Muchas veces los cuidadores o padres de nuestros
niños, inmersos en nuestras dinámicas de personas adultas y
estresadas no somos capaces de ver con fragilidad la naturaleza de los niños,
ésa tan delicada y frágil que debemos preservar y extender en la medida de lo
posible en el tiempo.
Existen
los padres que desean que sus hijos crezcan pronto, que sepan resolver por
ellos mismos diversas situaciones, esto con la finalidad implícita de liberarse
de
responsabilidades y comienzan a darles tareas que no corresponden a sus
edades, sin darse cuenta de que la niñez es tan fugaz y tan determinante en la
vida de una persona, que cuando nos damos cuenta esos pequeños niños en un
abrir y cerrar de ojos ya son adolescentes y cosas que nos quitaban el tiempo,
que incluso nos generaban molestias por interferir con lo que realmente
queríamos hacer, ya solo forman parte de nuestras memorias y ellos son cada vez
más independientes, más autosuficientes.
Estar
a cargo de un niño es una responsabilidad mayor y a su vez es un gran
privilegio. Evidentemente lleva consigo sacrificios, trasnochos, frustraciones,
tristezas, pero definitivamente las satisfacciones siempre ocuparán los
principales espacios.
Un
niño tiene una manera particular de ver la vida, está centrado en el ahora, no
sabe vivir otro momento (básicamente porque no se puede), por eso se
impacientan tanto con expresiones como: en navidad ocurrirá tal cosa, o falta
un mes para tu cumpleaños, o dentro de dos horas jugamos, su noción del tiempo
es diferente y pueden estar, sin la intención de agobiarnos, preguntando
constantemente: cuántos días faltan para mi cumpleaños!?
No
desesperemos ante sus continuas preguntas, ante sus dudas, ante su necesidad de
afecto y de atención cuando consideramos que no tenemos el tiempo suficiente o
tenemos otras cosas que atender. Obviamente cada uno a su manera siempre tendrá
múltiples roles a los cuales debe dedicarse adicional a cuidar a un pequeño,
pero ninguno tiene la importancia que éste.
El compartir con un niño nos abre los ojos a un
mundo mágico si logramos conectarnos con ellos, nos hace sentir
esperanza en la humanidad y en la vida misma, nos dice por segundos que todo
está bien, que todo vale la pena. A veces hacemos todo lo demás de nuestra
vida, justo pensando en el bienestar de nuestros hijos, estudiamos, trabajamos,
ahorramos, nos sacrificamos, pero no les dedicamos a ellos el afecto y el
tiempo que realmente necesitan y terminamos desvirtuando las prioridades.
No quitarle a nuestros niños sus sonrisas, ésas que
aparecen con tanta facilidad y pueden opacarse con un llamado de atención fuera
de lugar, solo porque en ese momento nosotros no estamos dispuestos a
dedicarles la atención que nos demandan, debe ser una de nuestras metas. Respetar sus sueños, aunque nos dé miedo que sufran por
no poderlos alcanzar, esos miedos son nuestros y no debemos transferírselos a
ellos, si les damos la confianza y los enseñamos a confiar en ellos mismos,
nada será inalcanzable.
Su inocencia debe ser parte de ellos mientras su
infancia esté en curso, ellos crecerán y ya sabrán que Santa no les da
sus regalos de navidad, o que el Ratón Pérez o el Hada de los Dientes no es
quien se lleva sus dientitos. Crecerán y se darán cuenta de que realmente no
hacemos magia y desparecer esos pequeños juguetes en nuestras manos era solo
cuestión de agilidad. Crecerán y ya no le interesarán los cuentos por la noche,
ni nos llamarán para chequear que no haya un monstruo debajo de la cama.
Solo démosle su tiempo, con el mayor amor
posible organicemos nuestras actividades para que ellos puedan recibir de
nosotros lo mejor, no nuestra versión más ocupada, cansada, obstinada,
sino aquella que tiene la dicha de cuidar de esas sonrisas, esos sueños y
esa inocencia que viene en el mismo paquetico de ese ser especial para
nosotros.
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