La porción Devarim se desarrolla en los días previos a la desaparición
física de Moshé. Por lo tanto, en ella Moshé nos da lecciones importantes tanto
a los israelitas como a nosotros. Al inicio, él habla de todos los momentos en
los que los israelitas cayeron y de todos los errores que cometieron antes y
durante los cuarenta años con él en el desierto.
En un momento determinado, Moshé les dijo que se dio cuenta de que no
podía ser su l
íder ni la persona que los ayudaría a cambiar o crecer
espiritualmente. Moshé les dijo: “Me di cuenta de que no me quieren como su
líder. Pero, más importante aún, yo no los puedo ayudar”. Rashí, el gran
kabbalista y comentarista, explica que esto nos enseña sobre el momento en el
que Moshé se da cuenta de que los israelitas en el desierto eran lo que él
llamaba apikores. Apikores es una combinación de
dos palabras en arameo, apik y resén. En esencia,
significa que son personas que no quieren ser guiadas. Moshé les dijo a los
israelitas que ellos no querían que él fuese su líder porque eran, como Rashí
los llamaba, apikores.
¿Cómo supo Moshé que ellos eran así? Porque él sabía que desde el
momento en el que se despertaba en la mañana, los israelitas intentaban encontrar
cosas malas en él. Por ejemplo, si en la mañana él salía de su tienda más
temprano de lo normal, decían que era porque estaba peleando con su esposa; o
si salía más tarde de su tienda, decían que probablemente salió tarde porque
pasó todo el día sentado en su hogar buscando maneras de hacerles daño. Es
importante que nosotros entendamos lo que los llevó a encontrar fallas en
Moshé, porque todos hacemos lo mismo.
Hay una sección en el Midrash que cuenta la historia de cómo Yeshayahu
(Isaías) se convirtió en profeta. Yeshayahu caminaba por su lugar de estudio
cuando escuchó la voz del Creador que le dijo: “¿A quién podemos enviar y quién
irá por nosotros? ¿Quién podría ser el líder? ¿Quién podría ser un profeta?
¿Quién podría ser una persona que apoye a los demás y los ayude a cambiar? Yo
intento enviar gente para que los ayude. Envié al Profeta Mijá (Miqueas) y
ellos lo golpearon. Envié al Profeta Amós y se quejaron del modo en el que
hablaba”. Sabemos también que Yirmiyahu (Jeremías) fue encarcelado para que no
pudiese profetizar; fue humillado y, al final, asesinado.
Así pues, Yeshayahu escuchó esto y le dijo al Creador: “Heme aquí,
puedes enviarme. Yo puedo ser el profeta. Puedo ser el líder. Puedo ayudarlos a
cambiar”. El Creador le dijo a Yeshayahu: “Tú no los conoces. Son quejumbrosos.
No escuchan. Sólo si aceptas ser avergonzado, que se burlen de ti y que te
golpeen, puedo enviarte como Mi mensajero y profeta”. Yeshayahu aceptó. Pero
¿por qué? ¿Qué tenemos nosotros, qué tiene la humanidad, que en todo profeta,
maestro o guía siempre encontramos algo malo?
Cuando el ego ve un profeta, maestro o verdadero guía —o hasta puede ser
un amigo que tiene el potencial de influirnos a cambiar o disminuir el poder
del ego sobre nosotros—, inventa historias y quejas porque sabe que, si
terminamos escuchando a esa persona, su poder disminuirá y no tendrá más
espacio. Por eso el ego comienza a crear estas quejas que nos dicen que no
escuchemos… Y esta es, desafortunadamente, la verdadera historia de la humanidad.
¿Qué es lo primero que hace el ego cuando un amigo o maestro se nos
acerca a decirnos algo que parece tener un nivel de crítica? Dice: “¿En serio?
¿¡Esa persona con este y aquel problema me quiere aconsejar!?”. El ego es muy
inteligente y debemos recordar que no es consciente. Pero cuando ve que alguien
se acerca para influir en su poder en mayor o menor medida, ya sea que esa
persona sea un profeta, un maestro o un amigo, su primera línea de defensa es
presentar quejas. Esta es una inquebrantable verdad espiritual: si alguien
intenta ayudarnos a cambiar, nuestro ego inventará excusas para no escuchar a
esa persona. Por lo tanto, si por el contrario hay alguien (un maestro, guía,
amigo, etc.) en quien todavía no hayamos encontrado razones para no escuchar lo
que dice, muy probablemente sea porque no nos está pidiendo que hagamos algo
importante.
Es una regla que surjan quejas cuando hay alguien con el potencial de
ayudarnos a cambiar y a realizar una conexión verdadera con la Luz del Creador.
Si le ocurrió a Moshé, también ocurrirá con cualquier persona que intente
influir en nosotros. Esta es, repito, una de las lecciones más importantes que
Moshé nos dio antes de dejar este mundo. Él dijo: “Hemos estado juntos por
cuarenta años y he fallado. La razón por la que he fallado es que, sí, ustedes
hicieron lo que les dije, pero principalmente escucharon las historias del
ego”. Claramente, nadie, excepto Kóraj y otros pocos, rechazó por completo las
lecciones de Moshé, pero él se refería a que una vez que borramos una parte de
la habilidad de una persona para ayudarnos, esa persona jamás podrá ayudarnos
completa o verdaderamente.
Moshé les dijo a ellos y nos dice a nosotros que, si alguna vez hemos de
tener a alguien en nuestra vida que sea una verdadera influencia, tenemos que
saber que nos quejaremos como los israelitas se quejaron de él, Amós, Mijá,
Yeshayahu y Yirmiyahu. Y necesitaremos darnos cuenta de que si no hay quejas,
no es real; no obstante, cuando las quejas aparezcan tenemos que pelear contra
ellas porque esas historias y mentiras son creadas por el ego.
Si realmente queremos lograr lo que vinimos a hacer a este mundo,
tenemos que saber cómo trabaja el ego: su primera línea de defensa es encontrar
qué anda mal en quien nos ayudará a cambiar o crecer. Ahora que sabemos esto,
podemos tenerlo presente y luchar contra las excusas y quejas del ego. Será
entonces cuando tendremos la oportunidad para permitir que esa persona de
verdad nos ayude en la transformación.
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