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25 de noviembre de 2017

Una Píldora Roja (II) – Neo y el nombre iniciático


En la sala de interrogatorios, el agente Smith saca una carpeta con el prontuario de Neo y le dice: “Al parecer, usted ha estado llevando una doble vida. En una, usted es Thomas A. Anderson, programador de una importante empresa de software. Tiene número de la seguridad social. Paga sus impuestos, y también ayuda a su casera a sacar la basura. La otra vida la vive entre ordenadores. En ella usted utiliza el alias de hacker “Neo” y es culpable de prácticamente todos los delitos informáticos tipificados en las leyes”. 
Doble vida y doble nombre. El apellido Anderson quiere decir “Hijo del hombre” (andros-son), una expresión que Jesucristo utilizaba para referirse a sí mismo y que hacía hincapié en que era un ser humano de carne y hueso (1), es decir que necesitaba de un cuerpo físico para que se manifestara el Cristo. Esta condición humana de Jesús se complementa con su otra condición, la de “Hijo de Dios”, es decir su condición divina.
Por lo tanto, en Jesucristo también encontramos una doble vida y un doble nombre: Jesús, que ocupó un tiempo y un espacio, nacido de mujer y con una biografía que puede rastrearse, y el Cristo, de carácter mítico y con una naturaleza supra-histórica y arquetípica, que sobrepasa al personaje histórico que llamamos “Jesucristo” y que puede ser revivido (encarnado) por cada uno de nosotros. En palabras de Carl Jung“Hay un Cristo precristiano como un Cristo no cristiano, en la medida en que Cristo es un hecho de la psique [del Alma], existente por sí mismo” (2), es decir un arquetipo consciencial que puede ser actualizado por cualquier ser humano. Esto mismo sostiene Raimon Panikkar, al decir que “la realidad de Cristo no se agota, con la historicidad de Jesús [porque] Cristo es la plenitud de la vida, esta Plenitud, que tiene tantos nombres, [y que] en la
tradición cristiana es llamada Jesús el Cristo” (3).
Anderson es, por lo tanto, una encarnación finita que puede ubicarse en el tiempo y en el espacio y que -como dice Smith- “tiene número de la seguridad social y paga sus impuestos”. El nombre de pila Thomas, mientras tanto, significa “gemelo”, entonces podríamos hablar de un gemelo del hijo del hombre, de aquel que está en condiciones de revivir el mito crístico, ese proceso espiritual que en algunas escuelas rosacruces se conoce como “cristificación” y que se fundamenta en la “imitación de Cristo” (4).
Este paralelismo del protagonista de Matrix con Cristo ya aparece sugerido al principio, cuando un punk le dice a Neo: “Aleluya, eres mi salvador, amigo, mi Jesucristo personal”.
El nombre en clave de Thomas Anderson es “Neo”, un prefijo que significa “nuevo” y que también es un anagrama de “one” (“uno”), que confirma su condición de “chosen one” (elegido). En la terminología cristiana, la palabra “Neo” se opone a “Palaios” en relación al hombre nuevo (Neos Anthropos) y al hombre viejo (Palaios Anthropos).
Sin embargo, Neo duda de ser el elegido, no cree ser una persona especial y -como todo héroe- recibe la llamada y la rechaza. Cuando el Oráculo le pregunta: “¿Piensas que eres el Elegido?”, Neo responde: “Sinceramente no lo sé”, para finalmente concluir: “No soy el Elegido”.
Esta permanente duda puede asociarse también al nombre “Thomas”, que significativamente recuerda a uno de los discípulos de Jesucristo, el que dudaba de la resurrección de su Maestro. Según cuenta el evangelio de Juan: “Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. (Juan 20:24-29)


El nuevo nombre
Toda iniciación supone un “renacer”, una muerte mística y un nacimiento segundo, el mismo del que habló Jesucristo a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”, ante lo cual pregunta su discípulo: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?”. Y entonces, Jesucristo aclara: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo”. (Juan 3:3-10)
En las tradiciones espirituales, el nuevo nombre (“nomen mysticum”) representa un nuevo estado y un nuevo compromiso, en vinculación a una metanoia, es decir una forma diferente de contemplar la realidad. En las órdenes iniciáticas occidentales como la Masonería, el Martinismo y la Rosacruz el nombre suele estar acompañado de palabras de pase, signos de reconocimiento y toques.
De acuerdo a René Guénon“El nombre profano es el que, estando vinculado a la modalidad más exterior y a la manifestación más superficial, es el menos real de todos y es especialmente así en una civilización que ha perdido todo carácter tradicional, y donde un nombre no expresa casi nada de la naturaleza del ser” (5), es decir que nuestro nombre profano alude a nuestra personalidad, es decir a nuestra máscara, al mismo tiempo que el “nombre místico” es el que corresponde a nuestra Alma, a nuestra misión existencial.
Henry Corbin, por su parte, sostiene que “todos los nombres que llevan los individuos en la sociedad profana no son sino nombres comunes; no hacen salir del anonimato, puesto que no se relacionan con la individualidad espiritual surgida del nuevo nacimiento. Estos nombres no valen pues para el ultramundo. Sólo el nombre recibido en el momento de la iniciación (el que en el sufismo se conoce como el nombre de tarîqat) es verdaderamente el nombre propio de la persona y este nombre debe mantenerse inicialmente en secreto ante la sociedad profana. Por eso un hombre no puede llevar un nombre propio si no es un hombre libre, si no ha resucitado de entre los muertos, es decir, si no ha recibido la iniciación; dicho de otro modo, no se es un hombre libre si no se ha pasado por el nuevo nacimiento que es el nacimiento espiritual”. (9)
Entonces, las tradiciones iniciáticas hablan -en principio- de dos nombres:
a) Nombre profano: aquel que recibimos al nacer en el mundo físico y que “tiene número de la seguridad social y paga sus impuestos”. (Vinculado a la Matrix: Thomas Anderson)
b) Nombre místico o iniciático: el que se nos confiere en forma ceremonial en algunas órdenes o que nosotros mismos elegimos en una experiencia cumbre y que nos recuerda en cada momento nuestra condición de “nobles caminantes”. Describe la identidad del Alma que “está en el mundo pero que no es el mundo”, que vive a contracorriente a las normas profanas y que “es culpable de prácticamente todos los delitos  tipificados en las leyes”. (Vinculado a los Misterios Menores y que puede ser usado como seudónimo: Neo)
Si el primer nombre corresponde al Cuerpo y el segundo al Alma… ¿podría hablarse de un “tercer nombre” vinculado al Espíritu? Las tradiciones iniciáticas responden afirmativamente y hablan de un nombre secreto, divino o cósmico, aquel que corresponde a nuestra identidad más profunda, que es incomunicable y que está asociado a los Misterios Mayores.
Más allá de las curiosas correspondencias entre Cristo y Neo, lo importante de esta historia atemporal es reconocerla en nosotros mismos. Así como la historia mítica de Cristo puede ser revivida en nuestra conciencia aquí y ahora, todas las peripecias de Neo y todos los personajes de Matrix pueden ser reconocidos en nuestro interior. Nuestra conciencia es un teatro donde se desarrolla un drama cósmico que tiene el inmenso poder de hacernos regresar a la fuente.

Notas del texto
(1)  Y aquel Verbo fue hecho carne…” (Juan 1:14)
(2) Jung, Carl: “Psicología y Alquimia”
(3) Panikkar, Raimon: ““Jesús en el diálogo interreligioso” y “La plenitud del hombre”
(4) Sobre esto, vale destacar que los rosacruces de los siglos XVII y XVIII utilizaron la obra de Tomás de Kempis “La Imitación de Cristo” como libro de cabecera y como recordatorio de esa sintonización con el propio Cristo.
(5) Guénon, René: “Apreciaciones sobre la Iniciación”
(6) Corbin, Henry: “El hombre y su ángel”


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