By PHILEAS
“La Obra tiene lugar en
un reino intermedio entre el Espíritu y la Materia”
(Patrick Harpur)
(Patrick Harpur)
Al hombre moderno le cuesta mucho entender la
cosmovisión de los antiguos, donde el ser humano no se sentía divorciado de la
Naturaleza parte integrante de ésta, encontrando por doquier correspondencias
entre lo de arriba y lo de abajo, lo de adentro y lo de afuera. Este desprecio
por los antiguos es bastante usual en los ámbitos académicos contemporáneos,
donde se considera a la Alquimia como una disciplina
defectuosa, una pseudo-ciencia creada de mentes fantasiosas que querían
fabricar oro partiendo del plomo y a la que, en ocasiones, se le otorga un
único mérito: ser la antecesora de la química moderna.
Esto significa que, al hablar de los siete metales
y vincularlos con los siete planetas, los alquimistas establecían un vínculo
entre el cielo y la tierra, pero aún más: si había siete fuerzas arriba (los
planetas) y siete fuerzas abajo (los metales), ¿acaso no podrían hallarse esas
siete fuerzas en el interior del ser humano? ¿Y acaso estas siete fuerzas no
eran vinculadas con dioses: Mercurio, Júpiter, Saturno, Marte, Venus…? Por lo
tanto, al hablar de dioses, astros, metales, ¿no estaremos usando imágenes
evocadoras y símbolos marcantes para referirnos a fuerzas psíquicas,
condiciones del Alma o diferentes aspectos de nuestro universo interior?
Esta diferenciación entre un “cielo afuera y
arriba” (con sus planetas) y un “cielo adentro y abajo” (con sus metales) es
fundamental para entender las diferentes disciplinas esotéricas, como la
Alquimia y la verdadera Astrología, que toman lo exterior (los planetas y los
metales) como excusa para profundizar en lo interior. Ciertamente, nadie puede
acercarse y comprender a la Alquimia y a la Astrología con una mirada literal.
Marte, Luna, Venus, Saturno, Mercurio y Júpiter
En palabras de Paracelso: “El
hombre es un microcosmos y es una copia abreviada del Universo o macrocosmos.
La actividad vital del Universo se manifiesta en el movimiento de los astros y
la formación subterránea de los metales”.
Para los alquimistas el oro es una imagen, un
símbolo que alude a “otra cosa”. Por esta razón declaraban en sus textos: “Aurum
nostrum non est aurum vulgi” (“Nuestro oro no es el oro vulgar”),
acusando a los buscadores de oro físico de “sopladores”, lo que -según Guénon-
eran “los profanos que, ignorando el verdadero sentido de los
símbolos de tal ciencia, los tomaban en un sentido groseramente material” (1).
Por todo esto, no es raro encontrar en los viejos
textos alquímicos citas como esta: “La Obra está con vosotros
y en vosotros, de modo que si la encontráis en vosotros mismos, donde
está continuamente, también la tendréis siempre y en cualquier parte en
que os encontréis, sea en la tierra o en el mar”. (2)
Ripley, su parte, señala: “Los filósofos dicen al
que busca que las aves y los peces nos traen la piedra; está en todas las
personas, en ti, en mí, en cada cosa, en el tiempo y en el espacio” (3),
lo cual está en perfecta consonancia con las declaraciones de Nicolás
Valois: “Hay una piedra de gran virtud que es llamada piedra y no
es piedra, y es mineral, vegetal y animal, que se encuentra en todos los
lugares y en todos los tiempos, y en todas las personas.” (4)
Los alquimistas taoístas concuerdan con esto, y
es Wu Chen Pien quien aconseja: “No vayas a la montaña
antes de que el elixir haya sido producido, pues ni dentro ni fuera de ella
encontrarás la veta vital. Esta joya la poseen todos los hombres,
aunque suelen ignorar su existencia”. Cabe destacar que en el taoísmo
la montaña representa la Unidad, la conexión entre lo de arriba y lo de abajo,
el Yin y el Yang, por eso los iniciados en ocasiones son llamados “hombres de
las montañas” (5).
Pero, ¿por qué los
alquimistas utilizaban un lenguaje tan complicado e imágenes tan difíciles de
desentrañar? En rigor de verdad, los alquimistas -al tener que transmitir un
conocimiento inefable, que no podía comunicarse con palabras- tenían que
recurrir al lenguaje propio del Alma, esto es: el simbolismo. Y, como sabemos,
los símbolos no tienen como objetivo convencer sino evocar, despertar la
intuición para que paulatinamente se produzca la captación intuitiva,
ya que los símbolos permiten “en una sola imagen o palabra, resumir toda una
historia o un largo discurso. (…) El símbolo es, por lo tanto, un mediador o
relacionador que hace las veces de puente entre lo abstracto y lo
concreto” (6).
Por lo tanto, abordar los textos alquímicos
únicamente con la razón es una tarea inútil. Para entender el lenguaje
alquímico hay que recurrir a nuestra aliada en los terrenos del Alma: la
imaginación, que los propios alquimistas llamaban “imaginatio vera” para
diferenciarla de la simple fantasía.
Dice Carl Gustav Jung: “La
imaginatio, tal como los alquimistas la entienden, es en realidad una clave
para abrir las puertas del secreto del opus: sabemos ahora que se trata de la
simbolización y realización de lo mayor, que el anima imagina creadoramente.
(…) El lugar o el medio de la realización no son ni el Espíritu ni la Materia,
sino ese campo intermedio de realidad sutil, que únicamente
puede expresarse de manera suficiente por medio del símbolo. El símbolo no es
abstracto ni concreto, no es racional ni irracional, tampoco real ni irreal“ (7).
Siendo así, el trabajo alquímico interior está
supeditado a un entrenamiento imaginal, que casi todas las escuelas iniciáticas
poseen pero que -lamentablemente- apenas un puñado lleva a la práctica.
Notas del texto
(1) Guénon, René: “Precisiones necesarias”
(2) Anónimo: “Tratado Áureo de Hermes”
(3) George Ripley, citado por Carl Gustav Jung: “Psicología y Alquimia”
(4) Citado por Fulcanelli: “El misterio de las catedrales”
(5) El caracter chino “yin” (陰) representa originalmente la parte norte de una montaña (en el hemisferio norte es la parte oscura, no iluminada por el sol y, por lo tanto, fría y difícil de ser escalada) mientras que “yang” (陽) alude a la parte sur (soleada, luminosa, más fácil de ser subida). Dice Hi ts’eu: “Un (aspecto) yin, un (aspecto) yang, eso es el Tao”.
(6) Vale Amesti, Fermín: “El retorno de Henoch”
(7) Jung, Carl Gustav: “Psicología y Alquimia”
(2) Anónimo: “Tratado Áureo de Hermes”
(3) George Ripley, citado por Carl Gustav Jung: “Psicología y Alquimia”
(4) Citado por Fulcanelli: “El misterio de las catedrales”
(5) El caracter chino “yin” (陰) representa originalmente la parte norte de una montaña (en el hemisferio norte es la parte oscura, no iluminada por el sol y, por lo tanto, fría y difícil de ser escalada) mientras que “yang” (陽) alude a la parte sur (soleada, luminosa, más fácil de ser subida). Dice Hi ts’eu: “Un (aspecto) yin, un (aspecto) yang, eso es el Tao”.
(6) Vale Amesti, Fermín: “El retorno de Henoch”
(7) Jung, Carl Gustav: “Psicología y Alquimia”
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