En las montañas del Tíbet, un explorador buscaba con ahínco la pista del abominable hombre de las nieves. Tras llegar a un poblado muy humilde, preguntó a todos los habitantes del lugar si habían visto huellas o rastros del legendario yeti.
Un muchacho le dijo: “El que puede saber
algo más sobre el yeti es el Maestro. Yo lo acompañaré hasta él”.
Después de caminar durante dos horas por un
territorio inhóspito, el explorador y el joven llegaron a la cabaña del
Maestro.
– Por supuesto que sí. Es más: conozco la cueva
donde se refugia. ¡Vamos! ¡Deprisa! ¡No te quites el abrigo! Te llevaré a ver
al yeti ahora mismo.
El explorador, que nunca había creído
verdaderamente en la existencia del hombre de las nieves, empalideció y con la
voz cortada por el miedo, le dijo al viejo: “En verdad, no busco a
yeti. Solamente busco sus huellas”.
Muchos transitan el camino por inercia, costumbre,
novelería o moda, pero no están convencidos de la importancia de una verdadera
transformación. De este modo, quedan a mitad de camino, contentándose con
analizar las huellas cuando lo verdaderamente importante es el yeti.
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