La Verdadera Felicidad Surge del Desarrollo
Espiritual
Pese a que en este mundo hay muchos países, culturas, filosofías,
religiones y tradiciones, todas las personas comparten algo: quieren estar
libres de sufrimiento y gozar de felicidad. Estas son las metas por las que
todo individuo, comunidad y país se está esforzando.
Sin embargo, está muy claro que hasta que no hayamos progresado en lo espiritual, no podremos lograr realmente la felicidad que buscamos, sin importar cuánto nos esforcemos y progresemos exteriormente. Aunque nuestro objetivo es lograr felicidad, si nuestras metas
externas no están asociadas con un desarrollo mental interno, lograrlas solo nos acarreará más miseria y sufrimiento, en vez de aportarnos felicidad. Por lo tanto, tenemos que alcanzar nuestro objetivo común de felicidad mediante el desarrollo interno, algo que solo podremos lograr mediante las prácticas espirituales.Girando la Rueda del Dharma
Muchos grandes maestros han venido al mundo e impartido diferentes
tipos de enseñanzas. Cada una tiene su belleza, sus medios para resolver
problemas y sus caminos para lograr paz interior y felicidad. Pero hoy hablaré
sobre el camino del señor Buddha, quien cultivó el pensamiento de la
iluminación por el bien de todos los seres sin excepción.
Durante tres eones incontables, el Buddha trabajó para reunir
una ingente cantidad de mérito y sabiduría. Gracias a ella logró deshacerse de
los oscurecimientos, las aflicciones y todo aquello de lo que debía deshacerse
y desarrolló todas las buenas cualidades que había que desarrollar.
El Buddha está completamente despierto e iluminado y satisface
el deseo de liberar a los seres del sufrimiento. Solo con emanar un rayo de luz
desde su cuerpo o enseñar una frase de enseñanzas puede ayudar, en un instante,
a incontables seres. Directa o indirectamente, viéndole u oyéndole, cualquier
contacto con el Buddha libera del sufrimiento y ayuda a lograr felicidad.
Desde el primer momento, el único propósito del Buddha fue
ayudar a todos los seres sin excepción. Todas las actividades que llevó a cabo
fueron por el beneficio de los seres. Y aunque desarrolló actividades físicas,
verbales y mentales, las más importantes fueron las verbales: el Buddha
impartió enseñanzas en las que describía con palabras lo que había descubierto.
Esto es lo que se conoce como «hacer girar la rueda del Dharma».
Mediante sus enseñanzas, el Buddha ayuda a los seres: aquellos
que no han madurado, maduran; aquellos que no están en el camino, se adentran en
él; aquellos que no están 3
progresando, progresan, y aquellos que están progresando reciben
la ayuda con la que lograr realizaciones más elevadas.
De entre las grandes actividades del Buddha, la mayor fue su
actividad verbal. El número de seres es ilimitado: son incontables del mismo
modo que el espacio carece de límites. Todos los seres son diferentes en cuanto
a su mentalidad, oscurecimientos, condiciones mentales y propensiones, por lo
que un solo tipo de enseñanza no puede ayudar a todos. De igual modo, las
personas disponemos de diferentes tipos de medicinas y tratamientos para poder
curar diferentes tipos de enfermedades. Un solo tipo de enseñanza no es suficiente,
por lo que el Buddha impartió un enorme número de ellas para adaptarse al nivel
cada ser. Como consecuencia, las enseñanzas del Buddha tienen muchos niveles,
lo que las permite ser adaptadas al estado mental, condiciones, situación,
ambiente y demás factores de cada seguidor. Hay muchas maneras de categorizar
las enseñanzas, pero todas están recogidas, en pocas palabras, por los tres
giros de la rueda del Dharma.
El Primer Giro de la Rueda del Dharma
El primer giro de la rueda del Dharma ocurrió en Sarnath, en
el Parque de los Ciervos, después de que el Buddha hubiese logrado la iluminación.
Allí, el Buddha giró la primera rueda del Dharma, y el título de aquella
enseñanza fue Las cuatro nobles verdades.
Las cuatro nobles verdades incluyen tanto la causa y el
resultado del samsara, como la causa y el resultado del nirvana. Hay cuatro
nobles verdades: 1) la verdad del sufrimiento, 2) la verdad de su causa, 3) la
verdad de la cesación y 4) la verdad del camino. Debemos conocer la verdad del
sufrimiento y abstenernos de la causa del sufrimiento, realizar la verdad de
la cesación y practicar la verdad del camino.
La Verdad del Sufrimiento
En primer lugar, debemos entender la verdad del sufrimiento.
Por ejemplo, si estamos padeciendo una enfermedad concreta, lo primero que
debemos hacer es saber cuál es la naturaleza exacta de esa enfermedad, porque
sin ese conocimiento no podremos elegir un tratamiento. De manera similar,
debemos saber cuál es la naturaleza exacta del sufrimiento para poder
someternos a un tratamiento efectivo. Con el fin de hacer surgir el pensamiento
de renuncia genuina (el deseo sincero de practicar y emprender el camino para
lograr la liberación), tenemos que conocer la verdad del sufrimiento, qué es el
sufrimiento y cuál es su naturaleza exacta.
En términos generales, hay tres tipos de sufrimiento: 1) el
sufrimiento del sufrimiento, 2) el sufrimiento del cambio y 3) el sufrimiento
de la naturaleza condicionada de todas las cosas.
El sufrimiento del sufrimiento es el sufrimiento visible que
comúnmente consideramos como sufrimiento, como el dolor físico, la ansiedad
mental, etcétera. Este sufrimiento existe principalmente en los reinos
inferiores. El universo entero está dividido en tres reinos: 1) el reino del
deseo, 2) el reino de la forma y 3) el reino sin forma. El reino del deseo, a
su vez, abarca otros seis reinos. Tres de ellos son los reinos inferiores: el
reino infernal, el reino de los espíritus hambrientos y el reino animal.
El reino infernal rebosa sufrimiento; en él hay infiernos
calientes, fríos, adyacentes y otros. El máximo sufrimiento experimentado por
los seres humanos no se acerca ni lo más mínimo al sufrimiento del reino
infernal. Los seres nacen en el infierno debido a su karma, particularmente el
karma relacionado con la ira y el odio.
El segundo reino inferior es el de los espíritus hambrientos.
Este reino existe principalmente debido al deseo y el apego, que a su vez
producen la tacañería. Así, los seres que caen en el reino de los espíritus
hambrientos experimentan hambre y sed extremas. Hay tres tipos de reinos de
espíritus hambrientos, según el tipo de oscurecimientos de sus habitantes: 1)
oscurecimientos externos, 2) oscurecimientos internos y 3) oscurecimientos de
los oscurecimientos. Este último tipo implica que, durante eras, los espíritus
hambrientos ni siquiera pueden encontrar una gota de agua.
El sufrimiento del reino animal es obvio. Ningún ser humano
podría soportar lo que padecen los animales, ni siquiera el más mínimo de sus
sufrimientos. Todos los animales —ya vivan en la jungla o en el océano, ya
pertenezcan o no a los humanos— son torturados o asesinados. Además, siempre
tienen que vivir con miedo. La causa principal de los tres reinos inferiores
es la ignorancia, y en ellos predomina el sufrimiento del sufrimiento, aquel
que consideramos normalmente como «sufrimiento».
También hay tres reinos superiores: 1) el reino humano, 2) el
reino de los semidioses y 3) el reino de los dioses. Antes que nada, en el
reino humano nadie está libre de los cuatro sufrimientos: nacer, envejecer,
enfermar y morir. Además, en el reino humano hay muchos otros tipos de
sufrimiento: hacer enemigos, perder amigos, no satisfacer los propios deseos y
tener que atravesar situaciones indeseables. Los que son pobres sufren por ser
incapaces de encontrar comida, ropa, alojamiento, medicina, etcétera, mientras
que los que son ricos padecen muchas preocupaciones y sufrimientos mentales. No
importa lo que hagamos: nunca conseguimos estar satisfechos. Hagamos lo que
hagamos, y pese a todos nuestros esfuerzos por erradicar el sufrimiento y obtener
bienestar, no podemos alcanzar nuestra auténtica meta de lograr felicidad.
En el reino humano, los seres experimentan cierto sufrimiento
del sufrimiento, pero el que principalmente padecen es el del cambio. Todo está
cambiando: las familias numerosas pierden gradualmente miembros hasta que solo
queda uno y, finalmente, este también desaparece; los ricos se vuelven pobres
y los pobres se vuelven ricos; la gente poderosa se vuelve débil, y así
sucesivamente. Todo está cambiando.
El reino de los semidioses es más elevado que el humano pero
inferior al de los dioses, por lo que sus habitantes son conocidos como
«semidioses». Son naturalmente envidiosos, porque constantemente están librando
batallas con los dioses y otros semidioses. Sin embargo, como su poder no es
igual al de los dioses, estos siempre los derrotan, lo que les hace
experimentar mucho sufrimiento físico y mental.
En el reino de los dioses o devas, los seres tienen una vida
muy lujosa en la que todo es próspero. Allí disfrutan de todas las cualidades
mundanas, como longevidad, salud, y comida en abundancia. Así, los dioses
dedican toda su vida a disfrutar ociosamente y no reparan en lo rápido que
transcurre el tiempo. Solo cuando aparecen los indicios de la muerte empiezan
a considerar que han malgastado su vida entre lujos y que pronto tendrán que
caer en los reinos inferiores. Finalmente, en el momento de morir experimentan
un sufrimiento mental terrible, mayor que el sufrimiento físico de los reinos
inferiores.
Los reinos más elevados de los devas se conocen como el
Rupadathu, el reino de la forma, y el Arrupadathu, o reino sin forma. Allí, los
seres carecen de sufrimientos como los de nuestro reino y poseen estados
meditativos muy elevados. Sin embargo, sus absorciones son mundanas, ya que
estas no han cortado la raíz del sufrimiento, el autoaferramiento; carecen de
la sabiduría con la que arrancar la raíz del sufrimiento samsárico. Por lo
tanto, después de permanecer durante un extenso período de tiempo en un estado
meditativo, estos seres vuelven a caer en los reinos inferiores. Son como los
pájaros: no importa lo alto que vuelen por el cielo, tarde o temprano tendrán
que aterrizar en el suelo. Del mismo modo, los seres de los reinos de la forma
y la no forma viven en el plano mundano más elevado, pero más tarde se
precipitarán de vuelta a los reinos inferiores.
Esto es samsara, el reino de la existencia. Es sufrimiento,
desde el plano más elevado de los devas hasta el más bajo reino infernal.
Samsara está completamente cubierto por los tres tipos de sufrimiento.
Todo está cambiando: cualquier cosa obtenida mediante causas y
condiciones es impermanente. Y si es impermanente, es sufrimiento, porque no
permanece. Por ejemplo, hoy no padecemos demasiado sufrimiento físico, sino
que disfrutamos de salud y un cuerpo funcional. Pero cualquier cosa puede
ocurrir en cualquier momento y, cuando suceda, experimentaremos el sufrimiento
del cambio (por ejemplo, que la alegría se convierta en disgusto).
Finalmente, el sufrimiento de la naturaleza condicionada de
todas las cosas consiste en que, sin importar cuánto trabajemos, cuántas
acciones llevemos a cabo o cuánto nos esforcemos, nunca llegaremos a un final.
Desde que nacimos hasta ahora, hemos emprendido multitud de acciones y tipos de
trabajo, pero nunca los hemos terminado ni nos hemos sentido satisfechos. Ni
siquiera hay un final satisfactorio para las cosas que no hemos llegado a
empezar. Es como la comida: cuanto más comemos, más deseamos; esto es
sufrimiento. No importa dónde nos encontremos: desde el reino más bajo hasta el
más elevado, samsara está completamente lleno de sufrimiento. Del mismo modo
que la naturaleza del fuego es el calor, tanto si este es grande como si es
pequeño, la naturaleza del samsara es el sufrimiento, tanto en los reinos
inferiores como en los superiores.
Primero tenemos que saber esto antes de poder superar nuestras
limitaciones. Conocer la naturaleza del sufrimiento es muy importante. Y no
solo entenderlo con el intelecto, sino sentirlo hasta que nos conmueva y solo
deseemos liberarnos permanentemente de los reinos de existencia.
La Verdad de la Causa del Sufrimiento
En la primera verdad, el Buddha enseñó que debemos saber la
verdad del sufrimiento. La segunda verdad es la causa del sufrimiento. Por
ejemplo, si estamos enfermos, primero debemos saber cuál es la naturaleza
exacta de la enfermedad para, a continuación, poder evitar su causa. Si nos
seguimos exponiendo a la causa de la enfermedad, no lograremos curarla por
mucho que sigamos el tratamiento. Por lo tanto, el segundo paso consiste en
evitar la causa del sufrimiento.
¿Cuál es la causa del sufrimiento? Las acciones y las aflicciones.
¿De dónde vienen las aflicciones? De la ignorancia, el autoaferramiento. La
verdadera naturaleza de nuestra mente es pura, pero no la reconocemos; nos
aferramos a un «yo» sin basarnos en razones ni lógica auténticos. Nos aferramos
a nuestra existencia general; creemos erróneamente que nuestro ser existe como
un «yo».
Si tenemos un «yo», automáticamente existe un «otro». «Yo» y
«otro» dependen mutuamente. Y cuando hay «yo» y «otro», tenemos apego hacia
nuestros amigos, familiares, etcétera. Cuando hay «nuestro bando», también hay
«el otro bando»: la gente que nos disgusta, a la que menospreciamos, con los
que discutimos, etcétera. Hacia estas personas surge la ira. De la ignorancia
surgen la ira y el deseo.
Así se forman las aflicciones, conocidas como los tres venenos
principales de la mente: ignorancia, deseo y odio. Los tres producen el resto
de aflicciones. Por ejemplo, cuando tenemos apego hacia nuestras riquezas y
posesiones, generamos tacañería y orgullo, mientras que cuando otras personas
son las que disfrutan de riqueza y prosperidad, en nosotros surgen envidia,
competitividad y demás estados mentales impuros.
En base a ellos emprendemos acciones físicas, verbales y
mentales que son como plantar la semilla del sufrimiento. Todas las acciones
que surgen de las aflicciones son formas de sufrimiento. Si la raíz de un árbol
es venenosa, cualquier cosa que crezca de ese árbol, como sus frutos, flores y
hojas, es venenosa. De manera similar, todas las acciones que surgen de las
aflicciones (ignorancia, odio y deseo) son acciones no virtuosas y la causa del
sufrimiento.
Llevar a cabo una acción es como plantar una semilla. Cuando
plantamos una semilla, su fruto depende de causas y condiciones. Si reunimos
las causas y condiciones correctas, es seguro que obtendremos un resultado.
Nada de lo que actualmente hay en nuestra vida es el resultado de las decisiones
u órdenes de otras personas. Al contrario, nosotros somos los que, a través de
nuestros actos, hemos creado todas las situaciones que hoy vivimos. Nuestras
acciones han creado todo nuestro sufrimiento y felicidad. Todo proviene de
nuestras acciones.
Por ello, el Buddha declaró que la segunda verdad consiste en
abstenerse de la causa del sufrimiento, las aflicciones. Si queremos liberarnos
del sufrimiento debemos abstenernos de su causa. Pero si la mantenemos,
inevitablemente padeceremos el sufrimiento resultante. Las dos primeras
verdades son la causa y el resultado del samsara. Ambas enseñan que, en el
samsara, todo surge de nuestras acciones, aflicciones y autoaferramiento, y que
como consecuencia renacemos en la existencia cíclica, que está repleta de
sufrimiento. Por lo tanto, la primera verdad es el resultado y la segunda
verdad es la causa.
La Verdad de la Cesación
La tercera y cuarta verdad son la causa y el resultado del
nirvana. La tercera es la verdad de la cesación. Por ejemplo, cuando
enfermamos buscamos recuperarnos y volver a estar sanos. De manera similar, lo
que nosotros estamos buscando es estar libres del sufrimiento. El Buddha dijo:
«Tú eres tu propio salvador». Nadie más puede salvarnos, excepto nosotros
mismos.
Por ejemplo, cuando estamos enfermos es muy importante contar
con un buen doctor, medicina y personas que nos asistan; sin embargo, el
factor principal para curarse es que el paciente se tome la medicina y se
abstenga de la causa de la enfermedad. El paciente debe seguir el tratamiento
para eliminar la enfermedad y recuperar la salud y la fuerza. Pero si el paciente
no sigue los consejos del médico, no importará lo buenos que sean el doctor o
la medicina; el paciente nunca se recuperará. Análogamente, el Buddha es como
un médico y el Dharma, como medicina: juntos nos ayudan a liberarnos del
sufrimiento.
Aunque ya estamos recibiendo la ayuda del Buddha en la forma
de su bendición, compasión y gracia, nuestras faltas y aflicciones aún nos
impiden ser capaces de liberarnos del sufrimiento del samsara.
De todos los seres en los seis reinos, nosotros somos humanos
con inteligencia y conocimiento superiores, y podemos emplear eficazmente estas
cualidades para liberarnos del sufrimiento. Incluso los animales pueden
hacerlo hasta cierto punto. Pero nosotros somos diferentes de ellos: tenemos inteligencia,
una mente con la que pensar y la capacidad de superar todos nuestros
problemas. Por lo tanto, no debemos perder nuestro precioso tiempo, sino
ponernos manos a la obra.
Lo que estamos buscando es el estado más allá del sufrimiento.
Por ello, el Buddha habló de «la verdad de la cesación que uno debe obtener».
Ese es el objetivo que queremos lograr: el estado permanentemente libre, en el
que hayamos abandonado todos los tipos de sufrimiento y desde el que no es
posible retroceder. En él no solo estaremos libres de sufrimiento, sino que
este nunca volverá a aparecer.
La Verdad del Camino
Pero ¿cómo llegamos a ese estado? La verdad del camino es la
causa para lograr el estado permanentemente libre de sufrimiento. Por lo
tanto, se dice que la cuarta verdad es la verdad del camino que debemos
practicar.
Por ejemplo, si estamos enfermos y queremos recuperarnos
completamente, debemos recibir un tratamiento. De manera similar, la verdad del
camino es lo que debemos practicar. Como mencioné antes, cada uno de nosotros
debe hacerlo por sí mismo y buscar ayuda en sí mismo. El Buddha dijo: «He
mostrado el camino hacia la liberación; que obtengas o no la iluminación
depende de ti». Por lo tanto, tenemos que practicar.
Entonces, ¿cómo debemos practicar? Debemos eliminar nuestras
aflicciones —ira, odio, deseo, orgullo, tacañería y demás— mediante diferentes
prácticas: meditaciones y contemplaciones en el amor bondadoso, la compasión,
la respiración, la concentración, la interdependencia y muchos otros métodos.
Mediante estas meditaciones reducimos o suprimimos los estados
mentales impuros de los que surgen las acciones negativas, y desarrollamos las
cualidades de nuestra mente que los eliminan. Aún así, este método únicamente
produce resultados temporales.
Lo principal que debemos hacer es lograr sabiduría, la
sabiduría que corta la raíz de samsara. La raíz del samsara es la ignorancia
que imputa existencia inherente al «yo». La raíz de todo sufrimiento es el
autoaferramiento. De él surgen todas las impurezas mentales y las acciones no
virtuosas, y entonces sufrimos. Por ello, la raíz del sufrimiento es el
autoaferramiento y para superarlo debemos desarrollar su opuesto: la sabiduría
de la ausencia de existencia inherente. Si buscamos este «yo» al que
erróneamente nos aferramos, no podremos encontrarlo. Hay muchas razones que
apoyan esta afirmación.
Nuestra mente está pensando constantemente en todo tipo de
temas, por lo que no podemos ponernos a meditar directamente en la sabiduría.
Para ser capaces de hacerlo, lo primero que debemos hacer es mejorar nuestra
concentración. Enfocamos nuestra mente en un objeto específico y después
prestamos atención a la respiración. Los ojos se enfocan y permanecen en el
objeto de meditación, mientras que la mente no debe divagar sobre su color,
forma y demás atributos. Tan solo permanecemos en este estado tal y como es.
Hay muchos otros métodos —como recordar las formas de las
concentraciones, aplicar los antídotos, practicar métodos de concentración—
cuya función es hacer que la mente se enfoque en un objeto. Al principio,
cuando lo hagamos, parecerá que surgen más pensamientos, que esa no es su
cantidad habitual, que hay más de los acostumbrados. Esto sucede porque
normalmente no disciplinamos la mente ni prestamos atención a los pensamientos.
Pero cuando intentamos meditar empezamos a ser conscientes de ellos, lo que
constituye la primera señal de mejoría. A partir de entonces, los pensamientos
se van reduciendo lentamente hasta que, finalmente, la mente se vuelve capaz de
permanecer completamente enfocada y libre de pensamientos, como un océano sin
olas.
La base de esta habilidad es la claridad de la mente y se
logra practicando la concentración correcta. Solo tras lograr la claridad de la
mente podremos meditar en la sabiduría. Esta consiste en emplear un
razonamiento muy riguroso para analizar la lógica de las enseñanzas que explican
cómo todo carece de un «yo», y su objetivo es que descubramos que la verdad
está más allá de todo extremo. Así, la perfección de la sabiduría consiste en
despertar de todos los extremos y elaboraciones.
Las dos últimas verdades, la cesación y el camino, son la
causa y el resultado del nirvana. El Buddha enseñó estas cuatro nobles
verdades al principio: fueron su primera enseñanza, y la comparten todas las
tradiciones budistas, incluyendo las escuelas majayana y jinayana. Gracias a
estas verdades podemos alejarnos de las acciones no virtuosas, encontrar el
camino correcto y, una vez en él, recorrerlo hasta lograr la liberación.
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