Alejandro Lodi
(Noviembre 2017)
(Viene de “Argentina 2017 (VI): El surgimiento de un sentido y la
necesidad de creer”).
El ciclo jupiteriano que se inicia en 2017 es sincrónico con otro
tránsito relevante: el de Urano por la casa VII de la carta de Argentina. La
nueva dirección, el sentido que emerge y la confianza en el futuro (Júpiter por
casa I) coincide con un tiempo de cambio en el modo de vincularnos –entre los
argentinos y con el mundo- y de evaluación consciente de ciclo uraniano
iniciado en 1974 (Urano por casa I).
Conciencia es ver, es “darse cuenta”, es un presente que resignifica el
pasado, un ahorarevelador. La fase VII de todo proceso simboliza un
momento para hacer
conciencia de lo que se ha desarrollado desde el inicio,
para ver lo que hasta ahora no era posible ver, tomar
responsabilidad entonces de aquello que ahora se conoce y
comprender lo que hasta ahora no podía ser comprendido. La
fase VII de un ciclo representa una pérdida de inocencia, una toma de
responsabilidad y un desafío de comprensión. Es decir que, además de anunciar
hechos inesperados, una suspensión o vacío de formas conocidas, y cierta inestabilidad
en nuestras relaciones internas y externas, Urano en tránsito por la casa VII
también representa el clima oportuno para desarrollar conciencia acerca del
destino del espíritu revolucionario que emergió en nuestra comunidad cuando
Urano cruzó el Ascendente en 1974. El anhelo progresista y la visión innovadora
gestada en los ’70 ante un salto de conciencia.
Un mes antes de morir, Perón protagoniza con los Montoneros un auténtico
ritual arquetípico, mitológico, trágico. Sincrónico con el tránsito exacto de
Urano al Ascendente, ante el reproche de la juventud revolucionaria al líder
patriarcal, “el padre devora a sus hijos”. Creo que la plaza del 1ro de mayo de
1974 representa una experiencia tan conmocionante y horrorosa, que aún la
conciencia colectiva no puede hacer un proceso de lo que allí ocurrió. Es un
trauma vivo, sobre todo en esa generación. Prevalecen interpretaciones
políticas de ese hecho terrible, no el contacto emocional con la tragedia. Los
hijos violentos que habían sido bendecidos por el padre porque “la violencia en
manos del pueblo no es violencia, es justicia” habían comenzado a cuestionar,
con esa misma violencia, la autoridad del padre. Le reclaman un espacio de
decisión que no les está siendo dado. Le reprochan su preferencia por otros
hijos que representan a sus enemigos: la rama sindical, la “derecha” del
movimiento. Y el padre elige. Esto es lo que aún no puede ser visto. El padre,
sin la menor ambigüedad, toma una decisión indudable y evidente. El padre
descalifica -en público- a los hijos revolucionarios, los acusa de traidores,
pone como ejemplo de fidelidad a los otros hijos “que han visto caer a sus
dirigentes muertos” (Rucci había sido asesinado por Montoneros nueve meses
antes), y anuncia la hora de que “suene el escarmiento”, con el fundador de la
Triple A aplaudiendo fervorosamente a su lado. No hay forma de no ver lo que
estaba pasando en esa trágica escena; sin embargo, esto aún no se puede ser
visto. Se recuerda ese momento como “el día que Perón echó a los Montoneros de
la plaza” y que los trató de “estúpidos e imberbes”, lo cual es reducirlo a un
acontecimiento casi naif. Ante el espanto que representa, las lecturas
politizadas actúan como narcótico. Todavía hoy muchos testigos presenciales
(que fueron, incluso, víctimas de las represalias profetizadas en ese ritual)
mantienen una posición políticamente estratégica y le adjudican el significado
conveniente: Perón estaba viejo y medio gagá, era manejado por López Rega, que
hay que tomar en cuenta el contexto histórico, etc., etc., etc.
Pero aún así no puede eludirse la dimensión
trágica…
Aun así es trágico. Si somos conscientes de esto, si la suficiente masa
crítica de la conciencia colectiva realmente lo viera, entonces no se podría
hoy sostener aquellas justificaciones -revestidas de interpretaciones sagaces y
políticamente estratégicas- sin entrar en brote psicótico en ese mismo
instante, porque se estaría negando de un modo patológico la evidencia de un
hecho: el padre por quien declamo dar mi vida es quien ha dictado mi propia
sentencia. Es la patología que refleja aquella recordada imagen de Osvaldo
Soriano en su novela “No habrá más pena ni olvido”: un joven ejecuta a otro y
ambos gritan al mismo tiempo “¡viva Perón!”.
El ciclo de Urano de 1974 comienza con “Saturno devorando a sus hijos”,
la desafiante violencia del espíritu revolucionario provocando la reacción más
cruel de la autoridad conservadora.
Lo que propongo es observar la trama psicológica de los procesos
políticos. Y esto es muy difícil. Todavía no podemos reflexionar y meditar en
profundidad sobre esa escena de nuestra historia porque aún prevalece el
encanto (o el mecanismo de defensa) de la trama ideológica del suceso. En
realidad, después de 40 años, la discusión ideológica debería aburrirnos; sin
embargo, adheridos emocionalmente a una posición política en la que hemos hecho
identidad personal, nos encendemos de inmediato en definir “de qué lado estás”.
Por eso, creo que es crucial atender a la trama psíquica de los procesos
políticos. Los procesos políticos tienen un factor psicológico desde el cual,
desde mi hipótesis, emergen las ideas, los relatos, las posiciones fijas con la
que estamos confrontando todo el tiempo. Nos peleamos desde reacciones a
síntomas, nos polarizamos por efectos epidérmicos, sin ver la raíz psíquica de
las posiciones, ni la complejidad del proceso profundo. Incluso, podemos usar
la astrología a favor de posiciones ideológicas personales; para mí sería una
profanación, como desperdiciar algo muy valioso. O podemos usar la astrología
para ir más profundo, a una capa más compleja y más honda de la real motivación
y causa de los fenómenos. La ideología promueve el encanto de que los fenómenos
responden a la voluntad personal, de modo que si queremos cambiar la realidad
basta con “ponernos las pilas”, sumarnos al colectivo políticamente correcto
que corresponda y tomar por asalto el palacio y conquistar el poder. En cambio,
si vemos la trama psíquica comprobamos que las transformaciones reales no
responden a la voluntad personal de individuos iluminados, sino a la intrincada
pulsión del inconsciente colectivo de una comunidad. Atender a estos procesos
inconscientes nos permite ver que si actuamos desde la voluntad entramos
fatalmente en un patrón de repetición; y sólo cuando esta recurrencia
arquetípica llega al hartazgo es que la conciencia colectiva puede ver la trama
psíquica implicada.
La única forma de salir de la pesadilla de la repetición es que se haga
evidente la trama psíquica. En el encanto de lo ideológico, en la fascinación de
la voluntad, en la alucinación del yo, perdemos contacto con la motivación
transpersonal que tienen los sucesos. Y es allí que podemos entrar en una
discusión eterna acerca de si “Perón era bueno” o “Perón era malo”.
Y ambas cosas pueden ser ciertas… (Risas).
Por supuesto. Ahora lo que podemos ver es que la voluntad de líder, por
más estadista que sea, es desbordada por la trama psíquica. La trama psíquica
termina desbordando la voluntad del líder. Más tarde o más temprano, deja de
ocurrir lo que el líder pretende, la realidad expresa una complejidad (y una
riqueza) que supera el control de la voluntad iluminada. Por supuesto que la
voluntad personal del líder puede imprimir direcciones, pero el proceso de
fondo es del alma de la comunidad, no el de la personalidad de la comunidad.
Nuestras discusiones son acerca de la personalidad hasta que nos hartamos y
comenzamos a preguntarnos por algo que desborda nuestras construcciones
ideológicas.
(Continúa en “Argentina 2017 (VIII): La polarización entre encanto y
eficiencia”).
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