En la sala de interrogatorios, el agente Smith saca una carpeta con el prontuario de Neo y le dice: “Al parecer, usted ha estado llevando una doble vida. En una, usted es Thomas A. Anderson, programador de una importante empresa de software. Tiene número de la seguridad social. Paga sus impuestos, y también ayuda a su casera a sacar la basura. La otra vida la vive entre ordenadores. En ella usted utiliza el alias de hacker “Neo” y es culpable de prácticamente todos los delitos informáticos tipificados en las leyes”.
Por lo tanto, en Jesucristo también encontramos una
doble vida y un doble nombre: Jesús, que ocupó un tiempo y un espacio, nacido
de mujer y con una biografía que puede rastrearse, y el Cristo, de carácter
mítico y con una naturaleza supra-histórica y arquetípica, que sobrepasa al
personaje histórico que llamamos “Jesucristo” y que puede ser revivido
(encarnado) por cada uno de nosotros. En palabras de Carl Jung: “Hay
un Cristo precristiano como un Cristo no cristiano, en la medida en que Cristo
es un hecho de la psique [del Alma], existente por sí mismo” (2), es
decir un arquetipo consciencial que puede ser actualizado por cualquier ser
humano. Esto mismo sostiene Raimon Panikkar, al decir que “la realidad
de Cristo no se agota, con la historicidad de Jesús [porque] Cristo
es la plenitud de la vida, esta Plenitud, que tiene tantos nombres, [y
que] en la
tradición cristiana es llamada Jesús el Cristo” (3).
tradición cristiana es llamada Jesús el Cristo” (3).
Anderson es, por lo tanto, una encarnación finita
que puede ubicarse en el tiempo y en el espacio y que -como dice Smith- “tiene
número de la seguridad social y paga sus impuestos”. El nombre de pila
Thomas, mientras tanto, significa “gemelo”, entonces podríamos hablar de un gemelo
del hijo del hombre, de aquel que está en condiciones de revivir el mito
crístico, ese proceso espiritual que en algunas escuelas rosacruces se conoce
como “cristificación” y que se fundamenta en la “imitación de Cristo” (4).
Este paralelismo del protagonista de Matrix con
Cristo ya aparece sugerido al principio, cuando un punk le dice a Neo: “Aleluya,
eres mi salvador, amigo, mi Jesucristo personal”.
El nombre en clave de Thomas Anderson es “Neo”, un
prefijo que significa “nuevo” y que también es un anagrama de “one” (“uno”),
que confirma su condición de “chosen one” (elegido). En la terminología
cristiana, la palabra “Neo” se opone a “Palaios” en relación al hombre nuevo
(Neos Anthropos) y al hombre viejo (Palaios Anthropos).
Sin embargo, Neo duda de ser el elegido, no cree
ser una persona especial y -como todo héroe- recibe la llamada y la rechaza.
Cuando el Oráculo le pregunta: “¿Piensas que eres el Elegido?”, Neo
responde: “Sinceramente no lo sé”, para finalmente concluir: “No
soy el Elegido”.
Esta permanente duda puede asociarse también al
nombre “Thomas”, que significativamente recuerda a uno de los discípulos de
Jesucristo, el que dudaba de la resurrección de su Maestro. Según cuenta el
evangelio de Juan: “Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba
con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al
Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los
clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su
costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos
dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso
en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo,
y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío,
y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste;
bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. (Juan 20:24-29)
El nuevo nombre
Toda iniciación supone un “renacer”, una muerte
mística y un nacimiento segundo, el mismo del que habló Jesucristo a
Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios”, ante lo cual pregunta su
discípulo: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso
entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?”. Y
entonces, Jesucristo aclara: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y
lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te
dije: Os es necesario nacer de nuevo”. (Juan 3:3-10)
En las tradiciones espirituales, el nuevo nombre
(“nomen mysticum”) representa un nuevo estado y un nuevo compromiso, en
vinculación a una metanoia, es decir una forma diferente de contemplar la
realidad. En las órdenes iniciáticas occidentales como la Masonería, el
Martinismo y la Rosacruz el nombre suele estar acompañado de palabras de pase,
signos de reconocimiento y toques.
De acuerdo a René Guénon: “El
nombre profano es el que, estando vinculado a la modalidad más exterior y a la
manifestación más superficial, es el menos real de todos y es especialmente así
en una civilización que ha perdido todo carácter tradicional, y donde un nombre
no expresa casi nada de la naturaleza del ser” (5), es decir que
nuestro nombre profano alude a nuestra personalidad, es decir a nuestra
máscara, al mismo tiempo que el “nombre místico” es el que corresponde a
nuestra Alma, a nuestra misión existencial.
Henry Corbin, por su parte, sostiene que “todos
los nombres que llevan los individuos en la sociedad profana no son sino
nombres comunes; no hacen salir del anonimato, puesto que no se relacionan con
la individualidad espiritual surgida del nuevo nacimiento. Estos nombres no
valen pues para el ultramundo. Sólo el nombre recibido en el momento de la
iniciación (el que en el sufismo se conoce como el nombre de tarîqat) es
verdaderamente el nombre propio de la persona y este nombre debe mantenerse
inicialmente en secreto ante la sociedad profana. Por eso un hombre no puede
llevar un nombre propio si no es un hombre libre, si no ha resucitado de entre
los muertos, es decir, si no ha recibido la iniciación; dicho de otro modo, no
se es un hombre libre si no se ha pasado por el nuevo nacimiento que es el
nacimiento espiritual”. (9)
Entonces, las tradiciones iniciáticas hablan -en
principio- de dos nombres:
a) Nombre profano: aquel que
recibimos al nacer en el mundo físico y que “tiene número de la seguridad
social y paga sus impuestos”. (Vinculado a la Matrix: Thomas Anderson)
b) Nombre místico o iniciático: el que se nos
confiere en forma ceremonial en algunas órdenes o que nosotros mismos elegimos
en una experiencia cumbre y que nos recuerda en cada momento nuestra
condición de “nobles caminantes”. Describe la identidad del Alma que “está
en el mundo pero que no es el mundo”, que vive a contracorriente a las
normas profanas y que “es culpable de prácticamente todos los
delitos tipificados en las leyes”. (Vinculado a los
Misterios Menores y que puede ser usado como seudónimo: Neo)
Si el primer nombre corresponde al Cuerpo y el
segundo al Alma… ¿podría hablarse de un “tercer nombre” vinculado al Espíritu?
Las tradiciones iniciáticas responden afirmativamente y hablan de un nombre
secreto, divino o cósmico, aquel que corresponde a nuestra identidad más
profunda, que es incomunicable y que está asociado a los Misterios Mayores.
Más allá de las curiosas correspondencias entre
Cristo y Neo, lo importante de esta historia atemporal es reconocerla en
nosotros mismos. Así como la historia mítica de Cristo puede ser revivida en
nuestra conciencia aquí y ahora, todas las peripecias de Neo y todos los
personajes de Matrix pueden ser reconocidos en nuestro interior. Nuestra
conciencia es un teatro donde se desarrolla un drama cósmico que tiene el
inmenso poder de hacernos regresar a la fuente.
Notas del texto
(1) “ Y aquel Verbo fue
hecho carne…” (Juan 1:14)
(2) Jung, Carl: “Psicología y Alquimia”
(3) Panikkar, Raimon: ““Jesús en el diálogo interreligioso” y “La plenitud del hombre”
(4) Sobre esto, vale destacar que los rosacruces de los siglos XVII y XVIII utilizaron la obra de Tomás de Kempis “La Imitación de Cristo” como libro de cabecera y como recordatorio de esa sintonización con el propio Cristo.
(5) Guénon, René: “Apreciaciones sobre la Iniciación”
(6) Corbin, Henry: “El hombre y su ángel”
(2) Jung, Carl: “Psicología y Alquimia”
(3) Panikkar, Raimon: ““Jesús en el diálogo interreligioso” y “La plenitud del hombre”
(4) Sobre esto, vale destacar que los rosacruces de los siglos XVII y XVIII utilizaron la obra de Tomás de Kempis “La Imitación de Cristo” como libro de cabecera y como recordatorio de esa sintonización con el propio Cristo.
(5) Guénon, René: “Apreciaciones sobre la Iniciación”
(6) Corbin, Henry: “El hombre y su ángel”
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