsciente, con inocencia; de un modo consciente, con perversión).
Liberados de dogmas surge la oportuna creatividad, ya se trate de posiciones de
izquierda o derecha, progresistas o conservadoras.
Una revolución
vincular
Liberarnos de la
cristalización en posiciones progresistas y conservadoras, de izquierda y
derecha, resultaría una auténtica revolución vincular, muy de la mano con el
tránsito de Urano al Descendente y, por oposición, a Júpiter natal. Permitiría
algo fundamental: descubrir propósitos comunes a ambas posiciones, aspiraciones
integradoras capaces de reunir encanto épico y eficiencia,
sin renunciar a los matices y sin ceder a la hegemonía de un polo. La
experiencia vincular de una visión común de cuáles son los problemas urgentes,
el reconocimiento de los desafíos a los que está expuesta toda la comunidad,
bajo la evidencia de que el celo por la propia posición política y la exclusión
del otro en tanto “enemigo” agrava los problemas y agiganta los desafíos. No se
trata de una integración por “ideal de bondad”, sino por concreta y material
supervivencia.
Es muy interesante
considerar lo que el gobierno de Macri se ha propuesto como las tres
directrices o los tres propósitos de su gestión.
De
su gestión o de “sugestión”… (Risas).
Bueno, “ambas cosas
pueden ser ciertas”… (Risas).
Recordemos:
Pobreza cero.
Lucha contra la
corrupción.
Unión de los
argentinos.
Los tres temas que se
propuso el presidente como directriz de su gobierno. No propongo discutir la
sinceridad en plantear estos temas. No tengo por qué dudar de las buenas
intenciones. Parece evidente que la pobreza se ha reconocido, pero sin que aun
sea apreciable su reversión. Es más visible un avance respecto a cierta
corrupción estructural -por ejemplo, ligada a la obra pública- que se ha
detenido o, al menos, entrado en “estado de latencia”, como también en la
acción contra el narcotráfico y la venalidad policial, al punto que la
gobernadora de Buenos Aires deba vivir con su familia en un destacamento
militar para preservar su seguridad. Y, finalmente, respecto a la unión de los
argentinos no podríamos afirmar que la polarización se haya disuelto, ni
podemos estar seguros de que no siga siendo estimulada para convocar adhesión.
Seguimos
creyendo que es la única manera de ganar las elecciones. Si no polarizo,
no gano…
El encanto de la
polarización sigue muy vigente. Es muy efectivo a corto plazo, pero se
convierte en una trampa que destruye futuro.
Pero no les propongo
detenernos en la evaluación de aciertos o errores del actual gobierno respecto
a aquellos tres propósitos, sino atender a la evidencia de que pobreza
cero, lucha contra la corrupción y unión de los argentinos no pueden ser la
conquista de una facción, ni el logro de una fuerza política. No existe
ninguna posibilidad de que esas aspiraciones se hagan realidad si no es a
partir de una convergencia de fuerzas. Reducir la pobreza, la corrupción y la
hostilidad autodestructiva entre los argentinos demanda ser capaces de superar
prejuicios o proyectos personales y alcanzar los acuerdos más amplios. Es una
tarea titánica que requiere comprometer a todas “las buenas voluntades”, convocar
al talento de la mayor cantidad posible de miembros de la comunidad, con el
único límite (más allá, es obvio, de los que se autoexcluyan de tal
concordancia) de que su amplitud de matices no bloquee y frustre la eficiencia
de su ejecución.
La percepción de este
imperativo de convergencia y acuerdo -en respecto de las diferencias y sin
imposición hegemónica de una facción- sería una verdadera revolución vincular
en sintonía a lo que Urano en tránsito por la casa VII de Argentina anuncia.
Para
que sea así debería provenir del alma de la sociedad…
Sí. Debería ser
efecto de un movimiento en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad. Por
eso digo que, con este tránsito, lo revolucionario en el modo de vincularnos
sería reconocer al otro como parte fundamental del logro de esas aspiraciones,
en tanto percibamos que también las comparte con nosotros, más allá de
diferencias de ideas, modos o gustos. Liberarnos de los prejuicios desde los
que juzgamos y negamos al otro, asumir la necesidad de un acuerdo si realmente
queremos afrontar con éxito los desafíos que se presentan en este momento
histórico, y reconocer al otro con todos los defectos y limitaciones que tiene.
También
es asumir el hecho contundente de que si no hacemos esto es porque entonces
realmente no nos interesa eliminar la pobreza, la corrupción ni la división
entre argentinos…
Y
ahí vamos a otro golpazo con la realidad…
Ya tendríamos que
saber que con esos golpazos terminamos siendo susceptibles al encanto redentor
de un nuevo líder providencial.
La
democracia actual surgió en polarización con los militares, en los que pusimos
todo el mal y que también son expresión de nuestra comunidad. Despertamos a los
valores democráticos desde una polarización…
Con Plutón en
tránsito por la cúspide de la casa IV de Argentina en 2016-2017 estamos asistiendo
a la polarización constitutiva de la democracia que nació cuando Plutón cruzó
el Ascendente en 1982. El ciclo de Plutón es el ciclo de nuestra democracia.
Para nosotros es muy
tentador polarizar. Que los logros sean de una facción que encarna el bien en
lucha contra otra que encarna el mal. Facciones políticas, de ideas, de clase,
de raza, de religión. Que los méritos sean de nuestro líder adorado, gracias a
haber derrotado a sus enemigos. Por eso, es crucial ser conscientes de que si
una facción pretende eso es casi predecible el fracaso. El encanto de la
polarización es muy poco eficiente.
Otro
colapso, otro golpe con la realidad…
El hámster en la
ruedita… También es la evidencia de que nuestras comprensiones en los procesos
individuales no se corresponden con la lentitud desesperante que muestran los
procesos colectivos. A escala individual la conciencia no progresa con gran
rapidez, pero los procesos colectivos son “de carreta”. La sensación de estar
repitiendo en lo colectivo es muy frustrante. Y es lo más habitual.
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