La libertad no es una meta, es una forma de existencia. La libertad surge de la conciencia de saberse un ser divino. La libertad de un humano maduro necesariamente deberá estar fundamentada en una filosofía personal, en una conciencia total de las responsabilidades que implica que cada uno de sus actos debe de estar cimentada en el conocimiento de las causas y los efectos. La libertad surge con el dominio de sí, tanto del ser inferior, como de las circunstancias externas en su medio ambiente inmediato.
Deben ser como un árbol, crecer
primero en raíces. Ser como el Roble, que primero crece hacia abajo y luego
hacia arriba. Prácticamente es imposible hablar de liberación sin hablar de
karma. Cuando estamos programados actuamos como robots, en forma automática,
sin pensar en nosotros mismos. Ser libres es romper con el programa kármico.
La cadena de causa y efecto se
refiere a todo lo que ocurre en el universo. Para toda acción hay una reacción
semejante. Todas nuestras acciones, de esta vida o de las anteriores, provocan
una reacción, todo lo que provocamos tarde o temprano vuelve a nosotros.
Lo importante en la Ley del Karma
es lo que se aprende con ella, la forma en que la persona reacciona a la crisis
(desafíos). Si lo hace en forma propositiva-proactiva, o si responde en forma
reactiva-rebelándose.
Una determinada encarnación no es
un acontecimiento aislado en la vida del alma, sino parte y aspecto de una
secuencia de experiencias destinadas a conducir a una meta clara y definida,
meta elegida libremente, retorno deliberado de la materia al espíritu y
eventual liberación. A MADURAR PSICOLÓGICAMENTE.
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