By PHILEAS
Un joyero viajaba en un tren transportando un valioso diamante. Entre los pasajeros divisó a André, uno de los más famosos ladrones de joyas del país, reconocido por su astucia y sus robos increíbles. Sin dudarlo, se sentó a su lado.
El ladrón se mostró amable y charló largamente con
el rico comerciante. Durante la noche, mientras éste dormía, el hábil
delincuente tuvo tiempo de registrar sus pertenencias, buscando entre sus ropas
y en todos los lugares donde pudiera caber el diamante. Pero no lo consiguió.
El diamante no aparecía por ningún lado. ¡Era increíble! ¿El joyero se habría
tragado la piedra?
Al amanecer, el tren llegó a destino y el ladrón
saludó al hombre que le había vencido, pero como no podía más con su curiosidad
le dijo al comerciante: “Soy André, el gran ladrón de joyas. Durante
todo el viaje quise robarle el diamante pero debo admitir que usted me ha
derrotado. Dígame ahora, ¿dónde escondió la joya?”.
Con una sonrisa, el joyero extendió su mano y sacó
el diamante de uno de los bolsillos del abrigo del ladrón.
– Estaba seguro que allí nunca lo buscaría.
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